Estampa malagueña de los años sesenta (malagaconacento)
La
novela de hoy es un nuevo ejercicio de simultaneidad. El narrador, que conforme
las páginas avanzan parece más consciente de su misión —así al menos tiende a
expresarlo en la última parte del libro (págs. 222, 266 y 304)—, tiene la voluntad
de dejar testimonio de un tiempo vivido por él en Málaga, y por su hermano
mayor en Barcelona. Son los años sesenta. El malagueño barrio de la Trinidad
aún tiene las calles de tierra y viene a Málaga el circo donde trabaja Pinito
de Oro. Seguramente la carga autobiográfica del libro —Soler nació en Málaga en
1956 y allí debió vivir su infancia— es importante. De Barcelona, y
gracias a las cartas y las fotografías que manda el hermano, el narrador, un
narrador-testigo como queda dicho, y en este caso además de forma muy
explícita, cuenta, sobre todo, cómo era la noche del Paralelo y cómo eran las
pensiones donde vivían sus artistas en aquellos años. Aquí hay cariño hacia los profesionales del espectáculo.
A
diferencia de Sur, la única novela
que hasta el momento había leído de Soler, en este libro existe ternura, una
ternura que no sabe el autor cómo se agradece y creo que hace mal en
neutralizar con algunas acciones secundarias, no vitales para el argumento, que
son ejemplo de truculencia. En un mundo que nos hacen ver como esencialmente
violento y descortés, el encuentro con personas, o personajes, capaces de
sentir empatía y amor por los demás es muy de agradecer. Y el humor también.
Algunas de las páginas que Soler dedica a las andanzas de Mocos, Guille,
Tatín y compañía son, en verdad, desternillantes.
Aconsejable.
Antonio Soler, Las bailarinas muertas, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2016.
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