La
lectura de ficciones tiene algo de estupefaciente, de droga sin la cual la vida
sería mucho menos llevadera. La realidad tal como nos la cuentan la prensa y, a
menudo, los libros de historia es aburrida, zafia, brutal, previsible, y en demasiadas ocasiones aparece expuesta de la manera menos delicada posible. El arte lo
transforma todo. Hasta la más sórdida de las historias puede ser contada de
manera brillante, elaborada y sensible, dejando además bien claras las
implicaciones morales de la conducta humana. Ninguna de estas virtudes aparece
en medios de comunicación al uso, esos molestos altavoces y ubicuas pantallas
donde solo nos muestran retazos manipulados de una realidad demasiado presente.
He estado más de una semana inmerso
en la lectura del relato de unos hechos acaecidos en Londres durante algún año
de finales del siglo XIX; 1886 según se desprende del contenido de la página de
363. Se trata de hechos ficticios narrados en El agente secreto. Esta novela fue escrita por Joseph Conrad
(1857-1924) y publicada en 1907. En ella se cuentan los últimos días de los
miembros de una familia cuya cabeza visible, Adolf Verloc, se mueve en el
oscuro y silenciado mundo de los confidentes policiales y los infiltrados en grupos terroristas. Según comenta el autor en el prólogo, la idea del
relato surgió de la explosión real de un artefacto colocado cerca del
observatorio londinense de Greenwich. No soy especialista en el tema, pero
posiblemente la historia del terrorismo tenga uno de sus principales hitos en
los movimientos anarquistas de finales del siglos XIX y de principios del XX,
pudiéndosele seguir la pista a esta inhumana forma de actuar hasta nuestro
días. Los personajes principales de la novela son variados: anarquistas, diplomáticos, policías,
políticos y sencillas y amantes esposas. En el relato va a prevalecer el poder
de los fuertes, representados por El Profesor, un individuo que posee conocimientos
para fabricar explosivos. Este expresa en uno de sus parlamentos su firme
creencia en la necesidad del exterminio de los débiles y los enfermos,
anunciando de forma escalofriante lo ocurrido en los campos de concentración
alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. La verdadera y principal perjudicada
de la historia, Winnie Verloc, es descrita y manejada en las últimas páginas, a
partir del conocimiento de cierta noticia luctuosa, con una habilidad
magistral. Conrad es un novelista notable, de aconsejable lectura para
cualquiera. Resulta admirable, además, que escribiese en inglés, una lengua
aprendida ya en la edad adulta. El suyo es un caso parecido al de Vladimir
Nabokov, otro «migrante lingüístico». Una persona puede aprender en edad
adulta otra lengua a un nivel comunicativo aceptable, pero hacerlo de manera
que pueda manejarla en elevados registros literarios no es usual.
Joseph Conrad, El agente secreto, ed. de Dámaso López García, Madrid, Cátedra
(Letras Universales), 2018 (6ª ed.; la 1ª es de 1995). The
Secret Agent. Traducción de
Héctor Silva.
Imagen: Greenwich
Park (alondoninheritance.com).
Víctor Espuny.
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