La
hija de un ladrón es una fina, delicada y nada sórdida película
dedicada a ensalzar a esas mujeres, a menudo jóvenes y madres, que se echan la
casa a la espalda y son capaces de sacar adelante a la familia a pesar de los
padres, a menudo del padre, un vividor que solo da malos ejemplos y tiene a los
hijos para ver qué puede sacar de ellos. Estos se aferran a la figura paterna
resistiéndose a ver el engaño, la vacuidad de ese héroe con pies de barro que
en vez de ayudar a la familia constituye el mayor obstáculo para su desarrollo.
El padre está interpretado por Eduard Fernández y la hija por Greta Fernández,
padre e hija en la vida real. La pareja funciona muy bien en la película,
encarnan personajes creíbles, ajustados a la perfección. Eduard Fernández es un
actor excelente, todos lo sabemos, pero su hija trabaja en La hija de un ladrón de una forma imposible de imaginar para
alguien que contemple su trabajo con parámetros solo artísticos e
interpretativos. Porque Greta Fernández no parece, de verdad, que esté
trabajando en ese momento, ni pueda ser otra que esa chica de barrio generosa y
bien intencionada que es machacada por un sistema injusto en el que sus
seguridades están basadas siempre en juicios, actos judiciales, para los que
ella no está preparada por la falta de autoestima que a menudo los otros —el
otro— se han encargado de fomentar. Los últimos minutos y el final de la
película, este abierto de manera perfecta, son realmente estremecedores.
Simplemente magistral.
La
hija de un ladrón, España, 2019. Dirigida por Belén Funes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario