miércoles, 29 de abril de 2020

Fotografías de la Plaza Mayor de Osuna (II)


El fotógrafo vasco Salvador de Azpiazu anduvo por tierras andaluzas a finales del siglo XIX. Tenía treinta años y un nombre ya consolidado en el mundo de la ilustración. Había vivido en París una temporada y colaborado en la prensa francesa. Espíritu inquieto, en los años finiseculares, quizá acompañado por su amigo el escultor marchenero Coullaut Valera, visitó Marchena, Écija, Lora del Río y Sevilla, donde inmortalizó la Feria y la Semana Santa. También pasó por Osuna. En esta última localidad fotografió la Plaza Mayor en un momento muy especial: la visita de un circo. Nos dejó dos imágenes de la plaza.


            Tomada sin una preparación especial del encuadre —atento el fotógrafo sólo a los personajes que se mueven—, esta primera fotografía inmortaliza algunos de los artistas que veremos en la fotografía siguiente, lo que parece indicar que ambas fueron tomadas en un corto espacio de tiempo. Tres trabajadores de un circo, provenientes de la Carrera de Tetuán y de otras calles del pueblo, donde han anunciado la próxima función, se dirigen a la Plaza Mayor seguidos de una nube de chiquillos y mayores desocupados. Se trata de un trompeta, un percusionista y una mujer vestida con traje llamativo: una chaqueta muy entallada, llena de colores y acabada en una tira de flecos. Los tres parecen llevar mallas cubriéndoles las piernas. Enfrente del fotógrafo se ve un local que parece un bar. Los balcones del edificio están ocupados por mujeres. En la esquina hay paradas tres personas que observan la escena con distanciamiento, entre ellas un hombre vestido con capa española; debe ser el final de la primavera. El empedrado de la calle es muy irregular, seguramente debido al descuido y al azote de las lluvias. El edificio del Casino, aunque falto de pintura y mantenimiento, resulta inconfundible.
Según la web del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, la fotografía fue tomada alrededor de 1900. Una comparación de esta con otras fotografías de Osuna cuya fecha se conoce con exactitud, como las tomadas por los arqueólogos franceses Paris y Engels en 1903, invita a adelantar un poco la estancia de Azpiazu en Osuna. El aspecto del edificio de la esquina contraria al Casino es muy diferente en esta foto al que presenta en aquellas tomadas por los franceses. Quizá había cambiado de manos y se había dedicado a otro uso. Pudo reformarse, sin más, en poco tiempo. Pero, no lo veo, no sé. Habría que rastrear en archivos y hemerotecas para encontrar la fecha exacta de la visita de Azpiazu a Osuna. Pudo ser anterior. La foto tiene un indudable aire a antigüedad.


            Los músicos han llegado a la Plaza Mayor, donde evolucionan sin parar de tocar. Al grupo se ha añadido un payaso con un bombo, posiblemente fuera del encuadre de la foto anterior. Su pesado instrumento es transportado por niños, algo habitual en una época en la que el trabajo infantil era frecuente. El fotógrafo se ha unido al público como un espectador más. En el centro de la plaza, que parece tener el suelo de tierra —obsérvense las piquetas para los vientos clavadas en él—, hay levantadas varias estructuras de madera que sujetan redes de seguridad y, seguramente, trapecios y plataformas, aunque estos están fuera del encuadre. Al fondo y a la derecha, la esquina de la calle Tía Mariquita. No parece que estuvieran instaladas las farolas. Dispuestos sobre soportes cúbicos y alrededor de toda la plaza, unos largos tablones sirven de asiento a los espectadores de pago. Es una hipótesis: en ellos se observan grandes claros y sus pocos ocupantes se distinguen fácilmente del resto por la calidad y el corte de la ropa. Detrás de estos privilegiados, en pie sobre los bancos de la plaza, subidos a los árboles, los menos pudientes se preparan para contemplar el espectáculo. Su entusiasmo compensa la incomodidad de la postura. Un vendedor de frutos secos, quizá almendras garrapiñadas, se pasea canasto en ristre ofreciendo su mercancía. El sol va camino de Sevilla una tarde más.   


            Esta fotografía, perteneciente a la Semana Santa de 1903, puede servir para comparar el aspecto del edificio de la esquina de Luis de Molina. Se advierte con claridad el cambio de apariencia y de uso en relación a la imagen de Azpiazu. Muy drástico, creo, para tan poco tiempo.  
La imagen recoge el momento del paso de la hermandad del Dulce nombre de Jesús hacia la Colegiata. Los costaleros se disponen a subir la calle Luis de Molina, por la que ya ascienden los penitentes confundidos con el público asistente. El fotógrafo tomó la imagen desde el borde de la Plaza Mayor dejando a su izquierda uno de los puestos de comestibles a granel que habitualmente se colocaban en la acera de la plaza. En el primer plano, a la izquierda de las dos jovencitas vestidas de oscuro, se ven palos de cañaduz. El paso que sirve de soporte a la figura de Jesús Niño había sido estrenado pocos años antes, entre 1891 y 1894, y había sido fruto del impulso que, según el historiador José Manuel Ramírez Olid, había dado a la hermandad Victoriano Aparicio durante el tiempo en el que estuvo a cargo de la iglesia de Santo Domingo. La fotografía tiene infinidad de detalles. Los hombres que no llevan túnica van con la cabeza descubierta como muestra de respeto a la imagen sagrada y usan el sombrero para protegerse la cara, pues aquella primavera de 1903 estaba siendo especialmente seca y calurosa. Según testimonio del mismo Pierre Paris, «Desde diciembre de 1902 ninguna gota había mojado la tierra». La imagen está comprendida en el álbum de la misión arqueológica francesa.



Al mismo álbum pertenece esta curiosa fotografía. Fue tomada a media mañana de un día de inicios de la primavera desde el lateral sur de la Plaza Mayor. Al fondo se contemplan el edificio del Casino y la casa de enfrente. Un grupo de curiosos divide su atención entre el fotógrafo y a la señora sentada. En primer plano y a la izquierda, ante el grupo de curiosos, aparecen sillas apiladas, ignoro si disponibles para disfrutar de la Semana Santa o formando parte de terrazas de establecimientos de hostelería.
Se trata de una de las imágenes de sabor popular que tomaron los franceses e inmortalizaron personas sin relieve social pero pintorescas y singulares, merecedoras de su atención. La verdadera protagonista, la mujer, está sentada en la parte más próxima a la calle de la Tía Mariquita, quien sabe si llamada así en honor a ella misma. En cualquier caso, debía ser una persona muy popular de la Osuna de entonces y vivir con muchos gatos, dos de los cuales, colocados de manera simétrica, sestean plácidamente echados sobre ella. Siempre en el plano hipotético, podemos pensar que vivía muy cerca del lugar de la foto dado que está sentada en una silla con brazos o sillón, distinto a las sillas que se apilan entre el grupo de mirones y la cámara. Curiosamente el centro geométrico de la foto coincide con las cabezas visibles de dos hombres cubiertos con sombreros hongo, indicativos, por su precio, de clase social más elevada. Casualidad o no, aquí aparecen empequeñecidos hasta tal punto de pasar casi inadvertidos.


            Esta fotografía es más conocida. No puede ser posterior a noviembre de 1918: la torre de la Colegiata está aún en pie. Fijemos nuestra atención en la farola central.
Según veíamos en la entrega primera de esta serie, esta farola existía ya a principios de siglo, con las portadas de San Francisco aún en pie, por lo que podemos pensar que la imagen fue tomada con anterioridad a 1906. Sin embargo, aunque sufriera algunos cambios en la parte superior, dicha farola estuvo en el centro de la plaza hasta la década de los cuarenta, cuando se colocó su lugar la estatua del insigne polígrafo ursaonense Francisco Rodríguez Marín. No es una referencia, pues, que nos sirva ahora para la acotación temporal. Observen, si son tan amables, la belleza del acabado de la farola y sobre todo, fíjense, junto a la parte superior de la misma, en el muchacho asomado a una ventana de un edificio que parece en ruinas. Precisamente, el estado ruinoso del edificio del teatro nos va a permitir fechar la fotografía con un margen de sólo tres años. Como muchos de ustedes ya saben, el teatro contiguo al Casino se había inaugurado en los últimos años del siglo XIX con el nombre de «Teatro Echegaray» y así siguió llamándose hasta que todo su interior —butacas, telones, decorados, vestuarios, bambalinas e, incluso, todas las pertenencias de la cantante Manolita Ruiz, que en esos días actuaba en el local— ardió durante la madrugada del 1 de marzo de 1915. Como resultado del incendio, el edificio estuvo cerrado y en obras hasta 1919, año en el que fue reinaugurado y a partir del cual se llamó «Teatro Álvarez Quintero», nombre con el que cerró sus puertas hace ya unas décadas.
Como conclusión, y según estos datos, podemos afirmar con bastante seguridad que esta fotografía fue tomada tras la fecha del incendio, 1 de marzo de 1915, y antes de la caída de la torre de la Colegiata, ocurrida el 18 de noviembre de 1918.


En relación a la torre de la Colegiata, tenemos una fotografía del proyecto de su reconstrucción, fechado el 4 de abril de 1919. De la contemplación de este proyecto de alzado podemos deducir cómo sería hoy la torre si la obra no hubiera quedado paralizada por falta de dinero en 1924, año en el que fallece Luis de Soto Torres-Linero, un particular que financiaba la mayor parte de la obra. Este señor, capellán del Convento de la Concepción, había donado la cuantía de un premio de lotería para sufragar los gastos de la obra, considerable aportación personal que vino a unirse a las treinta mil pesetas obtenidas por suscripción popular y a las dos mil concedidas por el Ayuntamiento de la caja municipal, esto es, del bolsillo de los ursaonenses. La muerte inesperada del generoso donante en 1924 paralizó la reconstrucción. Hubo intentos de  continuar la obra en los primeros años de la posguerra pero no llegaron a fructificar por falta de financiación. Según se lee en las Actas Capitulares de esos años, los munícipes veían la necesidad de acabar la reconstrucción de la torre siguiendo «el deseo general del vecindario» por razones estéticas y de conservación, pues la torre había quedado abierta por la parte superior, expuesta por tanto a las inclemencias del tiempo. La torre ha seguido así hasta noviembre de 2019, cuando se han iniciado labores de consolidación y cerramiento de su parte superior. Aunque hoy día se alzan voces pidiendo la reconstrucción de los cuerpos de la torre que quedaron inconclusos en 1924, entiendo que esas voces fueran más numerosas en la época en la que aún vivían las personas que habían visto la antigua torre en pie. Debían contemplar la torre inacabada como una amputación de su memoria visual. Pero aquellas personas, por desgracia, ya fallecieron. La memoria visual de los actuales ursaonenses es bien distinta. Como dije en la entrega anterior de esta serie, yo no imagino la torre con otra apariencia de la actual, no la veo. Los defensores de su reconstrucción arguyen la pérdida de proporcionalidad del conjunto. Para ellos, el volumen de la torre estaba en perfecta armonía con el conjunto de la construcción y los rasgos estilísticos de los dos cuerpos hoy desaparecidos eran acordes con el resto. Otros hablan de reconstruirla con distintos elementos, un cuerpo octogonal, no cilíndrico, para soportar el cupulín, que pasaría a ser un remate piramidal al estilo del poseído por torres ursaonenses, la perteneciente a la iglesia de la Victoria, por ejemplo. En cualquier caso, este debate es fruto de una sociedad viva y siempre será bienvenido.
Los interesados en saber más sobre la historia de la torre de la Colegiata tienen a su disposición un excelente trabajo de Pedro Jaime Moreno de Soto y Francisco Manuel Delgado Aboza. Sus datos están al final de este artículo.
  

            Ahora contemplamos una de las pocas fotografías antiguas de la Plaza Mayor de Osuna tomadas dando la espalda al Ayuntamiento en la época anterior al adoquinado de la calle, esto es, a 1923. Aunque no se ve nada bien, parece que las portadas de San Francisco ya han desaparecido: lo que se advierte es un muro basto que no corresponde al que veíamos en ese lugar cuando San Francisco estaba en todo su esplendor. De ahí que, con todas las prevenciones, podamos afirmar que la foto fue tomada después de 1906. También apoya esta datación el tamaño de los árboles. En cuanto a los edificios de la Carrera, han cambiado casi todos. Muy cerca de la esquina de la calle Martos, parece que ya existía en la época de la fotografía la farmacia de Manuel Calle, cuya trastienda, o rebotica, era célebre por ser sitio de reunión de algunas de las personas más influyentes de Osuna, entre ellos el mismo Manuel Calle. Según me contaron, dicha rebotica tenía una puerta a la Carrera con un sardinel muy alto, tanto que era posible sentarse en él, echarse hacia atrás y oír las conversaciones de los que allí se reunían. Por esta razón, para que nadie, haciéndose el borracho o el dormido, pegara la oreja a la madera y descubriera secretos o estrategias de la política local, la parte baja de la puerta tenía largas puntillas que asomaban hacia la calle y quitaban las ganas de espiar a cualquiera.
También se advierte en la fotografía el inmueble que ocupaba el solar donde años después se levantaría el edificio que hoy conocemos como Casa Gaona, situado en la confluencia de la Carrera con la calle Nueva. Como vemos, era una casa muy distinta a la que existe hoy, que parece construida siguiendo la moda que implantó Aníbal González en Sevilla y provincia en la época de la Exposición Universal de 1929. De ahí que podamos suponer que la fachada que contemplamos con dificultad en esta fotografía existió por lo menos hasta principios de los años 30.
De vuelta a la Plaza de España, el sitio que en otras fotos antiguas vemos ocupado por un quiosco de bebidas aparece ocupado por una estructura formada por tres palos atados que recuerda la armazón que soporta la polea para sacar agua de un pozo, posibilidad aceptable por la memoria que tenían personas muy mayores de la existencia de un pozo en el mismo lugar.


            El vendedor del quiosco de la derecha de esta fotografía se surtiría de dicho pozo. La imagen debió ser tomada años antes. Vemos claramente los mismos naranjitos con tutores de madera que contemplábamos en las fotos en las que las portadas de San Francisco estaban aún en pie; es decir, en fotos anteriores a 1906. De esta imagen cabe destacar sobre todo a las personas.
            El fotógrafo, ya fuera local —como Antonio Rodríguez, José Rojas y José Ruiz Romero (iniciador de una dinastía de fotógrafos ursaonenses que llega hasta hoy)—, ya fuera itinerante, colocó a los niños en medio y a los mayores en los extremos buscando una simetría en el grupo propia de la intención de un artista. Llama la atención el vestuario de los dos adultos, todo de color blanco, algo que nos invita a pensar que la imagen fue tomada en verano. De todas formas, lo más interesante de la foto, al menos para mí, es el detalle del hombre que va encima del borrico, transporta cántaros y se hace sombra en los ojos, quizá para mirar extrañado al fotógrafo y su equipo. Sólo habiendo conocido a los fotógrafos que había en la feria hasta hace unos años se puede uno hacer una idea de cómo serían las cámaras de entonces, todavía más aparatosas.
En cuanto al quiosco que aparece a la derecha de la imagen, pudo haber seguido en ese lugar hasta comienzos de los años treinta. Según se lee en las Actas Capitulares, exactamente en la perteneciente a la sesión del 14 de mayo de 1931, cuando ya se habían celebrado las elecciones que hicieron posible la llegada de la Segunda República y gobernaba el municipio una comisión gestora con Francisco Cáceres Nieto como alcalde interino, se acuerda, y cito literalmente, «que desaparezca, por razón de ornato, quedando al mismo tiempo expedita la vía pública y haciendo posible el adoquinado de la superficie que ocupa, el aguaducho existente en el ángulo Nordeste de la Plaza de la Constitución». Aguaducho, palabra hoy en desuso, vale por «puesto donde se vende agua, y que por lo común tiene un armario para colocar y guardar los vasos». Recordemos una imagen de la entrega anterior en la que se veían botijos colocados en su mostrador.



 Esta fotografía, de un interés excepcional desde el punto de vista humano, puede llevar a confusión debido a su encuadre. Dado que el fotógrafo seleccionó un espacio que excluía las bellas portadas de San Francisco, un primer impulso puede hacernos pensar que fue tomada después de 1906. Así lo pensé en un primer momento y lo defendí en algunas publicaciones anteriores al descubrimiento, en el archivo de la Casa Velázquez de Madrid, del álbum fotográfico de la misión de los arqueólogos franceses en Osuna (1903). Esta fotografía forma parte de él. Lleva por título La grand place.
Vamos a detenernos en la protagonista de la imagen. Cerremos el foco. Parece una mujer mayor pero quizá no llegue a la cincuentena; está avejentada por la vida de trabajos y renuncias que ha llevado. Va hacia una fuente. Lleva en las manos un cántaro, ahora vacío, muy pesado a la vuelta. Sus ropas son humildes, su coquetería al vestir ninguna: ya no está ella para esas cosas. Es una mujer trabajadora, una de las madres y abuelas que se dejan la vida por sacar adelante a sus hijos, la única persona inmortalizada en la imagen que hace algo útil por los demás. El resto, todos hombres, se pasea, juega o toma el agradable sol de invierno. Eran otros tiempos.
Ampliemos de nuevo el foco.
Al fondo, a los pies de la espadaña de la Concepción, se observa una construcción de color claro y tejado a dos aguas ya vista en otras fotos. Se trata de «El Delirio», un establecimiento donde se servían vinos, aguardientes y refrescos. Este humilde local, construido con tablas, puede observarse con detalle en una de las fotografías del álbum de los arqueólogos franceses. Por las mañanas también vendías jeringos, palabra muy ursaonense hoy casi olvidada, como bien recuerda el profesor Ramírez Olid.   
Un componente fundamental en el paisaje urbano actual de nuestra plaza principal es, sin lugar a dudas, la casa situada cerca de su ángulo noroeste, la última que nos encontramos a nuestra derecha si nos encaminamos hacia la calle Sevilla. Dicha casa fue edificada en el estilo que estaba de moda a principios de los años 30, el que impuso el genio de Ánibal González, diseñador, entre otros edificios y lugares famosos, de la Plaza de España de Sevilla. Los especialistas en historia del arte, como Pedro Jaime Moreno de Soto, lo denominan estilo regionalista. Como ya habrán advertido, dicha casa estaba aún sin construir en el momento de la foto y su solar ocupado por una casa baja, de corte tradicional.


En esta otra foto, tomada entre 1906 y 1917 —todavía no se aprecian cambios en el lugar donde se construiría la fábrica de Daniel Espuny—, fíjense, si son tan amables, en la solución que se dio al destrozo causado por la caída de la espadaña de San Francisco: se tapió la puerta renacentista, que en realidad era el acceso a la capilla de la Virgen de las Angustias, y en el lugar que ocupaba la del XVIII, la más bonita, que sería la que servía de acceso a la iglesia, se construyeron, seguramente aprovechando los restos de los muros antiguos, dos muretes de considerable altura que bajaban de nivel para acomodarse a la altura de una cancela. También se advierten los claustros, reconvertidos en Plaza de Abastos desde el siglo XIX, y la imponente mole de la iglesia, que estuvo en pie hasta que se derrumbó en los años cuarenta. En cuanto a la fecha del derrumbe del templo, después de haber rastreado con minuciosidad las Actas Capitulares de los años cuarenta y de no haber encontrado alusión alguna a este desgraciado hecho, estaba a punto de darme por vencido cuando un alma generosa tuvo a bien facilitarme el acceso al Libro de Actas de una de las hermandades que tuvo su sede en San Francisco hasta el momento de su derrumbe. Gracias a este precioso documento podemos afirmar con toda seguridad que el desplome tuvo lugar la noche del 6 de diciembre de 1944. También casualmente, a veces la fortuna sonríe a los perseverantes, pude hablar con una persona que aquel seis de diciembre tenía dieciséis años y dormía en una casa de la Carrera justo al lado de los muros de la iglesia. Según este señor, sobre las once de la noche le despertó un temblor de tierra acompañado por un ruido ensordecedor y seguido de una densa nube de polvo que tardó mucho en disiparse. Al principio pensó que era humo procedente de un incendio, pero pronto notó el olor característico del polvo producido por el derribo de un edificio construido con sillares. La noche fue inolvidable por lo dantesco del panorama. Aunque no hubo heridos, sí hubo situaciones muy apuradas, incluso de pánico. Tal fue el caso de una familia que vivía en la Carrera justo al lado de la puerta de acceso al templo que existía más o menos frente a la calle Martos. El desplome de la iglesia había producido también el de la escalera que en el interior de la vivienda familiar daba acceso a los dormitorios de los hijos, los cuales tuvieron que descender con ayuda de cuerdas, poleas y personal joven, fuerte y arriesgado. Otro señor me relató el episodio de la recuperación de una de las imágenes más importantes del templo, situada en una zona que había quedado muy insegura. Justo después de haberla puesto a salvo, todo el muro donde se encontraba situada se vino abajo. Por unos segundos nadie resultó herido.


Han pasado años. El reloj del Ayuntamiento ya está instalado, así que la fotografía tiene que ser posterior a 1928, como ya sabemos. Fijémonos ahora en la acera del Casino. Si la miran con atención, verán que era mucho más ancha de lo que es ahora y que trazaba una curva justo al lado del arco del edificio del Ayuntamiento. El acuerdo de estrechar y alinear esta acera con el arco para facilitar el tráfico rodado, de cierta importancia ya en esta época, fue tomado el 14 de junio de 1936, siendo alcalde Rafael Aguilar Ruiz. El proyecto y el presupuesto de la obra se aprueban en la sesión del 16 de julio del mismo año pero, dado el comienzo de la Guerra inCivil, la obra debió llevarse a cabo después, en algún momento que aún no he podido determinar pero que debió ser en el transcurso de la guerra o en los primeros años de la posguerra. De todas formas, este dato no es muy fiable pues, según socios del Casino a los que he consultado, la acera ha sido ensanchada y estrechada en varias ocasiones. Cuando pasen andando por allí, si quieren se fijan en el suelo y verán la señal del antiguo trazado de la acera en una hilera de adoquines.
En cuanto a los coches que aparecen en la fotografía, el único que medio se puede identificar es el que está en el primer plano y tampoco ayuda mucho a determinar la fecha de la imagen. Según personas entendidas, parece un Ford T del 1926 y fabricación española. Como curiosidad diremos que los Ford, los primeros automóviles fabricados en cadena y dirigidos a un público amplio, eran mucho más baratos que los coches europeos, como el Hispano Suiza, vehículo este último que sólo poseían personas muy acomodadas. El Ford de la imagen tenía veintiún caballos y llegaba a alcanzar los setenta kilómetros por hora, una temeridad para las carreteras de entonces.
            No fue fácil la vida en la Osuna de aquella época y tampoco lo fue en los años siguientes. Era tanta la necesidad y la falta de trabajo que los alcaldes de la República, impotentes ante el terrible paro obrero que existía, se veían obligados a repartir vales de pan entre las personas que se congregaban en la Plaza Mayor y pedían trabajo. Así se recoge en las Actas Capitulares de las sesiones celebradas el 16 de octubre del 1931, el 11 y el 23 de marzo del 1932, el 4 de mayo del mismo año, etc. El alcalde que más tiempo gobernó el municipio en esta época fue Manuel Rodríguez García, propietario de una carpintería situada en el número 11 de la calle del Cristo, llamada oficialmente Francisco Largo Caballero desde el 17 de junio de 1931.
Durante la Segunda República Osuna se modernizó en muchos sentidos. Aunque hoy día nos parezca que son cosas que han existido siempre, entre 1931 y 1936 se instalan por primera vez buzones de correos, se obliga a las farmacias a especificar en el exterior cuál es la que está de guardia, se crea una sala de maternidad en el hospital, se colocan carteles de zona escolar en los sitios adecuados para que los conductores tengan cuidado con los niños, hay un intento de soterrar la línea eléctrica que pasa junto a la Colegiata, etc. Por último, mencionar que el 29 de diciembre de 1934, a propuesta de Antonio Rodríguez Barraquero, primer teniente de alcalde, se acuerda «la instalación de unas luces en el Sepulcro de los Duques de Osuna, teniendo en cuenta los numerosos turistas que visitan dicho lugar». La localidad ursaonense ya era un atractivo destino turístico.



Para saber más:

Web del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz. Fondo Azpiazu.

Osuna retratada. Memoria fotográfica de la misión arqueológica francesa de 1903, José Ildefonso Ruiz Cecilia y Pierre Moret (eds.). Obra colectiva. Patronato de Arte y Amigos de los Museos de Osuna, 2009.

«La torre de la Colegiata de Osuna: vicisitudes y restauraciones acaecidas en los siglos XIX y XX», de Pedro Jaime Moreno de Soto y Francisco Manuel Delgado Aboza, en Apuntes 2, n. 4, págs. 189-215. Ayuntamiento de Osuna, 2004.

Osuna durante la Restauración (1875-1931), de José Manuel Ramírez Olid. Ayuntamiento de Osuna, 1999.

Historia general de la fotografía en Sevilla, de Miguel Ángel Yáñez Polo. Sevilla, Sociedad Sevillana de Médicos Escritores Nicolás Monardes, 1997.

viernes, 17 de abril de 2020

Aullido, de Allen Ginsberg


Ginsberg en India

Edición bilingüe del célebre poemario del estadounidense Allen Ginsberg (1926-1997), contemporáneo y amigo de Jack Kerouac y William S. Burroughs. El principal valor del libro es su espíritu rompedor. En un país y un momento donde las ideas más conservadoras se imponían, este muchacho de treinta años escribe y, finalmente —después de tener problemas con la censura—, publica un libro contestatario e independiente, fruto de su experiencia vital. La forma del verso es libre, nada academicista, y las llamadas al consumo de drogas, a la no violencia o a la práctica libre de la sexualidad son constantes. La sociedad occidental parece estar sumida desde hace décadas, quizá más de un siglo, en un movimiento continuo de avance y retroceso, de concesión o negación de libertades, y la obra de los miembros de la Generación beat constituye uno de los principales apoyos a las tendencias aperturistas, base del posterior movimiento hippy y de muchas otras tendencias liberalizadoras de las costumbres. En la base de estas están las religiones orientales y las enseñanzas de Mahatma Gandhi (1869-1948), todo ese mundo espiritual tan diferente al judeocristiano y al que Ginsberg y otros intelectuales y artistas occidentales --ahí está la correspondencia entre Tolstói y Gandhi, en este caso de enriquecimiento mutuo—, vuelven la mirada en busca de respuestas desde hace al menos un siglo. Pronto, por cierto, se cumplen cien años de la publicación del imprescindible Siddhartha (1922), de Hermann Hesse (1877-1962), base, a su vez, de muchas inquietudes espirituales entre los lectores europeos y americanos insatisfechos con sus costumbres y su cultura. Aullido y otros poemas incluye Canción, un texto que el gran Hilario Camacho versionó en su L.P. De paso (1975). Le dejo con él. (Pinche aquí).

Allen Ginsberg, Aullido y otro poema, Barcelona, Anagrama, 2013. [Howl and Other Poems, 1956]. Traducción de Rodrigo Olavarría.

jueves, 16 de abril de 2020

Fotografías de la Plaza Mayor de Osuna (I)






Con esta fotografía, fruto del amor por lo popular, iniciamos nuestro camino. Tuvo que ser tomada con anterioridad a 1906, cuando se derrumbó la espadaña mayor de San Francisco. Aparte de la belleza de su encuadre, y del lamento por la pérdida casi total del conjunto de San Francisco —sólo han quedado los claustros, que se usan como Plaza de Abastos desde 1869—, llaman la atención las personas situadas en primer término, personas humildes.
            Según los periódicos locales de finales del siglo XIX, el establecimiento de la Plaza de Abastos en San Francisco tuvo tanta aceptación que no había sitio material para la colocación de los puestos y algunos tenían que situarse fuera. No debemos olvidar que a principios del siglo XX Osuna contaba con 18.000 habitantes y el comercio estaba mucho más reunido en la zona céntrica. Sobre los vendedores de la imagen podemos aventurar alguna hipótesis. Según vemos por las sombras de los árboles, la foto está tomada a media mañana. Si unimos a éste otros datos, como el lugar de colocación del puesto, el abrigo de las personas —mediano— y la aparente naturaleza de los artículos, frutos que se dan en otoño en Las Viñas —madroños, almendras, nueces o acerolas—, podemos pensar que la foto fue tomada un día soleado de otoño, avanzada la mañana, a unas personas que no habían cogido sitio en la plaza por venir de lejos, por ejemplo de Las Viñas, pues eran muchas las que vivían allí y bajaban a Osuna a ganar unas perras con las que sobrevivir. Es sólo una hipótesis. 


Volvemos a San Francisco. Disponemos de fotografías en las que puede verse cómo eran algunos de sus accesos. Esta es una de ellas, muy reproducida desde hace años. La puerta de la izquierda según vemos la foto, un acceso sencillo, sin adorno alguno, es la única que se ha conservado: las otras dos, bellas portadas, fueron destruidas en 1906 por la caída sobre ellas de la espadaña mayor. De estas, la situada a la izquierda era de estilo renacentista, y la de la derecha, la que está detrás del muchacho, seguramente posterior, de estilo barroco.  Fue una pena que se perdieran las dos, pero sobre todo la de la derecha, la que tiene encima una hornacina con una imagen que debía ser de San Francisco. Según Pedro Jaime Moreno de Soto, historiador del arte, los conventos franciscanos tenían dos puertas principales, una de las cuales, en este caso la que está detrás del muchacho, sólo se abría con motivo de celebraciones importantes.


            Aquí tenemos una fotografía que bien pudo ser tomada el mismo día que la del puesto que comentábamos antes. Aparte de la Concepción, que está más o menos igual que hoy día, y de las portadas de San Francisco, que se adivinan a la derecha, llama la atención el kiosco de la izquierda, en el que, seguramente, se despachaba agua y alguna bebida alcohólica, sobre todo aguardiente. Si se fijan, se ven dos recipientes que parecen botijos o búcaros y están encima del mostrador. El diseño del kiosco es acorde con el entorno, muy propio, entonces y ahora, de un lugar como la Plaza Mayor de Osuna. También en esta imagen se distinguen personas vendiendo y comprando algunas cosas en la acera de la plaza pero no se ve bien qué artículos puedan ser. Hay un objeto muy curioso pegado a la pared de San Francisco. Está puesto bajo lo que parece un sombrajo y tiene aspecto de rueda de afilador, algo que no debe extrañar si recordamos que en este lado de la plaza ha habido afiladores de navajas, calabozos y cuchillos de cocina durante varias generaciones. Parece lógico si tenemos en cuanta la cercanía de la Plaza de Abastos y de las antiguas carnicerías.


Siguiendo con el lado de la plaza donde estaba situado el convento de San Francisco, tenemos una fotografía en la que también podemos ver cómo eran las portadas perdidas. Según se advierte, coinciden con los inmuebles que hoy día están situados al lado de la puerta de la Plaza de Abastos más cercana a la Carrera: un establecimiento de hostelería y un edificio de titularidad municipal, destinado, según creo, a oficina de información turística. La portada de la derecha, como ya hemos visto, pertenece al estilo barroco, en este caso «de ida y vuelta», como los cantes flamencos, estilo al que también pertenece la reforma que se hizo en el siglo XVIII en la casa-palacio del Marqués de la Gomera, cuando el edificio de la calle San Pedro fue adornado con la portada y la cornisa que lo han hecho célebre. En esta portada de San Francisco existían los mismos remates y adornos curvos con volutas al final, algo nada extraño si tenemos en cuenta cómo debió influir la reforma aludida en otros edificios del pueblo: cuando paseen por Osuna fíjense, si lo desean, en la portada de la Antigua Audiencia y verán unos adornos parecidos o, un poco más abajo, ya en la Plaza Cervantes, en las azoteas de dos casas vecinas.
En esta foto también llama la atención el vestuario de la mujer del centro, a la última moda de París. La mujer sonríe al fotógrafo y así, sonriendo, ha quedado inmortalizada. A su lado va una mujer mayor que parece darle consejo. Parece claro que la presencia de la joven, quizá conocida por el fotógrafo, motivó la fotografía. Como todas en las que se contempla la espadaña grande de San Francisco, hay que fechar la imagen con anterioridad a 1906, exactamente al 10 de enero de ese año, día fatídico en el que queda desfigurado para siempre todo un lado de la Plaza Mayor.

  


            En el Libro de Actas del Ayuntamiento de Osuna, exactamente en la correspondiente a la sesión del día 12 de enero de 1906, siendo alcalde Antonio Hidalgo Domínguez, se dice:

«Leyóse una comunicación del Maestro de Obras Don Félix Llano Galeazo, fechada en diez del mes actual, por la que dá cuenta de que á causa del hundimiento de la torre [sic] de la Iglesia de San Francisco, ocurrido en la noche anterior, se ha puesto en ruina inminente el muro exterior de dicha Iglesia, debiéndose proceder á su demolición con toda urgencia. El Ayuntamiento acordó que se instruya el oportuno expediente con sujeción á la vigente Ley».

Estas líneas, redactadas con la frialdad propia del lenguaje burocrático, constituyen el acta de defunción de las dos portadas de San Francisco levantadas en la Plaza Mayor, visibles con bastante detalle gracias a esta imagen. Podemos fecharla con mucha exactitud porque debió ser tomada el mismo día de la caída de la espadaña. Parece que no se conserve una imagen frontal y cercana anterior al hundimiento, pero con ésta y las anteriores un buen dibujante podría reconstruir muy bien las dos portadas. Ojalá alguien ponga manos a la obra y podamos verlas reconstruidas en forma de cuadro o maqueta. Cosas más difíciles y desinteresadas se llevan a cabo.
La portada renacentista, posiblemente del siglo XVI, era muy parecida a otras de la misma época, con su frontón, su friso y sus columnas, como eran los templos griegos y romanos. La de estilo barroco está avanzada sobre la calle, digamos que la invade, como también ocurre en otros edificios de Osuna como, por ejemplo, la Casa de la Cultura, un antiguo convento jesuita. La escultura que se observa en el ángulo superior izquierdo debía tener algún significado religioso, aunque aparentemente sólo es un hombre joven sentado y sujetando una especia de jarrón.
           

            Esta foto recoge el ángulo sureste de la Plaza Mayor. Empecemos por el edificio del Ayuntamiento, exactamente por el tejado. Lo primero que puede llamar la atención es la ausencia del reloj que existe en la actualidad. Dicho artefacto costó 8.000 pesetas, más o menos lo que hubiera ganado un obrero del campo de la época en cinco años y medio de trabajo, siempre que se le pagara en dinero y hubiera trabajado los 365 días del año. O sea, muchísimo. Fue comprado, siendo alcalde Antonio de Castro Tamayo, a Federico Pastora, un relojero de Sigüenza (Guadalajara), en abril de 1928, e instalado ese mismo año; la foto, por tanto, tiene que ser anterior. También advertimos que al final del tejado había un murete hoy inexistente. Ese murete se sigue contemplando en fotos tomadas en los años cincuenta, así que tiene poca utilidad para la datación de la fotografía. Lo que más llama la atención en el edificio del Ayuntamiento, aparte de la existencia de un solo arco para el paso de vehículos y personas, es el número de arcos de las galerías de los pisos primero y segundo, cuatro en vez del número actual, nueve si no recuerdo mal. El edificio sede de la corporación municipal tuvo ese aspecto hasta la II República o, al menos, durante ese periodo histórico se tomó la decisión de ampliarlo. Según puede leerse en las Actas Capitulares, en la sesión del Ayuntamiento celebrada el 19 de enero de 1934, siendo alcalde Manuel Rodríguez García y a propuesta del concejal Francisco Rodríguez Hidalgo, se acuerda reconstruir con el mismo estilo del Ayuntamiento las fachadas de las dos casas contiguas al mismo que, según informa el maestro de obras, amenazan ruina. Dichas casas habían sido compradas por el Ayuntamiento sólo cinco años antes, en 1929. El 16 de febrero de 1934 se acuerda sacar a concurso las obras y también aplazar el comienzo de las mismas hasta que se disponga de dinero. Según se ve en una foto de comienzos de los cincuenta, que veremos en otra ocasión, en esos años la obra estaba finalizada pero, hoy por hoy, ignoro la fecha exacta en la que se hizo.
            Si centramos nuestra atención en la zona de la izquierda de la fotografía, encontramos el edificio del Casino, primer elemento de la foto que nos va a ayudar a fecharla con cierta exactitud. En la imagen llama la atención que la construcción no sea tal y como la conocemos hoy, sino que sea sólo la mitad de ancha, pues en su parte superior tiene sólo cinco ventanas y no las diez actuales. Aunque el Casino estaba en la Plaza de España desde 1848, sabemos que el edificio que contemplamos, con sólo cinco ventanas en arco en la parte superior, no se acabó hasta 1894, fecha que nos sirve de referencia útil para fijar el marco cronológico inferior. La casa vecina fue adquirida por la sociedad en 1921 y, aunque faltan las actas de las reuniones del Casino de los años siguientes, se sabe que la reforma del nuevo local para unificarlo con el antiguo debió hacerse poco después de la compra, por lo que la foto debe fecharse entre 1894 y 1921 a falta de datos más precisos. Vamos a buscarlos.
            Crucemos la calle. Por las sombras vemos que la imagen fue tomada ya avanzada la tarde. Como hay muchos puestos de vendedores, debemos suponer, sólo es una hipótesis, que la Plaza de Abastos también estaba abierta por la tarde, o bien que la colocación de los puestos en la plaza pública estaba permitida a cualquier hora del día. En cuanto al suelo, este tipo de pavimentación, llamado arrecife, existió en este lugar hasta 1923, año en el que se adoquinó el trayecto comprendido entre el edificio del Ayuntamiento y la calle San Francisco, siendo alcalde Francisco López Rueda. Apuntemos, como dato curioso, que la decisión de adoquinar la Carrera, primera calle del pueblo sometida a esa transformación, fue tomada por el Ayuntamiento en 1912, siendo alcalde Antonio Fernández Vera; entonces se compraron los adoquines en Gerena y estuvieron almacenados durante once años por falta de dinero para la obra.
            Sin embargo, el elemento de la fotografía que nos va a ayudar a fecharla con más exactitud es precisamente algo tan inocente y necesario como un árbol. Se trata de uno que parece un naranjo, tiene un tutor hecho de tablitas y se advierte con trabajo a la izquierda de la cabeza del muchacho que posa en primer término. Si recuerdan las fotos que hemos visto anteriormente, sobre todo aquellas en las que San Francisco estaba aún en pie, comprobarán que se ven arbolitos iguales, de la misma altura y con los mismos tutores, por lo que podemos fechar con toda seguridad esta foto entre 1894 y 1906: el primero es el año de la construcción de la primera parte del Casino y el segundo el año de la desaparición de la espadaña mayor y las portadas del convento de San Francisco.


            En esta foto vemos a un grupo de hombres sentados a la puerta de la casa contigua al Casino. El inmueble tiene todo el aspecto de un lugar de ocio, por lo que la foto podía ser posterior a 1921, año de la compra de esta casa por la sociedad recreativa. Sin embargo, y según parece, en esa casa existía un bar ya de antes. Si tenemos esto en cuenta, y que los hombres no parecen tener el aspecto que se espera de los socios de un casino de la época, no parece que la imagen fuera tomada después de 1921, más bien antes, en el mismo espacio de tiempo que las fotografías ya vistas aunque unos años después porque los árboles de la plaza han crecido. Quizá sea posterior incluso a 1910. Observen, por favor, el detalle de los grandes sombreros de los hombres que hay sentados a la izquierda, detalle por el que alguien puede deducir de dónde procedían, si es que estaban de paso por el pueblo, o, incluso, que oficio tenían. Era una época en que la indumentaria y el calzado aportaban mucha más información sobre las personas.
            Fíjense, como curiosidad, qué grandes eran las boinas de la época. Recuerdan las que llevaban los soldados carlistas o llevan actualmente algunos cuerpos especiales del ejército de tierra. También resulta de interés el grupo situado a mitad de la calle, en el cual pueden distinguirse perfectamente dos hombres que, por los uniformes, bien pueden ser militares. No olvidemos que, en la época, había miliares en Osuna. Estaban destinados en la Caja de Recluta o Zona de Reclutamiento, instalada en el edificio de la Antigua Audiencia. Todavía muchos de nosotros conocemos aquellos alrededores como “la Zona”.


            Esta foto fue tomada dando la espalda a la calle Sevilla y al Convento de la Concepción. Volvemos a tener como referencia importante el edificio del Casino en su forma posterior a 1894 pero anterior a 1921 ó 22, pues la casa que luego se compraría está aún en su estado antiguo. Observen también los adornos de la fachada del Casino, que parecen distintos a los actuales.
También en esta foto aparecen los naranjitos; pero las moreras, si es que son moreras, están más pequeñas que en las fotos anteriores, por lo que ésta podría ser un poco más antigua que las demás, como también demuestra el hecho de que no aparezca la gran farola del centro de la plaza que sí se ve en las otras, sobre todo en la de San Francisco visto desde la calle de la Tía Mariquita. La referencia de la torre de la Colegiata resulta útil para situar el marco cronológico superior porque, como ya saben, tuvo la forma que contemplamos hasta que se vino abajo en 1918, exactamente el 18 de noviembre. Del último cuerpo de la torre, el que hoy no existe, se sabe poco. Esta torre parece haber tenido problemas de cimentación desde que se construyó y siempre ha resultado muy dañada por terremotos y fenómenos atmosféricos dado su emplazamiento, tan expuesto. Tanto en el siglo XVIII como en el XIX sufrió daños importantes. Según el eminente arquitecto Rafael Manzano, el añadido del último cuerpo, del cupulín, se habría hecho aprovechando uno de los arreglos del siglo XIX y en él habría participado económicamente Mariano Téllez Girón, XII duque de Osuna. De ser así, el cupulín sólo habría existido unos durante unos cuarenta años. Volviendo a la fecha de la fotografía, debió tomarse poco después de la reforma del edificio del Casino, la primera, la que acabó en 1894, por lo que es fácil, como ya dije, que esta foto sea la más antigua de la serie.


En relación al derrumbe de la torre de la Colegiata, tenemos esta imagen, cedida por la familia de Francisco Palomino Muela. Aunque la versión oficial del motivo de su desplome fue la caída de un rayo, contamos con el testimonio de los descendientes de los antiguos campaneros, los cuales recuerdan el relato de sus mayores, muy distinto. Desde un mes o dos antes del derrumbamiento se oían ruidos extraños cada vez que tocaban las campanas. Preocupados, habían tenido que mudarse a una casa en el pueblo, desde donde acudían a ejercer su oficio tres veces al día, como era su obligación. El día que se derrumbó la torre, durante el último toque, que era a eso de las diez y media o las once de la noche, oyeron unos ruidos más fuertes de lo normal y corrieron fuera del edificio para ponerse a salvo. Una o dos horas después la torre se vino abajo. De la casa de los campaneros sólo quedaron las paredes exteriores. La reconstrucción de la torre se paralizó por falta de dinero en 1924 y, desde entonces, permanece inacabada, aunque su aspecto actual quizá sea más parecido al proyectado en la época de Juan Téllez Girón, IV Conde de Ureña, persona instruida y de refinada sensibilidad artística. En el momento en el que publico este texto, refundición de uno antiguo, la torre está siendo intervenida para cerrar de manera conveniente su parte superior, que quedó abierta tras la paralización de las obras hace casi un siglo. Sé que no es mi cometido, solo soy un comentarista de fotografías antiguas, pero quiero expresar mi opinión sobre una posible reconstrucción de la torre para dejarla como estaba a comienzos de noviembre de 1918. No soy partidario. Como parece demostrado, ese remate en forma de cupulín, parecido al de otras torres de templos andaluces —véase, por ejemplo, la parte superior de la única torre de la Catedral de Málaga (siglo XVIII)—, no estaba comprendido en la construcción original, fue un añadido posterior, de dudosa oportunidad desde el punto de vista artístico. En lenguaje popular, digamos que no pega. La altura y la apariencia actuales de la torre son las adecuadas.  




martes, 14 de abril de 2020

Días enteros en las ramas, de Marguerite Duras



Publicado en los comienzos de la producción de Duras, se  trata de un libro de relatos largos y de muy distinta naturaleza.
            Días enteros en las ramas, que da nombre al libro, cuenta la visita de una madre anciana y muy acomodada a uno de sus hijos, curiosamente su preferido a pesar de haber optado por lleva una vida tan distinta a la suya y a todo lo considerado comme il faut. El hombre, joven y atractivo, vive de su trabajo como relaciones públicas —bastante comprometido con la felicidad de la clientela femenina— de un cara boîte de París. Desde pequeño fue el más libre e imaginativo de los hermanos, capaz de pasar horas subido a los árboles.  Ella se siente orgullosa de verlo capaz de medrar en la gran ciudad, en medios tan hostiles y a pesar de sus debilidades de carácter, pues es ludópata. Todo lo que escriba sobre cómo está contado la historia será solo un pálido reflejo de la narración. Hay que leerla.  
            El segundo relato, Madame Dodin, centra la atención del lector en la vida de una portera de edificio parisino de clase acomodada.  Una portera de las antiguas, que vive en una pequeña y deteriorada vivienda situada en la planta baja. Sus obligaciones llegan al punto de tener que abrir el portal a cualquier hora del día o de la noche, cosa que puede hacer desde la cama con un sistema de cuerdas y poleas. Una de sus obligaciones laborales es sacar la basura de todos los pisos, y alrededor de esta obligación, tan molesta, giran todas sus reivindicaciones. El personaje, a pesar de su carácter desapacible y su aparente falta de empatía, es una persona cálida cuando es necesario y muy respetada por todos los vecinos, que no podrían vivir sin ella (y lo saben). Tiene una divertida historia de amor con el barrendero de esa calle. Esta narración posee similitudes, afinidades temáticas y de sensibilidad a la hora de tratar a un vecino tan dispar en los edificios de viviendas de propietarios acomodados, con otras, por ejemplo, de Cortázar (Los buenos servicios) y Barbery (La elegancia del erizo).    
            El tercer y último relato, La obra, mucho menos físico, por decirlo así, que los dos anteriores —más basado en sugerencias  que en realidades palpables—, cuenta la historia de amor entre un hombre y una mujer muy tímidos, clientes de un hotel de lujo situado en las afueras, cerca de un bosque. Trata, si generalizo, de la relación que mantenemos con la persona que nos atrae, de cómo ésta cambia según el nivel de cumplimiento de nuestras esperanzas, de cómo la disponibilidad y la atención de la persona que antes parecía ignorarnos la puede volver invisible a nuestros ojos.  
El último relato, a mi entender, es el menos atractivo de los tres. Los dos primeros son perfectamente dignos de figurar en una antología de cuentos centrados en la vida del París de los años cincuenta.

Marguerite Duras, Días enteros en las ramas, Barcelona, Seix Barral, 1988. (Des journées entières dans les arbres, 1954). La traducción creo que es de Juan Petit.

miércoles, 8 de abril de 2020

Opium, de Jesús Ferrero


Tibet. Himalayas, (Nikolái Roerich, 1933)

            Novela de ambientación oriental —algo parecido a una chinería o chinoiserie—centrada en una relación amorosa imposible. Parece que fue concebida por su autor al calor del éxito de su primera novela, Bélver Yin, de parecida temática. La acción de Opium transcurre en una zona poco definida entre el Nepal y el Tíbet y en un momento de desarrollo técnico que podemos situar en la Edad Media europea, aunque en el contexto asiático posiblemente deba ser situado en un periodo cronológico muy posterior. Los protagonistas son Opium, la chica, y Bambú, el chico. Ambos son físicamente perfectos y de corazones y pensamientos limpios de maldad. Pero la sociedad en la que viven está gobernada por adultos poco dados a romanticismos, gobernada por adultos, vamos, y los dos enamorados van a sufrir el duro choque con la realidad que suele acompañar a las personas al hacerse mayores. Un choque, en este caso, amplificado por la crueldad que demuestran los habitantes de las aldeas de montaña donde transcurre la acción, dominadas por poderosos hombres y mujeres que no dudan en aplicar a sus esclavos los más rigurosos castigos.
            Los alumnos de la Escuela de Letras de Madrid, efímero centro de enseñanzas literarias que existió en los años noventa en la calle del Factor, muy cerca de la Catedral de la Almudena, cuentan que Jesús Ferrero (Zamora, 1952), profesor en aquella escuela, tenía una peculiar forma de dar las clases. Impartía Escritura Automática. Los estudiantes, jóvenes aprendices de escritor, se sentaban ante un folio en blanco, el bolígrafo en la relajada mano, cerraban los ojos e intentaban dejar vacía la mente. Esto es más complicado de lo que parece, pero con la práctica llegaban a conseguirlo. Entonces, cuando estaban por fin flotando en una especie de nada o líquido amniótico primigenio, cuando ya habían olvidado hasta donde estaban, Ferrero daba una palmada y todos se lanzaban a escribir sin pensar en lo que hacían, sin pararse a elegir palabras ni a censurar pensamientos. Así seguían hasta que se les acababa el impulso inicial, pues todo lo que hubiese sido filtrado por la mente consciente, siempre manipuladora, no valía. He recordado esta anécdota leyendo Opium. Estoy seguro de que Ferrero hizo uso de esa técnica escribiendo la novela, pues las asociaciones de palabras y las imágenes son realmente sugerentes. Hay una, en verdad antológica, de una manada de antílopes o cérvidos, no recuerdo ahora, congelados en una cascada helada mientras daban un salto. La cascada queda al lado de un camino que sigue el curso de un río y los caminantes, maravillados, se detienen para mirar a los animales aprisionados por el hielo. 
           Los colores del cielo al atardecer y al amanecer no son de este mundo. Parecen, como en otras descripciones de paisajes tibetanos, inspirados en los cuadros de Nikolái Roerich, admirados y usados, de forma más o menos consciente, por escritores como H. P. Lovecraft. Se trata de un mundo que parece perteneciente a otro planeta, inimaginable por una persona sin los estímulos adecuados.
            La forma de narrar en esta novela es bien clásica. El narrador, omnisciente, va dando paso de manera alterna a la peripecia separada de los dos protagonistas, que sueñan con reencontrarse. Todo eso con el atractivo telón de fondo de mandalas, estupas, chórtenes, yaks e inaccesibles picos nevados. Y por encima, y debajo, abarcando la inmensidad de lo existente, ese bajo continuo del universo llamado OM. Lástima que los personajes decisorios en la novela estén tan alejados de la espiritualidad, el ayuno voluntario y la meditación. ¡Ay de esos amantes!


Jesús Ferrero, Opium, RBA Editores, Barcelona, 1993.