El
libro que acabo de leer contiene dos narraciones de Jack London (1876-1916).
Ambas tienen en común la temática —las relaciones entre hombres y perros en un
medio muy hostil—, pero se diferencian entre sí por la extensión, el desarrollo
del tema y la caracterización comportamental del protagonista canino, la índole
de su naturaleza.
La llamada de la naturaleza (The Call of the Wild, 1903) cuenta los
primeros seis o siete años de vida de Buck, perro de físico muy poderoso, hijo
de un gran San Bernardo y una perra pastor escocesa, sacado de un medio amable,
donde vive regaladamente, y arrojado a una vida de trabajos sin cuento en la
región del Yukón, un territorio realmente inhóspito, invadido en aquellos años
—finales del siglo XIX— por miles de hombres tocados por la aniquiladora fiebre
del oro. El relato sigue un esquema hasta cierto punto parecido al de Black Beauty (1877), de Anne Sewell,
centrado en aquel caso en un caballo de facultades también excepcionales, pero el
de London está llevado hasta unas consecuencias distintas, con implicaciones no
solo animalistas sino también, y hasta cierto punto, filosóficas, siendo,
gracias a esta característica, superior al relato de Sewell. En ambos se
representan acciones que despiertan el lado sensible del lector amante de los
animales —una especie de religión a la que es muy difícil sustraerse sin
resultar sospechoso de herejía en los tiempos actuales, cuando hemos dejado de
tener hijos para tener únicamente perros o gatos—, aunque La llamada de la naturaleza va mucho más allá al preconizar la
vuelta a los orígenes primitivos como único medio de alcanzar la felicidad.
Puede leerse entre líneas y adivinar una apelación de London a la vuelta a las
formas de vida antiguas, cuando el hombre estaba en pleno contacto con la
naturaleza, su supervivencia dependía de su físico y primaba la ley del más
fuerte, del más dotado. Véase usted como Buck y vea las manadas como tribus y
entenderá lo que propongo. La llamada de la naturaleza siempre estará ahí, por
muy tecnológicamente que nos empeñemos en vivir. (Este relato de London
contiene pasajes de una intensidad dramática inolvidable).
El
segundo de los relatos, Bâtard (1902)
está muy bien puesto junto el primero al crear con él un contraste saludable.
Bâtard, el protagonista —bastardo en francés—, ha sido criado con mucho menos
amor y ha desarrollado desde el primer momento instintos asesinos. La narración
posee un magnífico final.
Jack London, La llamada de la naturaleza. Bâtard, Madrid, Alianza Editorial,
2014. (Traducción de Begoña Gárate Ayastuy).
Imágenes: Por orden de aparición, ejemplar de
perro pastor escocés (micachorro.net) y San Bernardo (zooplus.es); imaginen la
mezcla de ambos y tendrán a Buck.
Víctor Espuny.
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