Familia de aparceros, Condado de Macon (Georgia)
(Courtesy
of Library of Congress, Prints and Photographs Division)
En esa búsqueda continua de buenos libros que leer, una empresa que no decae en el transcurso de la vida —si acaso se atenúa cuando uno encuentra mayores placeres en la relectura—, he llegado hace pocos días a Erskine Caldwell (Georgia, EE UU, 1903-1987) y a su novela Tobbacco Road (1932). La he leído en un ejemplar conservado en la Biblioteca Pública Azorín de Alicante. Se trata de una traducción de Anastasio Sánchez publicada en Buenos Aires en 1964 por la Editorial Sudamericana. Lo he tratado con cuidado porque el libro está a punto de desencuadernarse, como suele ocurrir con las ediciones baratas de aquellos años. Su lectura, muy absorbente, ha venido además dificultada por el amarillo de sus páginas, ese color que toma con el tiempo el papel de algunos libros, un amarillo oscuro que dificulta la lección por atenuar el contraste con el negro de las letras, un color que recuerda el tabaco.
Imaginen una comarca que vivió en sus tiempos
una gran actividad económica, basada, eso sí, en la economía esclavista, donde
se cultivaban con éxito el tabaco, primero, y el algodón, después, que, avanzado
el siglo XX, y después de la Crisis de 1929, se encuentra asolada. La tierra ha
perdido casi todo el valor que tenía, la gente emigra a la ciudad para trabajar
en la industria textil, y cientos de familias sobreviven como pueden a las malas
cosechas de algodón y a unos precios a pie de campo ridículos. Son familias
integradas por personas analfabetas y faltas de las más mínimas dosis de empatía
hacia los demás, pendientes solo de encontrar algo que llevarse a la boca. No
pueden contar con la ayuda de nadie, ni del Estado —ya conocemos la tradicional
falta de asistencia a los desfavorecidos de las administraciones
norteamericanas— ni, por supuesto, de los bancos, pendientes solos de rentabilizar
al máximo sus relaciones con estos aparceros pobres. Los protagonistas de la
novela son los miembros de una familia completamente desestructurada y animal,
los Lester. El matrimonio, ya en las puertas de la vejez, ha tenido diecisiete
hijos de los cuales han sobrevivido poco más de la mitad, pero solo dos de los
pequeños viven aún con ellos. Los dos hijos están marcados por disfuncionalidades
intelecto-emocionales y físicas. A ellos cuatro hay que sumar la madre del
marido, una anciana que todos ignoran, a la que no dan muestra alguna de cariño
y va a morir de la forma más inhumana que imaginarse pueda. La novela es un
alegato contra la insolidaridad de los poderosos, en época de crisis aún más egoístas
de lo que suelen serlo habitualmente, pues el sálvese quien pueda nunca ha sido
la máxima de una sociedad civilizada. Caldwell era hijo de un predicador e inevitablemente
la religión va a tener una importancia crucial en el argumento, esas prácticas
religiosas propias de las zonas más pobres de los Estados Unidos, donde algunos,
y algunas, medran gracias a la ignorancia y la ingenuidad de los fieles. El
fuego purificador, elemento presente en los cultos religiosos desde la más
remota antigüedad, acabará haciendo justicia.
En cuanto a técnicas narrativas, destaca
el uso de un personaje, Lov Mensey, que abre y cierra el relato, aunque el resto
del tiempo se mantiene alejado de la acción. Este trabaja para el ferrocarril,
uno de los pocos empleos de la zona. Gana un dólar diario y es, por ello, un auténtico
privilegiado.
Víctor
Espuny.
No hay comentarios:
Publicar un comentario