sábado, 4 de diciembre de 2021

Cuestión de cifra

 


El año que viene, 2022, se cumplirán 1011 años del año 1011 según el cómputo del tiempo propio de Occidente. Hasta el 3033, dentro de otros 1011 años, no se volverá a ver un dígito idéntico en los millares, las decenas y las unidades de la cifra del año. Parece extraordinario.

No sé dónde vive usted, lector, pero intente imaginar cómo era ese lugar hace un milenio; igual ni existía la población como tal. Madrid era apenas una aldea cobijada a la sombra de un castillejo y Córdoba poseía doscientos cincuenta mil habitantes —algunos autores hablan de cuatrocientos mil— y mentes de gran brillantez. En cualquier caso, y dando de lado a las comparaciones, generadoras siempre de envidias y malquerencias, es seguro que su población era muy distinta a como es ahora, de la misma forma que era muy distinta la manera en la que se vivía en ella. En estos 1011 años hemos ganado en muchísimas cuestiones, en la gran mayoría, y hemos perdido en otras, pocas pero vitales. Una de ellas, la principal, es el estado de la naturaleza. Como es sabido, esos señores imprescindibles que dedican su tiempo, por vocación y capacidad, al estudio, llevan décadas proponiendo la denominación de Antropoceno para los últimos años de historia de la humanidad. Antropoceno sería la división del Cuaternario que vivimos ahora, un periodo en el que se constata la transformación de las condiciones generales del planeta, en especial del clima, por la acción del hombre. Algunos de estos estudiosos son partidarios de señalar, para el inicio de este periodo, el año 1784, cuando se inventa la máquina de vapor y comienza a usarse de forma masiva en la primera Revolución Industrial. Otros lo acercan mucho a nosotros y, teniendo en cuenta factores que no son puramente climáticos —como la presencia de isótopos radioactivos, vertederos, microplásticos, asfalto, aluminio, etc. (la huella ecológica que vamos dejando)—, lo sitúan en 1945, exactamente en julio, cuando se realiza la primera explosión nuclear, en su caso experimental, en Alamogordo (Nuevo México, EE. UU.). Esta prueba, de efectos devastadores en la zona, fue anterior en veinte días al lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, hechos de una inhumanidad de difícil explicación si no es apelando a nuestros más bajos instintos, a nuestras peores inclinaciones posibles. Parece evidente que, a la par de la satisfacción que experimentan las personas empáticas y, digámoslo claramente, deseadas cuando se ven ayudando a otros, existe una satisfacción de signo negativo, aquella que se genera cuando se hace daño. Solo de esta manera pueden explicarse fenómenos como el de los refugiados, generalmente provenientes de países en guerra y llegados a otros países en condiciones muy precarias. Este es un problema que ha existido siempre y que, en ocasiones, da pie a ejercicios de crueldad como los que ahora se están practicando con los refugiados llegados por vía aérea a Bielorrusia desde distintos países de Oriente Medio.

            Resulta evidente que en el año 1011 el número de habitantes del planeta era menor y teníamos otros problemas, pero no de espacio. Los siete mil novecientos millones de personas que pueblan hoy la Tierra eran poco más de trescientos millones hace un milenio. Es imposible calcular cuántos habitantes tendrá el planeta en el año 3033, cuando, seguramente, se podrá hablar de población espacial. En cualquier caso, nuestra evolución no pinta bien.

Casi todo habrá cambiado en 3033. Lo que nunca cambiará será la existencia de personas que creen en el poder de los números, a los que atribuyen significados ocultos. Los hay, incluso, obsesionados con ellos. Estoy seguro de que la forma del año que entra, 2022, traerá de cabeza a más de uno.   

 

(La imagen del planeta proviene de la página de la Agencia Espacial Europea, esa.int).

 

Víctor.