sábado, 28 de agosto de 2021

El nombre que ahora digo, de Antonio Soler

 


            Escrita a finales del siglo pasado, la novela El nombre que ahora digo, del malagueño Antonio Soler, ha vuelto a ser editada. Ahora incluye modificaciones del autor, sobre todo la inclusión de un primer capítulo muy breve, desechado en aquella primera edición, de gran efectividad para preparar el ánimo del lector. He pasado un par de días muy entretenido con la novela, intentando averiguar cuál iba a ser el final de Gustavo Sintora, su protagonista, un jovencito malacitano que abandona la ciudad en 1937 dentro de la Desbandá, sufre la separación de sus familiares y acaba destinado a una unidad madrileña dedicada a la protección de artistas del espectáculo: magos, toreros, cantantes, faquires, etc. Allí conoce a Serena Vergara, una mujer madura poco afortunada en el amor hasta entonces, con la que vivirá una historia cuya ternura y humanidad sirven de contrapunto a la fealdad y la brutalidad de la guerra. Porque esta aparecerá con toda su crudeza, sobre todo cuando los personajes sean trasladados a la Batalla del Ebro, aquella matanza de hombres jóvenes que aún alienta en las calles y las montañas de la zona.

Las labores narrativas de la novela se encuentran repartidas entre el hijo menor de uno de los personajes principales, el cabo, luego sargento, Soler —no sé si el giño autobiográfico es solo aparente—, y las páginas de un diario fragmentario escritas por Sintora y recuperadas —con la técnica del manuscrito encontrado— por el hijo del cabo Soler. Los fragmentos del diario de Sintora, reproducidos en cursiva, escritos, como es lógico, en primera persona, poseen la virtud de expresar vívidamente las emociones de Sintora, y en los momentos de mayor dramatismo tienen gran efectividad comunicativa. En el capítulo de los defectos de la novela incluiría la recreación en ciertas escenas violentas, como aquella de la muerte de Ansaura, el Gitano, anunciada, como todos los hechos principales de la trama, en las primeras páginas. Los últimos capítulos reviven los días postreros del Madrid republicano, con la lucha a muerte entre las diversas facciones y los actos de pillaje y destrucción asociados a todo régimen agonizante. El último capítulo nos devuelve a los personajes supervivientes una década después y sirve de colofón y explicación de las trayectorias individuales, en la línea de las grandes novelas del XIX, más o menos lo que en la narrativa fílmica actual se denomina «qué pasó con…». En dicho capítulo, que transcurre en Málaga, Soler realiza pequeños homenajes a lugares o instituciones a los que parece muy vinculado, como el diario Sur.

El final de la novela es antológico, lleno de emoción.

 

Antonio Soler, El nombre que ahora digo, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2020.   

 

Víctor Espuny.

domingo, 22 de agosto de 2021

Retratos literarios, de Laura Freixas

 

 

            Se trata de un libro que gustará a los amantes de la literatura española del siglo XX. Laura Freixas parece haber sido la promotora de la empresa y la compiladora, pero los retratistas, salvo en el caso de un retratado —Carmen Martín Gaite—, son otros. Entre los retratados se cuentan Galdós, Pardo Bazán, Unamuno, Valle-Inclán, Max Aub, Baroja, Azorín, Antonio y Manuel Machado, Concha Espina, Gabriel Miró, Juan Ramón, Ortega, Cansinos-Assens, García Lorca, Corpus Barga y un largo etcétera hasta llegar a Juan Benet, García Hortelano y Gil de Biedma. Los retratistas son en su gran mayoría amigos y compañeros de los retratados, dándose el caso de muchos retratados que también son retratistas, como Juan Ramón, González-Ruano, Juan Benet, Alberti, etc. Destaco los cuatro retratos de Unamuno, obras de Baroja, Gómez de la Serna, Alberti y González-Ruano; la historia, contada por Ramón Gómez de la Serna, de cómo perdió la mano y parte del brazo Valle-Inclán; la apertura, en 1990, de la tumba donde reposaban los restos de Azorín en Madrid para su traslado a Monóvar contada por Andrés Trapiello; el paso de la frontera y el viaje hasta Colliure de Antonio Machado, su madre, José Machado y la esposa de este, donde los dos primeros fallecerían a poco de llegar y donde aún se conservan sus restos, relato de Corpus Barga; la anécdota de la conferencia de Ortega sobre los puntos de vista y la manzana, trasladada después a Tiempo de silencio, contada por Juan Benet, muy amigo de Martín Santos, todo lo amigo que podía ser Benet de alguien; el relato que, a propósito de León Felipe, hace Alberti del Madrid de la Guerra Civil; el retrato de Rosa Chacel realizado por Miguel Delibes; el texto de Gustavo Martín Garzo sobre su admirado José Lezama Lima; los textos de César Antonio Molina sobre Álvaro Cunqueiro y de Juan Benet sobre Luis Martín Santos, el segundo extraído de Otoño en Madrid hacia 1950, uno de los pocos libros del escritor ingeniero cuya lectura resulta comprensible sin grandes esfuerzos añadidos; los retratos de Juan Benet escritos por Antonio Martínez Sarrión y Rosa Regás, este último realmente antológico; y, por último, la semblanza realizada por Luis Landero de Juan García Hortelano, un ejemplo claro de cómo la crítica mercenaria y, por lógica, un gran número de lectores pueden ignorar la obra de uno de los principales novelistas nacidos al sur de los Pirineos, García Hortelano, una persona que no vivía de la literatura y se permitió escribir exactamente como él quería y sobre lo que deseaba, amigo personal, por cierto, de Juan Benet, todo lo amigo que podía ser Benet de alguien, con el añadido, en el caso del autor de Gramática parda, de poseer esa cualidad, a menudo escasa, llamada sentido del humor.

            Por motivos económicos —cuestiones de derechos de autor—, hay ausencias clamorosas en el libro, como Cortázar, García Márquez, Sábato, Juan Goytisolo, Marsé, Rafael Sánchez Ferlosio, Borges y un largo, más bien larguísimo, etcétera. Nombro autores también hispanoamericanos porque el libro, a pesar del subtítulo que lleva, incluye algún autor de la otra orilla, como Lezama Lima, ya citado.

 

Laura Freixas, Retratos literarios. Escritores españoles del siglo XX evocados por sus contemporáneos, Madrid, Espasa Calpe, 1997.

 

Imagen cedida por Planeta de libros en la que aparece Juan García Hortelano de brazos cruzados junto a García Márquez. Detrás de este se distingue a Vargas Llosa, y a la derecha de este último al poeta y editor Carlos Barral. Año 1970.

 

Víctor Espuny.

viernes, 13 de agosto de 2021

Mala hierba, de Pío Baroja

 


            Hacía años, quizá quince o veinte, que no leía una novela de Baroja y ahora, al volver a leer una, me he reafirmado en mi convicción de lo complicado que resulta tener acceso al conocimiento de los títulos que vale la pena leer. El mundo de la crítica y los reseñadores, esos cuyos trabajos alcanzan gran difusión en suplementos culturales de diarios y otras publicaciones guiadas principal, y casi únicamente, por el afán de lucro, no es fiable. Son textos, en su gran mayoría, pagados por las grandes editoriales o resultantes de una elección guiada por la amistad entre crítico y autor. Las imprentas no detienen jamás su actividad. Las editoriales más conocidas son solo empresas pendientes de su cuenta de resultados. Toman un personaje público, si sale en televisión mucho mejor, y lo ponen a escribir, o a firmar la obra escrita por otra persona. Luego apoyan el lanzamiento del libro con una campaña en internet, radio, televisión, suplementos culturales, vallas publicitarias, marquesinas de autobuses, estaciones de metro, etc. Entorpecen el paso en las librerías con pirámides de libros que más parecen ladrillos por su grosor y la consistencia de sus tapas y los venden a precio de oro a los incautos, empujados a acudir al comercio por la presencia de ese autor, o autora, que tanto veo en televisión, que qué elegante es y cuánta razón tiene en todo lo que dice. ¿Qué pasa mientras tanto con la verdadera literatura, la Literatura con mayúsculas, aquella generadora de libros inmortales, capaces de hacernos sentir como ninguno lo ha hecho antes, de hablarnos con penetración y audacia de las cuestiones principales de la vida, esos libros que pueden haber sido escritos hace doscientos o dos mil años y uno al leerlos se reconoce y reconoce en ellos los principales dramas de la vida humana, esos libros que mantienen la misma frescura y vigencia que cuando fueron concebidos? Pues que, como no son novedad, no se publicitan y casi nadie los lee. 

En fin: vamos a por él.

            Mala hierba (1904) es el título central de la trilogía que Pío Baroja (1872-1956) llamó La lucha por la vida. La trilogía cuenta varias décadas de la vida de Manuel, un muchacho de buen corazón, que intenta prosperar en el Madrid de principios de siglo. La suerte no es precisamente una de las compañeras de su viaje y sobrevive como puede en una sociedad obviamente corrupta en compañía de otras personas desamparadas por la fortuna como él. En el relato se observa una especie de bajada a los infiernos en sus condiciones de vida, llegando a poner los pies en el mismo suelo de los que viven en la miseria, comen cuando pueden --siempre con hambre atrasada-- y duermen en casas abandonadas. No sé si les suena. La lectura de novelas como esta nos hace reflexionar sobre lo poco que hemos avanzado como sociedad en muchos aspectos, pues aunque hoy existe una legislación dictada con afán protector de esas personas tan necesitadas, en la práctica cualquier gran ciudad, aun en países avanzados, posee una gran bolsa de población sin hogar ni medios de subsistencia regulares. Es como si las buenas intenciones se acabaran diluyendo en el océano de la administración, tan burocratizada, y quedaran sin efecto.

            La novela va acompañada por un prólogo y un aparato crítico de Juan María Marín Martínez, que ayuda a situar a los personajes si el lector no tiene presente el contenido de La busca, el primer título de la trilogía.

Este libro no va a encontrarlo anunciado en ningún sitio pero no dude en buscarlo.

 

Pío Baroja, Mala hierba, ed. de Juan María Marín Martínez. Madrid, Cátedra (colección «Letras Hispánicas»), 2010.

 

Víctor Espuny.

viernes, 6 de agosto de 2021

Silencio administrativo, de Sara Mesa

 


 

            Libro generoso y bien intencionado, esta obra de Sara Mesa viene a enfrentar al lector con algunos de los miedos más corrientes en las clases mínimamente acomodadas, la aporofobia (del griego πορος, ‘carente de recursos’), término creado por Adela Cortina en Aporofobia, el rechazo al pobre: un desafío para la democracia (1995). Es muy rara la persona con la vida resuelta que dedica su tiempo libre a ayudar a los más necesitados, más rara aún si no median creencias religiosas. Mesa, en este reportaje, parte de un encuentro casual de Beatriz —personaje ficticio— con Carmen, una mujer sin techo y casi invidente a la que decide ayudar. Durante meses, Beatriz, poseedora de los conocimientos necesarios para enfrentarse a la burocracia con ciertas garantías, intentará por todos los medios conseguirle a Carmen una ayuda proveniente de la administración que le permita vivir sin mendigar y sin estar a merced de las personas que la explotan. Para nosotros, acostumbrados a llegar a fin de mes con más o menos apuros pero a llegar, nos resulta complicado imaginar cómo es la vida de alguien que no percibe ningún sueldo, pensión, renta, subsidio o ayuda y ni siquiera dispone de un techo donde cobijarse, asearse, lavar la ropa, etc., esas personas que llevan en un hatillo todas sus pertenencias. El obstáculo principal al que se enfrenta Beatriz para ayudar a Carmen es la hipocresía de la administración, da igual la autonomía a la que pertenezca: los representantes políticos se llenan la boca con sus grandes logros sociales en forma de renta mínima vital y a la hora de concederla a una persona tan manifiestamente necesitada de ella como Carmen todos son obstáculos, trámites y requisitos, muchos de ellos incumplibles para alguien que se ve obligado a vivir en la calle. Entre ellos, poseer un domicilio fijo, requisito necesario para estar empadronado en algún sitio y recibir la ayuda. Además, a los pretendientes se les exige estar localizables mediante teléfono móvil, aparato que no todo el mundo puede poseer. Esas personas que a menudo rechazamos por ir poco aseadas suelen tener detrás una historia terrible que explica su estado actual, historia ensombrecida a menudo en el caso de las mujeres por haber sido prostituidas y haber perdido algún hijo, retenido por los servicios sociales. Somos profundamente egoístas. Lavamos nuestra conciencia entregando una limosna al pobre y dejamos de ocuparnos de él, no nos interesamos por saber dónde vive ni a qué problemas se enfrenta para subsistir. Pero no solo los individuos particulares y anónimos. La administración, que a fin de cuentas gestiona nuestras aportaciones mediante impuestos a la caja común, olvida su obligación moral y legal de ayudar a los más necesitados. Esos miles de cargos altos e intermedios de la administración que disfrutan de grandes sueldos deben leer este necesario libro de Sara Mesa, a ver si se les cae la cara de vergüenza.

 

Sara Mesa, Silencio administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático, Barcelona, Anagrama, 2020 (3ª ed.; la 1ª es de 2019).

 

Víctor Espuny.

lunes, 2 de agosto de 2021

Cómo viajar con un salmón, de Umberto Eco

 

            Creo que si a cualquiera de nosotros, ya creciditos, nos preguntaran por un escritor italiano pensaríamos, entre otros muchos, en Umberto Eco (1932-2016), tan influyente en el mundo de la literatura y el pensamiento de la últimas décadas. Una de las muchas vías que tenía Eco para la salida de sus palabras, para la grafomanía que lo dominaba, enfermedad propia de escritores, fue el artículo o la sección periodística de periodicidad fija (semanal, quincenal, etc.). Cómo viajar con un salmón es una selección de varias decenas de esos artículos de Eco publicados en la sección de un periódico. Todos tienen un tono jocoso generalmente desde el título, que suele fingir una intención didáctica. Gracias a esa argucia, basada en la clásica máxima horaciana —enseñar deleitando—, Eco nos da a todos un merecido repaso sobre nuestras estupideces habituales. Aunque algunos de los artículos están fechados a mediados de los años setenta —van desde 1975 a 2014—, aparecen criticadas la gran mayoría de nuestras autodestructivas por irreflexivas conductas relacionadas con el uso de internet o los móviles, las maneras que tenemos de viajar o la absurda humanización de los animales. También hace un repaso al mundo de los hoteles, de los transportes públicos, de la televisión (de los medios en general) y de la cultura de masas. Da igualmente excelentes consejos sobre libros de filosofía escritos para que se entiendan y consigue arrancar, artículo tras artículo, la sonrisa, e incluso la carcajada, del lector.

Muy recomendable.

 

Umberto Eco, Cómo viajar con un salmón, Barcelona, Lumen, 2020. Traducción de Helena Lozano (Comme viaggiare con un salmone, 2018).

 

Víctor Espuny.