martes, 14 de abril de 2020

Días enteros en las ramas, de Marguerite Duras



Publicado en los comienzos de la producción de Duras, se  trata de un libro de relatos largos y de muy distinta naturaleza.
            Días enteros en las ramas, que da nombre al libro, cuenta la visita de una madre anciana y muy acomodada a uno de sus hijos, curiosamente su preferido a pesar de haber optado por lleva una vida tan distinta a la suya y a todo lo considerado comme il faut. El hombre, joven y atractivo, vive de su trabajo como relaciones públicas —bastante comprometido con la felicidad de la clientela femenina— de un cara boîte de París. Desde pequeño fue el más libre e imaginativo de los hermanos, capaz de pasar horas subido a los árboles.  Ella se siente orgullosa de verlo capaz de medrar en la gran ciudad, en medios tan hostiles y a pesar de sus debilidades de carácter, pues es ludópata. Todo lo que escriba sobre cómo está contado la historia será solo un pálido reflejo de la narración. Hay que leerla.  
            El segundo relato, Madame Dodin, centra la atención del lector en la vida de una portera de edificio parisino de clase acomodada.  Una portera de las antiguas, que vive en una pequeña y deteriorada vivienda situada en la planta baja. Sus obligaciones llegan al punto de tener que abrir el portal a cualquier hora del día o de la noche, cosa que puede hacer desde la cama con un sistema de cuerdas y poleas. Una de sus obligaciones laborales es sacar la basura de todos los pisos, y alrededor de esta obligación, tan molesta, giran todas sus reivindicaciones. El personaje, a pesar de su carácter desapacible y su aparente falta de empatía, es una persona cálida cuando es necesario y muy respetada por todos los vecinos, que no podrían vivir sin ella (y lo saben). Tiene una divertida historia de amor con el barrendero de esa calle. Esta narración posee similitudes, afinidades temáticas y de sensibilidad a la hora de tratar a un vecino tan dispar en los edificios de viviendas de propietarios acomodados, con otras, por ejemplo, de Cortázar (Los buenos servicios) y Barbery (La elegancia del erizo).    
            El tercer y último relato, La obra, mucho menos físico, por decirlo así, que los dos anteriores —más basado en sugerencias  que en realidades palpables—, cuenta la historia de amor entre un hombre y una mujer muy tímidos, clientes de un hotel de lujo situado en las afueras, cerca de un bosque. Trata, si generalizo, de la relación que mantenemos con la persona que nos atrae, de cómo ésta cambia según el nivel de cumplimiento de nuestras esperanzas, de cómo la disponibilidad y la atención de la persona que antes parecía ignorarnos la puede volver invisible a nuestros ojos.  
El último relato, a mi entender, es el menos atractivo de los tres. Los dos primeros son perfectamente dignos de figurar en una antología de cuentos centrados en la vida del París de los años cincuenta.

Marguerite Duras, Días enteros en las ramas, Barcelona, Seix Barral, 1988. (Des journées entières dans les arbres, 1954). La traducción creo que es de Juan Petit.

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