Hace cuatro años perdí la entrada a mi blog El sendero perdido. El nombre era premonitorio, desde luego. Quién me iba a decir, cuando estaba escribiendo una reseña sobre Crónica del rey pasmado, de Torrente Ballester, que aquella iba a ser su última entrada. Ahora mismo, y desde entonces, funciona como si yo hubiera fallecido y no hubiera querido eliminarlo antes. El sendero perdido contiene más de doscientos cincuenta artículos, escritos y publicados durante seis años. No son excepcionales, pero son mis obras. Publicar en blogs propios tiene la gran ventaja de poner a tu disposición un acceso a los textos para corregirlos, facilitando ese proceso de mejora continua que los textos escritos necesitan y merecen. Siempre que el acceso no falle, claro. Tras la pérdida del acceso al blog no me quedé parado y opté por abrir uno nuevo, en el que escribo en este preciso momento. Hoy empiezo a reeditar los textos de El sendero perdido que considere oportunos. De esa forma podré corregir lo que vea en ellos mejorable. Comienzo con la reseña de un libro excepcional: Cuando fuimos árabes.
Se trata de un ensayo
que reivindica la importancia de la cultura de Al-Ándalus en el ser español y
europeo. El autor viene «a proponer, como cambio de paradigma, que dejemos de
comprender el Islam como la suma de religión, cultura y sociedades contemporáneas,
y pasemos a estudiar estas tres cosas por separado» (pág. 326). A lo largo de
sus más de trescientas páginas, la mayoría muy amenas y otras un poco densas
para un lector medio, como es el caso, González Ferrín, islamólogo, insiste una
y otra vez en el error que cometemos al no separar religión y cultura, y al
dejar que los actos terroristas de nuestro tiempo, perpetrados por individuos
desquiciados, nos cieguen y nos impidan apreciar de forma ecuánime una sociedad
que vivió durante siglos en armonía y fue capaz de conservar y transmitir la
cultura clásica a Europa, además de crear una propia y muy original. Estas
ideas, que ya habíamos escuchado otras veces, aparecen consolidadas por la creencia
en la importancia de la cultura andalusí en la génesis del Renacimiento. La
llegada a Al-Ándalus desde África a partir del siglo XI de los invasores
bereberes, esos sí guerreros fanatizados, ejerció presión sobre ciertos
intelectuales judíos dedicados a la traducción que prefirieron cambiar de aires
para trabajar en Toledo en tiempos del Rey Sabio o emigrar al sur de Francia o
a Nápoles, donde siguieron con la labor de difusión de la sabiduría andalusí.
González Ferrín menciona a personajes muy conocidos, como Averroes o el judío
Maimónides, y a otros que no lo son tanto pero tuvieron una importancia
capital. Tal es el caso del granadino Abentofail (1105-1185), novelista, autor
de una obra de ficción en lengua árabe que relata la vida de un niño que crece
solo en un lugar apartado, rodeado solo por animales y vegetación —lo cría una
gacela—, claro precedente de obras de ficción «occidentales» muy conocidas,
como Robinsón Crusoe, Tarzán o El libro de la selva. En su versión original, la novela se titulaba
Hayy Ben Yaqzán, el nombre del
protagonista, pero a Europa pasó como Philosophus
Autodidactus. Fue traducida a «todas las lenguas de Europa antes que al
castellano» (pág. 284), quizá por esa prevención oficial hacia todo lo islámico que ha existido en España desde finales del siglo XVI, donde la pureza
de sangre y los cuatro costados labraban carreras profesionales.
Cuando
éramos árabes nos hace pensar, replantearnos cuestiones
importantes. Hasta que la técnica de análisis de ADN ha permitido modificar la
cuestión, se pensaba que todos los enterramientos localizados en la Península
Ibérica realizados a la manera musulmana, con el cadáver colocado sobre su
costado derecho, tenían que ser posteriores al año 711 y que existía así una
manera clara de identificar la procedencia geográfica de los fallecidos. Las
pruebas de ADN confirman que los difuntos enterrados de esa manera realmente
procedían del norte de África, pero que también procedían de allí muchos de los
enterrados boca arriba, a la manera cristiana, los cuales, en algunos casos,
eran incluso parientes cercanos de los anteriores. ¿Cómo se pude explicar esto?
Por el paso de personas de un continente a otro que ha existido al menos desde
época romana (pág. 207), desde mucho antes de 711, esa fecha inaugural marcada
en los libros de historia. Cualquiera que reflexione sobre la cercanía de las
dos costas y el fenómeno actual de las pateras puede entenderlo. El colapso de
la monarquía visigoda permitió que, de una manera lenta, a lo largo de muchas
generaciones, la Península se arabizara y se islamizara gracias a las tendencias
culturales y religiosas que llegaban desde África. Aún a mediados del siglo IX
en Córdoba se usaban en documentos oficiales las palabras Rex Hispaniae para referirse a quien luego llamaríamos Emir de
Al-Ándalus. Fue un proceso lento por el que culturas coexistentes acabaron
fusionándose en una única e irrepetible, cuyas realizaciones materiales aún son
foco de atención de viajeros y estudiosos de todo el mundo.
El libro, desde luego,
es atractivo. Y lo es también por todas aquellas páginas donde González Ferrín
nos cuenta cómo descubrió su vocación, cómo fueron sus inicios, la manera en la
que investigó en Túnez, en Egipto, o iluminadoras anécdotas sobre su trabajo de
traductor en la Expo del 92 en Sevilla. Me han resultado de especial interés
menciones y comentarios sobre el arabista Rafael Valencia —fallecido en 2020— y
el historiador de la lengua Rafael Cano Aguilar, antiguos profesores míos. Al
primero se debe uno de los pocos artículos sobre la historia de la Osuna
islámica, donde en julio de 2023, y en unas obras públicas, han
aparecido una veintena de enterramientos de época almohade, personas inhumadas
sobre su costado derecho.
González Ferrín nos
recuerda en este magnífico libro que «la historia no es lo que ocurrió, sino lo
que después escribimos que ocurrió». Son sus palabras. Seamos cuidadosos.
Emilio González Ferrín, Cuando fuimos árabes, Córdoba, Almuzara,
2017.
Imagen de secretolivo.com
(El artículo de Rafael Valencia
mencionado se titula «La Osuna árabe» y fue publicado en Osuna entre los tiempos medievales y modernos (siglos XIII-XVIII),
obra coordinada por Manuel García Fernández, 1995; págs. 13-26).
Víctor Espuny.
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