jueves, 20 de febrero de 2020

Robert



(Foto: Víctor Espuny)

Robert tendrá unos veinte años. Viste ropas prestadas, disparejas pero limpias. Robert lleva los pelos largos y poco cuidados. Parecen ásperos. Es alto, delgado. Tiene la piel tostada por el sol y los ojos azules, sus grandes ojos fijos. Deambula por el parque o por el paseo marítimo a cualquier hora del día y en cualquier época del año. Siempre solo. En febrero, cuando los rayos del sol empiezan a calentar, aparece en la playa muy de mañana y se sienta en la arena cerca de la orilla. Y mira fijamente. Mira el mar. Horas y horas.
Robert subsiste gracias a los Ángeles de la Noche. Un colega de la calle lo saluda en la cola y él esboza una sonrisa que parece falsa, desconectada, como si no pudiese recordar quién es.
Robert chapurrea con fuerte acento extranjero un español callejero. No nació aquí. Tampoco importa. Es como los gorriones: poetiza, con su presencia, las mañanas del paseo.

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