Chéjov en 1897
Con
este libro he pasado unos días viviendo en un teatro, algo que agradezco mucho.
Quizá sea más cómodo asistir a las funciones de las obras. Uno ve a los
actores, sus ropas, sus gestos, ve el escenario y tiene que imaginar poco. Leer
las obras, sin embargo, fomenta nuestra imaginación, nos convierte en artistas,
obligados a crear imágenes de la obra que son únicas, las nuestras. Imaginamos
el movimiento del telón, el timbre de la voz de los actores, el sonido de sus
pasos sobre el escenario, el brillo de sus ojos, el teatro entero. Leer obras
teatrales resulta muy estimulante.
Ivánov, el
primero de los tres dramas que comprende el libro, fue escrito por el genial
escritor ruso en 1887, con veintisiete años y, según Juan López-Morillas —autor
de la traducción y la nota preliminar—, en pocos días. Fue el primero de sus
dramas considerados mayores. Representa el conflicto vivido por un hombre aún
joven, aunque él se considera viejo tiene treinta y cinco años, incapaz de
afrontar las consecuencias de sus actos y, sobre todo, el desencanto que a
veces atormenta a ciertos espíritus cultivados al hacer balance de su vida.
Ivánov forma parte del grupo de los propietarios agrarios y tiene familiares
nobles refinados en París, pero no posee liquidez alguna, uno de los males que
suele afligir a los titulados, a menudo poseedores de grandes extensiones de
terreno pero a merced de los prestamistas. Su casa, una pequeña corte, está
llena de personas que intentan vivir de él y, curiosamente, en este caso cuenta
también con un espécimen de «persona honrada», una de esas que presume de serlo
y dice a todo el mundo lo que debe hacer. En realidad, una lacra. Espíritu
sensible, Ivánov luchará por sobrevivir a un inmenso sentimiento de
culpabilidad provocado por unas circunstancias por él ingobernables.
El segundo de los dramas, La gaviota, fue escrito entre 1895 y
1896 y representado por primera vez el último año. Al principio no fue bien
acogida por la torpeza de los participantes en aquella primera representación
pero, elegida dos años después por el famoso Stanislavski, que preparó
concienzudamente la obra, obtuvo un gran éxito; quizá sea el drama de Chéjov
más conocido y representado. Posee abundantes puntos en común con Ivánov, el relato de grandes y
desgraciados amores quizá sea el principal, pero se diferencia de aquel en la
importancia que el autor otorga al mundo de la cultura, sobre todo de los
escritores y gente del teatro. Existe un largo parlamento de Trigórin, escritor
ya consagrado, que describe de forma inigualable algunos de los grandes
conflictos de la vida del escritor, incapaz de dejar de escribir, pues apenas
acaba un libro empieza la redacción de otro y, además, solo se siente realmente
a gusto escribiendo o corrigiendo pruebas. Una vez que acaba un libro intenta
olvidarse de él, pero eso le resulta imposible y empiezan a perseguirle las
dudas sobre lo que ha escrito, a verle grandes defectos y a pensar que no
debería haberlo publicado. Esas palabras, iluminadas —me imagino que algo
parecido le ocurre a la mayoría de los escritores—, se encuentran al final del
acto II, cuando Trigórin queda a solas con Nina. Esta, objeto del amor de
varios hombres, es la gaviota, un símbolo, por su carácter independiente, que
quizá inspiró a Richard Bach su conocido Juan Salvador. Las turbulencias
sentimentales vividas por Konstantín Gavrílovich Treplyóv, personaje del drama
de Chéjov, son las vividas por tantas hijos de divas del mundo del espectáculo,
en general incapaces de dar el amor que los hijos necesitan. El papel de Irina
Nikoláyevna Arkádina, la madre de Konstantín, debe ser muy deseado por actrices
ya maduras.
El tercer drama, Tío Ványa, escrito poco después de La gaviota, viene a ser un canto a la
naturaleza y a la serenidad que proporcionan la vida anónima y la laboriosidad
continuada. La existencia regular y pacífica de una finca se ve alterada por la
llegada de su propietario pero no gestor, un profesor universitario ya
jubilado, acompañado de su joven y atractiva esposa. La venida de los dos
altera la convivencia de los moradores y gestores de la finca, que intentan por
todos los medios recuperar el equilibrio perdido por la intromisión de una
persona propietaria y titulada, pomposa y vacua, ignorante de la maravillosa
vida campestre y de los derechos adquiridos por los miembros agricultores de la
familia, que se rebelan contra sus injerencias. Tío Ványa, Iván Petróvich
Vionítski, impulsivo pero de carácter noble, hará valer las bondades del campo
sobre la ciudad, los valores del agricultor constante y honrado, necesitado de
su trabajo, frente a las del brillante, pero lleno de aire y vanidad, hombre de
cátedra y ciudad. También en este drama un médico posee un importante papel. En
este caso se llama Mihaíl Lvóvich Ástrov. Es muy digno de mención. Aparte de
ser una vez más reflejo de la dedicación de Chéjov a la medicina, su primera
profesión, pronuncia una cerrada defensa de los bosques, anticipando postulados
ecologistas que podemos pensar modernos. En sus parlamentos sobre el tema,
localizables en los actos I y III, adelanta las ideas sobre el cambio climático
y sobre cómo la acción de un individuo aislado, nuestros pequeños gestos
cotidianos, son de gran valor. La vida del planeta no es solo responsabilidad
de las empresas que asolan la Amazonia y de los gobiernos que permiten y
fomentan el uso de combustibles fósiles, sino también de nosotros, tuya, cuando
no te ocupas de reciclar los plásticos que consumes, que, directamente, no
debían existir. Chéjov pone en boca de Ástrov, un álter ego suyo, las palabras
«el clima también depende de mí» (act. I), una frase digna de ser reproducida
en todas partes.
En definitiva, un libro, este
de Chéjov, de lectura muy aconsejable.
Antón Chéjov, Ivánov. La gaviota. Tío Ványa. Madrid, Alianza Editorial, 2013.
Traducción y nota preliminar de Juan López-Morillas.
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