Escrita
a finales del siglo pasado, la novela El
nombre que ahora digo, del malagueño Antonio Soler, ha vuelto a ser
editada. Ahora incluye modificaciones del autor, sobre todo la inclusión de un
primer capítulo muy breve, desechado en aquella primera edición, de gran
efectividad para preparar el ánimo del lector. He pasado un par de días muy entretenido
con la novela, intentando averiguar cuál iba a ser el final de Gustavo Sintora,
su protagonista, un jovencito malacitano que abandona la ciudad en 1937 dentro
de la Desbandá, sufre la separación de sus familiares y acaba destinado a
una unidad madrileña dedicada a la protección de artistas del espectáculo: magos,
toreros, cantantes, faquires, etc. Allí conoce a Serena Vergara, una mujer madura
poco afortunada en el amor hasta entonces, con la que vivirá una historia cuya
ternura y humanidad sirven de contrapunto a la fealdad y la brutalidad de la
guerra. Porque esta aparecerá con toda su crudeza, sobre todo cuando los
personajes sean trasladados a la Batalla del Ebro, aquella matanza de hombres
jóvenes que aún alienta en las calles y las montañas de la zona.
Las labores narrativas de la
novela se encuentran repartidas entre el hijo menor de uno de los personajes
principales, el cabo, luego sargento, Soler —no sé si el giño autobiográfico es
solo aparente—, y las páginas de un diario fragmentario escritas por Sintora y
recuperadas —con la técnica del manuscrito encontrado— por el hijo del cabo
Soler. Los fragmentos del diario de Sintora, reproducidos en cursiva, escritos,
como es lógico, en primera persona, poseen la virtud de expresar vívidamente
las emociones de Sintora, y en los momentos de mayor dramatismo tienen gran
efectividad comunicativa. En el capítulo de los defectos de la novela incluiría
la recreación en ciertas escenas violentas, como aquella de la muerte de Ansaura,
el Gitano, anunciada, como todos los hechos principales de la trama, en las
primeras páginas. Los últimos capítulos reviven los días postreros del Madrid
republicano, con la lucha a muerte entre las diversas facciones y los actos de
pillaje y destrucción asociados a todo régimen agonizante. El último capítulo nos
devuelve a los personajes supervivientes una década después y sirve de colofón
y explicación de las trayectorias individuales, en la línea de las grandes
novelas del XIX, más o menos lo que en la narrativa fílmica actual se denomina
«qué pasó con…». En dicho capítulo, que transcurre en Málaga, Soler realiza
pequeños homenajes a lugares o instituciones a los que parece muy vinculado,
como el diario Sur.
El final de la novela es
antológico, lleno de emoción.
Antonio Soler, El nombre que ahora digo, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2020.
Víctor Espuny.
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