Detalle de la cubierta del libro
Siguiendo con esa fiebre de letraherido que impide estar un día sin leer y escribir unas páginas, he terminado la lectura de Ropa de casa, el último libro de Ignacio Martínez de Pisón. Se trata de las memorias de sus primeros treinta años de vida. A tenor de lo leído, resulta un autor admirable por haber tenido claro desde muy pronto lo que quería y haber puesto todos los medios para conseguirlo. Digamos que no es una persona que dé puntada sin hilo. Huérfano de padre con solo nueve años, aunque miembro de una familia acomodada, sobre todo por parte de sus abuelos, se vio pronto obligado a espabilarse y luchar por sus sueños, entre ellos, y sobre todos, el de hacerse escritor. Muy jovencito, en casa de los abuelos, carlistas declarados, conoció la literatura en las novelas tradicionalistas de Ramón María del Valle-Inclán —Los cruzados de la causa, El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño—, donde «como una revelación, se me hizo evidente que los escritores, seleccionando unas palabras y no otras, combinándolas de una forma y no de otra, podían generar belleza a la manera en que lo hacían los pintores, los escultores y los músicos». Había algo «que estaba por encima de las buenas narraciones», (p. 60). De la lectura de Ropa de casa uno deduce, además, que de Pisón es una persona muy equilibrada, muy centrada en lo que quiere, sabia, con el añadido de saber encontrar la suerte. Desde muy joven ha participado en concursos literarios y ha sido premiado en ellos. Tuvo el acierto de irse a vivir Barcelona muy pronto y el arrojo de presentarse en dos editoriales de prestigio con un manuscrito bajo el brazo siendo un completo desconocido. Parece todo poco menos que imposible, pero su manuscrito fue leído en ambas editoriales y de las dos lo llamaron para contactar con él y con idea de publicarle. Desde entonces no ha parado de publicar, primero en Anagrama y luego en Seix Barral. Gracias a los contactos establecidos por medio de ese mundillo, ha sido colega y más o menos amigo de todos los escritores españoles célebres de su generación y aún de la anterior, como Javier Marías. Cuenta anécdotas y virtudes, también defectos, de Carlos Barral, Jaume Vallcorba (creador de la editorial Acantilado), Juan José Arreola, Jorge Herralde, Beatriz de Moura, Enrique Vila-Matas, Cristina Fernández Cubas, Labordeta, Javier Tomeo, José Luis Melero, Bryce Echenique, Bioy Casares, Ana María Matute, Elvira Lindo, Muñoz Molina, Félix Romeo y un largo etcétera, actividad enumerativa y recopilatoria que acerca este libro a otro insigne, publicado también por Seix Barral, titulado Examen de ingenios, obra del llorado, inteligente y memorioso Caballero Bonald. (De Elvira Lindo, y ya que estamos, quiero decir unas palabras porque si no lo hago reviento. La semana pasada acudí a un coloquio que se iba a celebrar con ella en el Auditorio de la Diputación de Alicante. El acto debía comenzar a las siete y media. La entrada era libre con invitación, que te descargabas en Internet. A las siete y diez estaba ya en la cola, bien nutrida. Casi todos éramos gente mayor, el más joven tendría cincuenta años. A las siete y veinticinco se abrieron las puertas y la señora Lindo salió acompañada de otras personas. El grupo pasó al lado de la cola sin saludar, bajó los escalones que siguen a la plataforma donde estábamos y se alejó hacia un lugar no bien definido de la ciudad. Poco después la cola comenzó a moverse y entramos en el edificio. Una vez en el interior nos dirigieron a una sala encantadora, con forma de hemiciclo, que no conocía, toda ella forrada de una moqueta verdegrisácea cómoda para sentarse y para descansar la vista. Eso estaba muy bien, pero no tanto que no hubiera aire acondicionado ni ventilación alguna, y en Alicante a últimos de septiembre aún hace calor. La sala estaba atestada. Allí nos dieron las ocho menos veinte, menos cuarto y menos diez. A esa hora decidí salir al pasillo, a ver si descubría el porqué del retraso, y me veo a la señora Lindo hablando con las personas de su grupo junto al tenderete en el que se vendían sus libros. Esperé allí otros diez minutos, a ver si se decidía a entrar aunque solo fuera por respeto a su público. Pasaban las ocho y seguía allí, incólume, inasequible al desaliento, dando una impresión de todo menos amable. No esperé más y me fui antes de que empezara el acto y después de llevar una hora esperando. La decepción ha sido muy grande. No me imagino a Antonio Muñoz Molina haciendo lo mismo, pero, mira, uno ya no sabe si puede creer en alguien). Del libro de Martínez de Pisón lo que más me ha gustado han sido las páginas que dedica a sus amigos de Zaragoza como él, con inquietudes artísticas, páginas generosas de las que se deduce un cariño y una humanidad encomiables.
Ignacio Martínez de Pisón, Ropa de casa, Barcelona, Seix Barral (Planeta), 2024.
Víctor
Espuny.
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