martes, 28 de enero de 2025

El río, de Ana María Matute

 

Rincón de la Mansilla de la Sierra hoy sumergida.

(Foto subida por Abilio Estefanía).

 

Ana María Matute (1925-2014) fue —es— una autora muy destacada. Lo que más aprecio en su obra es el cuidado del lenguaje —cotrapesado, limado, pulido, como si de un diamante se tratase— y la atención que dedica al mundo de los niños.

            Al igual que otros muchos escritores de renombre, Matute no vivió una infancia lozana y llena de vigor, como suele pasar en los niños. Su falta de salud la obligó al recogimiento, y este le llevó a la hiperestesia, la lectura y la creación. Además, y a pesar de ello, la infancia aparenta haber sido para ella un paraíso perdido: siempre defendió con calor a la niña que vivía en su interior. Aunque nacida en Barcelona y residente en Barcelona y Madrid, durante esa primera parte de la vida pasó temporadas con sus abuelos en un pueblo de la provincia de Logroño (actual comunidad autónoma de La Rioja) llamado Mansilla de la Sierra, un pueblo entonces de quinientos habitantes. Se trataba de un lugar más saludable. Siguiendo un proyecto de época republicana, el emplazamiento de Mansilla, donde confluían varios ríos, fue elegido por los técnicos del medio fluvial para construir un embalse que sumergiría la localidad y los escenarios donde la autora había vivido, jugado y sido feliz. En los años cincuenta se construyó un pueblo nuevo relativamente cerca del antiguo, a unos trescientos metros del embalse. El antiguo quedó sumergido.

El motivo, inventado o no de este bello libro de cuentos, es una visita al pueblo nuevo. Escrito en primera persona, narrador además homodiegético, el libro posee un prólogo, y este comienza así: «Después de once años, he vuelto a Mansilla de la Sierra, el paisaje de mi niñez. El pantano ha cubierto ya el viejo pueblo, y un grupo de casas blancas, demasiado nuevas y como asombradas, resplandecen en el verdor húmedo de otoño». (Pág. 9). Todas las personas que han sufrido esa perdida, muchas, demasiadas, saben lo que eso significa, pues la desaparición de los escenarios hace mucho más difícil la recuperación de sensaciones y recuerdos. Pero Matute no es un narrador cualquiera. Ella alberga en su interior esos recuerdos bien conservados y, si no, los recrea, los literaturiza. La protagonista-narradora de los cuentos juega con los niños del pueblo como si fuera uno más de ellos, se ensucia, se mete en el barro, se hiere las rodillas y los codos como cualquier otro niño, y uno no sabe si esas vivencias descritas responden a la realidad recordada o a un deseo de haberlas vivido, pues al estar enferma puede que estuviera un poco aislada de los otros niños. El caso es que estos se yerguen como protagonistas destacados de los relatos. Son niños valientes, orgullosos de su forma de ser, agreste, salvaje, pero también sumisa ante lo que admiran. El padre de la protagonista es una especie de dios todopoderoso para ellos. A él lo respetan y a él lo buscan para interpretar ciertas facetas de la vida que no entienden, como si se apoyasen en ese adulto privilegiado para mantener su mundo. Porque la realidad en la que viven los niños de Mansilla, seres de imaginación aventajada, es distinta, mágica. Los críos viven en un mundo donde todo es posible y al que muy pocos adultos tienen acceso. De hecho, la protagonista narradora, que habla desde cierta lejanía temporal, desde la edad adulta, solo puede acceder a ese mundo infantil gracias a su hijo, que le acompaña en esa vuelta a Mansilla y hace de puente entre los dos mundos. Su hijo —niño— puede ver y saber cosas que están vedadas a los adultos. Todas estas ideas, tan entrañables y profundas a un tiempo, vienen a recordar eso que escribió alguien que no recuerdo ahora, que vino a decir que la vida acaba cuando acaba la infancia, pues después solo se malvive.

El río está formado por unos cincuenta cuentos cortos, de apenas tres páginas. Algunos no contienen acción, son más bien reflexiones sobre la vida de la Mansilla perdida, sumergida en el pantano. Están escritos con un preciosísimo prosístico casi juanramoniano, el lirismo lo impregna todo. Es una prosa demorada, trabajada, más adjetiva que sustantiva, elaborada de manera ejemplar, muy efectiva para desencadenar las emociones del lector. Los niños del libro son a veces contradictorios. Aparecen como seres delicados, pero también terribles y crueles, adaptados a una naturaleza en la que el lobo es el rey y los ejemplos que dan los mayores no son realmente de ternura. A pesar de ello, de que esos niños actúen de manera brutal con los animales pequeños, la protagonista los quiere, los respeta y se deja llevar por ellos hasta el punto de actuar ella también de manera cruel. Ella, niña de ciudad, es feliz viéndose aceptada por aquellos niños rurales y medio cimarrones, quiere ser como ellos.

Un libro que muchos mayores debían leer para intentar reanimar ese niño que aún vive en su interior. (Si lo duda, rebusque bien: igual lo tiene muy escondido).

 

Ana María Matute, El río, Barcelona, Destino, 1972. (Esta es la edición que he leído. Según creo, la obra se publicó por primera vez en 1963).

 

Víctor Espuny.

miércoles, 22 de enero de 2025

Memorias de Leticia Valle, de Rosa Chacel

Rosa Chacel, su hijo y Luis Cernuda en los años treinta.

            Se trata de una novela contada en primera persona por un narrador homodiegético, tecnicismo al que debemos acostumbrarnos los amantes del análisis de las obras de ficción. El narrador es la misma Leticia, protagonista y poseedora del único punto de vista disponible. Leticia escribe cinco meses después de la conclusión de los hechos narrados, y da fin al relato justo el día de su décimo segundo cumpleaños. Ahí surge un problema, algo que chirría un poco: la atribución a una niña de once años de una voz narrativa adulta. Resulta poco verosímil que una persona tan joven pueda poseer la madurez y la capacidad de penetración de Leticia, aun suponiéndola inspirada en la misma Rosa Chacel, una superdotada en todos los aspectos intelectuales. De naturaleza enfermiza, aunque acabaría viviendo casi cien años, Chacel fue educada por su madre en su casa y vivió la pasión lectora desde muy temprano, circunstancias, unidas a su carácter, a la suerte y a unas oportunas relaciones sociales, que la convertirían en amiga y colaboradora de Ortega, Juan Ramón, Altolagirre y otros españoles de mente privilegiada de las primeras décadas del siglo XX. La novela, en realidad un cuaderno redactado por Leticia (pág. 170), se supone escrita en alguna población de la Suiza de habla germana, pero la acción transcurre en Valladolid y, sobre todo, en Simancas. Uno de los principales personajes, don Daniel, es precisamente el director del célebre archivo simanquino, en principio repertorio de documentos para uso exclusivo de la administración, aunque abierto a los investigadores desde 1844.

El drama de la narración —pues no se trata de una comedia— pasa preciosamente entre Leticia, huérfana de madre desde muy pequeña y distanciada de un padre alcohólico y rudo; la esposa de don Daniel, doña Luisa, que viene a sustituir a la madre que Leticia no tiene, y don Daniel mismo, persona muy preparada intelectualmente, aunque de carácter misterioso y oscuro, a quien Leticia admira como solo pueden los niños. Lo admira, sí, pero también disfruta jugando con él, sacándolo de sus casillas, convirtiéndose así Leticia en una lolita avant la lettre. La gran diferencia con la obra de Nabokov, además del intelectualismo de la protagonista, está en el tratamiento de las relaciones carnales, ocultas en el caso de la obra de Chacel, pues la novela de la autora vallisoletana no muestra las acciones que dan razón de ser al traumático final. La acción de la historia relatada en el cuaderno termina con un episodio trágico no aclarado que tiene que ver con don Daniel y Leticia, pues el relato nos inclina a pensar que don Daniel acaba sus días de manera voluntaria por la imposibilidad de vivir la pasión prohibida y escandalosa que siente por la niña. El valor de la obra está, pues, en un uso arriesgado pero efectivo de las elipsis narrativas. Resulta mucho más definitivo lo que no se cuenta de lo que sí.

La acción transcurre en ambientes sombríos, marcados por la represión y, sobre todo, la ausencia de claridad en la exposición de los sentimientos de la gran mayoría de los personajes. Los únicos que se salvan de la quema parecen la esposa de don Daniel —profesora de música—, y los miembros de la familia de Leticia que viven en Suiza: estos han podido sustraerse al casticismo, la vulgaridad y la cerrazón de miras de la carpetovetónica España descrita en la novela. La obra está ambientada a principios del siglo XX.

Memorias de Leticia Valle vio la luz por primera vez en 1945 y en Buenos Aires. La he leído en la edición de Bruguera de 1985. 

Clicando aquí puede leer otra reseña de una novela de Chacel.

 

Víctor Espuny.

miércoles, 15 de enero de 2025

El verano sin hombres, de Siri Hustvedt

 

Campo en Minnesota (mnprairieroots.com)

            He terminado hace unos instantes esta deliciosa lectura. No he tenido tiempo de reflexionar sobre ella después del punto y final, pero ya lo había hecho durante los días previos.

            Contada en primera persona por alguien muy implicado en el relato —narrador llamado homodiegético según los técnicos—, El verano sin hombres cuenta cómo vive la protagonista narradora unos meses de separación de su marido, tiempo que coincide con el verano del año 2009. Todos los personajes del relato que tienen protagonismo directo en él, que aparecen en primer plano, todos sin faltar uno, son mujeres, de ahí el título. La protagonista narradora se va de su ciudad al pueblo donde reside su madre, y allí vive sola en una casa que no es suya, pero que está cerca de donde habita su progenitora. Su vida durante ese verano transcurre en contacto con varios grupos humanos o  individuos: su madre en soledad; su madre y sus ancianas amigas; las adolescentes de un taller de poseía que ella imparte (la protagonista es poeta); su vecina, su hija y su bebe; su marido, con el que poco a poco reinicia las relaciones; su hija y un curioso desconocido autor de anónimos, textos que al principio le fastidian, pero poco a poco van encajando en su vida emocional y resultándole beneficiosos. Esa variedad de personas y grupos humanos con el que la narradora protagonista tiene contactos dota a la novela de un dinamismo que el lector sin duda agradece. Además, el texto está lleno de reflexiones muy acertadas sobre el comportamiento humano y sobre la manera y los problemas de narrar, sobre todo en relación al tiempo, al orden del relato de los acontecimientos —a la pertinencia de hacerlo de una manera y no de otra—, y al vínculo que se establece entre el narrador y los lectores.

Uno se reconcilia con el género humano leyendo novelas como esta; los médicos debían recetarlas.

 

Un verano sin hombres, de Siri Hustvedt, Barcelona, Anagrama, 2011, (The Summer Without Men, 2011; traducción de Cecilia Ceriani).    

 

Víctor Espuny.

martes, 7 de enero de 2025

La isla de la mujer dormida, de Arturo Pérez-Reverte


Imagen de la isla de Syros, donde transcurre

parte de la acción (aegeanislands.gr).

 

            La última novela de Pérez-Reverte puede entenderse y valorarse de muy distintas maneras. Ante todo, puede considerarse una novela de aventuras y entretenimiento. El texto, desde el inicio, posee varios guiños a las novelas de Joseph Conrad, sobre todo a Lord Jim, pero no llega a lograr la profundidad de aquellas. Tiene el mérito, eso sí, que alcanzan otras obras marítimas del cartagenero —como La carta esférica—, en las cuales parece tenerse bien en cuenta la recreación de ambientes marineros, señaladamente en lo tocante al léxico y a la psicología de los hombres del mar. El héroe-protagonista absoluto de La isla de la mujer dormida, Miguel Jordán Kyriazis, es muy clásico: un hombre atractivo, rudo solo hasta cierto punto, misterioso, valiente y sereno. En este sentido la novela satisface todas las expectativas del género.

            La narración posee una trama principal, que relata las andanzas de una lancha torpedera en aguas del mar Egeo durante 1937 —en el contexto de la Guerra Civil española—, y varias subtramas relacionadas con aquella. Una comprende la inevitable historia de amor entre el protagonista y una mujer muy atractiva, otro tópico de los contenidos en la novela. Otra, la relación, interesada pero de cierta amistad, existente entre dos espías de los bandos enfrentados, el republicano y el nacional. Aquí el autor consigue cierta equidistancia, caracteriza a los dos como completos sinvergüenzas, aunque sus simpatías parecen inclinarse hacia el bando nacional, al que pertenece el protagonista, no obstante ser este, esencialmente, un marino. Otra subtrama es la historia del matrimonio del que forma parte la amante del protagonista. Y otra, la más interesante, que estaría comprendida en la trama principal, es la sostenida por la relación de compañerismo que existe entre los tripulantes de la lancha torpedera. Para mí, esta es la parte sobresaliente de la novela. No sé si todos los lectores podrán apreciarla, pero sí cualquiera que haya sido joven, haya tenido sangre caliente en las venas y haya despreciado el riesgo en compañía de otros como él.

            Comencé la novela porque no tenía otra que leer, solo ensayos, y al final he quedado satisfecho. A fin de cuentas, uno lee novelas por placer: no puede estar buscando la perfección en todos los títulos.

 

Arturo Pérez reverte, La isla de la mujer dormida, Barcelona, Alfaguara, 2024.

 

Víctor Espuny.