miércoles, 6 de enero de 2021

Crucero de verano, de Truman Capote

 


            La literatura avanza gracias a genialidades dispersas. Lo que millones de personas que escribimos podamos crear solo va a servir para llenar cierto tiempo libre de lectores curiosos, no para sembrar semillas de una inquietud estética o humana perdurable. Esto último está al alcance de muy pocos. Truman Capote (1924-1984) ha sido uno de ellos. Hablo así, en pretérito perfecto, porque su obra alienta aún como si estuviera recién escrita. Es el caso de Crucero de verano.

            Poco antes de morir víctima de los excesos que han caracterizado las vidas de muchos escritores célebres, señaladamente norteamericanos aunque todos parecen tener cierta tendencia a la dipsomanía y al abuso de sustancias, no me pregunten por qué, Truman Capote nombró a un amigo fiduciario del fideicomiso donde, a su muerte, quedarían comprendidos sus bienes, incluidos sus derechos de autor. Este señor, llamado Alan U. Schwartz, recibió en 2004 una carta de la casa Sotheby`s en Nueva York donde se le comunicaba la pronta salida a subasta de un lote de objetos personales de Capote entre los cuales se encontraba el manuscrito de una novela inédita. Por circunstancias bien detalladas en el epílogo de la edición de Crucero de verano que he leído, y no voy a reflejar aquí para no resultar prolijo, el manuscrito y los otros objetos fueron a parar a la Public Library de Nueva York, donde se encuentra el resto de su legado. El manuscrito de la novela inédita, titulada Summer Crossing, junto con el resto de objetos aparecidos en 2004, había sido desechado por Capote al abandonar en los años sesenta un piso donde había vivido un tiempo. Por suerte para nosotros, esas pertenencias cayeron en manos de una persona sensible, o previsora, y las conservó hasta su muerte, tras la cual su heredero las hizo llegar a la casa de subastas para su venta.

            Schwartz se encontraba en un dilema con el manuscrito en sus manos. Según el relato de los hechos, perfectamente creíble, Truman no había dado valor al manuscrito inédito y, aunque no lo había destruido, había dejado las cosas de manera que otro lo hiciera. Schwartz debía respetar la voluntad del fallecido, claro, aunque en este tipo de decisiones subyacen consideraciones de tipo económico claramente determinantes. Ante la posibilidad de que fuese una inmadura obra de juventud, y siempre según su relato, Schwartz envió el manuscrito a cuatro o cinco personas cuyo criterio literario estuviera bien formado y la opinión de todos fue unánime: la publicación de Crucero de verano no empañaría el prestigio de las creaciones de Capote, estaba a la altura del resto de ellas. Fue así como esta obra vio la luz en 2006, el mismo año en el que fue publicada en español.

            Se trata de una novela corta centrada en la vida de una mujer joven, guapa y poco afortunada en el amor, ese tipo de heroína que tanto atraía a Capote. La acción transcurre en Nueva York durante un verano de los años cuarenta. La protagonista, Grady McNeill, de familia muy acomodada, residente en la Quinta Avenida cerca de la 59 y con mansiones en la Costa Azul, busca el amor en la persona más alejada de lo presumible en una mujer de su cuna según la postura más clasista. Esta rebeldía suya a lo impuesto desde arriba constituye el principal motor del relato, que se desarrolla de manera ágil para acabar de forma magistral. Quizá en algún pasaje sobre un poco de la hojarasca lírico-descriptiva típica del novel pero esto queda compensado con los hallazgos expresivos continuos, esos que solo están al alcance de los escritores con verdadero talento. Muy recomendable.

 

Truman Capote, Crucero de verano, Barcelona, Anagrama, 2016. Traducción de Jaime Zulaika.

 

Imagen: Capote y Geraldine Chaplin en 1968 (Cordon Press).

 

Víctor Espuny.

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