viernes, 9 de abril de 2021

Ve y pon un centinela, de Harper Lee

 

            Cuando uno era pequeño creía en los cuentos, que aquello que le contaban había ocurrido, disfrutaba con ellos. Luego uno se hacía mayor y aprendía a distinguir la realidad de la ficción y, aunque seguía disfrutando con las narraciones inventadas, ponía cada cosa en su sitio. Tú, mundo imaginado, vas a ir ahí, con las invenciones bellas, necesarias, bienintencionadas, inspiradoras de bondad; tú, mundo real, vas a estar aquí, con el día a día de la vida tangible, desesperanzadora, cínica, brutal. La ficción existe entre otras razones porque necesitamos de sus dosis de bondad para poder seguir viviendo y no abandonar este inhóspito mundo antes de tiempo, porque es una ventana que se nos abre a una existencia paralela más elevada en la que imaginamos poder estar.

Esta distinción se contempla con fidelidad admirable en la pareja formada por las novelas Ve y pon un centinela y Matar un ruiseñor. La primera ha sido publicada en 2015 cuando ya su autora, Harper Lee (1926-2016), estaba gagá; no sabemos qué hubiera pasado si hubiera tenido el control de sus facultades, si se hubiera opuesto. La segunda lo fue en 1960, y desde el momento de su publicación —e impulsada por la película donde Gregory Peck interpretaba al bondadoso Atticus Finch—, se convirtió en una de las novelas más celebres escritas en Estados Unidos en las últimas décadas, un precioso alegato a favor de la igualdad entre blancos y negros. Leer Ve y pon un centinela, primera y genuina versión de Matar un ruiseñor —nacida tras una reescritura de la primera por consejo de la editora de Harper Lee—, resulta una experiencia estremecedora porque enfrenta al lector a la cruda realidad, al verdadero Atticus, el cual, aun siendo bien intencionado, no era ni de lejos el apóstol de la integración que demostraba ser en la versión de 1960. A destacar también el papel que realiza el tío Jack, el doctor Finch, como mentor y corrector de Scout, aspecto este último que llega a desempeñar con una crudeza física inesperada para los que teníamos idealizados a los Finch. Si de verdad quiere saber cómo eran las relaciones entre blancos y negros en un pueblecito de Alabama de los años cincuenta y entender las posturas de todos, no deje de leer esta novela. Los cuentos están muy bien para los niños pero los adultos necesitamos Ve y pon un centinela, mucho más cruda, esclarecedora y real.

 

Imagen: La autora con su padre en 1961. (Fotografía de Donald Uhrbrock).

 

Víctor Espuny.

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