martes, 29 de junio de 2021

Historias del siglo XIX, de Sebastián Souvirón Utrera


            El interés por la historia de la tierra que se pisa debe ser una de las constantes de las personas que pretendan albergar algún gramo de conocimiento. Si uno pasea por Málaga, Barcelona o Valencia sin bucear en la historia de la ciudad —lo mismo ocurrirá con cualquier población que se le ocurra—, se estará ateniendo a una imagen muy superficial de la población, superficial e inexacta. Gracias a las hemerotecas, las bibliotecas, las videotecas, las fototecas, las pinacotecas, y casi cualquier otra colección de documentos u objetos antiguos que imagine, podemos aproximarnos a los estados anteriores de la ciudad en cuestión. Para decirlo en otras palabras, podremos intuir al menos cómo era la ciudad que contemplaron los ojos de nuestros padres, nuestros abuelos y, en general, nuestros antepasados, pues desde la llegada del ferrocarril las ciudades han perdido gran parte de las características que las distinguieron durante siglos. Las herramientas que permiten las transformaciones urbanísticas cada vez son más poderosas y los cambios se operan en menos tiempo. Amén, por supuesto, de otras muchas consideraciones sanitarias, higiénicas, sociales, etc.

            Este tipo de reflexiones me ha llevado a leer Historias del siglo XIX, de Sebastián Souvirón Utrera (1914-1997), un libro en el que esperaba encontrar ayuda para forjar una imagen mental de la Málaga antigua. Se trata de una edición facsímil de un libro aparecido en 1967 a la que se han añadido una nota biográfica del autor y una serie de fotografías, generalmente retratos de grupo en los que aparece Souvirón. La lectura me ha resultado de interés para ayudar a fijar nombres y apellidos de los miembros de la alta sociedad malagueña y antequerana —a la ciudad del Torcal dedica un capítulo— y para poco más, la verdad. Algunos de los capítulos dedicados a los Livermore resultan quizá de interés por las excentricidades que describen, sobre todo aquel dedicado a la esposa del marqués de Salamanca. El problema de este libro es la mirada tan sesgada del autor, que solo parece pensar en los integrantes de su clase social, algo habitual en las aburridas conversaciones de salón pero poco conveniente a la hora de hacer historia.

Para nostálgicos, esnobs y parvenus.

 

Sebastián Souvirón Utrera, Historias del siglo XIX, Málaga, Ciudad del Paraíso. Gestión Cultural, s.l., 2020.

 

Imagen: ciudaddelparaiso.es.

 

Víctor Espuny.

viernes, 25 de junio de 2021

El narrador de cuentos, de Saki

 

Bajo el seudónimo de Saki encontramos a Hector Hugh Munro (Birmania, 1870 - Francia, 1916), autor al que he llegado tras su descubrimiento en Humor fantasmal (2015), antología de Manuel Manzano para La Fuga Ediciones. El lector ya conoce las infinitas maneras que hay de ir descubriendo autores que merece la pena leer durante el tiempo tan limitado de que disponemos para ello, cada vez más escaso debido a las distracciones digitales, instaladas en artilugios pensados para impedir nuestra concentración. Malos tiempos para la lectura estos que nos ha tocado vivir: es una actividad que requiere recogimiento y muy pocos están dispuestos a prescindir durante horas del artefacto ese que, seguramente, tiene ahora mismo en la mano.

Una de las maneras de conocer autores valiosos, seguramente la más productiva, es leer, leer sin parar todo tipo de libros y, cómo no, asistir a conferencias de personas preparadas. Pero voy a dejar este tema para hablar un poco de la obra de Saki. De su vida, realmente peculiar, destacan su temprana orfandad, su pertenencia a la clase acomodada y su crianza al lado de unos familiares muy conservadores, amantes de ritos y comportamientos preestablecidos e inamovibles por la creencia en la conveniencia social de sus prácticas.

Acabo de leer El narrador de cuentos, una antología de relatos cortos de Saki publicados en cuatros obras suyas: Reginald en Rusia (1910), Crónicas de Clovis (1911), Bestias y Superbestias (1914) y Juguetes para la paz (1923). Existe una obra de Saki titulada The Storyteller (1914) que por su fecha de publicación no puede ser el original de esta traducción. El relato El narrador de cuentos, que da título a esta antología, había sido publicado en Bestias y Superbestias. Espero que alguien más versado en la obra de Saki pueda determinar y, si es tan amable, compartir con nosotros, el origen exacto de esta antología.

Saki nos cuenta con mucho humor cómo eran los personajes que conoció durante su infancia en casa de sus familiares, porque no de otra forma puede entenderse esa fijación por situar los cuentos en casas de campo apartadas y rodeadas de zonas boscosas, lugares donde se reciben invitados y se agasajan de manera más o menos generosa. Destacan cuentos en los que aparecen niños con tendencias malévolas, generalmente nacidas de un abuso de autoridad por parte de los mayores. Hay también una crítica más o menos sutil a la forma de vida victoriana en general y a instituciones tan limitadoras como el matrimonio cuando este se convierte en una simple costumbre y apenas existe comunicación entre sus miembros. Algunos relatos parecen escritos bajo la atracción que sentía Saki por su tierra natal, de la que volvió a Europa con pocos años y a la que volvió en su juventud de manera temporal.

Todos los relatos comienzan en una completa media res y su acción transcurre de forma muy ágil, por lo que su lectura es muy amena. Los finales suelen ser sorprendentes.

Muy recomendable.

 

Saki, El narrador de cuentos, Madrid, Editorial Eneida, 2009. Traducción de Javier Rodríguez Huerta.

 

Víctor Espuny.

martes, 15 de junio de 2021

Humor fantasmal, de varios autores

 


            El antólogo Manuel Manzano nos ha dejado un librito de fácil y amena lectura y contenido muy variado, en el que destaco el cuento La puerta abierta, de Hector Hugh Munro (1870-1916), conocido como Saki, una joyita de elaborada precisión narrativa, por encima de los relatos de los otros autores seleccionados, muchos de ellos célebres (Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle, Mark Twain, Rudyard Kipling, etc.). La traducción de los cuentos ha corrido a cargo del mismo Manzano salvo en el caso precisamente de La puerta abierta, traducido por Carlos Mayor.

Varios Autores, Humor fantasmal. Las historias de fantasmas más hilarantes de los grandes autores de la literatura, Barcelona, La Fuga Ediciones, 2015.

 

martes, 8 de junio de 2021

Tifón, de Joseph Conrad

            Se trata de una novela de acción, suspense, terror y conmiseración, todo junto y revuelto. El resultado, al que habría que añadir el carácter hogareño y epistolar de las últimas páginas, es brillante. El lector no puede soltar el libro un momento —lo hace con desagrado y por obligación— porque quiere saber cómo se resuelve la historia a pesar de poder intuir el final por alguna prolepsis muy medida.

Se trata del encuentro de un barco mixto velero-vapor, tipología muy abundante en la segunda mitad del siglo XIX, con un tifón en una zona del este de Asia. El barco, tripulado por británicos, lleva bandera siamesa y una carga humana, un centenar de culíes que van de vuelta a casa con sus ahorros tras haber estado trabajando duramente en otro lugar. Son personas con los que los tripulantes no conviven y con los que no pueden comunicarse por hablar distintas lenguas, característica del viaje que empeora la situación producida por la llegada de una borrasca que pone el barómetro en una señal de presión tan baja como nunca había visto el capitán, navegante experto. El punto de vista narrativo oscila entre los distintos personajes principales, todos occidentales, de los que vamos sabiendo poco a poco datos de sus biografías. Se puede echar de menos —un novelista actual lo incluiría— el punto de vista de los culíes: así tendríamos el panorama completo de los hechos y las emociones. De todas formas, la inclusión de ese punto de vista no es esperable en novelas de aquella época —Tifón es de 1902—, cuando los autores solían tener una visión perfectamente colonial de todo lo que no fuera Europa o la costa este de Estados Unidos; el punto de vista del indígena no contaba. Era otra época.

Joseph Conrad (1857-1924), novelista recomendable para cualquiera, nos deja en esta obra una vez más muestras de su pericia a la hora de contar —el lector siente como se hunde la proa en el abismo después del paso de cada gran ola—, de su profunda capacidad de observación y de su preocupación por los otros, los desheredados de tierras ubérrimas monopolizadas por europeos y explotadas sin ningún tipo de escrúpulos, preocupación más presente en su conocida novela El corazón de las tinieblas (1899).

En la obra de Conrad su biografía tiene mucho peso. Vivió una juventud arrojada y aventurera y solo se sentó a escribir cuando notó que la salud y las fuerzas no le acompañaban como antes. Fue un hombre de acción y un gran novelista, a quien uno no se cansa de leer.

 

Joseph Conrad, Tifón, Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 2013. [Typhoon; el nombre del traductor no aparece por ningún sitio, algo lamentable y posiblemente injusto].

 

Imagen: Vista satelital de un tifón el este de Filipinas. Foto AFP (bankokpost.com).

 

Víctor Espuny.

sábado, 5 de junio de 2021

La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine

 


            Que un ensayo como este, dedicado a ensalzar lo inútil, haya alcanzado veinticuatro ediciones en España, y en pocos años, es un hecho que debe llenar de esperanzas nuestros corazones, aunque sus lectores pertenezcan a esa minoría ilustrada que vive a su aire, libre de imposiciones pero alejada de los centros de decisión, individuos que podrían tener influencia si a muchos otros no les interesara evitarlo. Seguro que si dieran a leer este libro a los profesionales de la economía y la prisa, si estos fuesen capaces de encontrar tiempo para leerlo, las cosas cambiarían. A mejor.

            La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine (Diamante, Calabria, 1958), es un canto a la libertad, a la posesión solo de las cosas imprescindibles para vivir. Pero también es mucho más. Es una defensa de las acciones contrarias a todo lo que generalmente se ha llamado «de provecho», una expresión muy española, hoy menos usada pero muy expresiva. Una persona de provecho es alguien que dedica sus días a la realización de acciones prácticas, útiles, entendiendo por utilidad todo aquello capaz de acrecentar los bienes materiales. De esto resulta que si todos fuéramos individuos «de provecho» no existirían el arte ni ninguna de aquellas creaciones que hacen al hombre diferente de los animales. Si nos limitamos, por ejemplo, a ganar dinero para comprar cosas, una manera perfecta de amargarnos la vida, pronto seremos dueños de un patrimonio que nos exigirá una atención que impedirá dedicar nuestro tiempo a otra cosa que no sea vigilarlo y acrecentarlo, exactamente igual que las hormigas. Aquel cuento de la cigarra y la hormiga, al que he llegado de manera involuntaria, es perfecto para comprender cómo es la mentalidad que ha hecho de nuestra sociedad un colectivo de millones de personas dedicadas solo a la consecución de lo práctico, de lo útil y provechoso, una mecánica de la que solo escapan las cigarras. En el cuento, la cigarra, que no trabaja —solo canta y toca el violín—, recibe su merecido, muere de hambre y de frío. Recuerdo ahora las ilustraciones de la cigarra al final de aquel cuento, dibujos que inspiraban pena y miedo de acabar como ella. Resulta, sin embargo, que si no hubiera individuos como la cigarra, capaces de dedicar su tiempo a menesteres inútiles, aquellos que se realizan por el menester en sí mismo, sin pensar en provecho alguno, nadie tocaría la guitarra en la soledad de su habitación, ni leería o escribiría poesía. No existirían compositores, ni historiadores, ni pintores. La nuestra sería una sociedad sin afición al arte y sin capacidad de apreciarlo, y también sin memoria, pues la historia —piensen en qué lugar se encuentra el estudio de  las humanidades en la actualidad, qué prestigio tiene— no sería investigada por nadie, nadie la escribiría, y seríamos sociedades sin base alguna, como individuos que despertaran una mañana sin recuerdos y se limitaran a vivir sin entender nada de sí mismos porque no saben qué hicieron antes, ni quiénes fueron sus padres, ni dónde nacieron y vivieron, ni porqué hablan una lengua y no otra.

Hay que conseguir devolver a la creación sin fines prácticos, al cultivo del arte y la investigación sin objetivos concretos, por ellos mismos, la consideración que tenía en tiempos antiguos y hoy ha perdido. Hay que volver a dignificar la universidad, convertida hoy en una fábrica de empleados de grandes multinacionales, o los museos, en la actualidad lugares que tienen poco que ver con el mundo de las musas y mucho con el de Mercurio. Todas estas ideas, y otras muchas —imposible resumirlas aquí—, se encuentran en este ensayo de Ordine, también una antología de pensamientos sobre la conveniencia de lo inútil y las desgracias acarreadas por el afán de lucro, ese cáncer que mina la dignidad de las mujeres y los hombres. El libro, finalizado con un texto sobre la utilidad de lo inútil escrito en 1939 por Abraham Flexner (1866-1959), destacado intelectual norteamericano, es corto y de amena lectura, una pequeña joya capaz de embellecer la mente de cualquiera. Aún estamos a tiempo.

 

Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil. Manifiesto. Con un ensayo de Abraham Flexner, Barcelona, Acantilado, 2013. [L’utilità dell’inutile, 2013]. Traducción del italiano y el inglés de Jordi Bayod Brau.

 

Imagen: Retrato de Théophile Gautier, gran defensor de la belleza de lo inútil (ciudadseva.com).

 

Víctor Espuny.