(APIC / GETTY IMAGES)
Antes de comenzar su obra
catedralicia, así llama Mauro Armiño a La
recherche, Marcel Proust estuvo años dedicado, junto a su madre, a la
traducción de The Bible of Amiens de
John Ruskin, influyente pensador e historiador del arte a quien el célebre
escritor francés debe gran parte de su peculiar estilo: ese «fraseo largo y
adornado» tan característico, generador de subordinadas interminables; el gusto
por la descripción pormenorizada de los detalles más nimios, alguno de los
cuales, en una suerte de reivindicación de lo frágil, de lo pequeño, puede
asumir un protagonismo inesperado; y la consolidación de un yo narrativo sólido,
imperturbable, poseedor de un punto de vista personal pero de alcance privilegiado.
Poco antes de ver publicada la traducción de la obra de Ruskin mencionada, un texto
mayor, Marcel Proust centró su dedicación en la traducción de otros textos del
autor británico. Como prólogo de uno de ellos escribió el delicioso texto titulado
Sur la lecture, traducido y anotado
por Armiño y motivo de estas líneas.
Sobre la lectura contiene observaciones
muy valiosas sobre el acto de leer buenos libros, algunas quizá discutibles,
pero la mayoría de una brillantez, de una agudeza intelectual, inusual, propia
de un genio. Muchas son memorables. El hecho de la comunicación, por ejemplo.
Proust defiende que la relación que se establece entre el autor y el lector es
de amistad, aunque solo sea en un sentido, de «una amistad sincera, y el hecho
de que se dirija a un muerto, a un ausente, le apresta algo de desinteresado,
de casi conmovedor» (p. 69). Considera que el acto de leer a los grandes
autores, a los clásicos, nos convierte en personas privilegiadas, capaces de
tener a nuestra disposición las palabras de las personas más brillantes que han
existido, posibilidad que no debemos dejar escapar. Nuestra vida es muy corta y
debemos emplear nuestro tiempo de lectura, siempre amenazado por enojosas
interrupciones y servidumbres materiales, en los mejores libros. La lectura es
un viaje, un viaje en el tiempo y en el espacio. Leer una obra literaria
escrita hace siglos, en su variedad lingüística original, se entiende, es como
visitar en la actualidad una ciudad construida en la Edad Media: vivimos experiencias similares al pasear por sus calles y al leer una obra escrita en esa
época, sentimos el mismo goce estético, la misma sensación de plenitud. Proust habla
también de sus lecturas infantiles. Curiosamente, recuerda más el momento de
leer, dónde estaba, qué luz tenía, quién le interrumpía, que la lectura en sí
misma, el título. Para él, desde niño, leer fue siempre una manera de vivir con
más intensidad. En sus palabras: «Quizá no hay días de nuestra infancia que
hayamos vivido con tanta plenitud como aquellos que creímos dejar de vivir,
aquellos que pasamos con un libro preferido» (pág. 39).
Resulta evidente que la inmensa mayoría de nosotros no posee, ni de lejos, la sensibilidad que Proust tenía. Sus textos, repletos de hallazgos artísticos, son de gran interés.
Marcel Proust, Sobre la lectura, Madrid, Ediciones Cátedra, 2015. Edición y
traducción de Mauro Armiño. [Sur la lecture,
publicado por primera vez en La
Renaissance Latine, 1905].
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