martes, 30 de marzo de 2021

El rey recibe, de Eduardo Mendoza

 

            El pasado sábado día 20 iba a salir a comprar comida cuando advertí que no tenía novelas disponibles. Dirán usted que teniendo teléfono móvil, tableta o portátil puedo encontrar libros que leer, pero les confieso que no es lo mismo. Amo el papel. Ese abrir el libro por donde lo había dejado —algo similar al acto de volver, abriendo la puerta, a un espacio donde hay alguien contando una historia—, ese olor, ese tacto, ese sonido que hacen las hojas al pasar, el descanso de la vista que trae prescindir de pantallas durante un buen rato... Son muchas las razones. Así que, cargado de frutas, verduras, nueces y chocolate entré en una tienda de libros que no es la mía habitual porque mi librero, dueño y señor de una pequeña y encantadora librería, se despide los viernes para pasar tiempo con sus pequeños hijos. El establecimiento era uno de esos de no sé cuántos metros cuadrados, pisos y empleados, unos despersonalizados grandes almacenes donde es fácil sentirse solo y desamparado ante tanta oferta y tanta frialdad. Las librerías deben ser lugares acogedores, a poder ser con mesa camilla en la trastienda y un librero lleno de esas cicatrices invisibles que el paso de los años nos va dejando y nos ayudan a comprender a los demás.

Iba muy cargado y estaba deseoso de salir pronto de allí, así que di unos pasos, miré a un estante kilométrico que tenía cerca y leí «Eduardo Mendoza» en los lomos de los libros. «Bien», pensé, «este hombre maneja el castellano como pocos y suele hacerme reír». Así que busqué uno que no hubiera leído y salí a la calle llevando en la mano El rey recibe.

            Se trata del relato en primera persona de las experiencias vividas entre 1968 y 1973 por un joven llamado Rufo Batalla. Barcelonés, aprendiz de periodista y dispuesto a viajar a donde haga falta, sus andanzas nos llevarán primero a Mallorca y después a Checoslovaquia, donde vivirá los meses anteriores a la Primavera de Praga. Esta quizá sea la parte del libro menos verosímil porque, al no ser una persona especialmente comprometida con los cambios sociales y políticos, las razones de su viaje a un lugar, en aquellos años, tan inhóspito y peligroso no se entienden bien. Además no parece estar basada en experiencias directas del autor, que debió vivir aquella experiencia de manera vicaria. Muy distinto es el caso de la segunda mitad del libro, que transcurre íntegra en Nueva York. Esta parece más basada en experiencias personales de Mendoza, que trabajó como traductor para las Naciones Unidas durante los años setenta. Se lee con gusto, en ocasiones con delectación, aunque el largo pasaje dedicado a la historia de Livonia, a pesar del omnipresente y atractivo sentido del humor del autor, haga un poco largas las páginas finales. A destacar referencias a cuestiones vitales de nuestra sociedad, como el surgimiento del movimiento de liberación LGBT, nacido a raíz de las manifestaciones de protesta ocurridas en el Greenwich Village a causa de la redada efectuada en el Stonewall Inn el 28 de junio de 1969. Desde entonces se celebra en esa fecha el Día del Orgullo Gay. Rufo Batalla vive en ese barrio del sur de Manhattan y presencia las manifestaciones y el nacimiento del movimiento.

            La novela, en general, intenta realizar una panorámica de los hechos más destacados ocurridos en España, Europa y Estados Unidos durante aquellos años y es una delicia como creación lingüística, sostenida siempre por la palabra justa.  

 

Eduardo Mendoza, El rey recibe, Barcelona, Seix Barral, 2018.

 

Imagen: El hall principal de la Grand Central Station en los años 50 (GTRES).

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