Las Ramblas (F.: La Vanguardia)
Se trata de una obra de largo
aliento y generosamente anotada, circunstancias que dan como resultado un volumen
de más de seiscientas páginas. Las notas al pie, así como la introducción,
obras de Javier Aparicio Maydeu, son resultado de una lectura atenta de toda la
narrativa de Mendoza, lo que es decir unos cuantos libros, y resultan
ilustrativas y aclaradoras pero prescindibles. ¿Qué quiero decir con esto? Que
lo importante, lo realmente fundamental, es la novela titulada Una comedia ligera, y que todo lo demás
es un complemento para estudiosos o personas especialmente aburridas. Desde que
Mendoza empezara a deleitarnos con su peculiar, lúdica y artística manera de
entender la escritura de novelas han pasado varias décadas. Don Eduardo se ha
convertido en un autor de culto y, por lo tanto, digno de ser editado con notas
y todo ese aparato crítico que, a menudo, distrae de la lectura de la obra en
sí. No soy amigo de leer ediciones críticas de obras literarias cuando leo por
puro placer.
Para muchos, las obras de
Mendoza pueden parecer insustanciales, frívolas, simples juguetes cómicos. Una
lectura más atenta, sin embargo, muestra una aguda preocupación social, la
sociedad vista siempre desde el lugar del burgués acomodado, eso sí, y, sobre
todo, una preocupación por el lenguaje y una creatividad lingüística de las que
todos podemos aprender. Conviene leer (o releer) a los clásicos que tanto han
influido en la prosa mendocina (Cervantes, Galdós, Valle-Inclán, Baroja), pues
solo de esa manera, leyendo obras excepcionales, podremos fortalecer y
enriquecer de manera conveniente nuestro léxico y nuestra sintaxis, aun a
riesgo de que nuestra forma de escribir resulte impersonal. Intentar escribir
como nadie lo ha hecho antes es una de las mayores majaderías que pueden cometerse.
Como el lector sabe, Mendoza es también políglota y traductor, facultades que
potencian su preocupación por el lenguaje. Él dice escribir atento siempre a la
frase, sin pasar a la siguiente hasta considerar perfectamente acabada la ya
escrita. No escribe borradores. Antes de nada se documenta de manera
conveniente, toma notas con las que rellena cuadernos enteros, lee todo lo
necesario y más, pero cuando empieza a escribir solo realiza una versión del
texto. A nosotros, simples mortales, esto nos parece inalcanzable, a mí al
menos, porque escribimos como si fuéramos corredores, partiendo del punto A y
trazando un camino para llegar al punto B, y en todo ese camino intentamos no
detenernos, no obstaculizar un avance impulsado por la inercia de la carrera y la
escritura. Luego viene la corrección, por supuesto, pero yo, personalmente,
pobre hacedor de papelotes escritos, escribo sin detenerme, tal como estoy
escribiendo este comentario de lectura, dejando que mis dedos corran por el
teclado con la mayor fluidez posible.
Dicho lo cual, e intentando
centrarme por fin en Una comedia ligera
(1996), quiero declarar aquí y ahora, por si aún no hubiera constancia de ella,
mi admiración por las novelas de don Eduardo Mendoza, con las que he pasado ratos
maravillosos desde que allá por 1978 un profesor de literatura nos sugiriera la
lectura de La verdad sobre el caso
Savolta (1975). Desde entonces he leído casi todas las novelas del escritor
barcelonés. La acción de Una comedia
ligera transcurre en Barcelona y el Masnou durante el verano de 1948, precisamente
cuando Eduardo Mendoza tenía cinco años y pasaba los veranos en la localidad
costera. El protagonista, Carlos Pullàs, es un comediógrafo rancio —los ensayos
de Arrivederci, pollo!, una de sus
obras, tienen un peso importante en la trama novelesca—, machista de la vieja
escuela, casado con una mujer joven, guapa y de familia adinerada, que vive de
manera libre su castiza hombría, lo que le lleva a verse en situaciones que de
otra manera, siendo un padre de familia fiel a su esposa, hubiesen sido
imposibles. Pullàs, aún joven, ama las mujeres como simples objetos sexuales e
intenta «beneficiarse» a todas las que puede. Sus romances y flirteos le van a
traer problemas de difícil solución y la convivencia más o menos prolongada con
personas de todas las clases sociales y niveles de estudios posibles, lo que
obligará a reflejar en la novela el habla tanto de delincuentes de los bajos
fondos como de jerarcas del régimen franquista. Los nombres de los personajes
—Marichuli Mercadal, Lorenzo Verdugones, Ignacio Vallsigorri, Lilí Villalba—
son tan expresivos, tan parlantes, como suelen ser los suyos, a menudo
inventados. De fondo a las correrías amorosas de Pullàs existe un relato
policiaco. Pullàs es asiduo lector de La Vanguardia
y de novelas policiacas, casi no lee otra cosa. Uno de sus autores preferidos
es Georges Simenon, otro amante incansable: el autor francés presumía de haber
mantenido relaciones con más de mil mujeres; quizá la mención del autor galo
sea una forma de complementar la caracterización de Pullàs. Otro personaje de
cierto peso es Poveda, un estraperlista, elemento característico de la España
de entonces, donde las personas con posibles tenían al alcance los mayores
lujos mientras la gran mayoría tenían que contentarse con el contenido de las
cartillas de racionamiento, como en general pasa en todas las épocas de escasez.
Mendoza, según sus propias palabras, refleja una Cataluña distinta a la
novelada por Marsé o rodada por Berlanga, en su caso la de aquellos que
aceptaron cómodamente la situación de la posguerra. La Cataluña actual es,
según sus palabras, hija de esa aceptación.
Eduardo Mendoza, Una comedia ligera, Madrid, Cátedra, 2019. Edición de Javier
Aparicio Maydeu. Epílogo de Eduardo Mendoza.
«La novela de sofá está agotada», entrevista a
Eduardo Mendoza publicada en el diario El
País el 26 de noviembre de 1996.
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