lunes, 1 de febrero de 2021

Demonios familiares, de Ana María Matute

 


            Leer el último de los libros escritos por alguien como Matute, una novelista excepcional, un libro, además, inacabado a causa de la muerte misma, es una experiencia que no todos los días se sufre, o se goza. El lector queda con la incógnita de qué pensaba la autora hacer con Jovita, con Eva, con Berni o con Yago, principalmente con los tres últimos, pues la pasión por la vida de Eva, recobrada a la salida del convento, y sus relaciones con los hombres jóvenes que la rodean son el verdadero impulso del relato, su pulsión principal, presente ya en Los Abel (1948), la primera de sus novelas. Pero además, el hecho de que Demonios familiares fuera escrito con un pie de la autora en la tumba —durante su redacción, a los ochenta nueve años, entró y salió varias veces del hospital aquejada de enfermedades ya incurables— hace que algunas frases puedan ser leídas desde otra perspectiva. Tal es el caso de «Sentía con fuerza la alegría incontenible de estar viva, aun a pesar de la muerte que nos rodeaba por todas parte, como el cerco de un asedio» (págs. 158 y 159), frase que alude en una lectura superficial a la Guerra Civil, momento temporal de la acción, pero en una lectura más profunda puede interpretarse como una intromisión de las experiencias del momento de escritura, precisamente la que supone estar ingresada en un lugar rodeada de moribundos, los hospitales, esos establecimientos sanitarios donde reina la muerte y a los que es mejor no ir ni de visita.

            Una grata experiencia, en fin, esta lectura, que nos trae la postrera muestra del mundo de Ana María Matute, con su estética y su estilo tan cuidados como siempre.

 

Ana María Matute, Demonios familiares, Barcelona, Editorial Destino, 2014.

 

Imagen: La aurora rodeada de parte de sus libros (Foto: Inés Baucells).

No hay comentarios:

Publicar un comentario