sábado, 30 de noviembre de 2019

La hija de un ladrón



La hija de un ladrón es una fina, delicada y nada sórdida película dedicada a ensalzar a esas mujeres, a menudo jóvenes y madres, que se echan la casa a la espalda y son capaces de sacar adelante a la familia a pesar de los padres, a menudo del padre, un vividor que solo da malos ejemplos y tiene a los hijos para ver qué puede sacar de ellos. Estos se aferran a la figura paterna resistiéndose a ver el engaño, la vacuidad de ese héroe con pies de barro que en vez de ayudar a la familia constituye el mayor obstáculo para su desarrollo. El padre está interpretado por Eduard Fernández y la hija por Greta Fernández, padre e hija en la vida real. La pareja funciona muy bien en la película, encarnan personajes creíbles, ajustados a la perfección. Eduard Fernández es un actor excelente, todos lo sabemos, pero su hija trabaja en La hija de un ladrón de una forma imposible de imaginar para alguien que contemple su trabajo con parámetros solo artísticos e interpretativos. Porque Greta Fernández no parece, de verdad, que esté trabajando en ese momento, ni pueda ser otra que esa chica de barrio generosa y bien intencionada que es machacada por un sistema injusto en el que sus seguridades están basadas siempre en juicios, actos judiciales, para los que ella no está preparada por la falta de autoestima que a menudo los otros —el otro— se han encargado de fomentar. Los últimos minutos y el final de la película, este abierto de manera perfecta, son realmente estremecedores. Simplemente magistral.

La hija de un ladrón, España, 2019. Dirigida por Belén Funes.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

La oscura historia de la prima Montse, de Juan Marsé


Marsé en su juventud (Foto: Jordi Socías)

            Curiosa novela, intensa, muy bien escrita. Cuenta las preocupaciones de una familia de la burguesía catalana con la educación de sus hijas, una de las cuales particularmente generosa con el tiempo que dedica a obras sociales. «La prima Montse estaba hecha de esa materia tierna y vehemente que envuelve nuestras heroicas quimeras de la mocedad», cuenta el narrador, primo de ellas pero de una rama pobre de la familia, su sangre entreverada con sangre cordobesa, de nombre Francisco Javier Bodegas, Paco Bodegas. La narración contiene el mérito de servir de espejo no deformante, realmente veraz, de esa religiosidad hipócrita que ha caracterizado, y aún caracteriza en muchos casos, a gran parte de las familias pudientes españolas. En este sentido resulta muy recomendable la lectura de los capítulos 15 a 19, ambos incluidos. Contienen la narración interpolada de un fin de semana de ejercicios espirituales en una época, los sesenta, en la que la iglesia católica tenía, dentro de la sociedad española, mucho más poder del que tiene en la actualidad y desplegaba una acusada actividad proselitista e invasora de las libertades individuales. Juan Marsé (Barcelona, 1933) refleja en otros capítulos la actividad de las parroquias urbanas situadas en zonas pobres, donde había personas, especialmente mujeres, que ayudaban a los demás de corazón, como es el caso de Montse Claramunt, la protagonista. La oscura historia de la prima Montse ayuda también a entrever el drama de la emigración murciana y andaluza a Barcelona, tratada como mano de obra barata y confinada durante las primeras décadas del franquismo a infraviviendas que crecieron sin planificación ni saneamientos en distintas zonas de Barcelona, principalmente en los alrededores del castillo de Montjuïc. Allí empezó a asentarse lo que luego ha venido a constiruir la novena provincia andaluza. Marsé demuestra especial predilección por ellos, los débiles de aquella sociedad catalana. Hoy día vienen de África.

Juan Marsé, La oscura historia de la prima Montse, Barcelona, Debolsillo, 2015 (Edición levemente corregida por el autor. La original es de 1970).

domingo, 17 de noviembre de 2019

El lugar sin límites, de José Donoso


Preciosa vitriola, con altavoz de madera./ cduranc.blogspot.com

Publicada originariamente en 1966, esta novela del escritor chileno José Donoso (1924-1996) describe las penurias vividas por los pobres de una tierra rica pero propiedad de uno solo hombre. Viven en un pequeño poblado. El momento puede ser alrededor de 1960. Los personajes principales son tres: don Alejandro, el terrateniente, Pancho, un hombre guapo y desalmado que intenta vivir al margen de la voluntad del patrón, y Manuela/Manuel, un homosexual amante del travestismo que sobrevive como puede actuando en las humildes casa de putas de la zona. Las simpatías del autor están con los débiles, sobre todo con Manuela, que sufre la persecución de los hombres que se divierten con ella. Manuela es un personaje habitual en muchos lugares represivos del mundo, donde están perseguidos en la calle a la luz del día pero resultan imprescindibles en las fiestas de la madrugada. A menudo son personas tremendamente fuertes, delicadas e infelices. La figura de don Alejandro, de reminiscencias feudales, sirve a Donoso para denunciar el sistema caciquil.
La novela está relatada en tercera persona por un narrador en apariencia omnisciente, aunque son muy habituales los monólogos interiores, siempre cortos, aparecidos sin aviso ni marca tipográfica y perfectamente atribuibles y justificados. El lenguaje está salpicado de bellos americanismos que contribuyen a la verosimilitud de la narración.       
            Brillante.

José Donoso, El lugar sin límites, Barcelona, Alfaguara, 2011.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Xilften


Cartelera de El irlandés invertida

Los que hemos vivido desde pequeños el cine en pantalla grande no podemos dejar de escandalizarnos por lo que está pasando. Gracias a las nuevas tecnologías caminamos a marchas forzadas hacia una limitación de los contenidos culturales a los que podemos tener acceso (lo digo usando la jerga actual), precisamente lo contrario de lo que se suponía que iba a pasar. Les pongo un ejemplo que todos tienen ya presente: Netflix. Ya se ha escrito mucho acerca de la dictadura de los gustos que Netflix impone sobre aquellos que se contentan con lo que se les sirve para la manipulación de su mundo estético e intelectual. Las series, ese engendro nacido en la prensa con las novelas de folletín en el siglo XIX, que servía para fidelizar lectores y asegurar contenidos con los que llenar las interminables páginas de aquellos periódicos, pasaron a la radio en el siglo XX y a la televisión en abierto un poco más adelante para acabar siendo uno de los principales reclamos de la atención de incautos en plataformas como la anteriormente citada, monstruo industrial norteamericano que ha invadido la inmensa mayoría de los hogares y los teléfonos móviles. Nadie en su (¿)sano(?) juicio quiere quedarse excluido de ese mundo, de esas visualizaciones. Todos quieren decir que han visto tal o cual serie que solo se pone allí. Son «series imperdibles». Todos uniformados, receptores de los mismos mensajes. Pero, bueno, si Netflix se quedara solo en las casas, con las televisiones de los demás, no sería tan grave. Lo peor es que ahora invade los cines. Y lo hace con unas estrategias de mercado que impresionan por su maquiavelismo. Produce y distribuye una película supuestamente magistral, que los días antes de su estreno es apoyada en los grandes medios por la opinión de los principales críticos, y se estrena en salas cinematográficas, sí, pero en muy pocas y de aforo muy pequeño, de manera que la sensación de éxito por el llenado de las salas sea absoluto y la inmensa mayoría de los esnobs culturales, que quieren verla para poder hablar de ella y demostrar estar a la última, y de los verdaderos cinéfilos, que siguen, por ejemplo, a Scorsese desde el inicio de su carrera, se queden con las ganas y no les quede más remedio que ver la película en casa de alguien que esté abducido por los netflixianos. Y en pantalla pequeña. Hay que fastidiarse.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Un incendio invisible, de Sara Mesa


Imagen de Noida (indiatoday.in)

Esta novela de la madrileña, en realidad sevillana, Sara Mesa fue publicada por primera vez en 2011. La edición que he leído corresponde a una revisada y corregida por la autora publicada seis años después. Se trata de una narración en tercera persona de los últimos días de vida de una ciudad imaginaria, Vado, observada y vivida desde el punto de vista del protagonista, el doctor Tejada, geriatra, un hombre ya entrado en la cincuentena que tiene cuentas pendientes con un pasado sentimental que él mismo se reprocha. Para huir de ese pasado y, de paso —aunque no sea su primera intención—, intentar enmendar los errores cometidos, se integra en una población donde la vida está en franca retirada. El aire y los ríos están contaminados. Las pocas personas que existen roban, incendian o agreden. En medio de toda esta podredumbre y de esta maldad brilla la figura de una niña con la que el protagonista entabla una relación de amistad que adelanta la vivida por Casi y Viejo en Cara de pan unos años después. La preocupación por los pobres y los desvalidos, constante en las narraciones de Mesa que voy leyendo, está también patente aquí. Mesa parece poseer una aguda conciencia social —no en vano vivió parte de su infancia en el barrio sevillano del Cerro del Aguila— y la expresa de manera acuciante en sus obras. Otra peculiaridad importante de Mesa, al menos en esta obra, es su capacidad para encarnarse en personajes masculinos y vivir desde ellos una fuerte atracción hacia la mujer, que aparece como objeto de un deseo urgente, de hombre solitario y necesitado. Por supuesto, también está presente una necesaria preocupación por la ecología, de fácil transmisión gracias al uso de imágenes potentes :

«El cielo se había coloreado de rojo y las aguas del río —contaminadas, verdes— ondeaban con una placidez casi inquietante, sólo interrumpida por algunos peces moribundos que salían a coger su última bocanada de oxígeno». (Pág. 161).
 
            Desde las primeras páginas de la novela uno tienen la impresión de encontrarse realmente en un universo distinto, una realidad paralela creada por la autora que puede dejar de serlo si seguimos ignorando los avisos. Llama la atención también la abulia general, el derrotismo, la malquerencia incluso. De todo este maremágnum de insidias y malas acciones solo se salva la niña, inconsciente del peligro que corre en aquellos muelles oscuros.
           
Sara Mesa, Un incendio invisible, Barcelona, Anagrama, 2017.

lunes, 11 de noviembre de 2019

The Farewell



            Las historias de aprendizaje siempre son bienvenidas. Personas muy jóvenes se enfrentan a circunstancias graves que las obligan a madurar para poder superarlas. Quizá sea este el asunto principal de The Farewell, la despedida, la delicada película a la que van dedicadas estas líneas. Su directora y guionista, Lulu Wang, cuenta el drama personal que supuso para ella su pertenencia a ese millonario grupo de personas nacidas en China, donde vivieron su infancia y crearon fuertes lazos afectivos con los abuelos, para ser transportadas luego junto a sus padres a un país nuevo, generalmente occidental, de cultura, idioma y costumbres muy diferentes. Un país, además, muy lejano. El relato está contado desde el punto de vista de la protagonista, una chica de unos veinte años interpretada de manera transparente, como si estuviéramos asistiendo a escenas de la vida real, por la polifacética actriz china-estadounidense Awkwafina. Esta y Shuzhen Zhou, la actriz que interpreta a la abuela, realizan trabajos sobresalientes. La nieta, reacia al principio del relato a dar por buena la costumbre china que defiende la mentira piadosa en el caso de enfermedad grave, acaba entendiendo el porqué de esa costumbre --su coherencia con la forma de pensar de su país de origen-- y plenamente identificada con ella.
            La película está rodada en dos idiomas, inglés y chino mandarín. Si el visionado de películas en versión original siempre es aconsejable, en este caso es ineludible. La existencia de esos dos idiomas, y el necesario uso de uno u otro en circunstancias concretas, forma parte esencial de la trama, supone elementos argumentales que se perderían si la película fuera doblada. La directora aprovecha la cinta para criticar el desaforado desarrollismo chino, que ha destruido de manera inmisericorde barrios enteros, y con ello los escenarios vitales de tanta gente, y ha recolocado a los habitantes del país en inhabitables y fríos edificios colmena. También aprovecha la ocasión para criticar la corrupción y el nacimiento de un tipo de hombres que se ha hecho millonario en muy poco tiempo, un calco del modo de vida occidental. Hay una secuencia en un hotel en la que la protagonista entrevé por una puerta entornada una timba de cartas en la que hombres ya barrigones y adocenados están rodeados de jóvenes prostitutas. La protagonista y una de aquellas mujeres cruzan la mirada y el espectador no puede dejar de comparar el futuro que les espera a las dos. La película está llena de este tipo sutil de llamadas a la reflexión.
            Y sobre todos los temas secundarios sobrevuela feliz el amor a la madre y a la abuela, que nos salvan a todos.

The Farewell, dirección y guión de Lulu Wang, Estados Unidos, 2019.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Los Cinco y yo, de Antonio Orejudo


Castillo de Corfe, Dorset, Inglaterra. (Foto: Mark Bauer)

            Cuando uno tiene dentro la semilla de la escritura no puede dejar un día sin ayudar a su germinación, esto es, si uno siente la necesidad de escribir o lo hace o revienta, dicho sea en lenguaje poético. Eso me pasa a mí, le pasa a mucha gente. No de otra manera puede entenderse esta costumbre de escribir comentarios de todos los libros que leo y me gustan. Así escribo, aunque no sea un texto de ficción, mi gran empeño. Ahora estoy enfrascado en la redacción de narraciones más o menos extensas, de una en particular que me está dando unos dolores de cabeza tremendos con la estructura. Esta actividad de comentarista de lecturas en cierta forma me sirve de distracción. Vamos a ello.
            La novela Los Cinco y yo está escrita por una persona de mi edad, algo que en este caso agradezco porque hemos tenido lecturas comunes. «Carlos me dio a leer a Hermann Hess, a Kafka, a Heinrich Böll, a Bertolt Brecht» (pág. 106), algunos de los principales autores cuyas obras circulaban de mano en mano en aquellos fundacionales años setenta, cuando todo parecía por hacer y nuestro futuro se nos figuraba inmenso. Siddhartha y La metamorfosis nos marcaron a todos profundamente. Pero antes de todos esos libros, de un nivel intelectual y una calidad superiores, aprendimos a disfrutar de la lectura con las novelas de Enid Blyton. Yo lo hice, desde luego. Se las regalaban a mis hermanas mayores y yo iba a su cuarto cuando ellas no estaban, se las cogía y las leía de tapadillo. Lo mismo hacía con los libros y tebeos de mis hermanos mayores —Emilio Salgari, Julio Verne, Zane Grey, Tintín, TBO, La Cordoniz, Hermano Lobo (de los dos últimos entendía bien poco)—, aunque las novelas de Blyton eran mis favoritas. Por eso he disfrutado tanto leyendo la novela de Orejudo.
            No sé hasta qué punto esta novela es autobiográfica, todas los son en cierta medida, pero el conocimiento que Orejudo tiene de las historias que contaba Blyton en la serie de los Cinco parece de primera mano. Los Cinco y yo comienza siendo una aparente autobiografía —la familia, el barrio, los compañeros de colegio, de instituto, de universidad— hasta que hace su irrupción la obra de Blyton en forma de revista universitaria. Aquí el humorismo de Orejudo juega un papel importante. Uno no puede dejar de sonreír al imaginar a esos revoltosos universitarios con la cabeza a pájaros creando una revista en la que se endiosa la obra de Blyton de la misma manera que se ha hecho con la de Joyce, adorando sus párrafos, analizando cada una de sus páginas, de sus personajes, como si los libros de Blyton, simples novelas para consumo juvenil en familias burguesas, merecieran estar entre las más importantes de la historia de la literatura. Orejudo nos habla en la novela de personas reales, como el profesor García Berrio, de la generación anterior a la suya, o del también escritor y profesor universitario Rafael Reig, escritor y profesor como Orejudo, compañero suyo en la novela y seguramente amigo en la vida real. A este lo imagina autor de un libro sobre los Cinco titulado After Five reconocido por la crítica internacional en el que cuenta todos los entresijos de la vida de los tres hermanos y su prima Georgina, sobre todo cómo les fue cuando se hicieron mayores. Orejudo pone en boca de los personajes asistentes a los congresos internacionales que en la novela se celebran sobre la obra de Blyton calificativos poco honrosos para la autora británica. La imagina amiga de Magda Goebbels (pág. 156) y no duda en llamarla sexista, racista y fascista (pág. 212), calificativos seguramente apropiados. Orejudo sigue con la parodia sobre los grupos de admiradores de la obra de Blyton que acuden a esos congresos cuando habla con mucha gracia de ellos al decir que caían en «una especie de recogimiento proustiano» (pág. 212). Ignoro si esos congresos se celebran, no me extrañaría tal y como es el mundo, pero no es necesario saberlo porque esta novela, como todas, es simple ficción. Se disfruta de ella considerándola un mundo en sí mismo, no obligado a ser fiel a la realidad al estar desconectado de ella, solo a mantener coherencia y verosimilitud.
Una novela, en definitiva, muy recomendable para todos aquellos que disfrutamos con la lectura de Enid Blyton. Recuerdo que tras la serie de los Cinco leí la de los Siete, la de Torres de Malory y no sé cuántas más, pero ninguna como aquella que empezó con Los Cinco y el tesoro de la isla.
Confieso mi admiración por la capacidad de fabulación de Antonio Orejudo. Simplemente espectacular.

Antonio Orejudo, Los Cinco y yo, Barcelona, Tusquets, 2018.

sábado, 2 de noviembre de 2019

El viaje de Marta (Staff Only)





            ¿Cómo es el Senegal? ¿Cómo vive allí la gente? ¿Qué relación mantiene con los turistas del primer mundo, a menudo prepotentes e insensibles, capaces de pasarlo bien en una tierra donde se cometen tantas injusticias y donde existen tantas carencias? El viaje de Marta habla de ética, de explotación y solidaridad. También habla de amor, de inexperto amor adolescente y del amor de un padre hacia sus hijos. Ahí, por cierto, está Sergi López, que borda el papel de persona vitalista y progenitor protector y cariñoso. También están muy bien los hijos, interpretados por Elena Andrada e Ian Samsó, y Madelaine C. Ndong, que encarna a una empleada del hotel donde se hospedan.
El problema es la cámara al hombro (o directamente en la mano).
Hay secuencias donde me veo obligado a retirar la vista de la pantalla para no marearme. Veo que otros espectadores también lo hacen. No sé si es algún tipo de inadaptación o quizá un problema de vista por mi parte. Quizá vaya al médico.
Hay muchas películas así, es cierto, donde abundan las tomas subjetivas con la cámara al hombro de alguien que se mueve demasiado. ¿Es una evolución del lenguaje cinematográfico a la que hay que acostumbrarse? Desde las primeras películas, ya más que centenarias, donde la cámara tomaba solo planos generales y se mantenía inmóvil durante toda una secuencia se ha evolucionado mucho, por supuesto. Puede que simplemente esté desfasado, sea un ignorante, no comprenda qué quiere transmitir el director con ese tipo de tomas, no perciba esas sutilezas. No lo sé. El caso es que me mareo y no aprovecho la película, no la disfruto como podría de otra manera. Esto es lamentable, y más tratándose de una obra tan bien intencionada, dictada por tan buenos principios.

El viaje de Marta (Staff Only), España, 2019. Dirigida por Neus Ballús.