miércoles, 13 de enero de 2021

El agente secreto, de Joseph Conrad

            La lectura de ficciones tiene algo de estupefaciente, de droga sin la cual la vida sería mucho menos llevadera. La realidad tal como nos la cuentan la prensa y, a menudo, los libros de historia es aburrida, zafia, brutal, previsible, y en demasiada ocasiones aparece expuesta de la manera menos delicada posible. El arte lo transforma todo. Hasta la más sórdida de las historias puede ser contada de manera brillante, elaborada y sensible, dejando además bien claras las implicaciones morales de la conducta humana. Ninguna de estas virtudes aparece en medios de comunicación al uso, esos molestos altavoces y ubicuas pantallas donde solo nos muestran retazos manipulados de una realidad demasiado presente.

He estado más de una semana inmerso en la lectura del relato de unos hechos acaecidos en Londres durante algún año de finales del siglo XIX; 1886 según se desprende del contenido de la página de 363. Se trata de hechos ficticios narrados en El agente secreto. Esta novela fue escrita por Joseph Conrad (1857-1924) y publicada en 1907. En ella se cuentan los últimos días de los miembros de una familia cuya cabeza visible, Adolf Verloc, se mueve en el oscuro y silenciado mundo de los confidentes policiales y los infiltrados en grupos terroristas. Según comenta el autor en el prólogo, la idea del relato surgió de la explosión real de un artefacto colocado cerca del observatorio londinense de Greenwich. No soy especialista en el tema, pero posiblemente la historia del terrorismo tenga uno de sus principales hitos en los movimientos anarquistas de finales del siglos XIX y de principios del XX, pudiéndosele seguir la pista a esta inhumana forma de actuar hasta nuestro días. Los personajes principales de la novela son variados: anarquistas, diplomáticos, policías, políticos y sencillas y amantes esposas. En el relato va a prevalecer el poder de los fuertes, representados por El Profesor, un individuo que posee conocimientos para fabricar explosivos. Este expresa en uno de sus parlamentos su firme creencia en la necesidad del exterminio de los débiles y los enfermos, anunciando de forma escalofriante lo ocurrido en los campos de concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. La verdadera y principal perjudicada de la historia, Winnie Verloc, es descrita y manejada en las últimas páginas, a partir del conocimiento de cierta noticia luctuosa, con una habilidad magistral. Conrad es un novelista notable, de aconsejable lectura para cualquiera. Resulta admirable, además, que escribiese en inglés, una lengua aprendida ya en la edad adulta. El suyo es un caso parecido al de Vladimir Nabokov, otro «migrante lingüístico». Una persona puede aprender en edad adulta otra lengua a un nivel comunicativo aceptable, pero hacerlo de manera que pueda manejarla en elevados registros literarios no es usual.  

 

Joseph Conrad, El agente secreto, ed. de Dámaso López García, Madrid, Cátedra (Letras Universales), 2018 (6ª ed.; la 1ª es de 1995). The Secret Agent. Traducción de Héctor Silva.

 

Imagen: Greenwich Park (alondoninheritance.com).

 

Víctor Espuny. 

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