El
pasado sábado día 20 iba a salir a comprar comida cuando advertí que no tenía
novelas disponibles. Dirán usted que teniendo teléfono móvil, tableta o
portátil puedo encontrar libros que leer, pero les confieso que no es lo mismo.
Amo el papel. Ese abrir el libro por donde lo había dejado —algo similar al
acto de volver, abriendo la puerta, a un espacio donde hay alguien contando una
historia—, ese olor, ese tacto, ese sonido que hacen las hojas al pasar, el
descanso de la vista que trae prescindir de pantallas durante un buen rato...
Son muchas las razones. Así que, cargado de frutas, verduras, nueces y chocolate entré en una
tienda de libros que no es la mía habitual porque mi librero, dueño y señor de
una pequeña y encantadora librería, se despide los viernes para pasar tiempo
con sus pequeños hijos. El establecimiento era uno de esos de no sé cuántos
metros cuadrados, pisos y empleados, unos despersonalizados grandes almacenes donde
es fácil sentirse solo y desamparado ante tanta oferta y tanta frialdad. Las
librerías deben ser lugares acogedores, a poder ser con mesa camilla en la
trastienda y un librero lleno de esas cicatrices invisibles que el paso de los
años nos va dejando y nos ayudan a comprender a los demás.
Iba muy cargado y estaba
deseoso de salir pronto de allí, así que di unos pasos, miré a un estante
kilométrico que tenía cerca y leí «Eduardo Mendoza» en los lomos de los libros.
«Bien», pensé, «este hombre maneja el castellano como pocos y suele hacerme
reír». Así que busqué uno que no hubiera leído y salí a la calle llevando en la
mano El rey recibe.
Se
trata del relato en primera persona de las experiencias vividas entre 1968 y
1973 por un joven llamado Rufo Batalla. Barcelonés, aprendiz de periodista y
dispuesto a viajar a donde haga falta, sus andanzas nos llevarán primero a
Mallorca y después a Checoslovaquia, donde vivirá los meses anteriores a la
Primavera de Praga. Esta quizá sea la parte del libro menos verosímil porque,
al no ser una persona especialmente comprometida con los cambios sociales y políticos,
las razones de su viaje a un lugar, en aquellos años, tan inhóspito y peligroso
no se entienden bien. Además no parece estar basada en experiencias directas del
autor, que debió vivir aquella experiencia de manera vicaria. Muy distinto es
el caso de la segunda mitad del libro, que transcurre íntegra en Nueva York.
Esta parece más basada en experiencias personales de Mendoza, que trabajó como
traductor para las Naciones Unidas durante los años setenta. Se lee con gusto,
en ocasiones con delectación, aunque el largo pasaje dedicado a la historia de
Livonia, a pesar del omnipresente y atractivo sentido del humor del autor, haga
un poco largas las páginas finales. A destacar referencias a cuestiones vitales
de nuestra sociedad, como el surgimiento del movimiento de liberación LGBT,
nacido a raíz de las manifestaciones de protesta ocurridas en el Greenwich
Village a causa de la redada efectuada en el Stonewall Inn el 28 de junio de
1969. Desde entonces se celebra en esa fecha el Día del Orgullo Gay. Rufo
Batalla vive en ese barrio del sur de Manhattan y presencia las manifestaciones
y el nacimiento del movimiento.
La
novela, en general, intenta realizar una panorámica de los hechos más
destacados ocurridos en España, Europa y Estados Unidos durante aquellos años y
es una delicia como creación lingüística, sostenida siempre por la palabra
justa.
Eduardo Mendoza, El rey recibe, Barcelona, Seix Barral, 2018.
Imagen: El hall
principal de la Grand Central Station
en los años 50 (GTRES).
No hay comentarios:
Publicar un comentario