sábado, 30 de mayo de 2020

A propósito de nada, de Woody Allen


Allen en Stardust Memories

            En 1935, y en un hogar de clase media-baja de Brooklyn, ese barrio que entonces era pintoresco y siempre ha estado colocado al otro lado del puente y del río, nació un bebé que crecería, como casi todos, y, después de conocer la escuela y sus limitaciones, haría novillos continuamente para escapar a Manhattan. De la mano de tíos fantásticos -si ha visto Días de radio las primeras páginas le van a recordar mucho esa película-, Allen irá descubriendo Broadway y los infinitos encantos que todo Nueva York tiene para las personas creativas. Poco después de pasar por el frustrante Bar Miztvá, cuando es solo un adolescente delgaducho de voz insegura, y por consejo de uno de sus tíos, empieza a mandar a importantes periódicos las historias cómicas que escribe que, para su sorpresa, comienzan a ser publicadas. Tiene dieciséis años. Desde entonces no ha cesado un solo día de idear algo nuevo, como todas las personas de fuerte temperamento artístico, y su ascenso profesional ha sido imparable. Cuando le ha faltado el apoyo en su país lo ha recibido en Europa.
            Si a usted le gusta el cine y el Jazz de Nueva Orleans, lea este libro. Es el relato de una larga y fructífera vida contada por su protagonista, una persona de memoria prodigiosa, que ha hecho posibles todos sus sueños. Amó Manhattan y consiguió un ático en la Quinta Avenida desde donde contemplar año tras año cómo cambian los colores del inmenso parque situado a los pies de su edificio. Hoy día ya no vive allí, pero eso da igual. Llegó a codearse con artistas que admiraba y a ser admirado por ellos. Y, curiosamente, su actividad preferida es escribir. Una persona capaz de realizar películas como La rosa púrpura de El Cairo, Match Point o Wonder Wheel, apoyada en la increíble fotografía de Vittorio Storaro, puede escribir los libros que quiera que yo iré a comprárselos y los leeré con placer, como he hecho con este. De sus más de cuatrocientas páginas, las cuales pasan ante los ojos del lector con la rapidez propia de los libros interesantes y divertidos, aproximadamente la quinta parte de ellas está dedicada al calvario que ha tenido que pasar por las acusaciones de abuso sexual ideadas por Mia Farrow, que han venido, en distintas oleadas, a amargar los últimos treinta años de la vida de Allen. Cuenta cómo, en este mundo en el que vivimos, donde existe una evidente dictadura de lo político y socialmente correcto, personas fanáticas e interesadas se han apoyado en un movimiento tan bienintencionado y necesario en principio como el MeToo para perseguirlo y convertirlo en un apestado en su país. Siempre había mirado con desconfianza las acusaciones vertidas por Mia Farrow en los noventa y por Dylan hace pocos años, las supuse falsas desde el primer momento, y cuando compré el libro solo iba pensando en conocer cómo había sido el proceso de maduración creativa de Allen. Me he encontrado las páginas dedicadas a esas desagradables acusaciones y las he leído con tristeza, aunque me alegro de haberlo hecho porque he conocido mejor la historia y he comprendido la importancia que los afectos tienen para la superación de acusaciones tan graves. Soon-Yi es su apoyo. Allen no ha merecido ser calumniado de esa manera, nadie lo merece. La prensa sensacionalista, y algunos sectores de la supuesta prensa seria, lo han crucificado, literalmente, hasta el punto de verse en apuros para encontrar actores dispuestos a trabajar con él. La última de sus películas, Rifkin’s Festival, rodada en San Sebastián, es un ejemplo de ello. Creo que se estrena en septiembre.
            Al margen de esas páginas, perfectamente justificadas, el lector, sea o no cinéfilo, va a pasar unos ratos impagables con el libro. Trata de lo humano. ¿Hay algo más?

Woody Allen, A propósito de nada, Madrid, Alianza Editorial, 2020. Traducción de Eduardo Hojman. [Apropos of Nothing, 2020].

sábado, 23 de mayo de 2020

Fotografías de la Plaza Mayor de Osuna (IV)


La primera fotografía ofrece una perspectiva poco habitual de la plaza. La abarca casi por completo. Fue hecha durante la tarde —las sombras así lo indican— de un día de primavera o verano: las personas fotografiadas, casi todas niños, parecen llevar ropa ligera. En la acera del Ayuntamiento hay aparcados automóviles, alguno de ellos de apariencia antigua, quizá de los años treinta. Posiblemente los taxis tuvieron su parada allí durante unos años.  En la esquina más septentrional de la plaza se observa el escenario, hecho de forja y con suelo de tablas —en otras épocas situado en el parque de San Arcadio—, donde la banda municipal amenizaba el paseo de los ursaonenses cuando el clima lo permitía, costumbre de pueblo civilizado y filarmónico.


            En el centro, lugar ocupado actualmente por una fuente cuyas piezas son de distintas épocas —la superior conserva bien visible la fecha de 1809, las otras parecen posteriores—, contemplamos, en su emplazamiento original, el busto que dedicó el Ayuntamiento a la memoria de don Francisco Rodríguez Marín. El monumento fue inaugurado el 4 octubre de 1943, festividad de San Francisco de Asís. El fallecimiento del estudioso ursaonense, ocurrido el 9 de junio de ese mismo año, convirtió el homenaje en póstumo pero acabó celebrándose. 1943, pues, nos indica el margen inferior para la datación de la fotografía. En cuanto a la datación por arriba, la fotografía es anterior al traslado de la estatua a su emplazamiento actual, hecho que tuvo lugar el 29 de mayo de 1968, justo después de la feria. Según la revista de feria de ese año, gracias al interés del Gobernador Civil, José Utrera Molina, y del alcalde ursaonense, Manuel Mazuelos Vela —que ocupó el puesto entre 1966 y 1972—, en ese momento se inicia la última reforma importante de la Plaza Mayor, que le dará un aspecto muy parecido al que tiene hoy día. Como vemos en la imagen, en la época en que se tomó el número de bancos de la plaza era mayor: en total, y suponiendo que la distribución fuera simétrica, cuarenta y ocho, exactamente el doble del actual. Puede observarse, además, que los bancos situados en el perímetro de la plaza no eran dobles, esto es, solo se podía tomar asiento en ellos mirando hacia dentro, circunstancia que ayudaría a una configuración un tanto peculiar, autónoma, de la vida de la plaza. Su última reforma importante, la que le diera el aspecto que vemos en la imagen, había sido realizada a lo largo de 1937.
Según se lee en las Actas Capitulares del Ayuntamiento Osuna, en la sesión de la Comisión Gestora celebrada 26 de mayo de 1937, presidida por Rafael Biedma Sedano, se habla de la instalación subterránea del tendido eléctrico destinado a las nuevas farolas de la plaza y en la de 11 de junio del mismo año se aprueban facturas relativas a la reforma de la misma por un importe de 2.464 pesetas. Para hacernos una idea de la importancia de esta cantidad, podemos tener en cuenta, por ejemplo, algún impuesto de la época. Los cines de verano que durante la Segunda República se montaban en la Plaza de Santo Domingo, llamada entonces del Capitán Galán, o en la misma Plaza de la República, la actual Plaza Mayor, pagaban cien pesetas mensuales por ocupación de la vía pública, y el de esta plaza se extendía por todo el espacio comprendido entre la acera de la plaza y la Iglesia de la Concepción. Imagino que la pantalla de este último se colocaba en la fachada trasera de la casa de los Cepeda. (Está por hacer, como tantas cosas, un estudio, puede ser un pequeño trabajo de investigación —creo que algunos particulares poseen material suficiente—, de la historia de los cines de Osuna, pues en los años pre-televisivos ocuparon un lugar fundamental en el esparcimiento de la población, fueron escenarios de romances y emociones que ayudaban a vivir. Fueron importantes espacios de sociabilidad hoy perdidos).
En cuanto a la datación de la imagen por el margen cronológico superior, tiene que ser anterior, como ya indicamos, a mayo de 1968, cuando, coincidiendo con una nueva reforma de la Plaza Mayor, se traslada el busto y se pone la fuente. De todas formas, el dato de la ausencia del seto, que en fotos de mediados de los sesenta vemos bien crecido,


indica que la primera imagen fue tomada en los años cincuenta, más exactamente con posterioridad a 1953, ya que en la revista de feria de ese año aparece una fotografía, en teoría de ese año, en la que puede contemplarse la estatua aun sin verja. No la he incluido aquí por la baja calidad de su reproducción. El aspecto de los elementos que rodean la estatua de don Francisco Rodríguez Marín, pues, se convierte en un dato muy valioso para datar cualquier fotografía de la plaza en el periodo comprendido entre octubre de 1943 y mayo de 1968. En conclusión, la fotografía que abre el artículo puede situarse con un margen de catorce años, entre 1954 y 1968.



Esta fotografía debió ser tomada alrededor de octubre de 1943. El señor que aparece en ella es Enrique Pérez Comendador, autor del busto, uno de los escultores más prestigiosos de la España de posguerra. Gracias a la acertada política de becas de estudios existente en la primera mitad de los años treinta, pudo pasar en Roma cinco años, temporada larga y provechosa, a juzgar por su obra. El busto de Rodríguez Marín fue una de sus primeras obras tras la vuelta de Italia. En la época de su realización, Pérez Comendador era Catedrático de la Escuela de Bellas Artes de Madrid. Tras la jubilación en ese puesto, ocupó el de director de la Academia Española de Bellas Artes de Roma, la misma institución de la que había recibido la beca y el mismo puesto que habían ocupado personalidades de la talla de Valle- Inclán o del también escultor Mariano Benlliure.
            En cuanto a Rodríguez Marín, en 2005 se cumplieron los ciento cincuenta años de su nacimiento, que tuvo lugar el 27 de enero de 1855, y el cuarto centenario de la publicación de la primera parte del Quijote, obra que estudió de forma apasionada y a la que dedicó trabajos de lectura obligada para cualquiera que quiera conocer bien la obra cervantina. La segunda parte, como ya sabemos, fue publicada en 1615. Los méritos de don Francisco son muchos, algunos de ellos poco conocidos. Fue director de la Biblioteca Nacional entre 1912 y 1930, lo que supone, desde 1712 hasta la fecha, el segundo periodo de tiempo más largo de toda la historia de la institución. Fue miembro de la Real Academia de la Lengua, donde ingresó en 1907.


Esta imagen corresponde aproximadamente a ese año. En ella contemplamos a una persona con expresión satisfecha, incluso arrogante, la correspondiente al hijo del dueño de un modesto taller de sombrerería de un pueblo sevillano que, con sólo cuarenta y dos años, ha conseguido algo que ni se había atrevido a soñar. Su irrefrenable vocación por el estudio de la historia y la literatura, amén de una cuidada red de contactos, le abrirían muchas puertas. Todo había empezado siendo niño, cuando don José Rodríguez-Buzón y el Padre Morillo, un cura un poco loco que guardaba, cuidadoso, los documentos antiguos en tinajas de barro, habían despertado en él el amor por las letras.
Durante los treinta y seis años en los que perteneció a la Real Academia, Rodríguez Marín tuvo de compañeros y, por lo tanto, de colegas a Ramón y Cajal, Gregorio Marañón, Ramiro de Maeztu, Pérez Galdós, Antonio y Manuel Machado, Azorín, Unamuno, Pío Baroja, Benavente, Ortega y Gasset y Menéndez Pidal, entre otros. Cuando hablamos de Rodríguez Marín lo estamos haciendo de uno de los intelectuales españoles más importantes de la primera mitad del siglo XX español. Estaría bien no olvidarlo. 
Además de lo dicho, fue nombrado presidente del Comité Ejecutivo del Tercer Centenario de la Muerte de Cervantes y, por tanto, fue responsable directo de la construcción del conocido Monumento a Miguel de Cervantes que se encuentra en la Plaza de España de Madrid, obra en la que también tuvo una actuación destacada el escultor marchenero Lorenzo Coullaut Valera. Vale la pena detenerse también en su faceta como estudioso de los cantos populares. Esta pasión le llevó intimar en su juventud con personajes como Luis Montoto, Joaquín Guichot, Antonio Machado Núñez y Antonio Machado Álvarez, los dos últimos abuelo y padre respectivamente del célebre poeta Antonio Machado; Machado Álvarez, que firmaba sus trabajos como Demófilo, fue el fundador de los estudios sobre folklore en España y amigo personal de don Francisco. Es muy probable que Rodríguez Marín ejerciera influencia también sobre el hijo de su amigo, niño que andando los años se convertiría en uno de los mejores poetas que ha dado Andalucía. Si comprueban las fechas, verán que en 1883, cuando los Machado se van a Madrid, don Francisco tenía veinticinco años y el hijo de su amigo sólo ocho. Manuel Machado, el otro hermano escritor, también era niño.
Esa afición por el cante, una de las manifestaciones culturales menos elitistas, llevó a Rodríguez Marín a escribir, entre otras obras de esta temática, los Cantos populares españoles, cinco tomos publicados entre 1882 y 1883, y un libro titulado El alma de Andalucía (1929), en el que pone a disposición de los lectores varios centenares de letras de coplas y cantes de tema amoroso, comentados y ordenados en apartados como “Ausencia”,  “Desdenes” o “Reconciliación”; los escogió entre los más de los más de veintidós mil que llevaba recopilados. Acompañado por el padre de los Machado, Rodríguez Marín acudía a menudo al café cantante que tenía en la calle Rosario de Sevilla aquel cantaor gigantesco criado en Morón y de padre italiano llamado Silverio Franconetti. Allí intimaban con Silverio, se divertían y recogían letras para sus obras. Así que no debemos pensar que Rodríguez Marín pasó toda la vida entre libros y papeles o era una persona altiva, de experiencias limitadas por prejuicios sociales. De hecho, en su juventud fue un gran defensor de los más necesitados, actitud que le llevó en su madurez a ser mucho más prudente, pues sus denuncias de abusos de algunos poderosos sobre los humildes le llevaron incluso a temer por su vida. El insigne polígrafo ursaonense jamás puso la pluma al servicio de unas ideas que no fueran las suyas: ni en su juventud, cuando siendo fuerte defendió al débil, ni en su vejez, cuando siendo débil buscó la protección del fuerte. Sus textos y acciones estuvieron siempre guiados por ideas de humanidad, bondad y justicia.


            Esta otra fotografía, tomada de la revista de feria de 1965, resulta útil para apreciar la forma de la plaza anterior a 1968, en particular cómo eran los bancos de su perímetro. Desde el primer momento llama la atención la altura de los mismos con respecto a la acera, característica disuasoria para los amigos de sentarse en el respaldar y poner los pies en la piedra, incívica, antihigiénica y peligrosa costumbre. Observen también, si lo desean, la desmesurada altura de una especie de farola visible cerca del ángulo de la plaza más cercano al fotógrafo. Llama la atención también la presencia de una mula, noble y paciente animal, cargada de serones de esparto donde transportar todo tipo de materiales. Nadie nacido con posterioridad a 1960, sobre todo en una ciudad, puede hacerse una idea de la importancia que tenía el ganado equino en el mundo del trasporte. Su manejo, reproducción y cuidado estaba a cargo de una parte importante de la sociedad, los arrieros, practicantes de un oficio que permitía una libertad de movimientos y una independencia impensables para cualquier jornalero. Algunos de estos arrieros llegaron a poseer pequeñas fortunas y gran influencia por el carácter esencial de su trabajo. En ápocas anteriores a la extensión del ferrocarril, muy tardía e incompleta según qué zonas, y, más tarde, de los vehículos a motor, la feria del ganado de Osuna, por poner un ejemplo, atraía compradores y vendedores de ganado de media España. Según el legajo 319 del Archivo Municipal, en 1922, cuando ya la competencia de medios modernos de transporte era apreciable, realizaron transacciones de ganado en la feria ursaonense personas procedentes de Tetuán, Madrid, Valencia, Alicante y todas las provincias andaluzas, en total de cerca de setenta localidades. En 1935 se llegaron a pagar 1.300 pesetas por mulas de tres años. La arriería ursaonense, importante sin duda, es otra parcela de la historia local merecedora de atención por parte de los historiadores. 
      

Nos movemos ahora al otro lado de la plaza. De esta fotografía sabemos seguro que fue tomada a principios de febrero de 1954, pues el día 3 de ese mes y año cayó en Osuna la mayor nevada que se recuerda. En el diario de un señor de la época, puede leerse: «Una intensa nevada jamás conocida cayó sobre esta población; desde las alturas de la Colegiata la perspectiva era maravillosa, gozándose de un espectáculo, con el blancor de la nieve, jamás conocido. La altura de la nieve en algunos sitios alcanzó más de medio metro, fenómeno no conocido ni recordado, por las personas más ancianas». De aquel invierno se conservan fotografías de calles nevadas en poblaciones como Écija o Sevilla, donde la nieve era casi desconocida. Las personas de la imagen posan para la foto a la entrada del comercio textil llamado “Los Caminos” cuyo interior presentaba en la época este aspecto.


A destacar el abundante comercio de telas, hoy casi perdido como resultado de la proliferación de la venta de trajes y vestidos ya realizados. Hace setenta años el precio de la ropa ya confeccionada —la ropa de sastrería— sólo estaba al alcance de personas acomodadas. La gran mayoría heredaba la ropa o vestía trajes y vestidos de confección casera realizados con técnicas muy antiguas, conocimientos que pasaban, y aún pasan, de generación en generación. Osuna posee un importante comercio textil desde el siglo XIX, reflejado en los últimos años en la creación de una marca, Álvaro Moreno, de proyección nacional. En el antiguo comercio de Los Caminos aprendieron el oficio grandes profesionales.


            Ahora vemos una fotografía que nos lleva a una cuestión bien distinta: el destrozo ocasionado por un camión en el edificio sede del Ayuntamiento. Según la abundante información sobre el asunto contenida en el legajo 221 del Archivo Municipal, el accidente tuvo lugar a las dos y media de la madrugada del día 22 de noviembre de 1968, cuando un camión frigorífico conducido por un vecino de la localidad segoviana de la Granja de San Ildefonso que circulaba «por la carretera de Sevilla-Málaga-Granada y con dirección a Sevilla […], al llegar al arco existente en el Ayuntamiento salida a Plaza de España enganchó la parte de arriba del camión del último arco viniéndose este abajo».
El arco siguió en pie, aunque, eso sí, sufrió graves desperfectos en su parte central, punto de apoyo de las tensiones de toda esta parte de la fachada. Según se observa, la gran mayoría de las dovelas se desprendió y se hizo necesario reforzar de manera urgente el espacio con puntales de madera, los únicos disponibles en la época. Para intentar impedir el paso de peatones, vehículos de dos ruedas y caballerías, en los primeros momentos se colocó una escalera de mano atravesada y en paralelo a la calzada. En la imagen se aprecian las columnas y los capiteles en las que se apoyaban las piedras del arco. También se aprecian apuntalados los dos primeros arcos del primer piso. Aparte del hecho de que una carretera general pasase por la Carrera, algo impensable hoy en día, cuando esa calle está abocada a la peatonalización o al colapso total de su tráfico, lo que más llama la atención de todo esto es la diferencia de daños sufridos por el edificio y el camión. Este, aunque con algunos desperfectos, pudo seguir su marcha, mientras el Ayuntamiento tuvo que alquilar un inmueble —el numerado en la actualidad como 2 de la Calle San Pedro—, al que se trasladó en abril de 1969, y no pudo volver al suyo hasta 1973, cuando finalizaron las largas y costosas obras de reconstrucción. Durante esos años, y según leemos en una carta que lleva fecha de enero de 1971 y que dirige el alcalde Mazuelos Vela a Florentino Pérez Embid, Director General de Bellas Artes, el pueblo permanece «dividido en dos sectores prácticamente incomunicados, con la consiguiente incomodidad para el vecindario, con un tráfico desviado que está causando grandes destrozos en otras vías municipales».
            Los planos del proyecto de la reconstrucción llevada finalmente a cabo están firmados por el arquitecto Rafael Manzano Martos, reputado profesional responsable también de la reforma de la Plaza Mayor contemporánea al accidente y de la solución a los problemas estructurales sufridos por la Colegiata. Algunos de los elementos del proyecto del nuevo Ayuntamiento, como un murete situado en la parte superior, desaparecieron en la obra ya acabada, decisión que despertó polémica y produjo un intercambio de cartas entre el Ayuntamiento y la dirección de Bellas Artes en Madrid, alguna de las cuales se conserva en el  legajo mencionado.
Hay que decir, una vez más, que la conservación de un edificio histórico de Osuna se debe al amor por su patrimonio de don Manuel Rodríguez-Buzón Calle. Este señor, que sería llamado a ocupar más altos destinos tras la brillante labor realizada en Osuna, se hallaba presente, en calidad de Teniente de Alcalde, en la sesión extraordinaria celebrada el 27 de noviembre para tratar el asunto. En ella se había tomado el acuerdo de derribar completamente esta parte del edificio para facilitar la comunicación entre la calle Asistente Arjona y la Plaza Mayor, entonces llamada de España. De todos los miembros de la corporación fue el único que se opuso a este infamante acuerdo, y aún fue más allá: pidió encarecidamente el dictamen previo del Arquitecto Titular de Bellas Artes, precisamente Rafael Manzano Martos, al que no se había podido localizar desde el día del accidente. Así, gracias al empeño de Rodríguez-Buzón, el edificio del Ayuntamiento de Osuna no siguió el camino de muchos inmuebles sevillanos de gran valor patrimonial que, precisamente en esos años, estaban siendo destruidos para levantar horrorosos edificios comerciales. Recuerden cómo eran la Plaza del Duque o la Plaza de la Magdalena antes de esa desgraciada fiebre destructora. Ese desprecio por los edificios antiguos fue un mal extendido por toda España. Ciudades poseedoras de armoniosos centros históricos, como Cartagena, Málaga, Murcia, Valladolid o Alicante, vieron muy mermada su belleza arquitectónica en aras del interés económico. Osuna se salvó. Hoy día es un museo al aire libre.


            Esta otra fotografía tuvo que ser tomada a finales de 1969 o principios de 1970. El proyecto de reforma de Manzano, felizmente localizado por Rodríguez-Buzón, lleva fecha de junio de 1969. Puede apreciarse hasta qué punto llegó el derribo del edificio. Entre otros detalles, se advierte, con las puertas abiertas para tomar la fotografía, el altar dedicado a la Virgen de la Inmaculada situado al final del pasillo de la primera planta. Parece haberse conservado de milagro.


            El 3 de abril de 1976, cuando el edificio del Ayuntamiento llevaba tres años reconstruido, Osuna recibió la visita del Jefe del Estado acompañado por su esposa, Sofía de Grecia. Iban de paso en un viaje en coche de Sevilla a Córdoba. Hicieron paradas al menos en Osuna, Estepa y Puente Genil. En la Villa Ducal apenas permanecieron cuarenta minutos, empleados en ser recibidos por las autoridades, entonces era alcalde Francisco Calle Jaldón, decir unas palabras desde un balcón del Ayuntamiento y, finalmente, saludar a un público muy entregado. Como vemos en la imagen, era un día lluvioso, pero aun así el público era muy numeroso. La fotografía puede resultar de interés a pesar de su mala calidad. Vemos el amplio espacio de seguridad creado en la puerta del edificio —que se rompería en los instantes finales de la visita— limitado por un cordón de guardias civiles con capote y tricornio. Tras ellos se agolpa la gente. Entre la multitud se observan pancartas cuya lectura resulta complicada pero debemos suponer de adhesión a los reyes: otra cosa no cabía en aquel momento, cuando Franco llevaba meses fallecido. A pesar de ello, y según puede constatarse en un vídeo de Miguel Arregui publicado en El Pespunte, las había reivindicativas: en una de ellas, sujetada por jóvenes, se leía «Pedimos para nuestros padres trabajo y vivienda». Los elementos verticales de la plaza, árboles y señales, fueron adornados para la ocasión con banderas y escudos nacionales. También fueron engalanados los balcones del Ayuntamiento y el Casino, incluso con grandes tapices. El gentío, muy numeroso, se pierde por la Carrera. Uno de los detalles más valiosos de la imagen, sin embargo, no está relacionado con la visita de los reyes. Se trata del estado en el que se encontraba el edificio de la esquina de la calle Luis de Molina con la Carrera, derribado en los meses previos. Su lugar, que tanta atención ha venido mereciendo en esta serie de artículos, fue ocupado por una construcción modélica por la armonía que guarda con el resto de la plaza. Osuna la Bella.  



Para saber más:

Archivo Municipal de Osuna.

El alma de Andalucía en sus mejores coplas amorosas, de Francisco Rodríguez Marín. Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1929.

Rodríguez Marín, Periodista (1880-1886), de Rodolfo Álvarez Santaló. Osuna, 1993.

«Rodríguez Marín, íntimo», de José Manuel Ramírez Olid, en Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna, n. 8 (2006); págs. 9 a 13.

Vida y personalidad de D. Francisco Rodríguez Marín, “Bachiller de Osuna”, de Joaquín Ráyego Gutiérrez. Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 2002.

Sevilla. El Casco Antiguo. Historia, Arte y Urbanismo, de Diego A. Cardoso Bueno. Sevilla, Guadalquivir Ediciones, 2006.

El pasado de Sevilla, blog de Óscar García Scott. (elpasadodesevilla.com).

Feria de Osuna, revistas de diferentes años.

Números 1290, 1326, 1361, 1394 y 1430 de El paleto de don Manuel Ledesma Vidal (para la feria del ganado de Osuna entre 1931 y 1935).




miércoles, 20 de mayo de 2020

Hilario Camacho. El trovador de Chamberí, de Álvaro Alonso



(Fotografía de José Aymá)

Ha pasado ya mucho tiempo de aquellos emocionantes, delicados discos de Hilario Camacho (1948-2006), productos de una extraordinaria sensibilidad musical. Su discografía, recogida de manera exhaustiva por Álvaro Alonso en Hilario Camacho. El trovador de Chamberí, consta de once álbumes, pero ninguno como los tres primeros: A pesar de todo (1973), De paso (1975) y La estrella del alba (1976). En ellos están contenidos regalos para el alma y el oído como «Ven aquí», «Volar es para pájaros», «Dolores, Dolores», «Pequeña muerte», «Cuerpo de ola», «María»... De aquella época datan también las colaboraciones de Hilario como arreglista en los mejores temas del muy conocido Joaquín Sabina. «Calle Melancolía» y «Pongamos que hablo de Madrid», por ejemplo, no lucirían como lucen en sus versiones originales, cuando Sabina no necesitaba aún de un foniatra, si no hubiera estado ahí Hilario Camacho para darles su toque personal. Pero… ¿Hilario Camacho es conocido? Para Álvaro Alonso, autor de esta excelente biografía, no lo es. El libro no necesita justificación, pero el autor se la da ya al final: «Si existe este libro es por eso, para hacerle justicia y para darle a conocer, porque por increíble que parezca para mucha gente es un desconocido» (pág. 325). Totalmente de acuerdo con él. Algunos tenemos la costumbre de pararnos a escuchar a los músicos callejeros, muchos de ellos excelentes. A veces —no tantas como se quisiera—, uno encuentra guitarristas que interpretan temas de cantautores españoles y extranjeros. Algunos son maravillosos, tienen buenas y afinadas voces. Lo hacen bien. Y uno piensa: «Seguro que su repertorio contiene algo de Hilario». Y esperas a un descanso para preguntarles y te dicen que no, que quién es ese músico. Este libro está aquí para explicarles quién fue. Es un libro necesario.
La obra de Álvaro Alonso descubre los porqués de la tristeza desgarradora de los primeros discos de Hilario. Nos habla de su infancia, tan solitaria. Conocemos cómo era su padre, sevillano, por cierto, y la temprana muerte de la madre. Poco a poco vamos descubriendo las claves de su psicología, por qué tenía aquella autoestima tan baja. Y también descubrimos por qué no quiso formar parte del show business. Hilario, todos lo sabemos, siempre prefirió los conciertos en salas pequeñas, a menudo él solo con su guitarra, con frecuencia sin apenas publicidad. Era un verdadero artista. Alonso hace en este libro un admirable seguimiento de sus actuaciones por todo el país, pero aun así se le escapan algunas. Recuerdo haber asistido a un concierto suyo en la feria de la Puebla de Cazalla a finales de los setenta, la única vez que hablé con él. Iba vestido con un pantalón vaquero de peto, parece que lo estoy viendo. Cuando bajó del escenario me aproximé para pedirle un autógrafo, un favor para un amigo muy tímido. Eso fue todo. Lo mejor fue su respuesta: «¡Hombre! ¡No me vengas con horteradas!». Cuánta razón tenía, más que un santo, como decimos por aquí. También lo vi actuar en Écija y Estepa. Ninguna de estas actuaciones aparece reflejada en el libro. Con esto no quiero quitar mérito a la obra de Alonso. Dada la ubicuidad de Hilario, la inquietud de su espíritu, su extraordinario movilidad en algunas épocas, resulta completamente imposible tener constancia de todas sus actuaciones, sobre todo en poblaciones no muy grandes.
Hilario Camacho. El trovador de Chamberí realiza un repaso a la historia de la música española creada en los años comprendidos entre 1966 y 2006, y no solo a la música, también a los músicos que la interpretaban, cómo vivían, dónde ensayaban, cómo aprendían unos de otros, etc. Gracias a fotografías impagables, el libro contiene cientos, vemos cómo eran las actuaciones de los cantautores en los años 60 y 70, con un señor de bigotito mandado por la autoridad para tomar nota de lo que decía y hacía cada uno. Asistimos a la época dorada de los músicos que se apuntaron a las caravanas políticas del PSOE, trabajos que consistían en actuar en los mítines, obviamente para atraer al personal, y para los que estaban obligados a firmar una cláusula de exclusividad (pág. 188). Conocemos la decisiva influencia que tuvo Hilario en la trayectoria de músicos hoy célebres, como el saxofonista y flautista Jorge Pardo, que, entrevistado para el libro, recuerda las actuaciones con Hilario como las primeras importantes de su vida, y cómo entró en contacto con el flamenco, donde luego ha trabajado e innovado tanto, gracias a una visita a Sevilla con Hilario. Viajamos en el tiempo para asistir a grabaciones discográficas con el severo Alain Milhaud, ya fallecido, y con el inefable Gonzalo García Pelayo. Convivimos con Triana, con Gualberto, con María del Mar Bonet, con Iceberg, con Smash. Leemos cuartillas donde se mecanografiaron las letras de las canciones de Hilario para que fueran revisadas y autorizadas por la Dirección General de Teatro y Espectáculos. Y así un caudal de datos y documentos de gran valor. Para la realización de la biografía Alonso ha entrevistado a más de ciento cincuenta personas y ha tenido acceso al archivo personal de Hilario, custodiado por sus familiares. En él ha hallado cientos de letras de canciones aún sin musicar y decenas de ellas musicalizadas, grabadas con aceptable calidad en su estudio casero. Todas inéditas. Fue un creador inagotable.
Su muerte, por cierto, fue accidental. La descripción que Alonso realiza de ese desgraciado momento es muy emocionante. 
          Larga vida a Hilario.

Álvaro Alonso, Hilario Camacho. El trovador de Chamberí, Madrid, Sílex Ediciones, 2020.

jueves, 14 de mayo de 2020

Dos narraciones de Francisco Ayala


El autor en 1926 (ffayala.es)


Durante su exilio en Buenos Aires, el granadino Francisco Ayala (1906-2009) publicó, entre otros trabajos, un libro de relatos titulado Los usurpadores (1949). De las narraciones que contiene, Alianza Editorial seleccionó en los años noventa dos para ser publicadas en aquella curiosa colección llamada Alianza Cien, libritos de pequeño formato y poco grosor que se vendían al precio de cien pesetas. Era una forma de poner al alcance de todos una muestra de la obra de autores importantes.
            El Hechizado, la primera de las narraciones, cuenta el hallazgo por parte de un erudito de un manuscrito desconcertante. Se trata del relato de las peripecias sufridas por el Indio González Lobo en su venida a España a finales del siglo XVII con intención de medrar gracias al favor real. Para ello se suma al nutrido colectivo de pretendientes que gastaban su tiempo haciendo antesalas para ser recibidos por altos funcionarios que hicieran llegar al Rey su petición. La narración se asemeja al juego de las muñecas rusas pero desordenado. Al modo cervantino, existe un relato contenido en el relato principal, pero el primero solo aparece reflejado de forma discontinua y parcial. El resultado, incómodo y chocante para el lector, viene a reflejar de alguna forma la vida en la corte del último de los Austrias, donde todo parece depender de un rey capitidisminuido y enfermo y de una burocracia hipertrofiada y disfuncional.
            La segunda narración, San Juan de Dios, cuenta de una forma menos enrevesada, más accesible y menos intelectual si se quiere, parte de los procesos que llevaron al portugués João de Deus a convertirse en San Juan de Dios. La acción trascurre en Granada en la primera mitad del siglo XVI. El relato, perfectamente circular, comienza con la descripción de una pintura cuya importancia solo será comprendida justo al final. Escrito con el mismo dominio del lenguaje, en los dos relatos tocado por un hálito arcaizante buscado por el autor, la lectura de esta narración resulta realmente emocionante, conmoverá tanto a creyentes como a no creyentes capaces de sentir el drama humano vivido por el iniciador de esta importante red de asistencia social. Al igual que el primero, este relato posee otro interpolado, el de los primos Amor, que acaba perfectamente engarzado con el principal. Muy recomendable.

Francisco Ayala, El Hechizado / San Juan de Dios, Madrid, Alianza Editorial, 1993.

lunes, 11 de mayo de 2020

Tres obras de Jerónimo López Mozo



            El libro que traigo hoy está compuesto por tres obras de teatro de Jerónimo López Mozo (Gerona, 1942), conocido autor teatral de espíritu contemporáneo y profundo compromiso con la realidad social. Las tres obras giran alrededor de personajes femeninos, dos de ellos rigurosamente históricos y el otro una representación ideal de muchas mujeres reales, aquellas que sufrieron o han sufrido la crueldad de los hombres. La selección, el prólogo y la anotación de las obras han corrido a cargo de Virtudes Serrano. Paso a comentarlas brevemente.
            Yo, maldita india..., escrita en 1988, relata la conquista de México por parte de las tropas de Hernán Cortes desde el punto de vista de dos de sus protagonistas más conocidos, los dos víctimas de la audacia y la avaricia del conquistador pacense: Malinche, la joven que sirvió de intérprete y pareja sexual a Cortés, y Bernal Díaz del Castillo, esforzado soldado y cronista español que nos dejó un extenso relato de la conquista con el fin de reivindicar el mérito de la tropa, a menudo olvidada por los gobernantes a la hora de repartir mercedes. Esta es la obra más extensa de las tres y, según creo, la más complicada de representar por el número de actores y la complejidad de sus requerimientos técnicos.
            La infanta de Velázquez, redactada en 1999, es la más entrañable de las tres. Su comienzo es realmente atractivo desde el punto de vista dramático. Con el escenario y la sala completamente a oscuras y en silencio, un guía del museo del Prado provisto de una linterna precede por el pasillo y conduce hasta el escenario a un visitante insigne, el rompedor dramaturgo polaco Tadeusz Kantor, que desea contemplar Las meninas de Velázquez. Una vez visto el cuadro, que se halla representado en el escenario, algunas de las figuras, Velázquez, la infanta Margarita y el enano Nicolasillo Pertusato, cobran vida. La Infanta se aburre en Palacio y quiere seguir a Kantor, estar con él. A partir de esta escena, la segunda de las catorce en las que se compone la obra, los tiempos y los lugares (Madrid, Cracovia, París y Viena) se combinan. El espectador asiste a una fenomenal pero coherente mezcla de épocas que sirven para recordar algunos de los momentos más perversos de la historia de Europa y el triste final de la infanta Margarita, la niña rubita del cuadro, que, como tantas reinas jóvenes, murió lejos de su familia y víctima de la imperiosa necesidad de un heredero varón para una monarquía lejana. La obra es también un homenaje a Kantor, autor admirado por López Mozo.
            Ella se va, creada en 2001, es una denuncia del maltrato a la mujer, más exactamente de cómo el sistema judicial y de asistencia social está basado en evidencias físicas que a menudo son difíciles de obtener porque el maltrato es más sibilino, no es físico, es sicológico. Las denuncias puestas por esas mujeres no prosperan porque no hay informes médicos de lesiones ni evidencias palpables de otro tipo. Pero el maltrato está ahí. El fin de la obra parece ser animar a las mujeres que viven esas situaciones a dar el paso de salir de esas relaciones tóxicas. Esta obra es la menos difícil de representar de las tres desde el punto de vista técnico, pero tampoco es sencilla. También es un necesario homenaje a Casa de muñecas, del gran Ibsen, que en pleno siglo XIX denunciaba ya esos comportamientos profundamente machistas que aún perviven.

Jerónimo López Mozo, Yo, maldita india… / La infanta de Velázquez / Ella se va, Madrid, ed. Cátedra, 2019. Prólogo y notas de Virtudes Serrano.

viernes, 8 de mayo de 2020

Fotografías de la Plaza Mayor de Osuna (III)


La llegada de la Segunda República supuso una nueva rotulación de la mayoría de las calles y plazas españolas. Osuna no fue una excepción. Las Actas Capitulares del Ayuntamiento durante la época republicana recogen decisiones sobre estos cambios desde el 30 de abril de 1931. Según acuerdos tomados en esa sesión, «Marqués de la Gomera», la actual Gordillo, vuelve a llamarse «Evandro»; «General Primo de Rivera», la actual Carretería, pasa a denominarse «Pablo Iglesias»; Alfonso XII pasa a llamarse «García Hernández»; El «Paseo del Marqués de Estella», la actual Plaza de Rodríguez Marín, pasa a rotularse como «Paseo del Capitán Galán»; etc. Mes y medio después, la corporación municipal renombra más calles: San Cristóbal pasa a «Olivares Plaza»; San Pedro recibe el nombre de «Fernando de los Ríos»; El Carmen pasa a «José Nakens»; El Cristo a «Largo Caballero»; San Agustín a «Indalecio Prieto»; Cueto a «Tamarit Guzmán»; Albareda a «Arcadio Moreno Ruiz»; etc. Los nombres nuevos pertenecen a personajes relacionados con ideas socialistas o republicanas de relevancia nacional o local, como en el caso de Tamarit Guzmán y Arcadio Moreno Ruiz. Vuelve a haber cambios de nombres de calles en sesiones celebradas los días 6 de enero, 12 de febrero y 1 de abril de 1932, el 25 de mayo de 1934, etc. Todo esto, como pueden suponer, no servirá para nada: la gente seguirá llamando las calles como siempre las había llamado.


En el pie de la fotografía que contemplamos se lee «Avenida de la Libertad», nombre que recibió oficialmente la Carrera de Tetuán a partir del 17 de junio de 1931. Por lo tanto, cabe asegurar que esta foto es posterior a esa fecha y anterior a julio de 1936. Atendiendo a otros detalles —la orientación de las sombras, el follaje de los árboles y el cierre del comercio textil de la derecha—, puede aventurarse que la imagen fue tomada durante la tarde de un domingo de primavera. O también, por supuesto, un día de diario a primera hora de la tarde. Son solo hipótesis. Llama la atención la presencia del quiosco de la esquina de la plaza, teóricamente desaparecido «por razón de ornato» a comienzos del periodo republicano, como ya vimos en la entrega anterior.
La imagen posee innumerables puntos de interés. Fijemos nuestra atención en el grupo de hombres que aparecen ocupando la acera. Parecen parroquianos del Café de Galerón, establecimiento muy concurrido que tenía su entrada al comienzo de la calle Luis de Molina, más o menos donde hoy la tiene una sucursal bancaria; parece que ese inmueble tuvo vocación hostelera en diversos momentos históricos, como también vimos en la entrega anterior. El aspecto de los clientes  —van tocados con gorras, prenda popular, y vestidos con ropas humildes— presentaría un acusado contraste con el de los habituales del Casino, que ocupaban su lugar a sólo unos metros. De hecho, en el ángulo inferior derecho de la fotografía se observa un hombre tocado con un sombrero que formaría parte del otro grupo. Esta gran diferencia es una pequeña muestra de la que había en la sociedad de la época, notable en localidades de larga tradición señorial como Osuna, donde las desigualdades eran muy acusadas, donde los abusos de posición dominante tenían una tradición secular. El periodo iniciado en abril de 1931 será realmente conflictivo desde el punto de vista social y finalizará con el terrible drama de la Guerra inCivil.  
            También llama la atención el aspecto que presentaban los edificios de la acera de la derecha de la Carrera. Destaca la casa de Manuel Calle que, siguiendo modelos de antiguas casas palacio, poseía un patio muy espacioso y una gran escalera doble que se unía en un rellano. Puede observarse la puerta de la farmacia en la planta baja, una entrada de madera de color oscuro situada después del tercer gran cierro blanco.


            Es la misma fachada que se observa en esta fotografía, tomada desde el centro de la plaza a tres amigos sonrientes. Es anterior a 1943, cuando en ese mismo lugar se coloca el busto de don Francisco Rodríguez Marín. De su observación se pueden inferir detalles importantes, como la forma que tuvo durante décadas la entrada a San Francisco desde la Plaza Mayor después de la caída de la espadaña y el tipo de suelo que tenía la plaza en la época, menos atractivo visualmente pero más cómodo para andar. Aunque no tengo el dato exacto de cuándo se construyó la fachada de Manuel Calle, perdida en los años setenta del siglo XX, pudo ser en la década de los veinte o a principios de los treinta, época en la que Osuna, transformada por lo común durante intensos impulsos urbanísticos, tuvo una gran actividad constructora. De aquellos años datan también, entre otras obras, la ampliación del Casino, la casa «del rincón» de la Plaza Mayor, valioso ejemplo de arquitectura regionalista, el inmueble conocido popularmente como «casa Gaona» —al fondo de la primera fotografía— y la Caseta del parque de San Arcadio, esta última fácilmente fechable (1927) gracias a una lápida conservada en su interior. La casa llamada «del rincón», según tengo entendido, fue obra de algún arquitecto cercano a Aníbal González. Parece que el responsable de su construcción fue un procurador muy impopular debido al rigor con que ejecutaba los embargos judiciales. De hecho, y según recoge El Paleto nº 1304 (10 de octubre de 1931) en su página 3, en aquellos días recibió un disparo de una persona sujeta a uno de ellos. La tragedia que estaba por venir, y nadie imaginó, comenzaba a avisar.
Por último, y volviendo a la primera imagen, observen, por favor, cómo era el alumbrado público: una bombilla con pantalla circular suspendida sobre la calle. En la imagen se ven varias. La compañía proveedora de electricidad de aquellos años se denominaba “Sociedad Hidroeléctrica del Genil”. En sesión celebrada el 15 de julio de 1931, el Ayuntamiento de Osuna acuerda dirigirse a ella para pedirle, por motivos de seguridad, el soterramiento de los cables que pasaban junto a la Colegiata. La compañía eléctrica respondió un mes después diciendo que la línea existía tal cual estaba desde 1904 y aún no había ocurrido nada, algo que no era cierto: según se recoge en las Actas Capitulares, en 1928 había fallecido electrocutado un chiquillo.


Han pasado unos años. El país vive circunstancias excepcionales. Las dos Españas han vuelto a la lucha fratricida, y esta vez, gracias a la participación de potencias extranjeras, han alcanzado niveles de destrucción nunca vistos. Ambos bandos han ejercido una represión propia de ejército colonial, muy violenta, dirigida a la paralización por el miedo. Acabada la guerra —en Osuna lo hizo en julio del 1936—, vienen los fusilamientos, los procesos de depuración, los trabajos forzados, el ostracismo social, el exilio interior. Son años muy sombríos. Desde el punto de vista del dinamismo intelectual, tan mermado a escala nacional desde el final de la guerra, aquellos años tienen su lado positivo para la localidad. Varios profesionales liberales, como médicos o profesores, de gran preparación pero depurados por sus ideas —a veces solo por haber estudiado en la Institución Libre de Enseñanza—, son obligados a establecerse en Osuna. Con ellos y su palabra llega la semilla de futuras y brillantes vocaciones humanísticas. Entre ellos se debe destacar al conquense Alfredo Malo Zarco, alumno de don Miguel de Unamuno en Salamanca, políglota y gran docente.
            Por supuesto, y como no podía ser menos, las calles vuelven a ser bautizadas para disgusto de vecinos y carteros. Curiosa manía esta, que trastoca el callejero cada pocos años y ningún nuevo gobierno es capaz de evitar. El cambio tuvo lugar en fecha tan temprana como enero de 1937. Ahora, «Avenida de la Libertad» pasa a «Avenida del General Franco»; «Plaza de la República» pasa a «Plaza de España»; Sevilla se rebautiza como «Avenida de José Antonio Primo de Rivera»; La Cilla pasa a «General Queipo de Llano»; «Evandro» se renombra como «General Mola»; Capitán se rotula «General Sanjurjo»; Tesorero pasa a «18 de Julio»; «Pablo Iglesias» vuelve a Carretería; etc.



Esta fotografía pertenece claramente a esos nuevos tiempos. Recoge las fachadas principales del Ayuntamiento y del Casino de Osuna. Fue escaneada de la Revista de Feria de Osuna de 1976. En dicha publicación no aparecía acompañada de fecha alguna, pero todo apunta a que debió ser tomada poco después de acabar la Guerra inCivil. Los detalles que apoyan esta afirmación son, principalmente, dos. En primero lugar, la imagen propagandística de Franco. El dictador aparece aún muy joven y en una disposición que parece inspirada directamente en modelos hitlerianos. En segundo lugar, la decoración de los edificios. Se advierten numerosos símbolos falangistas y tradicionalistas cuyo uso decayó paulatinamente cuando empezó a vislumbrarse la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial. A partir de ese momento, el régimen franquista, necesitado de reconocimiento exterior, decidió abandonar, o al menos suavizar, el uso de la parafernalia fascista.
Si analizamos de arriba a abajo los distintos símbolos que llenan la fachada del edificio del Ayuntamiento, en primer lugar —y ocultando el reloj municipal— encontramos el escudo oficial del régimen. La poca calidad de la fotografía, ya deficiente en la revista de feria, impide advertir claramente la versión del escudo, si es la fijada en 1938 o la adoptada en 1945, detalle que ayudaría a situar la foto. A su derecha, dos banderas: una que parece la nacional sin escudo y otra perteneciente al partido o facción carlista, la cruz de Borgoña, dos troncos rojos cruzados sobre fondo blanco. Las banderas colocadas a la derecha del escudo son inidentificables.
Ya en el segundo piso, y acompañados por las palabras «Arriba España», vemos el yugo y las flechas, símbolos del reinado de los Reyes Católicos adoptados por el partido falangista. Junto al yugo y las flechas, el retrato de Franco ya mencionado y, junto a este, un panel o telón con su apellido en el centro de una bandera de difícil identificación.
Para acabar con la fachada del Ayuntamiento, en los pisos inferiores aparecen emblemas de diversos cuerpos del ejército español. En el primer piso, y de izquierda a derecha, los de Caballería, Regulares, Infantería, uno irreconocible —que puede suponerse de Ingenieros, de Artillería o del Ejército del Aire— y la Legión. Por último, ya en el bajo, el perteneciente a la Armada. La posición de este último, en el lugar más bajo, y menos visible por tanto, puede relacionarse con el poco apoyo que el bando golpista recibió de la Armada durante la guerra, contingente militar que tuvo mayor proporción que otros de mandos partidarios de la República. Es sólo una hipótesis. Cabe suponer que toda la parafernalia iconográfica que aparece en la foto estaba perfectamente normalizada, y se montaría siguiendo instrucciones claras que nadie se atrevería a desobedecer. No creo que la posición de cada emblema fuera aleatoria.
            Si fijamos nuestra atención ahora en la fachada del Casino, el edificio de la izquierda, en el piso superior vemos un cartel de “Auxilio Social”, una organización dependiente de Falange que intentaba paliar el hambre que se padecía en la época, principalmente el hambre infantil. Aquellos fueron años de grandes privaciones. Esta situación provocó tiempo después una emigración masiva de andaluces a la búsqueda de condiciones de vida más dignas. Por el momento no dispongo de datos fiables para el año cuarenta pero, según las cifras que aparecen en la página web de la Diputación de Sevilla, Osuna pasó de tener  23.250 habitantes en 1950 a 16.047 en 1981. Uno de cada tres ursaonenses se vio obligado a abandonar su lugar de nacimiento y primera juventud. Siempre según dicha página —consultada en junio de 2004—, y teniendo de referencia los mismos años, entre 1950 y 1981 Carmona pasó de 27.115 a 22.887 habitantes, Écija de 41.679 a 34.703 y Marchena de 20.326 a 16.159. Fenómenos parecidos, más o menos intensos, se observan en casi todos los pueblos de la provincia. El poco trabajo que había era estacional y la mecanización del campo hacía muchos brazos prescindibles. Al mismo tiempo, el despegue económico de Cataluña y el País Vasco atraía a las personas con deseos de prosperidad. 1975 arroja datos escalofriantes. En relación al año anterior, Écija perdió el 10.11% de la población, Carmona el 11.05%, Marchena el 12.25%, Morón de la Frontera el 14.16% y Osuna el 14.49%. El efecto llamada fue muy poderoso. Esta emigración masiva constituye un drama humano que ha recibido poca atención por los historiadores, quizá por ser muy reciente. Las poblaciones mencionadas se vaciaron de muchos de sus individuos más jóvenes y activos. A los que se sientan alejados de estas experiencias les recomiendo, si me permiten, la lectura de Espuelas de papel, novela de Olga Merino. La autora es hija de emigrantes ursaonenses a Cataluña. En esta novela queda reflejada la vida en las muchas casas de vecinos que había en Osuna y los problemas de adaptación de los emigrantes a la vida en una población como Barcelona. Osuna no aparece en la novela con su nombre sino como «Puebla del Acebuche», aunque se reconoce perfectamente la Osuna de los años treinta y cuarenta. Frutos de esa verdadera diáspora son también personajes como el cantante Antonio Orozco, el cineasta Juan Antonio Bayona y muchos otros descendientes de ursaonenses que, en lugares más dinámicos, encontraron apoyo y estímulo para sus potencialidades creativas. Igualmente, resulta muy emotiva e iluminadora la visita o pertenencia a grupos de redes sociales formados por ursaonenses emigrados, los cuales se sienten muy orgullosos de sus raíces y sueñan con volver a pisar las calles de Osuna, que guardan fosilizada e idealizada en su memoria. Recuerdan comercios y personajes populares desaparecidos hace años. La emigración supuso para ellos la pérdida casi absoluta de hábitos sociales y la asunción más o menos afortunada de códigos ajenos. Muchos conservan el pueblo guardado en el corazón. Son sus mejores embajadores.
Volviendo a la fotografía, por la fachada del Casino aparecen repartidas más banderas falangistas y tradicionalistas y, a nivel de la calle, se ve una tribuna para autoridades adornada con la bandera nacional, detalle por el que debemos deducir que ese día se había celebrado o se iba a celebrar un desfile de algún tipo, seguramente militar. Habría que descartar que todo este despliegue decorativo se debiera a una visita de Franco. Aunque estuvo en Osuna en varias ocasiones, y una de ellas fue a principios de los años cuarenta, en esos años su seguridad estaba tan amenazada por posibles atentados que sus viajes no se anunciaban con antelación suficiente para montar toda esta decoración. Se tiene constancia de su paso por la Iglesia de la Victoria en 1943. Así lo refleja una lápida existente en la capilla de Jesús Nazareno. En ella se lee: «El día 8 de mayo de 1943, y a su paso por esta villa, oró ante la peregrina imagen de N.tro Padre Jesús Nazareno S. E. el Generalísimo Don Francisco Franco, caudillo de España y Hermano Mayor Honorario de esta cofradía». El hecho de que Franco fuera hermano mayor honorario de Jesús no debe extrañar: se realizaron homenajes similares al Jefe del Estado en todo el país. 
            Un dato fundamental para datar esta fotografía es la ampliación del edificio del Ayuntamiento. En todas las imágenes de finales del siglo XIX y principios del XX aparece una arcada con solo cuatro arcos, no con los siete que contemplamos. No he hallado en las Actas Capitulares del Archivo Municipal de Osuna la referencia exacta a la fecha de la ampliación del edificio, que fue proyectada durante la Segunda República, exactamente a principios de 1934, siendo alcalde Manuel Rodríguez García, como ya vimos en la entrega anterior. Puede que se conserve entre los expedientes de obras. Es muy probable que la reforma del edificio —su ampliación a costa de inmuebles vecinos— fuera llevada a cabo en plena guerra, pues en este periodo de tiempo se realizaron muchas obras públicas en Osuna, como puede leerse en las Actas Capitulares a partir del 29 de enero de 1937.
A falta de una prueba definitiva puede concluirse que la fotografía, tomada en uno de los primeros años de la posguerra, corresponde a la celebración del «Día de la Victoria», el 1 de abril, fecha en el que se conmemoraba el final de la Guerra Civil, o bien del «18 de julio», aniversario de su comienzo. Desde luego, no es un día de invierno. Las personas que mejor se ven en la imagen, como esos dos niños cogidos de la mano, van vestidos con ropa ligera, y los adultos del fondo se mantienen a la sombra. Podría ser un 18 de julio.
           

Esta fotografía es muy válida para comprender hasta qué punto ha cambiado la zona que hoy conocemos como Cuesta del Mesón. El restaurante fue construido alrededor de 1964 tras la apertura de una nueva calle para unir el centro con el barrio de la Rehoya, entonces recién edificado (1962). La imagen parece tomada un mediodía de primavera. Transmite tranquilidad, incluso paz. Dos perros —su presencia en las calles sin ningún tipo de control ha sido una constante durante décadas— sestean sin pensar en el mañana. A mitad de la cuesta, en obras de forma evidente, grupos de niños socializan a la antigua usanza. La fachada del Ayuntamiento está cruzada por incontables cables eléctricos guiados por hoy obsoletos aislantes de loza. Uno de los vehículos estacionados junto a la acera del Ayuntamiento, la Vespa, resulta fundamental para la datación de la fotografía. Según testimonios de personas mayores, la primera Vespa que hubo en Osuna llegó a principios de los años cincuenta, por lo que podemos asegurar que la fotografía es posterior a esa fecha y anterior a la construcción del Mesón del Duque. La matrícula del coche, SE 17168, data de 1935, demasiado antigua para servirnos de orientación. Como curiosidad, en los primeros años de posguerra apenas se matriculaban cien vehículos en la provincia de Sevilla.
Pero el elemento más llamativo de la imagen es sin duda la Cruz de los Caídos. El conjunto fue construido como homenaje a los ursaonenses fallecidos mientras luchaban en el bando vencedor de la desgraciada guerra. Era muy similar a los millares de ellos levantados por toda la geografía española. Según puede leerse en las Actas Capitulares del Ayuntamiento de Osuna, fue diseñado por técnicos de Falange especializados en cuestiones artísticas y ya estaba en construcción a mediados de marzo de 1939, con la guerra aún no acabada oficialmente pero a punto de hacerlo. En la sesión del 18 de marzo de ese año se aprueba el pago del viaje desde Sevilla y regreso del «Jefe de Propaganda y del Delegado de Plástica de F.E.T. y de las J.O.N.S. en visita de inspección a la Cruz de los Caídos», que en ese momento se estaba construyendo.


El conjunto puede contemplarse con más detalle en esta otra imagen. La construcción era muy simple. Se accedía por una escalera de nueve escalones flanqueada por dos muretes, cada uno de los cuales soportaba un pequeño pilar cúbico coronado por una farola. El mal estado de una de ellas, la de la izquierda, un poco inclinada, parece indicarnos que esta fotografía debe ser posterior a la anterior, con el suelo de la calle ya reparado. Tras subir la escalera se accedía a un terreno alisado desde el que podía contemplarse un muro de considerable altura rematado por almenas diminutas, todo ello construido en sillares. Según parece, la cruz, casi tan alta como el muro, estaba empotrada o sujeta en él, y a los dos lados de ella figuraban los nombres y los apellidos de los fallecidos. Años después, ya en los sesenta, el Monumento a los Caídos que contemplamos desaparecería y sería reemplazado por una sencilla cruz de madera colocada a los pies de la Torre del Agua.
            De esta fotografía llaman también la atención las palabras que pueden leerse en la fachada principal de la Colegiata, «José Antonio Primo de Rivera, Presente»,  perfectamente visibles desde la Plaza Mayor. José Antonio fue uno de los creadores de Falange, organización política inspirada en modelos fascistas italianos y alemanes. Fue detenido el 5 de junio de 1936 y, tras haber sido juzgado, fusilado el 20 de noviembre del mismo año. Su muerte, unida a las de Mola y Sanjurjo, facilitó el liderazgo absoluto de Franco en los cuarenta años siguientes. Con la frase que podía leerse en la fachada de la Colegiata, el gobierno de Franco homenajeaba su memoria y conseguía el apoyo de sus numerosos seguidores. Durante los años treinta, época de fuerte crisis económica y falta de seguridad ciudadana, José Antonio, una persona de discurso populista y palabra fácil y apasionada, consiguió ganar para su partido a multitud de personas, sobre todo a los más jóvenes. El poder de Falange durante la posguerra fue inmenso. Incluso de manera simbólica, siempre estaba presente, allí, en las alturas.
Falange poseía una rama juvenil, la OJE (Organización Juvenil Española) —a día de hoy, 2020, pervive como miembro del movimiento Scout europeo—, que en Osuna tenía su sede en un inmueble de la calle Alpechín. El mayor aporte de la OJE a la localidad consistía en la organización de una banda de cornetas y tambores que acompañaba los desfiles procesionales de la Semana Santa. En ella se formaron músicos que continúan en activo. En el mismo inmueble tenía su sede Radio Juventud, emisora de larga vida donde trabajó, entre otros profesionales, el ursaonense Juan María Mansera Conde, contratado después por Radio Nacional de España. Juan María era hermano del novelista Emilio Mansera, y también él novelista. Ambos fueron galardonados con importantes premios literarios.
De aquella Osuna solo van quedando fotografías olvidadas en cajones y desvanes. Son una fuente preciosa de datos.




Para saber más:

Socialismo, República y revolución en Andalucía (1931-1936), de José Manuel Macarro Vera (Secretariado de publicaciones de la Universidad de Sevilla, 2000).

La derecha en la II República: Sevilla, 1931-1936, de Leandro Álvarez Rey. (Servicios de publicaciones de la Universidad y del Ayuntamiento de Sevilla, 1993).

Osuna, 20 de julio de 1936: consecuencias de la rebelión militar, de Félix J. Montero Gómez. (En el cuerpo del texto no están indicados ni la editorial ni el año de edición). PDF de acceso libre.

La UGT de Sevilla. Golpe militar, resistencia y represión (1936-1950), de José María García Márquez. (Córdoba, Fundación para el desarrollo de los pueblos de Andalucía, 2008). PDF de acceso libre.

A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales. (Barcelona, Libros del Asteroide, 2011).

Espuelas de papel, de Olga Merino. (Madrid, Alfaguara, 2004).

Andalucía en la historia, nº 28. Número de la revista dedicado a la emigración andaluza a Cataluña. (Centro de Estudios Andaluces, Sevilla, abril-junio de 2010).

sme-matriculas.es, «Sitio de las matrículas españolas».