El fotógrafo vasco Salvador
de Azpiazu anduvo por tierras andaluzas a finales del siglo XIX. Tenía treinta
años y un nombre ya consolidado en el mundo de la ilustración. Había vivido en
París una temporada y colaborado en la prensa francesa. Espíritu inquieto, en
los años finiseculares, quizá acompañado por su amigo el escultor marchenero
Coullaut Valera, visitó Marchena, Écija, Lora del Río y Sevilla, donde inmortalizó
la Feria y la Semana Santa. También pasó por Osuna. En esta última localidad
fotografió la Plaza Mayor en un momento muy especial: la visita de un circo. Nos
dejó dos imágenes de la plaza.
Tomada
sin una preparación especial del encuadre —atento el fotógrafo sólo a los personajes
que se mueven—, esta primera fotografía inmortaliza algunos de los artistas que
veremos en la fotografía siguiente, lo que parece indicar que ambas fueron
tomadas en un corto espacio de tiempo. Tres trabajadores de un circo,
provenientes de la Carrera de Tetuán y de otras calles del pueblo, donde han
anunciado la próxima función, se dirigen a la Plaza Mayor seguidos de una nube
de chiquillos y mayores desocupados. Se trata de un trompeta, un percusionista
y una mujer vestida con traje llamativo: una chaqueta muy entallada, llena de
colores y acabada en una tira de flecos. Los tres parecen llevar mallas cubriéndoles
las piernas. Enfrente del fotógrafo se ve un local que parece un bar. Los
balcones del edificio están ocupados por mujeres. En la esquina hay paradas
tres personas que observan la escena con distanciamiento, entre ellas un hombre
vestido con capa española; debe ser el final de la primavera. El empedrado de
la calle es muy irregular, seguramente debido al descuido y al azote de las
lluvias. El edificio del Casino, aunque falto de pintura y mantenimiento,
resulta inconfundible.
Según la web del
Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, la fotografía fue tomada alrededor de 1900.
Una comparación de esta con otras fotografías de Osuna cuya fecha se conoce con
exactitud, como las tomadas por los arqueólogos franceses Paris y Engels en
1903, invita a adelantar un poco la estancia de Azpiazu en Osuna. El aspecto
del edificio de la esquina contraria al Casino es muy diferente en esta foto al
que presenta en aquellas tomadas por los franceses. Quizá había cambiado de
manos y se había dedicado a otro uso. Pudo reformarse, sin más, en poco tiempo.
Pero, no lo veo, no sé. Habría que rastrear en archivos y hemerotecas para
encontrar la fecha exacta de la visita de Azpiazu a Osuna. Pudo ser anterior. La
foto tiene un indudable aire a antigüedad.
Los
músicos han llegado a la Plaza Mayor, donde evolucionan sin parar de tocar. Al
grupo se ha añadido un payaso con un bombo, posiblemente fuera del encuadre de
la foto anterior. Su pesado instrumento es transportado por niños, algo
habitual en una época en la que el trabajo infantil era frecuente. El fotógrafo
se ha unido al público como un espectador más. En el centro de la plaza, que
parece tener el suelo de tierra —obsérvense las piquetas para los vientos
clavadas en él—, hay levantadas varias estructuras de madera que sujetan redes
de seguridad y, seguramente, trapecios y plataformas, aunque estos están fuera
del encuadre. Al fondo y a la derecha, la esquina de la calle Tía Mariquita. No
parece que estuvieran instaladas las farolas. Dispuestos sobre soportes cúbicos
y alrededor de toda la plaza, unos largos tablones sirven de asiento a los
espectadores de pago. Es una hipótesis: en ellos se observan grandes claros y
sus pocos ocupantes se distinguen fácilmente del resto por la calidad y el
corte de la ropa. Detrás de estos privilegiados, en pie sobre los bancos de la
plaza, subidos a los árboles, los menos pudientes se preparan para contemplar
el espectáculo. Su entusiasmo compensa la incomodidad de la postura. Un
vendedor de frutos secos, quizá almendras garrapiñadas, se pasea canasto en ristre
ofreciendo su mercancía. El sol va camino de Sevilla una tarde más.
Esta
fotografía, perteneciente a la Semana Santa de 1903, puede servir para comparar
el aspecto del edificio de la esquina de Luis de Molina. Se advierte con
claridad el cambio de apariencia y de uso en relación a la imagen de Azpiazu.
Muy drástico, creo, para tan poco tiempo.
La imagen recoge el momento
del paso de la hermandad del Dulce nombre de Jesús hacia la Colegiata. Los
costaleros se disponen a subir la calle Luis de Molina, por la que ya ascienden
los penitentes confundidos con el público asistente. El fotógrafo tomó la
imagen desde el borde de la Plaza Mayor dejando a su izquierda uno de los
puestos de comestibles a granel que habitualmente se colocaban en la acera de
la plaza. En el primer plano, a la izquierda de las dos jovencitas vestidas de
oscuro, se ven palos de cañaduz. El paso que sirve de soporte a la figura de
Jesús Niño había sido estrenado pocos años antes, entre 1891 y 1894, y había
sido fruto del impulso que, según el historiador José Manuel Ramírez Olid,
había dado a la hermandad Victoriano Aparicio durante el tiempo en el que
estuvo a cargo de la iglesia de Santo Domingo. La fotografía tiene infinidad de
detalles. Los hombres que no llevan túnica van con la cabeza descubierta como
muestra de respeto a la imagen sagrada y usan el sombrero para protegerse la
cara, pues aquella primavera de 1903 estaba siendo especialmente seca y
calurosa. Según testimonio del mismo Pierre Paris, «Desde diciembre de 1902
ninguna gota había mojado la tierra». La imagen está comprendida en el álbum de
la misión arqueológica francesa.
Al mismo álbum pertenece
esta curiosa fotografía. Fue tomada a media mañana de un día de inicios de la
primavera desde el lateral sur de la Plaza Mayor. Al fondo se contemplan el
edificio del Casino y la casa de enfrente. Un grupo de curiosos divide su
atención entre el fotógrafo y a la señora sentada. En primer plano y a la
izquierda, ante el grupo de curiosos, aparecen sillas apiladas, ignoro si disponibles
para disfrutar de la Semana Santa o formando parte de terrazas de
establecimientos de hostelería.
Se trata de una de las
imágenes de sabor popular que tomaron los franceses e inmortalizaron personas
sin relieve social pero pintorescas y singulares, merecedoras de su atención. La
verdadera protagonista, la mujer, está sentada en la parte más próxima a la
calle de la Tía Mariquita, quien sabe si llamada así en honor a ella misma. En
cualquier caso, debía ser una persona muy popular de la Osuna de entonces y
vivir con muchos gatos, dos de los cuales, colocados de manera simétrica, sestean
plácidamente echados sobre ella. Siempre en el plano hipotético, podemos pensar
que vivía muy cerca del lugar de la foto dado que está sentada en una silla con
brazos o sillón, distinto a las sillas que se apilan entre el grupo de mirones
y la cámara. Curiosamente el centro geométrico de la foto coincide con las
cabezas visibles de dos hombres cubiertos con sombreros hongo, indicativos, por
su precio, de clase social más elevada. Casualidad o no, aquí aparecen
empequeñecidos hasta tal punto de pasar casi inadvertidos.
Esta
fotografía es más conocida. No puede ser posterior a noviembre de 1918: la
torre de la Colegiata
está aún en pie. Fijemos nuestra atención en la farola central.
Según veíamos en la entrega primera de esta serie, esta farola existía ya a principios de siglo, con
las portadas de San Francisco aún en pie, por lo que podemos pensar que la imagen
fue tomada con anterioridad a 1906. Sin embargo, aunque sufriera algunos
cambios en la parte superior, dicha farola estuvo en el centro de la plaza
hasta la década de los cuarenta, cuando se colocó su lugar la estatua del
insigne polígrafo ursaonense Francisco Rodríguez Marín. No es una referencia,
pues, que nos sirva ahora para la acotación temporal. Observen, si son tan
amables, la belleza del acabado de la farola y sobre todo, fíjense, junto a la
parte superior de la misma, en el muchacho asomado a una ventana de un edificio
que parece en ruinas. Precisamente, el estado ruinoso del edificio del teatro nos
va a permitir fechar la fotografía con un margen de sólo tres años. Como muchos
de ustedes ya saben, el teatro contiguo al Casino se había inaugurado en los
últimos años del siglo XIX con el nombre de «Teatro Echegaray» y así siguió
llamándose hasta que todo su interior —butacas, telones, decorados, vestuarios,
bambalinas e, incluso, todas las pertenencias de la cantante Manolita Ruiz, que
en esos días actuaba en el local— ardió durante la madrugada del 1 de marzo de
1915. Como resultado del incendio, el edificio estuvo cerrado y en obras hasta
1919, año en el que fue reinaugurado y a partir del cual se llamó «Teatro
Álvarez Quintero», nombre con el que cerró sus puertas hace ya unas décadas.
Como conclusión, y según
estos datos, podemos afirmar con bastante seguridad que esta fotografía fue
tomada tras la fecha del incendio, 1 de marzo de 1915, y antes de la caída de
la torre de la Colegiata ,
ocurrida el 18 de noviembre de 1918.
En relación a la torre de la Colegiata , tenemos una
fotografía del proyecto de su reconstrucción, fechado el 4 de abril de 1919. De
la contemplación de este proyecto de alzado podemos deducir cómo sería hoy la
torre si la obra no hubiera quedado paralizada por falta de dinero en 1924, año
en el que fallece Luis de Soto Torres-Linero, un particular que financiaba la
mayor parte de la obra. Este señor, capellán del Convento de la Concepción,
había donado la cuantía de un premio de lotería para sufragar los gastos de la
obra, considerable aportación personal que vino a unirse a las treinta mil
pesetas obtenidas por suscripción popular y a las dos mil concedidas por el
Ayuntamiento de la caja municipal, esto es, del bolsillo de los ursaonenses. La
muerte inesperada del generoso donante en 1924 paralizó la reconstrucción. Hubo
intentos de continuar la obra en los
primeros años de la posguerra pero no llegaron a fructificar por falta de
financiación. Según se lee en las Actas Capitulares de esos años, los munícipes
veían la necesidad de acabar la reconstrucción de la torre siguiendo «el deseo
general del vecindario» por razones estéticas y de conservación, pues la torre
había quedado abierta por la parte superior, expuesta por tanto a las
inclemencias del tiempo. La torre ha seguido así hasta noviembre de 2019,
cuando se han iniciado labores de consolidación y cerramiento de su parte
superior. Aunque hoy día se alzan voces pidiendo la reconstrucción de los
cuerpos de la torre que quedaron inconclusos en 1924, entiendo que esas voces
fueran más numerosas en la época en la que aún vivían las personas que habían
visto la antigua torre en pie. Debían contemplar la torre inacabada como una amputación
de su memoria visual. Pero aquellas personas, por desgracia, ya fallecieron. La
memoria visual de los actuales ursaonenses es bien distinta. Como dije en la
entrega anterior de esta serie, yo no imagino la torre con otra apariencia de
la actual, no la veo. Los defensores de su reconstrucción arguyen la pérdida de
proporcionalidad del conjunto. Para ellos, el volumen de la torre estaba en
perfecta armonía con el conjunto de la construcción y los rasgos estilísticos
de los dos cuerpos hoy desaparecidos eran acordes con el resto. Otros hablan de
reconstruirla con distintos elementos, un cuerpo octogonal, no cilíndrico, para
soportar el cupulín, que pasaría a ser un remate piramidal al estilo del
poseído por torres ursaonenses, la perteneciente a la iglesia de la Victoria,
por ejemplo. En cualquier caso, este debate es fruto de una sociedad viva y
siempre será bienvenido.
Los interesados en saber más
sobre la historia de la torre de la Colegiata tienen a su disposición un
excelente trabajo de Pedro Jaime Moreno de Soto y Francisco Manuel Delgado
Aboza. Sus datos están al final de este artículo.
Ahora
contemplamos una de las pocas fotografías antiguas de la Plaza Mayor de Osuna
tomadas dando la espalda al Ayuntamiento en la época anterior al adoquinado de
la calle, esto es, a 1923. Aunque no se ve nada bien, parece que las portadas
de San Francisco ya han desaparecido: lo que se advierte es un muro basto que
no corresponde al que veíamos en ese lugar cuando San Francisco estaba en todo
su esplendor. De ahí que, con todas las prevenciones, podamos afirmar que la
foto fue tomada después de 1906. También apoya esta datación el tamaño de los
árboles. En cuanto a los edificios de la Carrera , han cambiado casi todos. Muy cerca de la
esquina de la calle Martos, parece que ya existía en la época de la fotografía
la farmacia de Manuel Calle, cuya trastienda, o rebotica, era célebre por ser
sitio de reunión de algunas de las personas más influyentes de Osuna, entre
ellos el mismo Manuel Calle. Según me contaron, dicha rebotica tenía una puerta
a la Carrera con un sardinel muy alto, tanto que era posible sentarse en él,
echarse hacia atrás y oír las conversaciones de los que allí se reunían. Por
esta razón, para que nadie, haciéndose el borracho o el dormido, pegara la
oreja a la madera y descubriera secretos o estrategias de la política local, la
parte baja de la puerta tenía largas puntillas que asomaban hacia la calle y quitaban
las ganas de espiar a cualquiera.
También se advierte en la
fotografía el inmueble que ocupaba el solar donde años después se levantaría el
edificio que hoy conocemos como Casa Gaona, situado en la confluencia de la Carrera con la calle
Nueva. Como vemos, era una casa muy distinta a la que existe hoy, que parece
construida siguiendo la moda que implantó Aníbal González en Sevilla y
provincia en la época de la Exposición
Universal de 1929. De ahí que podamos suponer que la fachada
que contemplamos con dificultad en esta fotografía existió por lo menos hasta
principios de los años 30.
De vuelta a la Plaza de España, el sitio
que en otras fotos antiguas vemos ocupado por un quiosco de bebidas aparece
ocupado por una estructura formada por tres palos atados que recuerda la
armazón que soporta la polea para sacar agua de un pozo, posibilidad aceptable
por la memoria que tenían personas muy mayores de la existencia de un pozo en el
mismo lugar.
El
vendedor del quiosco de la derecha de esta fotografía se surtiría de dicho
pozo. La imagen debió ser tomada años antes. Vemos claramente los mismos
naranjitos con tutores de madera que contemplábamos en las fotos en las que las
portadas de San Francisco estaban aún en pie; es decir, en fotos anteriores a
1906. De esta imagen cabe destacar sobre todo a las personas.
El
fotógrafo, ya fuera local —como Antonio Rodríguez, José Rojas y José Ruiz
Romero (iniciador de una dinastía de fotógrafos ursaonenses que llega hasta
hoy)—, ya fuera itinerante, colocó a los niños en medio y a los mayores en los
extremos buscando una simetría en el grupo propia de la intención de un
artista. Llama la atención el vestuario de los dos adultos, todo de color
blanco, algo que nos invita a pensar que la imagen fue tomada en verano. De
todas formas, lo más interesante de la foto, al menos para mí, es el detalle
del hombre que va encima del borrico, transporta cántaros y se hace sombra en
los ojos, quizá para mirar extrañado al fotógrafo y su equipo. Sólo habiendo
conocido a los fotógrafos que había en la feria hasta hace unos años se puede
uno hacer una idea de cómo serían las cámaras de entonces, todavía más
aparatosas.
En cuanto al quiosco que
aparece a la derecha de la imagen, pudo haber seguido en ese lugar hasta
comienzos de los años treinta. Según se lee en las Actas Capitulares,
exactamente en la perteneciente a la sesión del 14 de mayo de 1931, cuando ya
se habían celebrado las elecciones que hicieron posible la llegada de la
Segunda República y gobernaba el municipio una comisión gestora con Francisco
Cáceres Nieto como alcalde interino, se acuerda, y cito literalmente, «que
desaparezca, por razón de ornato, quedando al mismo tiempo expedita la vía
pública y haciendo posible el adoquinado de la superficie que ocupa, el
aguaducho existente en el ángulo Nordeste de la Plaza de la Constitución».
Aguaducho, palabra hoy en desuso, vale por «puesto donde se vende agua, y que
por lo común tiene un armario para colocar y guardar los vasos». Recordemos una
imagen de la entrega anterior en la que se veían botijos colocados en su
mostrador.
Esta fotografía, de un interés excepcional
desde el punto de vista humano, puede llevar a confusión debido a su encuadre.
Dado que el fotógrafo seleccionó un espacio que excluía las bellas portadas de
San Francisco, un primer impulso puede hacernos pensar que fue tomada después
de 1906. Así lo pensé en un primer momento y lo defendí en algunas publicaciones
anteriores al descubrimiento, en el archivo de la Casa Velázquez de Madrid, del
álbum fotográfico de la misión de los arqueólogos franceses en Osuna (1903).
Esta fotografía forma parte de él. Lleva por título La grand place.
Vamos a detenernos en la
protagonista de la imagen. Cerremos el foco. Parece una mujer mayor pero quizá
no llegue a la cincuentena; está avejentada por la vida de trabajos y renuncias
que ha llevado. Va hacia una fuente. Lleva en las manos un cántaro, ahora
vacío, muy pesado a la vuelta. Sus ropas son humildes, su coquetería al vestir
ninguna: ya no está ella para esas cosas. Es una mujer trabajadora, una de las
madres y abuelas que se dejan la vida por sacar adelante a sus hijos, la única
persona inmortalizada en la imagen que hace algo útil por los demás. El resto,
todos hombres, se pasea, juega o toma el agradable sol de invierno. Eran otros
tiempos.
Ampliemos de nuevo el foco.
Al fondo, a los pies de la
espadaña de la Concepción, se observa una construcción de color claro y tejado
a dos aguas ya vista en otras fotos. Se trata de «El Delirio», un
establecimiento donde se servían vinos, aguardientes y refrescos. Este humilde
local, construido con tablas, puede observarse con detalle en una de las
fotografías del álbum de los arqueólogos franceses. Por las mañanas también
vendías jeringos, palabra muy ursaonense hoy casi olvidada, como bien recuerda
el profesor Ramírez Olid.
Un componente fundamental en
el paisaje urbano actual de nuestra plaza principal es, sin lugar a dudas, la
casa situada cerca de su ángulo noroeste, la última que nos encontramos a
nuestra derecha si nos encaminamos hacia la calle Sevilla. Dicha casa fue
edificada en el estilo que estaba de moda a principios de los años 30, el que
impuso el genio de Ánibal González, diseñador, entre otros edificios y lugares
famosos, de la Plaza
de España de Sevilla. Los especialistas en historia del arte, como Pedro Jaime
Moreno de Soto, lo denominan estilo regionalista. Como ya habrán advertido, dicha
casa estaba aún sin construir en el momento de la foto y su solar ocupado por
una casa baja, de corte tradicional.
En esta otra foto, tomada entre
1906 y 1917 —todavía no se aprecian cambios en el lugar donde se construiría la
fábrica de Daniel Espuny—, fíjense, si son tan amables, en la solución que se
dio al destrozo causado por la caída de la espadaña de San Francisco: se tapió
la puerta renacentista, que en realidad era el acceso a la capilla de la Virgen de las Angustias, y
en el lugar que ocupaba la del XVIII, la más bonita, que sería la que servía de
acceso a la iglesia, se construyeron, seguramente aprovechando los restos de
los muros antiguos, dos muretes de considerable altura que bajaban de nivel para
acomodarse a la altura de una cancela. También se advierten los claustros,
reconvertidos en Plaza de Abastos desde el siglo XIX, y la imponente mole de la
iglesia, que estuvo en pie hasta que se derrumbó en los años cuarenta. En
cuanto a la fecha del derrumbe del templo, después de haber rastreado con
minuciosidad las Actas Capitulares de los años cuarenta y de no haber
encontrado alusión alguna a este desgraciado hecho, estaba a punto de darme por
vencido cuando un alma generosa tuvo a bien facilitarme el acceso al Libro de Actas de una de las hermandades
que tuvo su sede en San Francisco hasta el momento de su derrumbe. Gracias a
este precioso documento podemos afirmar con toda seguridad que el desplome tuvo
lugar la noche del 6 de diciembre de 1944. También casualmente, a veces la
fortuna sonríe a los perseverantes, pude hablar con una persona que aquel seis
de diciembre tenía dieciséis años y dormía en una casa de la Carrera justo al
lado de los muros de la iglesia. Según este señor, sobre las once de la noche
le despertó un temblor de tierra acompañado por un ruido ensordecedor y seguido
de una densa nube de polvo que tardó mucho en disiparse. Al principio pensó que
era humo procedente de un incendio, pero pronto notó el olor característico del
polvo producido por el derribo de un edificio construido con sillares. La noche
fue inolvidable por lo dantesco del panorama. Aunque no hubo heridos, sí hubo
situaciones muy apuradas, incluso de pánico. Tal fue el caso de una familia que
vivía en la Carrera justo al lado de la puerta de acceso al templo que existía
más o menos frente a la calle Martos. El desplome de la iglesia había producido
también el de la escalera que en el interior de la vivienda familiar daba
acceso a los dormitorios de los hijos, los cuales tuvieron que descender con
ayuda de cuerdas, poleas y personal joven, fuerte y arriesgado. Otro señor me
relató el episodio de la recuperación de una de las imágenes más importantes
del templo, situada en una zona que había quedado muy insegura. Justo después
de haberla puesto a salvo, todo el muro donde se encontraba situada se vino
abajo. Por unos segundos nadie resultó herido.
Han pasado años. El reloj
del Ayuntamiento ya está instalado, así que la fotografía tiene que ser
posterior a 1928, como ya sabemos. Fijémonos ahora en la acera del Casino. Si la
miran con atención, verán que era mucho más ancha de lo que es ahora y que
trazaba una curva justo al lado del arco del edificio del Ayuntamiento. El
acuerdo de estrechar y alinear esta acera con el arco para facilitar el tráfico
rodado, de cierta importancia ya en esta época, fue tomado el 14 de junio de
1936, siendo alcalde Rafael Aguilar Ruiz. El proyecto y el presupuesto de la
obra se aprueban en la sesión del 16 de julio del mismo año pero, dado el
comienzo de la Guerra inCivil, la obra debió llevarse a cabo después, en algún
momento que aún no he podido determinar pero que debió ser en el transcurso de
la guerra o en los primeros años de la posguerra. De todas formas, este dato no
es muy fiable pues, según socios del Casino a los que he consultado, la acera
ha sido ensanchada y estrechada en varias ocasiones. Cuando pasen andando por
allí, si quieren se fijan en el suelo y verán la señal del antiguo trazado de
la acera en una hilera de adoquines.
En cuanto a los coches que
aparecen en la fotografía, el único que medio se puede identificar es el que
está en el primer plano y tampoco ayuda mucho a determinar la fecha de la imagen.
Según personas entendidas, parece un Ford T del 1926 y fabricación española.
Como curiosidad diremos que los Ford, los primeros automóviles fabricados en
cadena y dirigidos a un público amplio, eran mucho más baratos que los coches
europeos, como el Hispano Suiza, vehículo este último que sólo poseían personas
muy acomodadas. El Ford de la imagen tenía veintiún caballos y llegaba a
alcanzar los setenta kilómetros por hora, una temeridad para las carreteras de
entonces.
No
fue fácil la vida en la Osuna
de aquella época y tampoco lo fue en los años siguientes. Era tanta la necesidad
y la falta de trabajo que los alcaldes de la República, impotentes ante el
terrible paro obrero que existía, se veían obligados a repartir vales de pan
entre las personas que se congregaban en la Plaza Mayor y pedían trabajo. Así
se recoge en las Actas Capitulares de las sesiones celebradas el 16 de octubre
del 1931, el 11 y el 23 de marzo del 1932, el 4 de mayo del mismo año, etc. El
alcalde que más tiempo gobernó el municipio en esta época fue Manuel Rodríguez García,
propietario de una carpintería situada en el número 11 de la calle del Cristo, llamada
oficialmente Francisco Largo Caballero desde el 17 de junio de 1931.
Durante la Segunda República Osuna se
modernizó en muchos sentidos. Aunque hoy día nos parezca que son cosas que han
existido siempre, entre 1931 y 1936 se instalan por primera vez buzones de
correos, se obliga a las farmacias a especificar en el exterior cuál es la que
está de guardia, se crea una sala de maternidad en el hospital, se colocan
carteles de zona escolar en los sitios adecuados para que los conductores
tengan cuidado con los niños, hay un intento de soterrar la línea eléctrica que
pasa junto a la Colegiata, etc. Por último, mencionar que el 29 de diciembre de
1934, a
propuesta de Antonio Rodríguez Barraquero, primer teniente de alcalde, se
acuerda «la instalación de unas luces en el Sepulcro de los Duques de Osuna,
teniendo en cuenta los numerosos
turistas que visitan dicho lugar». La localidad ursaonense ya era un atractivo destino turístico.
Para
saber más:
Web del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz.
Fondo Azpiazu.
Osuna
retratada. Memoria fotográfica de la misión arqueológica francesa de 1903, José Ildefonso Ruiz Cecilia y Pierre
Moret (eds.). Obra colectiva. Patronato de Arte y Amigos de los Museos de
Osuna, 2009.
«La torre de la Colegiata de Osuna:
vicisitudes y restauraciones acaecidas en los siglos XIX y XX», de Pedro Jaime
Moreno de Soto y Francisco Manuel Delgado Aboza, en Apuntes 2, n. 4, págs. 189-215. Ayuntamiento de Osuna, 2004.
Osuna
durante la Restauración (1875-1931),
de José Manuel Ramírez Olid. Ayuntamiento de Osuna, 1999.
Historia general de la fotografía en Sevilla,
de Miguel Ángel Yáñez Polo. Sevilla, Sociedad Sevillana de Médicos Escritores
Nicolás Monardes, 1997.
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