(sgaclublectura.blogspot.com)
No
ha pasado ni media hora desde que acabé esta novela. Mientras tecleo en el ordenador,
el libro, prestado, que deseo devolver pronto, reposa sobre la mesa a escasos
centímetros de mi mano izquierda. Miro su cubierta de una forma muy distinta a
como la miraba cuando me lo prestaron recomendándomelo: he pasado de la pereza
y la indiferencia del primer momento a la fuerte impresión que su lectura me ha
producido. Recordaba la película que se realizó sobre ella —The reader (2008)— como algo aburrido y
demasiado largo. Una muestra más de cómo las adaptaciones cinematográficas de buenas
novelas suelen ser fallidas.
Escrita
en una veraz, directa y amena primera persona, la novela El lector —Bernhard Schlink, Bielefeld, 1944— cuenta una de las más
terribles, apasionadas y honestas historias de amor que haya conocido nunca, ya
sea en la literatura o en la vida real. Cuando acabé la lectura permanecí unos
minutos inmóvil, traspuesto, quizá soñando, intentando comprender quién soy yo
para juzgar una historia así, cómo puede juzgarse un pueblo entero por las
atrocidades cometidas por parte de una generación, quiénes somos nosotros,
quién es nadie para juzgar a los demás. Hanna Schmitz, mujer brutal, a veces
delicada y perfectamente creíble, simboliza y representa toda una generación de
personas faltas de preparación y recursos económicos que tuvo que enfrentarse a
unos tiempos y a un sistema en el que no existían las posiciones tibias. O
estabas con ellos o contra ellos. Si estabas en contra, o huías del país o
morías, y si estabas con ellos acababas siendo cómplice de alguna manera de los
más horribles asesinatos. Frente a ella, la figura de Michael Berg, un débil
adolescente que se ve arrollado en los años cincuenta por la carnalidad, la
vitalidad y el misterio de una mujer veinte años mayor que él, simboliza la
pureza de una parte de la población alemana instruida en los libros pero en
aquel momento ignorante del cruel pasado reciente de su país, que alcanza la
juventud descubriendo con horror su pertenencia a una generación hija de otra culpabilizable
de esos asesinatos, perpetrados, quizá, por sus padres, sus abuelos o por el
señor o la señora con los que acaba de cruzarse por la calle.
La
novela contiene una emocionante defensa de los libros y la lectura y, gracias
al aporte de dos mentores —hombres maduros pero ignorantes del abismo al que se
enfrenta el muchacho—, unas reflexiones de índole moral tan necesarias como
dolorosamente humanas. Llama también la atención la estructura de la novela,
dividida en tres partes perfectamente dependientes cada una de las demás pero
unidades en sí mismas.
Nada de todo esto se
transmitió a la película, de la que solo se salvaba la rotundidad del personaje
de Hanna, interpretado por una genial Kate Winslet. Mejor la novela.
Bernhard
Schlink, El lector, Barcelona,
Anagrama, 2009 (17ª ed; la 1ª es de 1997), traducción de Juan Parra Contreras.
(Der Vorleser, 1995).
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