Emilio Mansera
(Foto: Poetas de Osuna, 1982)
Hay novelas de influencia
pasajera en el ánimo del lector o inhábiles para crear esa influencia. Son
aquellas engendradas con ánimo de entretener y poco más. Y luego están las
otras.
El
hacha y la estopa, de Emilio Mansera, no entretiene: subyuga. Dada
la densidad de esta novela de análisis psicológico, el lector tiene que estar
desde las primeras páginas provisto de la dosis de empatía y la pizca de fe
necesarias para no cerrar el libro y escoger otro. Luego se verá recompensado.
Un lector que debe ser maduro y poseer, a ser posible, cultura católica, al
menos bíblica, para poder disfrutar de la lectura.
Emilio Mansera Conde (1929-1980)
nació en Osuna en una familia de madre severa y muy lectora. Empezó a
escribir en la adolescencia influenciado por profesores de literatura,
principalmente don Alfredo Malo Zarco, que supieron ver en él aptitudes
especiales para tan sacrificada y absorbente ocupación. No estuvo dedicado a la
escritura a tiempo completo, tenía que vivir. Desde muy joven empezó a trabajar
en la banca. Su futuro en ese mundo de intereses se vio truncado por su
carácter, impulsivo, y su sensibilidad social. A principios de los años setenta,
cuando ya tenía escritas varias novelas de éxito crítico, muy premiadas, abrió
un bar en Madrid. Fue allí, según sus declaraciones, donde escribió La crisopa (1977), su novela más
conocida. Falleció en 1980 en Madrid de forma prematura. No dejó hijos ni
pareja conocida. Su hermano Juan María, también escritor, había fallecido en Granada «en extrañas circunstancias» —son palabras del poeta Enrique Soria Medina, amigo de ambos— ocho años antes.
El principal atractivo de El hacha y la estopa estriba en su
sinceridad. Emilio Mansera, hijo de una señora culta de carácter obsesivo, usa
esta novela para retratarla, para intentar entender su forma de ser, decisiva,
sin duda, en la formación de la personalidad de los hijos. Mansera psicoanaliza
a la madre.
Los personajes principales de
la novela son doña Lucía, don Edmundo Carrión y Pablo, Magdalena y Edmundo, los
hijos. Se trata de una familia de terratenientes de la Andalucía de los años cuarenta o cincuenta. El lugar concreto no aparece nombrado en ningún momento. Se habla de
cortijos, ciudades y pueblos innominados, como si Mansera quisiera disfrazar su
biografía o referirse a una historia localizable en casi cualquier lugar de la Andalucía
señorial. Como excepción, son perfectamente reconocibles los lugares descritos
en un pasaje inspirado en la necrópolis romana, las Canteras y la Vía Sacra de
Osuna (págs. 165 y 166). Los narradores principales son Pablo y Edmundo. Ambos hablan
desde un punto de vista estrictamente personal. El primero, el mayor de los
hermanos, estudiante de medicina, logra finalmente un diagnóstico de la
dolencia psíquica de la madre, que padece «delirios de santidad», y se esfuerza en psicoanalizarla, logrando Mansera de esa manera en la ficción la estabilidad y
la seguridad que la vida le negó. La sexualidad aparece a los ojos de la madre
como algo sucio, deleznable, que aleja de la deseada santidad. Doña Lucía
intenta por todos los medios que sus hijos repriman esos sanos y naturales impulsos creando en ellos conflictos casi irresolubles ya en edad adulta. En El hacha y la estopa destaca también el
personaje de Pablo por su apatía, su pereza, caracterización que une esta
novela con otras como El extranjero (1942), de Camus, o Los indiferentes (1929), de Moravia. La de Mansera, además, hace especial hincapié en las malformaciones anímicas
que podemos crear en los hijos.
Muy recomendable.
Emilio Mansera Conde, El hacha y la estopa, Barcelona, Círculo de Lectores, 1966. La primera edición, en Plaza y Janés, es de 1964.
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