Publicado en los comienzos de
la producción de Duras, se trata de un
libro de relatos largos y de muy distinta naturaleza.
Días enteros en las ramas, que da nombre
al libro, cuenta la visita de una madre anciana y muy acomodada a uno de sus
hijos, curiosamente su preferido a pesar de haber optado por lleva una vida tan
distinta a la suya y a todo lo considerado comme
il faut. El hombre, joven y atractivo, vive de su trabajo como relaciones
públicas —bastante comprometido con la felicidad de la clientela femenina— de
una cara boîte de París. Desde pequeño
fue el más libre e imaginativo de los hermanos, capaz de pasar horas subido a
los árboles. Ella se siente orgullosa de
verlo capaz de medrar en la gran ciudad, en medios tan hostiles y a pesar de
sus debilidades de carácter, pues es ludópata. Todo lo que escriba sobre cómo
está contada la historia será solo un pálido reflejo de la narración. Hay que
leerla.
El
segundo relato, Madame Dodin, centra
la atención del lector en la vida de una portera de edificio parisino de clase
acomodada. Una portera de las antiguas,
que vive en una pequeña y deteriorada vivienda situada en la planta baja. Sus
obligaciones llegan al punto de tener que abrir el portal a cualquier hora del
día o de la noche, cosa que puede hacer desde la cama con un sistema de cuerdas
y poleas. Una de sus obligaciones laborales es sacar la basura de todos los
pisos, y alrededor de esta obligación, tan molesta, giran todas sus
reivindicaciones. El personaje, a pesar de su carácter desapacible y su
aparente falta de empatía, es una persona cálida cuando es necesario y muy
respetada por todos los vecinos, que no podrían vivir sin ella (y lo saben). Tiene
una divertida historia de amor con el barrendero de esa calle. Esta narración
posee similitudes, afinidades temáticas y de sensibilidad a la hora de tratar a
un vecino tan dispar en los edificios de viviendas de propietarios acomodados, con otras, por ejemplo, de Cortázar (Los buenos servicios) y Barbery (La elegancia del erizo).
El
tercer y último relato, La obra,
mucho menos físico, por decirlo así, que los dos anteriores —más basado en
sugerencias que en realidades palpables—,
cuenta la historia de amor entre un hombre y una mujer muy tímidos, clientes de
un hotel de lujo situado en las afueras, cerca de un bosque. Trata, si
generalizo, de la relación que mantenemos con la persona que nos atrae, de cómo
ésta cambia según el nivel de cumplimiento de nuestras esperanzas, de cómo la
disponibilidad y la atención de la persona que antes parecía ignorarnos la
puede volver invisible a nuestros ojos.
El último relato, a mi
entender, es el menos atractivo de los tres. Los dos primeros son perfectamente
dignos de figurar en una antología de cuentos centrados en la vida del París de
los años cincuenta.
Marguerite Duras, Días enteros en las ramas, Barcelona, Seix Barral, 1988. (Des journées
entières dans les arbres, 1954). La traducción creo que es de Juan Petit.
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