El autor sobre 1863
(cervantesvirtual.com)
Según
cuenta Francisco Cánovas Sánchez en la presentación del libro, Benito Pérez
Galdós (1843-1920) siempre fue reacio a hablar de sí mismo. No entendía que
interés podían tener para los lectores los pormenores y, menos aún, las
intimidades de su vida. No obstante, la insistencia de los responsables de la
revista madrileña La Esfera y una
jugosa compensación económica obraron el milagro. La obra Memorias de un desmemoriado apareció en la citada publicación entre
marzo y octubre de 1916 dividida en trece entregas. El ejemplar que he leído
forma parte de una edición no venal realizada con motivo del centenario del
fallecimiento del autor canario, efeméride cuya celebración está quedando muy
deslucida por la pandemia, como tantas
cosas. Lo seleccioné en una librería por tres razones: era gratis, llevaba
mucho tiempo sin leer a Galdós y me llamó la atención el ingenioso título, en
la línea de Memoires d'un Amnesique
(1912), del nunca bastante elogiado Erik Satie (1866-1925).
El
problema de Memorias de un desmemoriado,
porque el problema existe, es precisamente la falta de memoria, fingida o no,
del autor. Comienza de manera prometedora, relatando su llegada a Madrid para
estudiar en la universidad y sus vagabundeos por la ciudad, los ojos y los
oídos bien abiertos, como buen novelista. Pero a raíz de una invitación para
viajar a París con la familia se pierde en páginas y páginas de relatos de
estancias en París, Londres, Edimburgo, Roma, Florencia o Nápoles que serían de
mucho interés para los lectores de hace un siglo, menos viajados que los
actuales, pero que hoy solo tienen interés para el historiador de los viajes.
Es una opinión muy personal, desde luego, pero para mí pierde interés el libro
al no extenderse el autor en sus métodos de trabajo o en los pormenores de su
quehacer literario, experiencias, esas sí, singulares. Dedica algunas páginas a sus estrenos
teatrales y ahí realiza un repaso nominal, en ocasiones crítico, a los
principales actores de la escena española de la década iniciada en 1890, con
especial mención a María Guerrero, Emilio Mario y Emilio Thuillier. También me
han resultado jugosos los capítulos dedicados a la preparación de Zumalacárregui y Los condenados, este último fundamentado en un fructífero viaje al
valle de Ansó, hoy estandarizado por el turismo rural y de montaña pero entonces
un lugar, como todos los muy aislados, poseedor de una peculiaridades
culturales únicas. De la lectura del capítulo titulado «Galdós, editor» saca
uno una conclusión curiosa: don Benito recurrió a la autoedición para los Episodios Nacionales y la jugada le
salió peor que mal. Acabó en un arbitraje del insigne Gumersindo de Azcárate
que le obligó a pagar 82.000 pesetas a un socio capitalista. Para
que nadie piense que en España escribir ha sido alguna vez una profesión sin
sobresaltos, ni siquiera para los autores que uno siempre ha creído acomodados
por la celebridad de sus obras.
Benito Pérez Galdós, Memorias de un desmemoriado, Madrid, Alianza, 2020.
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