La
literatura avanza gracias a genialidades dispersas. Lo que millones de personas
que escribimos podamos crear solo va a servir para llenar cierto tiempo libre
de lectores curiosos, no para sembrar semillas de una inquietud estética o
humana perdurable. Esto último está al alcance de muy pocos. Truman Capote
(1924-1984) ha sido uno de ellos. Hablo así, en pretérito perfecto, porque su
obra alienta aún como si estuviera recién escrita. Es el caso de Crucero de verano.
Poco
antes de morir víctima de los excesos que han caracterizado las vidas de muchos
escritores célebres, señaladamente norteamericanos aunque todos parecen tener
cierta tendencia a la dipsomanía y al abuso de sustancias, no me pregunten por
qué, Truman Capote nombró a un amigo fiduciario del fideicomiso donde, a su
muerte, quedarían comprendidos sus bienes, incluidos sus derechos de autor.
Este señor, llamado Alan U. Schwartz, recibió en 2004 una carta de la casa
Sotheby`s en Nueva York donde se le comunicaba la pronta salida a subasta de un
lote de objetos personales de Capote entre los cuales se encontraba el
manuscrito de una novela inédita. Por circunstancias bien detalladas en el
epílogo de la edición de Crucero de
verano que he leído, y no voy a reflejar aquí para no resultar prolijo, el
manuscrito y los otros objetos fueron a parar a la Public Library de Nueva York, donde se encuentra el resto de su
legado. El manuscrito de la novela inédita, titulada Summer Crossing, junto con el resto de objetos aparecidos en 2004,
había sido desechado por Capote al abandonar en los años sesenta un piso donde
había vivido un tiempo. Por suerte para nosotros, esas pertenencias cayeron en manos
de una persona sensible, o previsora, y las conservó hasta su muerte, tras la
cual su heredero las hizo llegar a la casa de subastas para su venta.
Schwartz
se encontraba en un dilema con el manuscrito en sus manos. Según el relato de
los hechos, perfectamente creíble, Truman no había dado valor al manuscrito
inédito y, aunque no lo había destruido, había dejado las cosas de manera que
otro lo hiciera. Schwartz debía respetar la voluntad del fallecido, claro,
aunque en este tipo de decisiones subyacen consideraciones de tipo económico
claramente determinantes. Ante la posibilidad de que fuese una inmadura obra de
juventud, y siempre según su relato, Schwartz envió el manuscrito a cuatro o
cinco personas cuyo criterio literario estuviera bien formado y la opinión de
todos fue unánime: la publicación de Crucero
de verano no empañaría el prestigio de las creaciones de Capote, estaba a
la altura del resto de ellas. Fue así como esta obra vio la luz en 2006, el mismo
año en el que fue publicada en español.
Se
trata de una novela corta centrada en la vida de una mujer joven, guapa y poco
afortunada en el amor, ese tipo de heroína que tanto atraía a Capote. La acción
transcurre en Nueva York durante un verano de los años cuarenta. La
protagonista, Grady McNeill, de familia muy acomodada, residente en la Quinta
Avenida cerca de la 59 y con mansiones en la Costa Azul, busca el amor en la persona
más alejada de lo presumible en una mujer de su cuna según la postura más
clasista. Esta rebeldía suya a lo impuesto desde arriba constituye el principal
motor del relato, que se desarrolla de manera ágil para acabar de forma magistral.
Quizá en algún pasaje sobre un poco de la hojarasca lírico-descriptiva típica
del novel pero esto queda compensado con los hallazgos expresivos continuos,
esos que solo están al alcance de los escritores con verdadero talento. Muy
recomendable.
Truman Capote, Crucero de verano, Barcelona, Anagrama, 2016. Traducción de Jaime
Zulaika.
Imagen: Capote y Geraldine Chaplin en 1968 (Cordon
Press).
Víctor Espuny.
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