Entre
los libros de ficción que uno tiene para elegir resulta fácil inclinarse
por aquellos que vemos publicitados, a menudo obras perecederas, simples
productos comerciales que la industria editorial necesita vender para cuadrar
sus números. Entre ellos los hay buenos, eso es seguro, pero la proporción de
estos es muy pequeña, casi inapreciable, y dar con ellos poco menos que una
lotería. Siempre va a ser mejor, más confiable, acudir a los clásicos.
Guy
de Maupassant (1850-1893) es ya uno de ellos. Normando como Gustave Flaubert (1821-1880),
fue en cierta forma tutelado por este, que intentaba conseguir —hay cartas que
lo testimonian— que aquel muchacho deportista, enamoradizo y muy bien dotado
para la práctica del relato se sentara a escribir en serio, con continuidad.
Maupassant, demasiado vitalista en su juventud para permanecer tanto tiempo en
reposo, lo hizo a los treinta años, después de haber dedicado con pasión casi
una década de su existencia a remar en el Sena y a buscar compañía femenina. De
resultas de aquella vida un tanto desenfrenada contrajo la sífilis, que
deterioraría poco a poco su salud hasta producirle la muerte temprana. Su
sensibilidad era tan acusada, y sus vivencias hasta entonces habían sido tan
intensas, que pudo escribir una tras otra obras inmortales.
La Horla y otros cuentos no existió
nunca como libro. Se trata de una selección de cuentos de Maupassant llevada a
cabo por Isabel Veloso Santamaría, especialista en literatura francesa del
siglo XIX, en la actualidad profesora de la Universidad Autónoma de Madrid. En
total son diez cuentos pertenecientes, a grandes rasgos, a tres tipos
temáticos: el relato fantástico y de terror, el relato sensualista y el relato
bélico. (No, Bola de sebo no aparece
en esta selección pero, si aún no lo ha hecho, búsquelo y léalo). Del tipo
primero destacaría La Horla, posible
antecedente del cortazariano Casa tomada,
pero de los tres tipos he disfrutado sobre todo con los dos últimos, centrados
en el mundo femenino. Los protagonistas son mujeres puestas por la vida en
lugares y situaciones de precariedad, bien como prostitutas, bien como víctimas
de la guerra —en el caso de Maupassant la franco-prusiana, conocida por él—,
bien como prostitutas víctimas de la guerra, todo en uno para hacer aún más
llamativo el contraste entre la vida de hombres y mujeres en antiguas etapas de
la historia social de un occidente hoy modernizado, en apariencia, pero cuya
seguridad penderá siempre de un hilo. Nadie desea una guerra, y hoy en Europa
occidental parece algo imposible, pero el futuro es largo y nuestra mirada solo
alcanza unos años más: no sabemos qué vendrá después. De los que he llamado
sensualistas destacaría La casa Tellier, un retrato veraz de la hipócrita sociedad burguesa
de finales del siglo XIX, y de los bélicos Madre
Sauvage, este último de lo mejor que he leído en mucho tiempo. Nadie como
una madre que puede, y necesita, vengar la muerte de un hijo para pasar a la acción.
Guy de Maupassant, La Horla y otros cuentos. Edición y traducción de Isabel Veloso.
Madrid, Cátedra (Letras Universales), 2018 (5ª ed.).
Imagen: Les Grands Boulevards: le Theatre des
Varietes, por Jean Béraud (entre 1875 y 1890).
Víctor Espuny.
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