domingo, 30 de mayo de 2021

Los emigrados, de W. G. Sebald

 

 

            Debido al despiste en el que vivo felizmente instalado casi siempre, no he conocido la obra de W. G. Sebald (1944-2001) hasta ahora. Muerto prematuramente, el autor bávaro poseía una profunda sensibilidad, un bagaje inmenso de lecturas, una gran capacidad de observación y un aparente desinterés por hacerse una carrera literaria, rasgos todos que lo hacen tremendamente atractivo. A todo eso hay que sumar, entre otras muchas cosas, la fecha de su nacimiento, que lo instala en ese grupo etario alemán cuyos integrantes tuvieron que descubrir por sí mismos qué había pasado en su país durante los años treinta y cuarenta, exactamente como Bernard Schlink, nacido el mismo año, apenas dos meses después.

            Los emigrados (1992) de Sebald contiene la biografía de cuatro personajes supuestamente ficticios pero tan creíbles que uno acaba el libro con la idea de que todos ellos existieron realmente. Son historias desconectadas en apariencia pero unidas por un narrador-protagonista hábilmente construido, una suerte de viajero cuyo motivo para trasladarse de un lugar a otro nace en el encuentro con personas que despiertan en él unas ansias mayores de conocer su biografía. Esta viene acompañada en los cuatro casos por fotografías de lugares y personas que acentúan el grado de veracidad de los textos. Las páginas se suceden de una manera extraña, poco habitual según los cánones narrativos más extendidos, salpicadas de digresiones, principalmente históricas, que al principio cuesta relacionar con la historia principal pero uno acaba por encontrar perfectamente lógicas. De todo lo escrito no sobra nada. La dificultad de la lectura para el lector más acostumbrado a los relatos de forma clásica va desapareciendo conforme advierte cómo las digresiones convienen al relato, cómo lo complementan. Los protagonistas de las biografías son hombres ya mayores que tuvieron que abandonar Alemania en las primeras décadas del siglo XX y se instalaron en países de futuro más prometedor por la ausencia de persecución antisemita. Algunas de las historias, sobre todo las del maestro Paul Bereyter y el mayordomo Ambros Adelwarth, resultan de un atractivo tal que durante su lectura uno se siente transportado a uno de esos momentos estelares que señalan la senda vital del lector, esos contados ratos en los que se siente inmerso en un relato verdaderamente irrepetible por la profundidad de lo escrito y el talento de su creador.

Solo para lectores avanzados.

 

 

W. G. Sebald, Los emigrados, Barcelona, Anagrama, 2019 (3ª ed., la 1ª es de 2006). Traducción de Teresa Ruiz Rosas. [Die Ausgewanderten, 1992].

 

Imagen: Vista de Wertach (al sur de Baviera), donde nació y vivió la infancia W. G. Sebald. (Ahora resulta pertinente una reflexión sobre la importancia de los escenarios naturales y artísticos en la formación de las personas creativas). He tomado prestada la fotografía de ferienwohnungwertach.de.

 

Víctor Espuny.

martes, 25 de mayo de 2021

Los ilusos, de Rafael Azcona

 

 

Seguro que el lector recuerda Los detectives salvajes de Roberto Bolaño y alguna que otra novela donde el autor hace el relato de sus años mozos, cuando empezaba su actividad literaria y parte importante de la misma consistía en verse con personas más o menos de la misma edad y con las mismas inquietudes creativas. La novela Los ilusos pertenece precisamente a ese subgénero temático, el de los grupos literarios que se forman alrededor de una revista o de un bar, establecimiento donde habitualmente se consume poco y se ocupan mucho tiempo las mesas. Son años de grandes ilusiones y de bolsillos vacíos en los que se forjan amistades para toda la vida y se viven experiencias a menudo inolvidables por la terneza de la piel.

            Los ilusos, novela en buena parte autobiográfica, narra la llegada de Rafael Azcona (1926-2008) a Madrid desde su Logroño natal a principios de los años cincuenta y la manera que tuvo de sobrevivir aferrándose al sueño de comer de la escritura, afán que le llevo a convertirse en uno de los guionistas más importantes de la historia del cine español. Pero antes de eso escribió novelas mercenarias de las cuales no se sentía muy satisfecho y otras, como esta, muy aceptables al estar redactadas por amor a la escritura misma, la única forma, seguramente, de conseguir textos realmente válidos, capaces de impresionar la sensibilidad del lector. Harto como esta uno de leer relatos de aquellos años en los cuales todo es oscuro y triste, en Los ilusos encontramos un grupo de poetas, más bien versificadores, dados a la picaresca y a la ampulosidad, que ven sus veladas de los Versos Sabáticos como oportunidades para descollar entre otros poetas llegados de provincias o para sacar algunas pesetas a alguien con alguna desgracia inventada, pero todo contado con ese gran sentido del humor que tenía Azcona, hombre tímido e inteligente donde los hubiera, que prefirió la actividad de guionista cinematográfico a la de escritor para no ser asunto de titulares ni objetivo de fotógrafos de prensa. Tuvo una larga y feliz vida paseando como un ser anónimo más. Por suerte para la creación artística y para todos nosotros, él aguantó lo que tuvo que aguantar y siguió toda la vida siendo uno de esos ilusos sin los cuales el arte no existiría.

            Los ilusos fue publicada por primera vez en 1958 y revisada por su autor para esta edición, que contiene decenas de ilustraciones de su amigo Antonio Mingote. La revisión del texto fue, quizá, el último trabajo de la vida de Azcona. Ahora, ya fallecido, sigue haciéndonos reír.

 

Rafael Azcona, Los ilusos, La Coruña, Ediciones del Viento, 2008.

 

Imagen: Montaje de la página mcguffin007.com, donde puede leerse un enriquecedor artículo sobre esta novela de Júlia Olmo; sí, con acento.

 

Víctor Espuny.

lunes, 17 de mayo de 2021

El pisito, de Rafael Azcona

 


            Entre las referencias de Rafael Azcona (1926-2008) que la mayoría de los españoles tiene, si es que tiene alguna, se encuentra principalmente su trabajo como guionista cinematográfico, el más valorado del cine español: ahí están El verdugo, La gran comilona, Belle époque  y La lengua de las mariposas, por citar solo algunas de las más de noventa películas en las que trabajó. Parece una perogrullada recordar que detrás, o dentro, de un guionista hay siempre un escritor, él mismo, porque los guiones son obras literarias, creaciones que usan las letras (del lat. littĕra), aunque en esta ocasión sea para evocar o sugerir imágenes. El caso es —no sigo por el camino que iba para no entrar en un terreno proclive a la polémica o a largas y pesadas digresiones, que me harían prolongar esta reseña más allá de las dos páginas y luego tengo cita con el callista— que Azcona, ya lo ha adivinado el lector, fue escritor, principalmente de guiones, pero antes de eso lo fue de poesía, sobre todo en su Logroño natal, y de novelas, de las que escribió muchas, quizá decenas, algunas de ellas de simple consumo, de las llamadas populares, con el seudónimo de Jack O’Relly. Una vez en Madrid, y dispuesto a vivir de la escritura en aquellos difíciles años cincuenta, Azcona se dedicó a escribir como si no hubiera mañana. Algo tendría para que le echaran una mano algunos de los que ya tenían metida la cabecita, y parte del resto del cuerpo, en el mundillo literario de la capital, y entró a trabajar en La Codorniz, que los lectores conocerán, y de la revista de Álvaro de Laiglesia pudo dar el salto al cine de la mano de Marco Ferreri. Ya entonces frecuentaba las tertulias literarias de los cafés madrileños —qué envidia, qué tiempos aquellos, tan presenciales— y era conocido de los integrantes de la gran generación de aquellos años, de la que Ana María Matute, Ignacio y Josefina Aldecoa y Rafael Sánchez Ferlosio son los más conocidos, autores imprescindibles los cuatro, dicho sea de paso y con ánimo benéfico. La posición económica de Azcona, menos desahogada que la del resto del grupo, le obligaba a trabajar por encargo y esto, no hay duda, coarta la creatividad, de ahí que su creación puramente literaria haya sido, a pesar de su interés, olvidada por la crítica. A este factor debe unirse, aquí sigo a pie juntillas a Juan R. Ríos Carratalá en el prólogo a la obra de cuya lectura proceden estas líneas, el carácter de Azcona, persona esencialmente tímida, amante pasional del anonimato, que permite a los observadores, léase cualquier artista, disfrutar sin interferencias del espectáculo de la vida. Nada como ver sin ser visto, y a ese ideal no contribuye precisamente la popularidad. De ahí que Azcona se refugiara cómodamente en el cine, mundo en el que los guionistas ocupan un papel muy secundario detrás de directores y, sobre todo, de actores y actrices, verdaderas estrellas, de popularidad incapacitante para llevar una vida normal. Azcona disfrutaría como nadie pudiendo salir a comprar el pan y no siendo reconocido por nadie, observando la vida como era antes del que él llegara. De ahí también, por tanto, que el mundo de las publicación literaria no le interesara tanto, con sus presentaciones, firmas, entrevistas y demás servidumbres alejadas de la actividad de escribir, un acto recogido y solitario.

            El pisito es la novela de Azcona que acabo de leer. Fue escrita en 1957, adaptada al cine dos años después y reescrita en parte en los noventa, momento en el que Azcona, más flexible entonces,  quizá por la edad, acordó con una importante editorial la publicación de sus novelas, acuerdo que solo quedó en inacabado proyecto tras la publicación del primero de los tomos, que comprendía El pisito, El cochecito y Los muertos no se tocan, nene, todas adaptadas para el cine, la última con la colaboración de Carlos Álvarez Sánchez-Novoa, personaje esencial en el mundo del teatro y la docencia en la España de los años setenta, dicho sea de paso, sin ánimo —por el momento— de extenderme sobre el asunto, porque extensión merece. La lectura de El pisito resulta recomendable para cualquier español amante de la historia y la sociología, porque en este libro va a encontrar un retrato veraz, aunque no demasiado pesimista o negativa, de aquellos años, una visión, además, regada generosamente de bonhomía y buen humor. El argumento de la historia ya lo conocen por la película, esencialmente es el mismo, pero en el libro tiene uno la libertad de imaginar a Rodolfo, Petrita y doña Martina exactamente como quiera. Además reirá a carcajadas.

 

Rafael Azcona, El pisito. Novela de amor e inquilinato, introducción de Juan A. Ríos Carratalá, Madrid, Ediciones Cátedra, 2016.

 

Imagen: Fotograma de El pisito (1961).

 

Víctor Espuny.

martes, 11 de mayo de 2021

La Horla y otros cuentos, de Guy de Maupassant

 


            Entre los libros de ficción que uno tiene para elegir resulta fácil inclinarse por aquellos que vemos publicitados, a menudo obras perecederas, simples productos comerciales que la industria editorial necesita vender para cuadrar sus números. Entre ellos los hay buenos, eso es seguro, pero la proporción de estos es muy pequeña, casi inapreciable, y dar con ellos poco menos que una lotería. Siempre va a ser mejor acudir a los clásicos.

            Guy de Maupassant (1850-1893) es ya uno de ellos. Normando como Gustave Flaubert (1821-1880), fue en cierta forma tutelado por este, que intentaba conseguir —hay cartas que lo testimonian— que aquel muchacho deportista, enamoradizo y muy bien dotado para la práctica del relato se sentara a escribir en serio, con continuidad. Maupassant, demasiado vitalista en su juventud para permanecer tanto tiempo en reposo, lo hizo a los treinta años, después de haber dedicado con pasión casi una década de su existencia a remar en el Sena y a buscar compañía femenina. De resultas de aquella vida un tanto desenfrenada contrajo la sífilis, que deterioraría poco a poco su salud hasta producirle la muerte temprana. Su sensibilidad era tan acusada, y sus vivencias hasta entonces habían sido tan intensas, que pudo escribir una tras otra obras inmortales.

            La Horla y otros cuentos no existió nunca como libro. Se trata de una selección de cuentos de Maupassant llevada a cabo por Isabel Veloso Santamaría, especialista en literatura francesa del siglo XIX, en la actualidad profesora de la Universidad Autónoma de Madrid. En total son diez cuentos pertenecientes, a grandes rasgos, a tres tipos temáticos: el relato fantástico y de terror, el relato sensualista y el relato bélico. (No, Bola de sebo no aparece en esta selección pero, si aún no lo ha hecho, búsquelo y léalo). Del tipo primero destacaría La Horla, posible antecedente del cortazariano Casa tomada, pero de los tres tipos he disfrutado sobre todo con los dos últimos, centrados en el mundo femenino. Los protagonistas son mujeres puestas por la vida en lugares y situaciones de precariedad, bien como prostitutas, bien como víctimas de la guerra —en el caso de Maupassant la franco-prusiana, conocida por él—, bien como prostitutas víctimas de la guerra, todo en uno para hacer aún más llamativo el contraste entre la vida de hombres y mujeres en antiguas etapas de la historia social de un occidente hoy modernizado, en apariencia, pero cuya seguridad penderá siempre de un hilo. Nadie desea una guerra, y hoy en Europa occidental parece algo imposible, pero el futuro es largo y nuestra mirada solo alcanza unos años más: no sabemos qué vendrá después. De los que he llamado sensualistas destacaría La casa Tellier, un retrato veraz de la hipócrita sociedad burguesa de finales del siglo XIX, y de los bélicos Madre Sauvage, este último de lo mejor que he leído en mucho tiempo. Nadie como una madre que puede, y necesita, vengar la muerte de un hijo para pasar a la acción.

 

Guy de Maupassant, La Horla y otros cuentos. Edición y traducción de Isabel Veloso. Madrid, Cátedra (Letras Universales), 2018 (5ª ed.).

 

Imagen: Les Grands Boulevards: le Theatre des Varietes, por Jean Béraud (entre 1875 y 1890).

 

Víctor Espuny.

sábado, 8 de mayo de 2021

Breve resumen de Cartas desde Rusia, de Juan Valera.

 


            El escritor egabrense Juan Valera (1824-1905), políglota y licenciado en derecho, trabajó para la administración del Estado dentro del cuerpo diplomático. Durante su juventud, esta actividad le llevó a residir temporadas en ciudades como Nápoles, Lisboa, Rio de Janeiro, Dresde y San Petersburgo. A esta última viajó en calidad de secretario de la legación diplomática encabezada por el XII duque de Osuna, Mariano Téllez-Girón (1814-1882). El duque viajaba con el encargo de llevar importantes documentos oficiales al emperador Alejandro II, deseoso este último de restablecer las relaciones diplomáticas con el reino de España, rotas tras el apoyo ofrecido por su antecesor en el trono ruso a la causa carlista. Valera formó parte de dicha legación entre noviembre de 1856 y junio de 1857. Además de Valera y el duque, en la legación estaban presentes, como personas individualizables por su nombre en las cartas, Quiñones y Benjumea, ambos servidores directos del duque Osuna, militar el primero y secretario personal el segundo. Durante este periodo de tiempo, Juan Valera conoció lo mejor que pudo la sociedad en la que vivía —no hablaba ruso pero la gente con la que se relacionaba hablaba francés— y escribió interesantes y amenas cartas, algunas de las cuales fueron publicadas sin su autorización en la prensa madrileña, le causaron no pocos sinsabores por la franqueza de sus opiniones —creía estar escribiendo en un ámbito privado— y propiciaron la consolidación de su prestigio literario, pues son producto de una gran exigencia intelectual y artística. El destinatario principal de dichas cartas fue Leopoldo Augusto de Cueto, superior suyo en Madrid. En este artículo ofrezco al lector curioso un resumen esquemático de estas cartas, leídas en la edición de Ángel Luis Encinas Moral (Juan Valera, Cartas desde Rusia, Madrid, Miraguano Ediciones, 2006). Los resúmenes, sucintos y casi telegráficos, van precedidos del nombre de la ciudad desde donde se remite la carta, de la fecha en que se escribe, del nombre del destinatario y del número de página donde se localiza en la edición de Miraguano. De Cartas desde Rusia de Valera existe al menos otra edición separada, ya clásica, en tres volúmenes, del editor Afrodisio Aguado (Madrid, 1950), descargable en cervantesvirtual.com.

No piense el estudiante indolente que la lectura de estos resúmenes pueda sustituir la de las cartas, son solo una especie de guía temática. Las Cartas desde Rusia constituyen un monumento al amor por la escritura y una muestra evidente de la curiosidad intelectual de don Juan Valera, así como un ejemplo de lo pernicioso que puede resultar la difusión de opiniones personales sobre los superiores que uno tiene en cualquier jerarquía. Pero esa es otra historia. En cualquier caso, su lectura es muy recomendable.

 Los resúmenes son los siguientes:

 

Berlín. 26-11-1856. Leopoldo Augusto de Cueto. 33.

Elogio de la generosidad del duque de Osuna y del carácter alemán. Ingenuidad y entrega de las jóvenes alemanas sin recursos. En una ópera de Wagner. Museo de Berlín. Comida con personalidades. Pérdida de una cartera por parte de un empleado ducal. Picaresca del empleado para obtener 500 francos del duque.

 

Varsovia. 30-11-1856. Leopoldo Augusto de Cueto. 44.     

Primera alusión al frío. Valera se burla de Benjumea, secretario particular del Duque, a quien llama bobo. El duque gasta 3.000 francos en pieles para abrigo suyo y de sus criados. Entrada en el Imperio Ruso. Crítica a la acusada desigualdad social. Descripción de los cosacos. Elogio de la belleza de las polacas. Todos los homenajean y organizan banquetes en su honor.

 

San Petersburgo. 10-12-1856. Leopoldo Augusto de Cueto. 53.      

Ocho días de viaje de Varsovia a San Petersburgo. Detalle del itinerario, poblaciones y ríos helados que cruzaron. Elogio de San Petersburgo a su llegada: dice gustarle más que París.

 

San Petersburgo. 16-12-1856. Marquesa de la Paniega, madre de Valera. 62.

Conocimiento del francés de toda la «sociedad elegante». Son recibidos por el emperador y por la emperadora. Asisten a banquetes y funciones de teatro.

 

San Petersburgo. 23-12-1856. Leopoldo Augusto de Cueto. 65.      

Visitas a las Academias de Ingenieros, de Minas y del Estado Mayor. Visita al Palacio de Invierno. Menciones de casas donde se dan fiestas y ellos acuden, entre ellas algunas habitadas por artistas de variedades mantenidas por hombres propietarios de grandes fortunas.

 

San Petersburgo. 28-12-1856. Leopoldo Augusto de Cueto. 74.      

Valera habla del frío y, por primera vez, de volver a Madrid. Se habla de la sustitución del duque por Istúriz, pues el duque no posee el cargo de embajador de manera oficial. Se mencionan periódicos: La independencia belga y el Diario de San Petersburgo. El duque y Quiñones acuden a una revista militar. Descripciones y valoraciones de escuelas militares y ejércitos.

 

San Petersburgo. 1-1-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 82.

Descubre que sus cartas están siendo publicadas; cambio a un tono menos desenfadado. Desconocimiento fuera de Rusia de su literatura, apenas traducida. Desconocimiento de España y su cultura en Rusia. Lujo de los grandes señores rusos. Palacio de la princesa Yussupov. Habla de la inminente vuelta a Madrid vía Moscú.

 

San Petersburgo. 3-1-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 90.         

Visita algunas salas del Museo Imperial (Hermitage): pintura española, joyas y pintura erótica. El duque y Quiñones visitan un cuartel del regimiento de caballería de la Guardia Imperial, donde se les agasaja. El duque, satisfecho, entrega 50 rublos (800 reales de v.) a los soldados que bailaron, tocaron y cantaron en su presencia.

 

San Petersburgo. 6-1-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 97.

Se queja de su estancia en Rusia, del frío y de las limitaciones que conlleva no saber el idioma. Analfabetismo general de las personas humildes y ausencia de rótulos en calles y tiendas. Descripción del traje de los habitantes. Precios mucho más caros que en Madrid. No se encuentran libros en español. Elogio de los miembros del colegio de sochantres y del gusto de los rusos por la música.

 

San Petersburgo. 11-1-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 105.

Alusión al cumplimiento satisfactorio de la misión que les había llevado allí, la entrega de unas cartas, y al deseo de volver ya a España. El duque, sin embargo, quiere ser nombrado embajador titular y los rusos desean el establecimiento de una legación permanente. El duque busca casa para alquilar. Valera pide que le envíen un permiso para volver solo. Habla de la vida en sociedad y de la manera de galantear del duque. También de las fotos que Clifford hizo de sus posesiones, que el duque muestra para presumir. Nueva visita al Hermitage: salas de pintura italiana y de numismática.

 

San Petersburgo. 16-1-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 117.

Vuelve a expresar su deseo de volver a España. Pide que sus cartas dejen de publicarse porque no quiere herir a nadie ni dejarse llevar por la vanidad literaria y hacer cartas demasiado serias y eruditas. Habla de los principales autores que conviene leer para conocer Rusia. Dedica la mayor parte de la carta a elogiar el porte de los militares rusos y  la vistosidad de sus uniformes.

 

San Petersburgo. 20-1-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 125.

Problemas en su salud por el frío. Amistad que entabla con algún literato ruso de segunda fila. Exportaciones de España a Rusia (azúcar, vinos, pasas…). Inclusión oficial del duque en las listas del cuerpo diplomático. Lluvia de invitaciones a celebraciones. Tiendas de productos rusos. Población de Rusia. Idea que los rusos tienen de otros países. Orgullo nacional. Admiración por lo francés entre las clases altas. Elogio de la obra de Pushkin. Enfado que tiene porque se hayan publicado sus cartas: las burlas que ha hecho del duque y de Quiñones le han enemistados con ellos.

 

San Petersburgo. 23-1-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 134.

Se queja de la situación en la que está en Rusia, incómoda. Visitas al Palacio de Mármol, al palacio de la Gran Duquesa María y a la Biblioteca Pública Imperial. Ucase del emperador que contiene una nueva regulación de los empleos públicos. Noticia del fallecimiento del conde Strogonov, del Consejo del Imperio.

 

San Petersburgo. 26-1-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 140.

Historia del monasterio de san Alejandro Nevski. Entierro del conde Strogonov con asistencia de las máximas autoridades (Emperador y Gran duque incluidos) y todo el cuerpo diplomático uniformado. Visita al Almirantazgo y a una Academia de Arquitectura Naval. Importancia de los alemanes integrados en Rusia como cabezas pensantes, panaderos y hasta prostitutas de cierta altura: las rusas son las más sucias y baratas. (El punto de vista de las mujeres que tiene Valera es el generalizado en la época). El autor espera que nadie en Rusia abra y lea su carta porque no deja a los rusos en muy buen lugar.

 

San Petersburgo. 28-1-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 145.

Anuncio de un intercambio de condecoraciones para personajes de los dos países. El duque ha alquilado una casa junto al Neva por la que paga 1200 rublos al mes, 19.200 reales según mis cuentas. Descripción y localización exacta de la casa. Alude a las mujeres que corteja el duque con poco éxito —en una de ellas ha gastado ya 12 o 13.000 francos— y a las comidas que está empezando a dar. Valera vuelve a pedir que le trasladen a España, que él se ve de más allí, como ve de más al resto de la legación española, oficialmente inexistente. Vuelve a quejarse de la malquerencia que le tiene el duque y de lo mal que sienta aquello a su salud. Leyendo sus cartas nadie las supondría escritas por alguien de solo treinta y tres años.

 

San Petersburgo. 31-1-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 148.

Vuelve a hablar del posible intercambio de condecoraciones, una de ellas para Narváez. Nueva referencia a La Independencia Belga, periódico muy crítico con España. Nueva referencia a la situación del duque como embajador extraordinario, no oficial. Visita a Cronstadt, en la desembocadura del Neva. Tremenda aventura corrida en el mar helado, por donde volvieron de noche y en trineo.

 

San Petersburgo. 2-2-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 156.

Acuden a carreras de trineos tirados por caballos trotones sobre el Neva. Practican deportes de invierno. Elogio de los alrededores de San Petersburgo, ahora cubiertos de nieve y hielo. Añoranza de la primavera. Carta corta y, en general, elogiosa para Rusia y sus habitantes.

 

San Petersburgo. 5-2-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 159.

Elogio de las damas rusas. Curiosidad del autor por todo lo nuevo que va descubriendo. Lamento por no saber ruso. Publicaciones. Diserta sobre la historia de la literatura rusa. Menciona El Norte de Bruselas, medio de difusión de noticias del gobierno imperial. Habla del desarrollo del ferrocarril en Rusia. Visita a la ciudadela de San Petersburgo, que alberga la Casa de la Moneda; descripción del proceso completo de acuñación. Lamento por la falta en España del reconocimiento público de los individuos de mérito.

 

San Petersburgo. 12-2-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 168.

Carta de gran unidad temática. Trata de la religión en Rusia, de su tipo de cristianismo, de su historia y de las diferencias doctrinales con el catolicismo. Entabla amistad con el erudito Muraviev.

 

San Petersburgo. 18-2-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 179.

Habla de la gran animación existente, de la cantidad de bailes que se dan antes del inicio de la cuaresma. Afición de las señoras rusas por las joyas y su ostentación. Preparación intelectual de las mujeres de la alta sociedad, muchas políglotas. Afición por el juego del secretario. Pintores rusos de mérito con obras en el Hermitage. Escultura antigua en este mismo museo. En un añadido final comenta que no ve publicadas sus cartas en los periódicos y tampoco sabe si las recibe Leopoldo Augusto de Cueto, por lo que teme estar escribiendo para nadie. El duque va a dar una gran comida. Había sido anunciada en los periódicos.

 

San Petersburgo. 23-2-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 189.

A Varela se le ha comunicado que debe continuar en San Petersburgo. El duque ha dado una comida el sábado 21 en honor del príncipe Gortchakov. Asisten muchos miembros de la aristocracia y los jefes de misiones diplomáticas, pero no menciona nada extraordinario sobre ella relativo a despilfarro u ostentación. El príncipe Galitzin, futuro embajador ruso en España, asistió también. Habla de nuevo de condecoraciones rusas para personajes españoles. Puede que el duque dé un baile: hasta ahora no lo ha hecho por no tener «lacayos de gran librea ni toda aquella pompa que conviene y aquí se usa». Gortchakov asegura al duque que, en caso de dar el baile, la posibilidad de que el emperador acudiera era muy alta, algo que, de producirse, constituiría una distinción muy relevante para un extranjero. El duque ha ido con el emperador a la caza del oso. Varela vuelve a burlarse del duque. Vuelve a mencionar el Journal de Saint-Pétersbourg.

 

San Petersburgo. 28-2-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 193.

Siguen los bailes de carnaval. Encomio de la belleza de las rusas, afeada, eso sí, por el mal estado de sus dientes, producto de la desmedida afición por los dulces. El duque ha dado otra comida, en este caso para agasajar al príncipe Galitzin y su mujer, que marchan a Madrid. Acuden los secretarios de las legaciones diplomáticas. Baile organizado por el embajador de Francia [Morny] al que acude el emperador. Formas de divertirse de la gente humilde (una especie de feria). Nueva disertación sobre la obra de Muraviev y la naturaleza e historia de la iglesia ortodoxa y sus sectas.

 

San Petersburgo. 1-3-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 200.       

Valera dice haber recuperado el favor del duque. A continuación menciona la existencia de una «conspiración» a favor del duque como embajador encabezada por el emperador. Habla de la inquina que le sigue teniendo Quiñones, y cómo él intenta ceder en todo para volver a ganárselo. Conversaciones sobre España mantenidas con los príncipes Gortchakov y Galitzin.

 

San Petersburgo. 4-3-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 204.

Valera comenta que el duque expresa continuamente su deseo de ser nombrado embajador y, cuando lo sea, viajar unos meses a París y Madrid para atender a sus asuntos y volver con el «séquito de lacayos conducente a no ser menos en nada que Monsieur de Morny», [Charles de Morny (1811-1865), diplomático y hombre de negocios francés casado en enero de 1857 en San Petersburgo con la princesa Troubetskoï]. Vuelve a hablar del deseo que todas tienen de que el duque dé un baile y de que este no lo da por no poseer el aparato necesario (libreas, etc.). Critica la falta de gusto y finura de Morny, que al duque le sobra. Valera habla de quién correrá con los gastos que suponen los nuevos miembros de la legación diplomática: el Estado. El duque no piensa alquilar otra casa para ellos, les dará solo de comer.

 

San Petersburgo. 5-3-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 209.

Primeras señales de deshielo en el río Neva. Descripción de los ritos cuaresmales y de la estricta penitencia seguida por los rusos, sobre todo por la gente más humilde y durante la primera semana, cuando no hay actividad social alguna. Nueva mención de las sectas religiosas y, en este caso, relación que guardan algunas de ellas con doctrinas de Extremo Oriente. Mención de un importante orientalista, Kassovich, y del salón de la Biblioteca Imperial dedicado a la Etnografía, que tiene a su cargo. Visita a los salones del Hermitage dedicados a escultores extranjeros modernos.

 

San Petersburgo. 12-3-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 216.

Cierta relajación en la segunda semana cuaresmal. Elogio de la práctica de los cuadros vivos (posturas plásticas). Presencia del protestantismo en Rusia por influencia alemana. Creencias y sectas. Descripción de impresionantes celebraciones religiosas.

 

San Petersburgo. 20-3-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 224.

Relato de la visita a la Academia de Ciencias, un museo de ciencias naturales (zoología, meteoritos, mineralogía). Elogio de su biblioteca, muy rica en libros chinos y tibetanos. Crítica a la falta de estudiosos españoles en este y otros campos, como el hebraísmo y el arabismo, teóricamente más cercanos y asequibles. Se queja Valera de la falta de envío de los toisones para los rusos a cambio de los cordones de San Andrés (condecoraciones rusas) concedidos a personajes españoles. El duque está muy dolido y preocupado por esa aparente falta de correspondencia.

 

San Petersburgo. 24-3-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 231.

Vuelve a salir la cuestión de las condecoraciones (una banda y dos toisones), que no llegan y el duque está muy enfadado por ello. Valera piensa que están haciendo el ridículo en este asunto. Habla de las cartas que el duque intercambia con Narváez (duque de Valencia) sobre este particular. Mención de los manuscritos españoles de la Biblioteca Imperial, que piensa visitar el autor egabrense. Habla de un bibliófilo llamado Sobolevski, hispanista ruso, que cree en la existencia entre ellos de una obra inédita de Calderón. Valera traía para él una carta de Mérimée.

 

San Petersburgo. 26-3-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 236.     

Valera se reafirma en sus deseos de dejar la legación diplomática en San Petersburgo. Los petersburgueses que pueden viajar esperan con ilusión el deshielo del Báltico para hacerlo. Visita a las caballerizas de la Casa Imperial, donde hay más dos mil caballos de tiro y de silla. Visita a una fábrica de armas y a un arsenal. Nueva mención de Sobolevski.

 

San Petersburgo. 27-3-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 238.

Nueva a alusión a la banda y los toisones que se esperan de España. La princesa de Galitzin ha caído enferma en Dresde, donde el matrimonio ha detenido su viaje hacia España. El resto de la carta está dedicado a la animadversión que el duque siente hacia Valera y a reiterar la necesidad del envío de las condecoraciones.

 

San Petersburgo. 30-3-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 241.

Descripción de la fiesta celebrada con motivo del aniversario (87º) de la creación del «club inglés». Nueva mención al disgusto que tiene el duque por la publicación de estas cartas. Actividades literarias sobre Rusia de Quiñones y Benjumea, al cual tacha de poco menos que revolucionario. Habla también, como ensayista, del cocinero del barón Fabrice, de Sajonia, astrónomo, químico y antropólogo además de cocinero. El duque ha comprado una colección de biblias por 177 rublos de plata, precio muy económico.

 

San Petersburgo. 6-4-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 248.

Por fin los rusos han entregado sus condecoraciones. El duque cada vez desconfía más de Valera, según este condicionado por Quiñones. Valera cree estar enamorado de una actriz francesa cuyo nombre no menciona; da a entender que el duque también la pretende. Descripción de una curiosa costumbre prenupcial de las mujeres circasianas relacionada con la salvaguarda de su integridad himenea.

 

San Petersburgo. 13-4-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 251.

Carta excepcional, distinta a las demás. En ella cuenta Valera sus frustrados amores con la actriz francesa Magdalena Brohan, amores insinuados en la carta anterior. Es novelesca, romántica y de las más extensas. «Si no lo cuento voy a reventar. Es menester que me desahogue, que me quite este peso de encima. Nada podría escribir a usted si no escribiese de este amor». (pág. 251).

 

San Petersburgo. 15-4-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 265.

Dice que ya ha superado su mal de amores. El Neva se ha deshelado: llega la primavera. Ha fallecido Tengoborski, célebre economista ruso, empleado en la reforma de los aranceles. Mención crítica a Obrescov, estadístico. Párrafo dedicado a la nobleza y a la crucial cuestión de la emancipación de los siervos; breve historia del sistema ruso de servidumbre. Privilegios legales de los nobles. Peculiaridades del código penal ruso.

 

San Petersburgo. 18-4-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 271.

Crítica a la forma de celebrar la Semana Santa en Rusia por parte de los privilegiados, de manera estrictamente recogida: nadie recibe; además todas las tiendas están abiertas durante el Viernes Santo. Patriotismo y antipolaquismo de la población. Antijesuitismo. Los rusos le parecen ahora personas de poco mérito e instrucción. Consejos para mejorar la administración del país. Alusión al mundo de la escritura en Rusia. Menciona a Turgueniev, Purshkin, Lérmontov y Gógol, aunque pone por encima de todos a Sergio Sobolevski . Ya se ve emprendiendo el viaje de vuelta a España, «en cuanto llegue Diosdado» (pág. 281).

 

San Petersburgo. 20-4-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 281.

Lamenta haber escrito sobre la falta de religiosidad de la población en la carta anterior, escrita antes de conocer las celebraciones de la noche del Sábado de Gloria. Las vive en casa del conde de Chemeretiev y las describe pormenorizadamente. La primavera ha llegado y los coches de caballos han sustituido a los trineos. Costumbre de regalar huevos de pascua también en Rusia. Descripción de la ceremonia de los oficios en la gran catedral de San Alejandro Nevski. Enfado del duque porque no llegan sus credenciales de embajador, cargo que insiste en desempeñar, según Valera.

 

San Petersburgo. 23-4-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 289.

Valera ha vuelto a visitar a la Brohan, ahora muy triste porque alguien le ha dicho a su amante parisino que se había vendido —literal— el duque de Osuna, algo que Valera cree falso. El amante parisino la ha rechazado por medio de una carta. Valera intenta consolarla pero la entrega a medias de la mujer acaba por soliviantarlo e intenta forzarla, violencia que produce el enfriamiento de sus relaciones, seguramente definitivo. Vuelve a quejarse del frío, que ha vuelto (-18º). Los canales vuelven a estar  helados, aunque el Neva aún resiste por la fuerza de la corriente. El duque está triste porque no puede hacer visitas ni asistir a paradas militares. Valera intenta animar el comercio del azogue entre España y Rusia, donde no hay. Diosdado ha llegado por fin; no trae la banda de María Luisa.

 

San Petersburgo. 25-4-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 294.

Cuestiones de aranceles de productos rusos y españoles, negociaciones. Nueva mención a los manuscritos españoles en la Biblioteca Imperial. Valera ve imposible copiar la comedia de Calderón y las cartas de Felipe II, como se le pide. Referencias a otras valiosas colecciones de manuscritos. Comentarios sobre la nobleza rusa y sus relaciones con los siervos y el gobierno, poderosa máquina burocrática. Valera ve a este país con unas características muy acusadas y un potencial inmenso. Menciona un proyecto de ferrocarril que llegaría al Pacífico.

 

San Petersburgo. 29-4-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 298.

Valera acompaña esta carta con algunas de Felipe II copiadas de su mano porque no encuentra quién lo haga. Nuevo elogio de los manuscritos raros y preciosos que guarda la Biblioteca Imperial, de los cuales hay catálogo. Afición de los rusos al estudio de las lenguas y las culturales orientales. Visita a la Academia de Bellas Artes; bajo nivel de los pintores rusos. Elogio de una ópera de Glinka —La vida por el zar— y del amor a la patria de los rusos en contraposición a los españoles. Vuelta a las relaciones con la Brohan, compartida con el duque. Este se ha gastado, según dicen, 3.000 o 4.000 rublos en la conquista, infructuosa, de la Théric, otra actriz; su nombre había aparecido mencionado en la carta del 13 de abril. Nueva alusión a la inquina que el duque guarda hacia Valera a costa de las cartas. Valera vuelve a pedir que nombren embajador al duque, el cual lo solicita continuamente por haber tomado gran afición el Emperador y a esta ciudad.

 

San Petersburgo. 1-5-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 305.

Teme la posible pérdida de la mayoría de sus cartas, pues no tiene constancia de que hayan llegado a Madrid; el duque y Quiñones se quejan de lo mismo. Envía con esta carta otras doce de Felipe II, cuya lectura y copia —dice— le están viniendo bien para volver más castizo su lenguaje, demasiado extranjerizado últimamente. Ahora sí menciona la existencia de un catálogo de manuscritos españoles de la Biblioteca Imperial; se propone hacer que se lo copien. Diosdado colabora en los copiados. No aparece la comedia de Calderón que Sobolevski mencionó. Nueva mención a las relaciones con la Brohan, suyas y del duque.

 

San Petersburgo. 2-5-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 307.

Vuelve el tema de las condecoraciones porque algunos de los personajes rusos no están satisfechos con la de Carlos III concedida y aspiran a un Toisón. Estaría bien que mandasen don grandes cruces de Isabel la Católica para premiar a funcionarios rusos del Ministerio de Asuntos Exteriores en agradecimiento a la posible rebaja de aranceles a los productos españoles en que se está trabajando; en dos días habrá una reunión sobre este asunto comercial. Vuelve a preguntarse por qué no vienen las credenciales de embajador para el duque, a quien todos quieren mucho en San Petersburgo «por su amabilidad, magnificencia, títulos, cocinero y otras prendas» (pág. 308). La elección de Javier Istúriz para el puesto aún no había sido descartada. Valera defiende a Istúriz.

 

San Petersburgo. 15-5-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 309.

Carta escrita en la Biblioteca Imperial, donde Valera se encuentra por el interés que presentan los manuscritos españoles, a los que quisiera dedicar mucho más tiempo. Toda la carta está dedicada a ellos. Dice haber encomendado la copia del catálogo de manuscritos españoles a un empleado de la biblioteca para poder llevarla cuando parta hacia España. La carta acaba con la copia de un romance satírico que parece del siglo XVII.

 

San Petersburgo. 18-5-1857. Leopoldo Augusto de Cueto. 315.

Aunque fechada el 18, la primera parte de la carta, dedicada exclusivamente al asunto del intercambio de condecoraciones entre los dos países, fue escrita el 7 de mayo, víspera de la salida de Valera hacia Moscú. En estos momentos el autor ya no pertenece oficialmente a la legación española. Descripción del viaje entre San Petersburgo y Moscú en tren (20 horas). Reflexiones sobre la dura vida de los campesinos rusos. Primeras impresiones de Moscú. Visita al Kremlin. Descripción de la Catedral de San Basilio. Leyenda sobre la suerte corrida por los ojos de su trazador. Visita a la condesa de Rostopchin, poetisa. Reflexiones sobre las mujeres rusas. Observaciones sobre los droski (coches) y sus aurigas. Elogio de las fondas o posadas de Moscú. Admiración de las dotes artísticas de los gitanos rusos, superiores a las de los españoles. La carta acaba de forma abrupta. Es la más extensa de todas.

 

Berlín. 10-6-1857. Mariano Díaz (íntimo amigo de Valera). 340.

De nuevo en San Petersburgo, visita lugares amenos y en su estado primaveral, como Peterhov, Tsarskoye-Seló y el delta del Neva y sus islas. Valera, libre ya de sus obligaciones, vuelve a verlo todo positivo y único en el mundo. Crítica a la plétora de generales, condecoraciones y príncipes. Nueva mención a los manuscritos españoles de la Biblioteca Imperial de San Petersburgo y a su catálogo, en el que destaca la Relación del Almirante de Aragón sobre su embajada a Polonia en 1596, cuya copia ha sido recomendada por Valera a Benjumea, secretario particular del duque, pocas veces citado en estas cartas y siempre en tono de burla. Elogio de la colección de armas del palacio de Tsárskoye-Seló (palacio de verano de los zares). Visita al palacio de Pávlovsk. Viaje entre San Petersburgo y Berlín, de tres días. Razones por la cuales ha hecho el viaje de forma tan incómoda. Nuevas alusiones a la inquina que le guarda el duque, a quien Valera no logra entender y no guarda rencor en absoluto. Devaneos del duque con las mujeres. Mención del itinerario que piensa seguir hasta París.

 

Frankfurt. 20-6-1857. Ramón de Campoamor. 349.

Reflexiones sobre el estilo epistolar y los disgustos que le ha acarreado el escribir cartas. Ruego al destinatario de que no publique ninguna suya. Declara su intención de trabajar para el periódico de Campoamor a su llegada a Madrid —creo que se refiere a El Estado— y de escribir un libro sobre su estancia en Rusia. Elogio de los paisajes alemanes, de sus artistas y del carácter alemán en general. La carta está inconclusa.

 

París. 23-6-1857. Destinatario poco claro. 353.       

Prosigue en esta con los elogios a Alemania y, en especial, a la ciudad de Frankfurt y alrededores. Encuentro con Javier Istúriz, que vive en su mismo hotel parisino (hotel Mirabeau).

 

 

Imagen de San Petersburgo que acompaña este texto artículo (kimkim.com).

 

Víctor Espuny.

domingo, 2 de mayo de 2021

La buena gente del campo, de Flannery O'Connor

 


            Se trata de un relato protagonizado por una jovencita de gran imaginación y preparación intelectual obligada a vivir en un medio rural junto a personas zafias y malintencionadas, alguna dominada por la crueldad, esa perversión de la conducta engendrada en los primeros años si estos transcurren en un medio poco propicio a las acciones desinteresadas. En fin, no voy a descubrirles ahora nada que no sepan: si a uno lo tratan bien de pequeño será una persona bondadosa de mayor, y viceversa. Creo que esto es así en un porcentaje incontestable de casos. La autora, Flannery O’Connor (1925-1964), vivió experiencias parecidas y en este relato quiso dejar constancia de ellas. Su estilo es suelto y sus diálogos ágiles reflejos del habla sureña. El final resulta estremecedor, como el de los buenos cuentos.

           

Flannery O’Connor, La buena gente del campo, Madrid, Nørdica, 2011. Traducción de Marcelo Covián. [Good Country People]. Fue publicado originariamente en su libro de relatos A Good Man Is Hard to Find (1955).

 

Imagen: Fotografía de la autora en su madurez creativa y vital. Murió muy joven y de una enfermedad incurable (mujeresliteratas.wordpress.com/).

 

Víctor Espuny.