Resulta que el final del verano se nos ha venido encima con un incendio forestal tremendo, de sexta generación, dicen, una especie de monstruo que todo lo puede y todo lo arrasa, una fiera imparable contra la que resulta imposible luchar con los medios conocidos. Y henos aquí nosotros temiendo abrir los periódicos de la provincia de Málaga para no dejarnos llevar por la desesperanza y la piedad hacia todos esos seres que vivían en las zonas quemadas y nunca volverán a ver la luz o a sentir el soplo del viento en sus ramas y en sus hojas. Ahora que los castaños del Valle del Genal empezaban a coger ese color amarilloverdoso que los vuelve únicos, ahora, no quiero ni pensar que ese incendio les haya alcanzado o haya tocado paraje natural alguno. No quiero. Hoy, cuando ha transcurrido ya media mañana y llevo en pie desde bien temprano, aún no he mirado el periódico, me da miedo.
Siempre ha sido un tópico, una vez que uno llega a los sesenta años, desear tener veinte o treinta años menos. Les juro que no quiero tenerlos. Cuando veo a los niños de ahora pienso en el estado en el que estará el planeta cuando tengan mi edad y es para echarse a llorar. O cambiamos ya, y radicalmente, nuestros hábitos de consumo, la única manera efectiva de detener el cambio climático, o condenamos definitivamente a la especie humana a la desaparición por la destrucción de la naturaleza, la casa de todos nosotros.
Y esto no es ninguna broma.
Foto: Shutterstock.
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