viernes, 14 de agosto de 2020

Memorias de un desmemoriado, de Benito Pérez Galdós


El autor sobre 1863 
(cervantesvirtual.com)

Según cuenta Francisco Cánovas Sánchez en la presentación del libro, Benito Pérez Galdós (1843-1920) siempre fue reacio a hablar de sí mismo. No entendía que interés podían tener para los lectores los pormenores y, menos aún, las intimidades de su vida. No obstante, la insistencia de los responsables de la revista madrileña La Esfera y una jugosa compensación económica obraron el milagro. La obra Memorias de un desmemoriado apareció en la citada publicación entre marzo y octubre de 1916 dividida en trece entregas. El ejemplar que he leído forma parte de una edición no venal realizada con motivo del centenario del fallecimiento del autor canario, efeméride cuya celebración está quedando muy deslucida  por la pandemia, como tantas cosas. Lo seleccioné en una librería por tres razones: era gratis, llevaba mucho tiempo sin leer a Galdós y me llamó la atención el ingenioso título, en la línea de Memoires d'un Amnesique (1912), del nunca bastante elogiado Erik Satie (1866-1925).
            El problema de Memorias de un desmemoriado, porque el problema existe, es precisamente la falta de memoria, fingida o no, del autor. Comienza de manera prometedora, relatando su llegada a Madrid para estudiar en la universidad y sus vagabundeos por la ciudad, los ojos y los oídos bien abiertos, como buen novelista. Pero a raíz de una invitación para viajar a París con la familia se pierde en páginas y páginas de relatos de estancias en París, Londres, Edimburgo, Roma, Florencia o Nápoles que serían de mucho interés para los lectores de hace un siglo, menos viajados que los actuales, pero que hoy solo tienen interés para el historiador de los viajes. Es una opinión muy personal, desde luego, pero para mí pierde interés el libro al no extenderse el autor en sus métodos de trabajo o en los pormenores de su quehacer literario, experiencias, esas sí, singulares.  Dedica algunas páginas a sus estrenos teatrales y ahí realiza un repaso nominal, en ocasiones crítico, a los principales actores de la escena española de la década iniciada en 1890, con especial mención a María Guerrero, Emilio Mario y Emilio Thuillier. También me han resultado jugosos los capítulos dedicados a la preparación de Zumalacárregui y Los condenados, este último fundamentado en un fructífero viaje al valle de Ansó, hoy estandarizado por el turismo rural y de montaña pero entonces un lugar, como todos los muy aislados, poseedor de una peculiaridades culturales únicas. De la lectura del capítulo titulado «Galdós, editor» saca uno una conclusión curiosa: don Benito recurrió a la autoedición para los Episodios Nacionales y la jugada le salió peor que mal. Acabó en un arbitraje del insigne Gumersindo de Azcárate que le obligó a pagar 82.000 pesetas a un socio capitalista. Para que nadie piense que en España escribir ha sido alguna vez una profesión sin sobresaltos, ni siquiera para los autores que uno siempre ha creído acomodados por la celebridad de sus obras.

Benito Pérez Galdós, Memorias de un desmemoriado, Madrid, Alianza, 2020.

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