lunes, 22 de junio de 2020

Made in England, de Doris Lessing


Lessing en los años cincuenta (Foto: latribu.info)

            Nacida de padre mutilado en la Gran Guerra y madre enfermera —la pareja se conoció en el hospital durante la convalecencia del primero—, Doris Lessing (1919-2013) vivió los primeros treinta años de su vida en Irán y Zimbabue. Durante esas tres décadas tuvo tiempo de forjar, de manera inconsciente, una forma de ver la vida muy distinta a la habitual en Londres, de casarse dos veces y de tener varios hijos, circunstancias que, unidas a un empuje personal sobresaliente —había abandonado a los quince años el hogar paterno para sobrevivir por sus propios medios— y a ese compromiso inquebrantable con la sociedad y el ejercicio de la literatura que acompaña a los escritores, la pusieron en una posición inmejorable para llegar a ser uno de los mejores. En 1949 hizo realidad su sueño de viajar a Londres para conocer realmente qué cosa es un inglés, cómo son los ingleses reales, y fruto de ese impulso y del primer año de estancia en la ciudad es este libro. Viajó acompañada del más pequeño de sus hijos.
            Escrito con un estilo sencillo, sin complicaciones sintácticas ni léxicas y con un uso encomiable de los abundantes pasajes dialogados, Made in England cuenta cómo era la vida en una pensión para gente trabajadora (working class según denominación británica) en el Londres de la inmediata posguerra. Aún quedaban manzanas enteras de la ciudad destruidas por los bombardeos alemanes, y muchos de los inmuebles que seguían en pie estaban gravemente afectados. Doris —la novela se supone una suerte de autobiografía— conoce a una muchacha un poco mayor que ella que le recomienda esa pensión y allí permanece la escritora durante un año, cuidando de su hijo, a este le dedica muy pocas líneas —el compromiso de Lessing con su obra y la lucha social parece excluir todos los demás—, y, sobre todo, gracias a una sensibilidad extraordinaria, percibiendo cómo son las personas que la rodean, su amiga entre ellas. Por la pensión pasan hombres violentos, desalmados acostumbrados a vivir de las mujeres y del fraude, prostitutas apasionadas por el arte y la literatura, obreros sin cualificación, policías venales, todo el universo que constituye la parte más activa de la sociedad de una gran ciudad, mediatizada en esa época por la escasez, las cartillas de racionamiento y las actitudes violentas y prepotentes. En la pensión se producen sucesos desgraciados, actos viles, también humanizadores, y todos quedan registrados en el libro de Lessing. El mayor peso de la acción lo llevan las mujeres, que aparecen, en su mayoría, como víctimas de los hombres. Se trata de una obra de feminismo consciente y meditado.
            En definitiva, una lectura muy amena, a ratos entrañable, concebida por una mente especialmente inclinada hacia la defensa de los débiles.

Doris Lessing, Made in England, Barcelona, Debolsillo, 2010. Traducción de M.ª Luisa Borrás. [In Pursuit of the English, 1960].   

Vendeja 3. Pepa Flores


Pepa Flores por TVBOY. Técnica mixta

            Sus ojos, de mirar profundo y cálido, son a veces verdes y a veces azules, como el mismo mar, que la envidia. Alcazabilla, calle honda y luminosa, esencia mediterránea, nunca se ve tan bonita como cuando ella la cruza. El mayor orgullo de Pepa es haber alumbrado a sus hijas, tres soles que la veneran de manera filial y devota. Vestida de vaqueros, mira el paseante con la misma fuerza que siempre ha sido suya. La queremos (y ella lo sabe).    

jueves, 18 de junio de 2020

Vendeja 2. Banderas


Antonio Banderas por TVBOY. Técnica mixta

            Ahí está, mírenlo. Otro malagueño célebre. Parece que se hace mayor, madura, y apuesta por su ciudad. Almodóvar lo lanzó y Trueba lo casó. Fue un Rey del Mambo, el mejor Zorro (el más divertido con permiso de  Tyron Power). A Picasso lo bordó. Ha dado a sus personajes un no sé qué propio que los hace irresistibles. Son simpáticos, firmes, seductores. ¿Bart o Art Dodge? Prefiero a Art, capaz de regalar a Gabino Diego su mejor cuadro. Banderas loves art. Con el espray en la mano nos mira ya un poco escéptico, como de vuelta de muchas cosas.

lunes, 15 de junio de 2020

Vendeja 1. Rovira


Dani Rovira por TVBOY. Técnica mixta

            Su mirada es una mezcla de bondad, interrogación y picardía. Arrasa en las audiencias por esa frescura que tiene para decir lo que quiere sin cortarse un pelo. Nos hemos reído con él hasta decir basta cuando, siendo el típico sevillano, se echó una novia vasca (o pensó que se la había echado). La película sirvió para ayudar a unir a los pueblos. Ha sido capaz de hacer amena durante tres años seguidos esa soporífera ceremonia que ningún cinéfilo se pierde por petarda que sea. Ama a las personas desvalidas y a los animales, a los débiles en general. Ahora necesita la fuerza de todos.

domingo, 14 de junio de 2020

Tres dramas de Antón Chéjov


Chéjov en 1897

            Con este libro he pasado unos días viviendo en un teatro, algo que agradezco mucho. Quizá sea más cómodo asistir a las funciones de las obras. Uno ve a los actores, sus ropas, sus gestos, ve el escenario y tiene que imaginar poco. Leer las obras, sin embargo, fomenta nuestra imaginación, nos convierte en artistas, obligados a crear imágenes de la obra que son únicas, las nuestras. Imaginamos el movimiento del telón, el timbre de la voz de los actores, el sonido de sus pasos sobre el escenario, el brillo de sus ojos, el teatro entero. Leer obras teatrales resulta muy estimulante.
Ivánov, el primero de los tres dramas que comprende el libro, fue escrito por el genial escritor ruso en 1887, con veintisiete años y, según Juan López-Morillas —autor de la traducción y la nota preliminar—, en pocos días. Fue el primero de sus dramas considerados mayores. Representa el conflicto vivido por un hombre aún joven, aunque él se considera viejo tiene treinta y cinco años, incapaz de afrontar las consecuencias de sus actos y, sobre todo, el desencanto que a veces atormenta a ciertos espíritus cultivados al hacer balance de su vida. Ivánov forma parte del grupo de los propietarios agrarios y tiene familiares nobles refinados en París, pero no posee liquidez alguna, uno de los males que suele afligir a los titulados, a menudo poseedores de grandes extensiones de terreno pero a merced de los prestamistas. Su casa, una pequeña corte, está llena de personas que intentan vivir de él y, curiosamente, en este caso cuenta también con un espécimen de «persona honrada», una de esas que presume de serlo y dice a todo el mundo lo que debe hacer. En realidad, una lacra. Espíritu sensible, Ivánov luchará por sobrevivir a un inmenso sentimiento de culpabilidad provocado por unas circunstancias por él ingobernables.
El segundo de los dramas, La gaviota, fue escrito entre 1895 y 1896 y representado por primera vez el último año. Al principio no fue bien acogida por la torpeza de los participantes en aquella primera representación pero, elegida dos años después por el famoso Stanislavski, que preparó concienzudamente la obra, obtuvo un gran éxito; quizá sea el drama de Chéjov más conocido y representado. Posee abundantes puntos en común con Ivánov, el relato de grandes y desgraciados amores quizá sea el principal, pero se diferencia de aquel en la importancia que el autor otorga al mundo de la cultura, sobre todo de los escritores y gente del teatro. Existe un largo parlamento de Trigórin, escritor ya consagrado, que describe de forma inigualable algunos de los grandes conflictos de la vida del escritor, incapaz de dejar de escribir, pues apenas acaba un libro empieza la redacción de otro y, además, solo se siente realmente a gusto escribiendo o corrigiendo pruebas. Una vez que acaba un libro intenta olvidarse de él, pero eso le resulta imposible y empiezan a perseguirle las dudas sobre lo que ha escrito, a verle grandes defectos y a pensar que no debería haberlo publicado. Esas palabras, iluminadas —me imagino que algo parecido le ocurre a la mayoría de los escritores—, se encuentran al final del acto II, cuando Trigórin queda a solas con Nina. Esta, objeto del amor de varios hombres, es la gaviota, un símbolo, por su carácter independiente, que quizá inspiró a Richard Bach su conocido Juan Salvador. Las turbulencias sentimentales vividas por Konstantín Gavrílovich Treplyóv, personaje del drama de Chéjov, son las vividas por tantas hijos de divas del mundo del espectáculo, en general incapaces de dar el amor que los hijos necesitan. El papel de Irina Nikoláyevna Arkádina, la madre de Konstantín, debe ser muy deseado por actrices ya maduras. 
El tercer drama, Tío Ványa, escrito poco después de La gaviota, viene a ser un canto a la naturaleza y a la serenidad que proporcionan la vida anónima y la laboriosidad continuada. La existencia regular y pacífica de una finca se ve alterada por la llegada de su propietario pero no gestor, un profesor universitario ya jubilado, acompañado de su joven y atractiva esposa. La venida de los dos altera la convivencia de los moradores y gestores de la finca, que intentan por todos los medios recuperar el equilibrio perdido por la intromisión de una persona propietaria y titulada, pomposa y vacua, ignorante de la maravillosa vida campestre y de los derechos adquiridos por los miembros agricultores de la familia, que se rebelan contra sus injerencias. Tío Ványa, Iván Petróvich Vionítski, impulsivo pero de carácter noble, hará valer las bondades del campo sobre la ciudad, los valores del agricultor constante y honrado, necesitado de su trabajo, frente a las del brillante, pero lleno de aire y vanidad, hombre de cátedra y ciudad. También en este drama un médico posee un importante papel. En este caso se llama Mihaíl Lvóvich Ástrov. Es muy digno de mención. Aparte de ser una vez más reflejo de la dedicación de Chéjov a la medicina, su primera profesión, pronuncia una cerrada defensa de los bosques, anticipando postulados ecologistas que podemos pensar modernos. En sus parlamentos sobre el tema, localizables en los actos I y III, adelanta las ideas sobre el cambio climático y sobre cómo la acción de un individuo aislado, nuestros pequeños gestos cotidianos, son de gran valor. La vida del planeta no es solo responsabilidad de las empresas que asolan la Amazonia y de los gobiernos que permiten y fomentan el uso de combustibles fósiles, sino también de nosotros, tuya, cuando no te ocupas de reciclar los plásticos que consumes, que, directamente, no debían existir. Chéjov pone en boca de Ástrov, un álter ego suyo, las palabras «el clima también depende de mí» (act. I), una frase digna de ser reproducida en todas partes.
En definitiva, un libro, este de Chéjov, de lectura muy aconsejable.

Antón Chéjov, Ivánov. La gaviota. Tío Ványa. Madrid, Alianza Editorial, 2013. Traducción y nota preliminar de Juan López-Morillas.

jueves, 11 de junio de 2020

La Málaga que se fue (I)



        Ahora, gracias al encomiable trabajo de Anamar and Corp® Photography, estamos en Málaga. El encuadre de la fotografía no ayuda a fecharla con exactitud. Puede ser de finales del XIX o principios del XX, cuando las obras de relleno y explanación de la zona conocida como Cortina del Muelle Viejo, a los pies de La Coracha, estaban avanzadas. También puede ser más antigua, recoger la zona ya existente antes del ensanche, la que aparece en color oscuro en el plano de Málaga de J. Duarte de Belluga (1887).
En el ángulo inferior izquierdo, el edificio de la Aduana. La torre de la Catedral se asoma curiosa y dominante. Varios hombres, acompañados de ganado, van o vienen de la ciudad. Del mar, muy cercano, llega una agradable brisa.


            Han pasado unos años. La zona está urbanizada. Los árboles que hoy dan sombra mientras paseamos frente al Ayuntamiento, el Banco de España o el edificio de la Universidad, entonces construcciones inimaginables, son aún pequeños, las palmeras apenas asoman de la tierra. Personas que parecen de posición acomodada caminan en dirección al Paseo de Reding. Los mejor situados pasan en coche. Todos parecen marchar con paso rápido y alegre, como si acudiesen a un lugar de diversión. Quizá vayan a los toros, la Malagueta está muy cerca. El barrio de La Coracha, tan pintoresco, abraza a la Alcazaba. Ambos miran hacia el mar.





(Estas fotografías circulan por las redes sociales. El uso que hago de ellas es no comercial).

lunes, 8 de junio de 2020

Sobre la lectura, de Marcel Proust


(APIC / GETTY IMAGES)

Antes de comenzar su obra catedralicia, así llama Mauro Armiño a La recherche, Marcel Proust estuvo años dedicado, junto a su madre, a la traducción de The Bible of Amiens de John Ruskin, influyente pensador e historiador del arte a quien el célebre escritor francés debe gran parte de su peculiar estilo: ese «fraseo largo y adornado» tan característico, generador de subordinadas interminables; el gusto por la descripción pormenorizada de los detalles más nimios, alguno de los cuales, en una suerte de reivindicación de lo frágil, de lo pequeño, puede asumir un protagonismo inesperado; y la consolidación de un yo narrativo sólido, imperturbable, poseedor de un punto de vista personal pero de alcance privilegiado. Poco antes de ver publicada la traducción de la obra de Ruskin mencionada, un texto mayor, Marcel Proust centró su dedicación en la traducción de otros textos del autor británico. Como prólogo de uno de ellos escribió el delicioso texto titulado Sur la lecture, traducido y anotado por Armiño y motivo de estas líneas.
            Sobre la lectura contiene observaciones muy valiosas sobre el acto de leer buenos libros, algunas quizá discutibles, pero la mayoría de una brillantez, de una agudeza intelectual, inusual, propia de un genio. Muchas son memorables. El hecho de la comunicación, por ejemplo. Proust defiende que la relación que se establece entre el autor y el lector es de amistad, aunque solo sea en un sentido, de «una amistad sincera, y el hecho de que se dirija a un muerto, a un ausente, le apresta algo de desinteresado, de casi conmovedor» (p. 69). Considera que el acto de leer a los grandes autores, a los clásicos, nos convierte en personas privilegiadas, capaces de tener a nuestra disposición las palabras de las personas más brillantes que han existido, posibilidad que no debemos dejar escapar. Nuestra vida es muy corta y debemos emplear nuestro tiempo de lectura, siempre amenazado por enojosas interrupciones y servidumbres materiales, en los mejores libros. La lectura es un viaje, un viaje en el tiempo y en el espacio. Leer una obra literaria escrita hace siglos, en su variedad lingüística original, se entiende, es como visitar en la actualidad una ciudad construida en la Edad Media: vivimos experiencias similares al pasear por sus calles y al leer una obra escrita en esa época, sentimos el mismo goce estético, la misma sensación de plenitud. Proust habla también de sus lecturas infantiles. Curiosamente, recuerda más el momento de leer, dónde estaba, qué luz tenía, quién le interrumpía, que la lectura en sí misma, el título. Para él, desde niño, leer fue siempre una manera de vivir con más intensidad. En sus palabras: «Quizá no hay días de nuestra infancia que hayamos vivido con tanta plenitud como aquellos que creímos dejar de vivir, aquellos que pasamos con un libro preferido» (pág. 39).
Resulta evidente que la inmensa mayoría de nosotros no posee, ni de lejos, la sensibilidad que Proust tenía. Sus textos, repletos de hallazgos artísticos, son de gran interés

Marcel Proust, Sobre la lectura, Madrid, Ediciones Cátedra, 2015. Edición y traducción de Mauro Armiño. [Sur la lecture, publicado por primera vez en La Renaissance Latine, 1905].

viernes, 5 de junio de 2020

Infancia de un mago, de Hermann Hesse


Hesse en su madurez (ersilias.com)

«En un principio me embriagó el sumergirme en el mundo de la nueva, de la novísima literatura, pero no tardé en darme cuenta de que la vida en el desnudo presente, en lo nuevo, en lo novísimo, es insoportable y no tiene razón de ser, de que solo unas constantes relaciones con el pasado, con la historia y con la antigüedad pueden facilitar una vida espiritual». De Breve historia de mi vida, Hermann Hesse (1924).

Hace unos años, no recuerdo cuántos —diez o por ahí— un amigo me preguntó si quería acompañarlo para intentar salvar libros de una biblioteca que iba a ser defenestrada. Le dije que sí, por supuesto, y allí nos pusimos no siendo curas ni barberos pero deseosos de realizar en ella un escrutinio, fuera o no donoso. Entramos en una enorme habitación de convento y encontramos tirados por el suelo como si fuesen ladrillos varios cientos de libros. Aquello era desolador. Salvé unos cincuenta. Este de Hermann Hesse (1877-1962) fue uno de ellos.
            Infancia de un mago es un libro de relatos, algunos de ellos autobiográficos, escritos entre 1910 y 1932, en la misma fructífera época en la que Hesse escribió las novelas El lobo estepario (1927), tan celebrada por la crítica pero tan oscura, y la luminosa y nunca bastante elogiada Siddhartha (1922), una de mis novelas preferidas, un canto al mundo del espíritu y los placeres intelectuales que animo a leer a cualquiera. Las dos novelas pueden rastrearse en estos cuentos. El primero de ellos, que da nombre al volumen, cuenta detalles de la infancia del autor que ayudan a entender su inclinación por las culturas de la India y el Extremo Oriente. Otro hay titulado exactamente El lobo estepario. Trágico, protagonizado por el anciano cajista de un periódico, es una emocionada defensa del conocimiento y el buen uso de las reglas gramaticales, tan perseguido por ignorantes, perezosos y vacuos innovadores. Muchos de los relatos nos acercan personajes inspirados en el mismo Hesse, personas de fuerte carácter y criterio independiente. Hay dos, La ciudad (1910) y El pájaro (1928), profundamente ecologistas. El primero narra el proceso de destrucción de la naturaleza por el hombre creyendo en su reversibilidad, la suya es una fe que hoy emociona, y el segundo, quizá el mejor de todo el libro, un canto a la defensa de las creencias populares basadas en la existencia de animales míticos, protectores de los hombres, en este caso el pájaro de Montagsdorf, de mirada casi humana, estudiado desde el punto de vista de un moderno ornitólogo.
            No estoy seguro, pero es probable que este libro como tal nunca fuera publicado en vida de Hesse, solo sea resultado de una recopilación posterior de cuentos suyos. Una interesante lectura para amantes del escritor alemán.

Hermann Hesse, Infancia de un mago, Buenos Aires, Editorial Simbad, 1978. Traducción de Eric V. Jannissek.