lunes, 26 de agosto de 2019

Mi pecado, de Javier Moro


Conchita Montenegro y Leslie Howard en una 
imagen de Never the twain shall meet (1931) 

Relato de los años de actividad artística de la actriz española, donostiarra, Conchita Montenegro (1911-2007), principalmente de aquellos pasados en Hollywood en la primera mitad de los años treinta. Con la llegada del cine sonoro, y cuando aún no existía el doblaje, la industria del cine estadounidense, ya perfectamente configurada, vio necesario crear películas habladas en idiomas inteligibles en otros países. Los estudios de las principales productoras, la Metro ya existía y estaban a punto de fusionarse la Twenty Century y la Fox, se llenaron de actores y directores españoles, italianos, alemanes, franceses, etc. que filmaban versiones hispanas, galas, italianas, etc. de las producciones norteamericanas de éxito. La inmensa mayoría de aquellos actores y aquellas actrices no llegaron a trabajar en las producciones de habla inglesa, pero hubo algunas excepciones. Conchita Montenegro fue una de ellas. Después de haber perfeccionado su inglés, trabajó con algunos de los actores más importantes y llegó a tener un nombre internacional, aunque casi siempre, por su físico, en papeles de mujer hispana o exótica. En cierta manera fue un caso comparable al de Salma Hayek. Luego, los terribles vuelcos políticos ocurridos en Estados Unidos, en España y en Europa, la obligaron a volver a España, donde cambió de vida completamente. Si no fuera por esta biografía novelada su interesante vida hubiera sido olvidada.
Javier Moro, que ha recibido desde su nacimiento envidiables estímulos culturales, ha manejado un material que le ha permitido escribir una obra muy bien documentada, vivaz, muy realista y llena de giros que sorprenden al lector desconocedor de aquellas historias. Conchita Montenegro vivió los primeros años de carrera de figuras como Leslie Howard, John Huston —entonces un simple chaval atolondrado— o Rita Hayworth y conoció y trató a estrellas ya consagradas como Clark Gable, Greta Garbo, Charles Chaplin o Buster Keaton. Además convivió con la interesante «colonia» española de Hollywood, formada por creadores como Edgard Neville, Enrique Jardiel Poncela, Luis Buñuel o Gregorio Martínez Sierra. La vuelta de Conchita Montenegro a España a mediados de los años treinta, su educación y su belleza la van a colocar en lugares en los que va a desempeñar papeles determinantes en la historia del país. Uno acaba el libro rendidamente enamorado de Conchita, de Leslie Howard y de todo aquel mundo en ebullición cultural que destruyó la sucesión de catástrofes sobrevenidas desde mediados de los años treinta. Va en su memoria.

Javier Moro, Mi pecado, Barcelona, Espasa, 2019.

sábado, 24 de agosto de 2019

Gentilicios sevillanos


Vista parcial de la Osuna monumental (F. del autor)

Hace un par de semanas, recordando un antiguo proyecto, decidí reunir los gentilicios de las localidades pertenecientes a la provincia de Sevilla. Tenían que ser todos los que encontrara sin excepción. Daba igual que parecieran malsonantes o pudieran considerarse incultos. Mi labor era la de un recolector lingüístico, no la de un censor. Esa misión, autoimpuesta, me ha tenido muy entretenido. Pensé que iba a tardar menos, la verdad, pero la lista ya está terminada en sus líneas generales. De ahora en adelante no tendré excusa para escribir ‘mi tía de Estepa’ en vez de ‘mi tía estepeña’, ‘un viajante de Camas’ en vez de ‘un viajante camero’, o ‘aquel globo de Villanueva del Ariscal’ en vez de ‘aquel globo arisqueño’. Espero que mi trabajo también sea de utilidad para los lectores.
Declaro aquí, ahora y para siempre mi admiración hacia las personas que han escrito diccionarios de gentilicios, y hacia las que escriben diccionarios en general, porque he entrevisto lo esforzado de su trabajo. No es complicado pero sí muy exigente. Hay que trabajar a piñón fijo pero muy poco a poco, como una hormiga, sin desmayar en una tarea ardua y pesada como pocas dentro del mundo de las letras.
            Como supondrán, el mayor encanto lo poseen los gentilicios llamados populares, escritos en cursiva en la lista. Algunos de ellos hablan de historias y tradiciones de los pueblos de gran sabor humano. Estoy seguro de que muchos de los lectores echaran en falta los de su pueblo, o verán incorrecciones en los que he incluido. Les ruego que me hagan llegar su comentario: entre todos podremos mejorar este pequeño trabajo. La lista va precedida de los diccionarios e inventarios que he podido consultar.  


Obras consultadas

Celdrán Gomáriz, Pancracio, Diccionario de topónimos españoles y sus gentilicios (5ª edición). Madrid, Espasa Calpe, 2004.

Carrasco, Fernando, «¿Cuáles son los gentilicios más raros de los pueblos de Sevilla?», en ABC (ed. digital), 13 de enero de 2015.

Santano y León, Daniel, Diccionario de gentilicios y topónimos, Madrid, Paraninfo, 1981.

Torre Aparicio, Tomás de la, Gentilicios españoles. (Incluye: Apodos, Motes, Coplillas, Dichos, Datos Curiosos, etc), Madrid, Visión Net, 2003.

VV. AA., Libro de estilo de Canal Sur Televisión y Canal 2 Andalucía, Sevilla, RTVA, 2004.



Gentilicios sevillanos

Aguadulce: aguadulceño, ña; panciverde (por la abundancia de huertas en la localidad).
Alanís: alanicense, alanisense, alaniense.
Albaida del Aljarafe: albaidejo, ja.
Alcalá de Guadaira: hienipense (<HIENIPA); alcalareño, ña; panadero, ra (por la excelencia de sus habitantes en la elaboración del pan).
Alcalá del Río: ilipense (<ILIPA MAGNA); alcalareño, ña.
Alcolea del Río: arvense (<ARVA); alcoleano, na.
Algaba (La): algabeño, ña.
Algámitas: algamiteño, ña.
Almadén de la Plata: almadenense, melojero, ra (por la tradicional habilidad repostera de sus habitantes).
Almensilla: almensillero, ra.
Arahal (El): arahalense.
Aznalcázar: menubense (<MAENUBA); aznalcaceño, ña; aznalcazareño, ña.
Aznalcóllar: aznalcollense, aznalcollero, ra.
Badolatosa: badolatoseño, ña.
Benacazón: benacazonero, ra; piñonero, ra (por la tradición local de tostar piñones).
Bollullos de la Mitación: bollullero, ra.
Bormujos: bormujero, ra.
Brenes: brenense, brenero, ra.
Burguillos: burguillero, ra.
Cabezas de San Juan (Las): Ugiense (<UGIA); cabeceño, ña.
Camas: camero, ra.
Campana (La): campanero, ra.
Cantillana: nevense (<NAEVA); cantillanero, ra.
Cañada del Rosal: carrosaleño, ña.
Carmona: carmonense, carmonés.
Carrión de los Céspedes: carrionero, ra.
Casariche: casaricheño, ña; casarichero, ra.
Castilblanco de los Arroyos: castilblanqueño, ña.  
Castilleja de Guzmán: guzmareño, ña.
Castilleja de la Cuesta: alixeño, ña (<ALIXAR, denominación medieval); castillejano, na.  
Castilleja del Campo: castillejino, na.
Castillo de las Guardas (El): castillero, ra; castillejero, ra.
Cazalla de la Sierra: cazallense, cazallero, ra.
Constantina: constantinense.
Coria del Río: coriano, na.
Coripe: coripeño, ña.
Coronil (El): coronileño, ña.
Corrales (Los): corraleño, ña.
Cuervo de Sevilla (El): cuerveño, ña.
Dos Hermanas: nazareno, ra (por el apellido de las dos hermanas Elvira y Estefanía Nazareno, legendarias fundadoras de la población); cuatrotetas (por razones obvias; resulta vulgar).
Écija: astigitano, na (<ASTIGI); ecijano, na.
Espartinas: espartinense; espartinero, ra.
Estepa: ostipense (<OSTIPPO); astapense (<ASTAPA); estepeño, ña.
Fuentes de Andalucía: fontaniego, ga.
Garrobo (El): garrobense, algarróbense, garrobeño, ña.
Gelves: gelveño, ña.
Gerena: gerenense, gerenero, ra.
Gilena: gilenense, gileneño, ña.
Gines: ginense.
Guadalcanal: guadalcanalense, fuellador, ra (por la tradicional habilidad de sus habitantes con el fuelle y la forja).
Guillena: guillenero, ra.
Herrera: herrereño, ña.
Huévar: hervense (<ERBAS), huervense, huevero, ra.
Isla Mayor: isleño, ña.
Lantejuela (La): lantejolense, lantejueleño, ña; lentejulense, cuco, ca (aludiendo al parasitismo de estas aves, en ciertos pueblos de los alrededores).  
Lebrija: nebrisense (<NEBRISSA), nebrijano, na (<NEBRIJA); lebrijano.
Lora de Estepa: olaurense (<LAURO); loreño, ña.
Lora del Río: axatitano, na (<AXATI); loreño, ña.
Luisiana (La): luisianense, luisianero, ra.
Madroño (El): madroñero, ra.
Mairena del Alcor: mairenero, ra.
Mairena del Aljarafe: mairenero, ra.
Marchena: marciense (<MARCIA), marchenero, ra.
Marinaleda: marinaleño, ña.
Martín de la Jara: jareño, ña.
Molares (Los): molareño, ña.
Montellano: montellanés, montellanero, ra; pancipelao (por causas que ignoro.)
Morón de la Frontera: moronense, moronero, ra.
Navas de la Concepción (Las): navero, ra.
Olivares: olivarense, olivareño, ña.
Osuna: ursaonense, ursaonés (<URSAO); ursonense (<URSO); osunés, osunero, ra; alcaraván (aludiendo al carácter huidizo de estas aves, en ciertos pueblos de los alrededores).   
Palacios y Villafranca (Los): palaciense, palaciego, ga; moñiguero, ra (por haber usado como combustible, en una lógica de economía de subsistencia, las boñigas de vaca una vez secas).
Palomares del Río: palomareño, ña.
Paradas: paradeño, ña.
Pedrera: pedrerense, pedrereño, ña; ahumado, da (por tener estación de tren, en ciertos pueblos de los alrededores).
Pedroso (El): pedroseño, ña.
Peñaflor: peñaflorense, cuco, ca (por razones que ignoro).
Pilas: pileño, ña.
Pruna: pruneño, ña; pruniego, ga.
Puebla de Cazalla (La): puebleño, ña; morisco, ca (debido a la persistencia en la localidad de los moriscos y sus descendientes, salvados de la expulsión por recibir la protección de los duques de Osuna, titulares del señorío).
Puebla de los Infantes (La): puebleño, ña; cucharro, rra (por razones que ignoro).
Puebla del Río (La): puebleño, ña; guijarrero, ra y, de este, cigarrero, ra (en alusión a los cantos rodados —guijarros— usados en los hornos alfareros).
Real de la Jara (El): realeño, ña; mohíno, na; mojino, na (gentilicio antiguo y de origen incierto; debió nacer en una localidad cercana por rivalidad vecinal; resulta vulgar).
Rinconada (La): rinconero, ra.
Roda de Andalucía (La): rodense; rodeño, ña.
Ronquillo (El): ronquillero, ra.
Rubio (El): rubeño, ña; rubieño, ña.
Salteras: saltareño, ña.
San José de la Rinconada: rinconero, ra; cañamero, ra (ignoro la causa cierta pero puede estar relacionada con el cultivo del cáñamo).
San Juan de Aznalfarache: sanjuanero, ra.
San Nicolás del Puerto: sannicolacense, marucho, cha (por razones poco claras. Puede ser una deformación de ‘morucho’).
Sanlúcar la Mayor: sanlucareño, ña; sanluqueño, ña; alpechinero, ra (por la antigua tradición de la localidad en la molienda de aceitunas).
Santiponce: santiponceño, ña; poncino, na.
Saucejo (El): saucejense, saucejeño, ña.
Sevilla: hispalense, hispaliense, hispalés, hispaleto (<HISPALIS); romulense (<JULIA ROMULA); sevillano, na.  
Tocina: tocinense, tocinero, ra.
Tomares: tomareño, ña; tomasino, na.
Umbrete: umbreteño, ña; mochuelo, la; mocholero, ra; mosolero, ra (por una leyenda de raíz religiosa relacionada con la creencia en el Espíritu Santo y en su representación física).
Utrera: utrerano, na.
Valencina de la Concepción: valencinero, ra.
Villafranco del Guadalquivir: (ver Isla Mayor: la localidad marismeña cambió su denominación en el año 2000).
Villamanrique de la Condesa: manriqueño, ña; villamanriqueño, ña.
Villanueva del Ariscal: villanuevense; arisqueño, ña; ariscaleño, ña.
Villanueva del Río y Minas: villarroteño, ña; minero, ra.
Villanueva de San Juan: villanoveño, ña.
Villaverde del Río: villaverdense, villaverdero, ra.
Viso del Alcor (El): visueño, ña; viseño, ña.  


martes, 13 de agosto de 2019

El lector, de Bernhard Schlink


(sgaclublectura.blogspot.com)

            No ha pasado ni media hora desde que acabé esta novela. Mientras tecleo en el ordenador, el libro, prestado, que deseo devolver pronto, reposa sobre la mesa a escasos centímetros de mi mano izquierda. Miro su cubierta de una forma muy distinta a como la miraba cuando me lo prestaron recomendándomelo: he pasado de la pereza y la indiferencia del primer momento a la fuerte impresión que su lectura me ha producido. Recordaba la película que se realizó sobre ella —The reader (2008)— como algo aburrido y demasiado largo. Una muestra más de cómo las adaptaciones cinematográficas de buenas novelas suelen ser fallidas.
            Escrita en una veraz, directa y amena primera persona, la novela El lector —Bernhard Schlink, Bielefeld, 1944— cuenta una de las más terribles, apasionadas y honestas historias de amor que haya conocido nunca, ya sea en la literatura o en la vida real. Cuando acabé la lectura permanecí unos minutos inmóvil, traspuesto, quizá soñando, intentando comprender quién soy yo para juzgar una historia así, cómo puede juzgarse un pueblo entero por las atrocidades cometidas por parte de una generación, quiénes somos nosotros, quién es nadie para juzgar a los demás. Hanna Schmitz, mujer brutal, a veces delicada y perfectamente creíble, simboliza y representa toda una generación de personas faltas de preparación y recursos económicos que tuvo que enfrentarse a unos tiempos y a un sistema en el que no existían las posiciones tibias. O estabas con ellos o contra ellos. Si estabas en contra, o huías del país o morías, y si estabas con ellos acababas siendo cómplice de alguna manera de los más horribles asesinatos. Frente a ella, la figura de Michael Berg, un débil adolescente que se ve arrollado en los años cincuenta por la carnalidad, la vitalidad y el misterio de una mujer veinte años mayor que él, simboliza la pureza de una parte de la población alemana instruida en los libros pero en aquel momento ignorante del cruel pasado reciente de su país, que alcanza la juventud descubriendo con horror su pertenencia a una generación hija de otra culpabilizable de esos asesinatos, perpetrados, quizá, por sus padres, sus abuelos o por el señor o la señora con los que acaba de cruzarse por la calle.
            La novela contiene una emocionante defensa de los libros y la lectura y, gracias al aporte de dos mentores —hombres maduros pero ignorantes del abismo al que se enfrenta el muchacho—, unas reflexiones de índole moral tan necesarias como dolorosamente humanas. Llama también la atención la estructura de la novela, dividida en tres partes perfectamente dependientes cada una de las demás pero unidades en sí mismas.
Nada de todo esto se transmitió a la película, de la que solo se salvaba la rotundidad del personaje de Hanna, interpretado por una genial Kate Winslet. Mejor la novela.

Bernhard Schlink, El lector, Barcelona, Anagrama, 2009 (17ª ed; la 1ª es de 1997), traducción de Juan Parra Contreras. (Der Vorleser, 1995).

sábado, 10 de agosto de 2019

Ensayo sobre el jugebox, de Peter Handke


Ermita de san Saturio, Soria. (F.: sorianitelaimaginas.com)

            Librito de género inclasificable para desgracia de analistas y registradores literarios. Mezcla de ensayo, novela, memorias y libro de viajes, esta obra de Peter Handke (Austria, 1942) relata los esfuerzos que realiza una hombre innominado, el mismo autor visto desde fuera en esa fría, distante y tan efectiva tercera persona de Handke, para escribir un ensayo sobre las máquinas de discos (sinfonolas, jukebox, wurlitzers, Rock-Olas, etc.) que conoció durante su vida, todas asociadas a viajes por distintos países y continentes. El protagonista llega a Soria a comienzos de diciembre de 1989 y allí permanece durante todo el mes escribiendo su ensayo. Esas máquinas de discos, muy presentes en películas filmadas o ambientadas entre 1950 y 1980, eran una variante musical de las máquinas tragaperras que permitía al melómano escuchar en lugares públicos, generalmente bares, la música que le gustaba. Los empresarios intentaban que las máquinas contuviesen las canciones más populares para que fueran más rentables. A menudo los adolescentes se enamoraban de una canción y la escuchaban todos los días o cada vez que podían, más o menos como ahora y como ha sido siempre, pero entonces el auditorio no se limitaba al adolescente mismo sino a toda la clientela del bar. Recuerdo un verano en el que estaba de moda Margarita de Richard Cocciante, una canción romántica y muy melancólica que duraba casi cinco minutos. Un amigo mío, deseoso de ganarse la estima de una joven que le gustaba, la puso en una wurlitzer de una piscina pública... doce veces seguidas. La máquina estaba conectada a unos altavoces para que la música se oyese en toda la piscina. Aquello fue tronchante para algunos pero decepcionante para mi amigo, que vio cómo desenchufaban la máquina después de la tercera reproducción. Finalmente ella se dejó conquistar, eso sí.
            Ensayo sobre el jukebox resulta tras su lectura un emotivo texto sobre la memoria musical y visual del autor y, al mismo tiempo, una descripción de la España de provincias de finales de los ochenta (Soria, Logroño, Zaragoza, Linares…) escrita por un viajero experto y enamorado de algunas facetas de los paisajes y el carácter castellanos, sobre todo de la sobriedad y el amor por el silencio.

Peter Handke, Ensayo sobre el jukebox, Madrid, Alianza, 2019 (2ª ed; la 1ª es de 1992). Traducción de Eustaquio Barjau con la colaboración de Susana Yunquera. [Versuch über die Jukebox. Erzählung, 1990].

lunes, 5 de agosto de 2019

No se desvanece, de Jim Dodge


Cadillac Eldorado del 59 (F.: hagerty.com)

            Novela escrita en primera persona y con un uso lineal del tiempo. Cuenta las peripecias vividas por Georges Gastin durante un viaje realizado en solitario por buena parte de los Estados Unidos en 1965 a bordo de un Cadillac blanco modelo Eldorado de 1959. Se trata de uno de esos vehículos norteamericanos de cuatro ruedas con dimensiones y formas extraordinarias, inimaginables en un vehículo europeo. La trasera del vehículo, sobre todo, es descomunal, con unos altos alerones verticales en los que se insertan dos pares de pilotos con formas de un aerodinamismo alucinado. Es el coche ideal para una pandilla de jovencitos deseosos de llamar la atención.
            Jim Dodge (California, 1945) no ha venido siendo un escritor especialmente prolífico. No se desvanece, según creo, fue su segunda novela, precursora, y antecesora en tres años, de su célebre Stone Junction, leída y disfrutada por mí hace un año y reseñada en El sendero perdido. De nuevo vuelve Dodge a los que parecen sus temas predilectos, presentes también en Jop. La lista será discutible, como todo intento de sistematización, pero creo que incluye de manera clara: alabanzas de la vida independiente; rechazo a todo lo que represente autoridad y/o represión; defensa del uso de las drogas como medio de autoconocimiento y estimulación sensorial o sicomotriz; elogio de la vida nómada, de camino; enaltecimiento del amor romántico y la práctica de acciones bondadosas; y —acabo aquí pero podrían agregarse otros temas secundarios— elogio de las corrientes musicales centrales del siglo XX (Góspel Jazz, blues, Rhythm and Blues, Rock and Roll…) y revalorización de compositores poco conocidos pero muy escuchados, como Mama Thornton y Otis Blackwell. Los protagonistas de sus novelas suelen ser hombres muy inquietos, poco dados a la sobriedad, románticos y perseguidos. En el caso de No se desvanece (Not Fade Away), título tomado de la célebre canción de Buddy Holly popularizada por los Rolling Stones, se trata de un hombre joven que intenta por todos los medios realizar un original homenaje a los fallecidos en el accidente de avioneta ocurrido en 1959 en el que murieron el piloto y Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper, los tres últimos importantes precursores del Rock and Roll. La novela puede considerarse también un homenaje a En la carretera, de Jack Kerouac, con quien guarda indudables similitudes.
            En definitiva, un relato lleno de sorpresas, inspirado por las inquietas biografías de los beatniks y no apto para lectores simpatizantes de corrientes e instituciones represivas.

Jim Dodge, No se desvanece, Barcelona, Alpha Decay, 2017. [Not Fade Away, 1987]. Traducción de Ana Herrera.