Francisco
José I (Biblioteca del Congreso de los EE UU).
Novela de largo aliento, La marcha
Radetzky cuenta los avatares de la vida de los hombres de varias
generaciones de la familia Trotta. Los Trotta viven en aquel territorio
conocido como imperio austrohúngaro en las décadas anteriores al inicio de la Gran
Guerra, exactamente desde la batalla de Solferino (1859). En ese enfrentamiento
armado, en el que los italianos, con la ayuda de la Francia de Napoleón III,
van a recuperar parte de su territorio para integrarlo en la gran Italia que se
estaba formando, va a tener lugar un hecho relacionado con el emperador que va
a marcar la vida de los Trotta hasta la extinción de la rama familiar. Ellos,
los Totta, son el imperio, se identifican con él y con Francisco José I, y esa
identificación da sentido a su vida y dará sentido a su muerte. Entre los
Trotta destaca el más joven de ellos, Carl Joseph, teniente del ejército, en
quien Joseph Roth vuelca muchos de sus demonios particulares, algunos de ellos
autodestructivos y, por qué no, muy literarios, pues la historia de la Literatura
parece estar llena de dipsómanos, erotómanos, ludópatas y, en general, personas
que buscan el placer sin medir sus consecuencias, como si la vida les hiciera
daño y procurasen su fin por los caminos más largos y dolorosos.
Varias palabras pueden asociarse a esta gran novela. Y una de ellas, indudable, es melancolía, el sentimiento de pérdida soportado con entereza. Aquel imperio era insostenible, como también llegó a ser insostenible la paz mundial. La Gran Guerra marca el fin de una época feliz para muchos, en la que la ingenua inconsciencia de los paseantes que podemos contemplar en las fotografías y las filmaciones de capitales como Viena o París a finales del siglo XIX nos parece ahora, desengañados después de tantos conflictos armados y tantos atentados como trajo el siglo XX, un imposible. Nada es como entonces. El surgimiento del movimiento obrero, una fuerza que solo podía nacer y desarrollarse dadas las inhumanas condiciones de trabajo implantadas después de la Revolución Industrial, alteró un mundo idílico para muchos, los potentados, que vivían en una especie de burbuja protectora que solo podía explotar. En el caso del imperio austrohúngaro, el auge de los nacionalismos hizo imposible la unidad de un territorio inmenso y en el que se hablaban más de diez lenguas, aunque las oficiales eran el alemán y el húngaro, dominadas por un exiguo porcentaje de la población, desconocidas en muchas zonas rurales. Otra de las palabras que vienen a la mente después de haber leído la novela es delicadeza. Roth trata a sus personajes con auténtico amor, haciéndonos verlos como niños candorosos, inadvertidos y despreocupados, incapaces de imaginar lo que se les venía encima en el verano de 1914. Todos los Trotta, pero sobre el barón von Trotta, jefe de distrito, reciben una mirada del autor muy generosa, protectora, como la que derramaríamos en un indefenso niño, alguien que no se da cuenta de nada de lo que está pasando y, además, posee unos códigos de conducta completamente obsoletos por la simplicidad que los ha generado. La última de estas palabras sería lealtad. Ese sentimiento de subordinación y entrega que caracterizaba las relaciones entre señores y servidores durante el Antiguo Régimen estuvo vigente en aquel imperio hasta bien entrado el siglo XX, sentimiento que a veces, cuando el sirviente era especialmente solícito, discreto y veterano, resultaba recíproco. El caso de Jacques, ayudante de cámara del barón, es un claro ejemplo de esa lealtad recíproca y guarda algunas de las páginas más bellas de la novela, en especial el capítulo X.
Novela para lectores
avanzados.
Joseph
Roth, La marcha Radetzky, Madrid, Alianza Editorial, 2020. Traducción de
Isabel García Adánez.
Víctor Espuny.
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