sábado, 29 de junio de 2019

Jop, de Jim Dodge


Fotografía de Miguel Emele
           
Entretenida, sorprendente y a ratos descacharrante novela corta. Escrita con un estilo sencillo y muy directo, llega desde el primero momento a conectar con el ánimo del lector, que asiste divertido y preocupado a las peripecias vitales de Jake, el incansable protagonista. Jim Dodge (estado de California, 1945) nos regala una narración que constituye un homenaje a las personas independientes que desean vivir al margen de las normas más aburridas de la sociedad. El protagonista parece inspirado en ese tipo humano tan propio de la historia de los Estados Unidos, sobre todo de los pioneros que ocuparon el Oeste, una persona fuerte que prefiere vivir en soledad en un pequeño rancho del cual es dueño y señor, rechazando cualquier intento de imposición de una autoridad externa, sea la que sea. La imaginación del autor, como tuve ocasión de comprobar en Stone Junction, es portentosa, capaz de introducir en la narración continuos giros para mantener la atención del lector.  
            Una lectura perfecta para una larga tarde de verano.

Jim Dodge, Jop. Una fábula moderna, Madrid, Capitán Swing, 2011. [Fup, a modern fable, 1983]. Traducción de Alicia Frieyro. La edición va acompañada de sesudo y analítico material adicional.

jueves, 27 de junio de 2019

Tierra de chacales, de Amos Oz


El autor (Foto: palestinalibre.org)

            Se trata de una colección de diez relatos. Fueron escritos entre 1962 y 1966, cuando Amos Oz (Jerusalén, 1939 – Tel Aviv, 2018) tenía poco más de veinte años. La mayoría de ellos fueron publicados en 1965 con el título de Where the Jackals Howl. Hay uno, En esta mala tierra —una impresionante recreación de la historia bíblica de Jefté (Libro de los Jueces, 11)—, que por su fecha de redacción (1966) debió ser añadido en la revisión de los cuentos que Oz llevó a cabo entre 1974 y 1975. Parece que este texto revisado de los relatos ha sido el empleado por Raquel García Lozano para realizar su traducción desde el hebreo, traducción publicada por Siruela en 2017. Todos estos avatares sufridos por los textos son de imprescindible conocimiento para adentrarnos con rigor en la comprensión de una obra, sea cual sea, y más si cabe en el caso de una tan importante.
            Exceptuada la recreación, el embellecimiento poetizado, de la historia de Jefté, Tierra de chacales relata diversos episodios, algo así como cuadros, de la vida en los kibutzs. Amos Oz era hijo de europeos emigrados a Palestina a comienzos de los años treinta y estuvo integrado desde la adolescencia en esas comunidades creadas siguiendo el mismo espíritu de las colectividades de origen socialista primitivo. Creo que todos los lectores saben ya lo que es un kibutz. Fueron precisamente en esos lugares, de producción y consumo comunitarios, donde se llevaron a cabo importantes adelantos en técnicas de cultivo moderno, las mismas técnicas que después han sido exportadas al resto del mundo, señaladamente las relacionadas con el riego llamado por goteo. De esa forma fueron capaces de convertir en fértiles tierras que antes formaban parte del desierto, el mismo que rodea los kibutz de los cuentos de Oz y donde los chacales siguen viviendo a sus anchas.
            Resulta increíble, envidiable y por supuesto admirable la madurez y la capacidad de expresión verbal que poseía Oz con poco más de veinte años. Dramáticas circunstancias personales le llevaron a crecer muy pronto. Esa misma madurez, unida a un importante atractivo personal debido en parte a su físico y en parte a su sensibilidad, debieron hacer de él una persona importantes dentro su comunidad y, a la larga, en la escena internacional. Durante toda su vida obtuvo muchos e importantes premios literarios y, sobre todo, destacó por ser un gran defensor del diálogo entre árabes e israelíes. Uno de los relatos de Tierra de chacalesNómadas y víbora— nos habla de esa difícil convivencia, empeorada en los últimos años por la existencia en Israel de gobiernos demasiado intransigentes con sus vecinos pobres. Otro, La inocencia del viento, trata de una cuestión universal: la relación entre un padre demasiado severo y un hijo que solo quiere complacerle; este es estremecedor. La piedra hueca posee inesperadas resonancias de la Guerra Civil española (1936-39): uno de sus personajes acude a España para luchar del lado de la República.
            La lectura de este libro es una ocasión única de integrarse durante unos días en la vida en aquellas comunidades israelíes primitivas, hoy ya muy transformadas, donde no existían jerarquías, posesiones materiales ni afán de lucro. Muy recomendable.

Amos Oz, Tierra de chacales, Madrid Siruela, 2017. Traducción de Raquel García Lozano.

jueves, 20 de junio de 2019

Yann Andrea Steiner, de Marguerite Duras


Playa de Trouville-sur-Mer (Foto: Svend Olling)

            Novela lírica producto de un corazón agradecido. Fue uno de los últimos libros de la gran escritora francesa Marguerite Duras (1914-1996). En él quedó testimonio de la manera en que se inició la relación entre Duras y la última persona que convivió con ella, un admirador suyo, también escritor, llamado Yann Lemée (1952-2014). Lemée, de fuerte influencia durasiana, firmaba sus libros como Yann Andréa. Se llevaban treinta y ocho años. Después de una larga relación epistolar unilateral —Duras no contestaba a las cartas—, en 1980 la escritora accedió a entrevistarse con él, a recibirlo en su casa de Trouville-sur-Mer, y ya no se separaron hasta la muerte de la escritora. Lemée fue su compañero y su secretario por el resto de sus días. En su testamento Duras lo nombró su albacea literario.
            La devoción profesada por Lemée, tan preciosamente humana, tuvo su recompensa. No debió ser fácil convivir con una persona como Duras, no suele ser fácil la convivencia con personas de carácter fuerte amantes de la soledad, pero la admiración que sentía por ella debió ayudarle a superar esos malos momentos, a justificar sus desplantes o su mal humor. Lemée era homosexual, más sensible, por tanto, que la media masculina, y quizá ese detalle ayudó a que la convivencia prosperara. En fin, son elucubraciones mías.
            Yann Andréa Steiner cuenta en sus primeras páginas los pormenores del encuentro de los dos y pasa luego a relatar cómo ambos imaginan historias. Dos son las principales, ambas relacionadas con el Holocausto. En la primera, que ocupa menos páginas, se describe, idealizando y poetizando la situación, a una mujer joven y elegante vestida completamente de blanco que espera en una estación el tren que la llevará a Auschwitz. La segunda, más impactante y efectiva desde el punto de vista literario, es la historia que pasa ante sus ojos soñadores en la playa de Trouville-sur-Mer. Es verano. Una colonia de niños pobres llena con sus gritos y sus risas la playa cada día. Los acompañan las monitoras, que les cuentan historias para entretenerlos. Entre los niños hay uno de seis años, Samuel Steiner, que perdió a sus padres y a su hermanita durante la guerra, la niña asesinada ante sus ojos. Samuel, de ojos grises, permanece mudo y no sonríe como los otros niños. Una monitora, Jeanne Goldberg, se apiada de él, intenta protegerlo y acaba sintiendo por él una atracción especial. Nunca se separan. Aunque en ningún momento de la novela se manifiesta de manera explícita, el paralelismo entre las dos historias —Duras/Lemée y Goldberg/Steiner— es claro. Como en otros libros de Duras, existe una visión llena de ternura del mundo infantil y un emotivo lirismo en las descripciones de los actos. La playa con la marea baja aparece como una inmensidad en la que sólo tiene cabida la belleza.
Europa, sin embargo, vivió una  larga y terrible noche y aún se lame las heridas. Libros como este ayudan a no olvidarlo.
           
Marguerite Duras, Yann Andréa Steiner, Madrid, Alianza Editorial, 2019. (Yann Andréa Steiner, 1992). Traducción de Manuel de Lope Rebollo.

martes, 18 de junio de 2019

El hacha y la estopa, de Emilio Mansera


Emilio Mansera 
(Foto: Poetas de Osuna, 1982)

Hay novelas de influencia pasajera en el ánimo del lector o inhábiles para crear esa influencia. Son aquellas engendradas con ánimo de entretener y poco más. Y luego están las otras.
El hacha y la estopa, de Emilio Mansera, no entretiene: subyuga. Dada la densidad de esta novela de análisis psicológico, el lector tiene que estar desde las primeras páginas provisto de la dosis de empatía y la pizca de fe necesarias para no cerrar el libro y escoger otro. Luego se verá recompensado. Un lector que debe ser maduro y poseer, a ser posible, cultura católica, al menos bíblica, para poder disfrutar de la lectura.
Emilio Mansera Conde (1929-1980) nació en Osuna en una familia de madre severa y muy lectora. Emilio empezó a escribir en la adolescencia influenciado por profesores de literatura, principalmente don Alfredo Malo Zarco, que supieron ver en él aptitudes especiales para tan sacrificada y absorbente ocupación. No estuvo dedicado a la escritura a tiempo completo, tenía que vivir. Desde muy joven empezó a trabajar en la banca. Su futuro en ese mundo de intereses se vio truncado por su carácter, impulsivo, y su sensibilidad social. A principios de los años setenta, cuando ya tenía escritas varias novelas de éxito crítico, muy premiadas, abrió un bar en Madrid. Fue allí, según sus declaraciones, donde escribió La crisopa (1977), su novela más conocida. Falleció en 1980 en Madrid de forma prematura. No dejó hijos ni pareja conocida. Su hermano Juan María, también escritor, había fallecido en Granada «en extrañas circunstancias» --son palabras del poeta Enrique Soria Medina, amigo de ambos-- ocho años antes.
El principal atractivo de El hacha y la estopa estriba en su sinceridad. Emilio Mansera, hijo de una señora culta de carácter obsesivo, usa esta novela para retratarla, para intentar entender su forma de ser, decisiva, sin duda, en la formación de la personalidad de los hijos. Mansera psicoanaliza a la madre.
Los personajes principales de la novela son doña Lucía, don Edmundo Carrión y Pablo, Magdalena y Edmundo, los hijos. Se trata de una familia de terratenientes de la Andalucía de los años cuarenta o cincuenta. El lugar concreto no aparece nombrado en ningún momento. Se habla de cortijos, ciudades y pueblos innominados, como si Mansera quisiera disfrazar su biografía o referirse a una historia localizable en casi cualquier lugar de la Andalucía señorial. Como excepción, son perfectamente reconocibles los lugares descritos en un pasaje inspirado en la necrópolis romana, las Canteras y la Vía Sacra de Osuna (págs. 165 y 166). Los narradores principales son Pablo y Edmundo. Ambos hablan desde un punto de vista estrictamente personal. El primero, el mayor de los hermanos, estudiante de medicina, logra finalmente un diagnóstico de la dolencia psíquica de la madre, que padece «delirios de santidad», y se esfuerza en psicoanalizarla, logrando Mansera de esa manera en la ficción la estabilidad y la seguridad que la vida le negó. La sexualidad aparece a los ojos de la madre como algo sucio, deleznable, que aleja de la deseada santidad. Doña Lucía intenta por todos los medios que sus hijos repriman esos sanos y naturales impulsos creando en ellos conflictos casi irresolubles ya en edad adulta. En El hacha y la estopa destaca también el personaje de Pablo por su apatía, su pereza, caracterización que une esta novela con otras como El extranjero (1942), de Camus, o Los indiferentes (1929), de Moravia. La de Mansera, además, hace especial hincapié en las malformaciones anímicas que podemos crear en los hijos.
Muy recomendable. 


Emilio Mansera Conde, El hacha y la estopa, Barcelona, Círculo de Lectores, 1966. La primera edición, en Plaza y Janés, es de 1964.

viernes, 14 de junio de 2019

Boquitas pintadas, de Manuel Puig


El autor (Foto: escritores.org)

            Novela ambientada en la argentina profunda durante el periodo comprendido entre 1934 y 1968. La acción trascurre principalmente en «Coronel Vallejos», un trasunto de General Villegas, la pequeña población donde nació y transcurrió la vida de Puig hasta los trece años. Boquitas pintadas fue su segunda novela. La primera, La traición de Rita Hayworth, había sido publicada gracias al apoyo de Juan Goytisolo. La obra de Puig tuvo una recepción muy diversa por parte de la crítica y de autores ya consagrados. Algunos, más generosos y tal vez más inteligentes —como Juan Goytisolo y Carlos Barral—, la apoyaron desde el primer momento. Otros, principalmente paisanos de Puig como Borges y Cortázar, no la consideraron de primer nivel. Ya sabemos cómo de orgullosos, de vanidosos, suelen ser los escritores encumbrados —es muy difícil encontrar uno mínimamente humilde—, así que haríamos bien en tomar con precaución sus opiniones sobre sus contemporáneos.
            Boquitas pintadas (1969) cuenta varias historias de amor relacionadas entre sí. Aunque existen personajes masculinos —la acción principal gira entorno a la vida de uno de ellos— son los personajes femeninos los realmente importantes. Ellas llevan el peso del relato gracias a la escritura de cartas, cartas de papel, como las que escribían nuestros abuelos y hoy casi nadie escribe, aquellos objetos inanimados que tanta alma poseían. En general, las partes de la historia relatadas por una voz narrativa tradicional son mínimas. Cuando no son cartas las que cuentan son informes policiales o de cualquier otro tipo, o también diálogos sin introducción, algunos de ellos acompañados, en letra cursiva, de monólogos interiores. También artículos periodísticos o agendas. Los profundos conocimientos sobre cine de Puig debieron tener algo que ver en la elección de esta técnica narrativa pues tiene algo de montaje cinematográfico. Y también de collage. Durante la lectura uno va decantando sus simpatías, que acaban depositadas en las mujeres, siendo Nené, Nélida Fernández, la ganadora. El final de la novela, poderosamente visual, es muy emotivo.
Lectura muy recomendable.


Manuel Puig, Boquitas pintadas, Barcelona, Seix Barral, 1999.

sábado, 8 de junio de 2019

El arrebato de Lol V. Stein, de Marguerite Duras


M. Duras en su juventud (F.: savoirs.rfi.rf)

            Todos hemos conocido víctimas del desengaño amoroso. Puede que nosotros lo hayamos sido también. A menudo, en palabras de Duras, han sido «jóvenes abandonadas, enloquecidas por otros». En una sociedad en la que conviven personas de muy distintas sensibilidades, esos jóvenes desengañados, y descentrados por ese desengaño, han sido vistos y tratados por los más insensibles, por los menos empáticos, como locos peligrosos, como personas de conducta imprevisible, potencialmente peligrosa. Puestos a intentar relatar la historia de ese desengaño, y de una posible rehabilitación sicológico-emocional, creo que lo más tentador, y quizá más fácil, en cuanto narradores sea usar el punto de vista de la persona desengañada y profundamente infeliz. Su punto de vista entre otros, pero también el suyo. Sin embargo, en El arrebato de Lol V. Stein —Lol es apócope de Lola— el punto de vista de la protagonista no aparece en ningún momento. El narrador, a veces externo, a veces encarnado en uno de los personajes —Jacques Hold—, no puede sino emitir hipótesis, contar cómo fueron las cosas pero de forma vaga e insegura. Además, y quizá sea el mayor logro de esta novela, el narrador insiste una y otra vez en la fragilidad de su testimonio, creado a partir de su imaginación. Él no sabe realmente cómo fueron las cosas. Si se fijan parece algo muy distinto a lo que suele ocurrir en la realidad. Cuando vemos pasar a esa persona cabizbaja, infeliz, que ha descuidado su aseo personal y huye del contacto con los demás, tendemos a creer y propagar —digo tendemos por generalizar— lo que nos han contado, como si alguien en un momento dado hubiese sido capaz de ver a plena luz del día el interior de ese pobre desengañado. En eso somos crueles e ignorantes.
            En El arrebato de Lol V. Stein la protagonista sufre un desengaño provocado por la inmadurez de su pareja, un joven aún no preparado para un compromiso. Ese desengaño, ocurrido durante un baile, se insinúa en la primera página y se muestra pocas páginas después. El resto de la novela, corta pero muy intensa, relata la manera en que Lola V. Stein intenta superar su desengaño. La acción transcurre en poblaciones imaginarias —U. Bridge, S. Tahla, Green Town, etc.— que pueden identificarse con cualquier lugar conocido no excesivamente poblado, donde los encuentros entre las personas sean tan seguidos, la población tan reducida, como para ser factible la existencia de lo que solemos denominar cotilleo, una población donde todos puedan estar enterados del drama de esa pobre muchacha que pasa solitaria.
            Un atractivo especial de la novela es la personalidad de Lol V. Stein. La protagonista resulta ser mucho más fuerte de lo que parece al principio, cuando se muestra débil y muy poco asertiva. Después de diez años de retiro y reflexión vuelve ciertamente transformada, endurecida y poseedora de un punto sexualmente morboso con el que sabe jugar y hacerse valer.
            Destacar también el lirismo del texto, tan bien interpretado por la poetisa Ana María Moix en la traducción. No todos los días entiende uno dónde está «la tristeza rectilínea de un bulevar» o está emocionalmente despierto «cuando llega la aurora con una brutalidad inaudita».
            Muy recomendable.


Marguerite Duras, El arrebato de Lol V. Stein, Barcelona, RBA Editores, 1993. (Le ravissement de Lol V. Stein, 1964). Traducción de Ana María Moix.


lunes, 3 de junio de 2019

Viaje a la semilla, de Alejo Carpentier


El autor en plena faena (Foto: bohemia.cu)

         Como ya conté en otro sitio, Alejo Carpentier (1904-1980) fue uno de los autores que me despertó el gusto por el español de América. Su prosa es realmente luminosa, olorosa y sonora. Las frases de Carpentier dejan un poso cálido y dulce en el alma del lector, un temblor de la otra orilla. Este autor cubano es amante de la historia y a menudo la usa como armazón de sus narraciones. La ambientación de sus relatos, fruto de una rigurosa documentación fraguada a lo largo de incontables lecturas, está muy trabajada.
El relato Viaje a la semilla, sin embargo, destaca por una muy personal utilización del tiempo. Ignoro, como tantas cosas, si existen precedentes de relatos, digamos, inversos, imagino que sí, pero no conozco ninguno anterior a 1944, momento de su escritura. Como ya sabrá el lector, o habrá deducido por el título del relato, Viaje a la semilla trata de una especie de rejuvenecimiento general de la cosas, no solo de las personas. La acción, salvo en los capítulos inicial y final, «avanza» hacia atrás, progresa regresando. La intención de Carpentier escondida en esta argucia técnica parece ser de denuncia social y de resolución de conflictos. Desandamos el camino para reiniciarlo y poder solventar los errores, elegir bien en los cruces donde nos equivocamos, volver al principio de las cosas, cuando todos podíamos ser iguales y el color de la piel no era decisivo, una marca de nacimiento que facilita o complica la existencia. Ideas así eran predecibles en una sociedad como la cubana, uno de los últimos países donde se abolió la esclavitud. La genialidad de Carpentier está en la forma de contarlo.
         En cuanto al ejemplar del libro, es una edición barata, de economía se subsistencia. De pastas de simple cartón, está mal encuadernado, demasiada goma para pegar el cartón a los cuadernillos. Sus hojas huelen a húmedo, sus páginas amarillean. Por una nota escrita a bolígrafo se sabe que uno de sus anteriores dueños, Mercedes, lo compró en Budapest en el verano de 1981. Posee un alma especial.

Alejo Carpentier, Viaje a la semilla, relato incluido en Cuentos, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1979, págs. 64 a 78.

sábado, 1 de junio de 2019

Sub rosa, de Juan Benet


El autor. (Foto, diario ABC)

            Novela corta, o relato largo —no sé cómo llamar a esta narración atendiendo a su extensión—, publicada por primera vez en 1973. Cuenta los hechos que llevaron ante los tribunales al capitán Valentín de Basterra, marino español radicado en el Caribe en la primera mitad del siglo XIX. El personaje es ficticio, creo, pero debe estar directamente inspirado en alguno real. También pueden estarlo sus peripecias vitales.
            Basterra es un hombre cabal, serio, de pocas palabras. Ha conseguido una muy buena reputación entre los armadores de barcos, todos lanzados a una fructífera carrera comercial en la zona tras la independencia de casi todas las colonias españolas. Pero su expediente se ha visto manchado por una falta muy grave, delito cuyo conocimiento constituye el impulso de la narración. Por supuesto, su naturaleza no se desvela hasta el final. Tanto la construcción del personaje como la ambientación recuerdan mucho a las novelas marítimas de Joseph Conrad, maestro de varias generaciones de narradores. Destaca, a mi entender, la documentación realizada por Benet (1927-1993), previa a la escritura, del mundo de la navegación a vela. El lector de tierra adentro poco conocedor de un vocabulario tan específico verá durante la lectura cómo se afianzan sus conocimientos léxicos, y al final del libro tendrá ya casi fijados los significados de muchas palabras usuales en ese mundo. Sabrá ya por fin y para siempre dónde queda la proa, dónde estribor, o cuáles son los palos de mesana o trinquete y qué significa navegar de bolina. Otro de los atractivos de la narración radica en la personalidad de Basterra, apuntada antes. Basterra es una persona muy bien intencionada que sobrevive con tacto y mesura en un mundo a menudo despiadado. Posee un corazón de oro que puede traicionarle.
            En el debe de la obra pondría la habitual farragosa sintaxis en Benet, que parecía complacerse en complicar la compresión del texto (y esta obra no es de la suyas realmente complicadas). En el haber, y siempre en el campo de la expresión, el amor de Benet por la palabra justa, a veces tecnicismos ajenos al saber del lector medio. En cualquier caso, una lectura muy recomendable.

Juan Benet, Sub rosa, Madrid, Alianza Editorial, 1994.