Detalle de la cubierta del libro
«Contar y escuchar historias no es un capricho, ni una sofisticación intelectual: es un rasgo universal de la condición humana, que está en todas las sociedades y arranca en la primera edad de la vida» (copiado de antoniomuñozmolina.es). Fiel a esta creencia, compartida por este humilde escribidor-reseñador, el autor ubetense nos regala en Carlota Fainberg, una novela de lectura realmente absorbente, un ejemplo más de esa afirmación, acompañada de una descripción de la vida en los aeropuertos, de la decadencia de los establecimientos de hostelería históricos y arruinados y, entre otras cosas, de cómo el feminismo extremado y la excluyente dictadura queer se han hecho dueños de muchos departamentos universitarios de estudios humanísticos, sobre todo de los reservados a los estudios literarios, donde si no eres mujer o lesbiana u homosexual declarado, o das preponderancia y mayor visibilidad a las autoras sobre los autores, tu carrera está acabada o, al menos, se enfrenta a un duro hándicap (dificultad, desventaja, inconveniente, impedimento, obstáculo, escollo, estorbo o tropiezo). El protagonista-narrador, homodiegético, por tanto, se llama Claudio, de nacionalidad española, y es profesor en una universidad estadounidense. Debido al mal tiempo invernal se ve atrapado durante horas en el aeropuerto de Pittsburg, de donde pretende trasladarse a Buenos Aires para participar en un congreso o reunión de colegas y leer un trabajo sobre un soneto de Borges. Allí conoce, se le pega, un español con ganas de hablar, un individuo que al principio le cae fatal por resultar una confirmación viviente de todos los tópicos sobre el español poco cultivado —bebedor, mujeriego y machista —, pero luego se revela como un gran contador de historias. Gracias a su relato, versado sobre una aventura erótica pasada en la capital argentina, las horas se hacen más cortas en el aeropuerto asediado por la nieve. Una vez que las pistas se abren y las instalaciones vuelve a funcionar, los dos se separan y entonces ocurre quizá lo mejor de la novela, corta, de apenas ciento setenta páginas, porque Claudio comienza a darse cuenta de que no es tan distinto como se veía del español que contribuyó a amenizar la espera en el aeropuerto realizando una de las aficiones más primitivas y necesarias de los hombres: contar y escuchar historias. En días como hoy, y escribiendo textos como este, recuerdo a mi madre, pobrecita, que lleva casi veinte años enterrada. Fue ella la que me aficionó a la literatura contándome Los tres cerditos, Garbancito o Caperucita: sembraba, sin ella saberlo, la mejor de las simientes en la mente de su hijo.
Si quiere leer un libro ameno, escrito en
algunos pasajes en un castellano entreverado de anglicismos —un curioso espanglish
perfectamente inteligible—, si quiere conocer la dramática y tórrida historia
de Carlota Fainberg, no lo dude: su libro es este.
Gracias, don Antonio, una vez más.
Antonio
Muñoz Molina, Carlota Fainberg, Barcelona, Seix Barral, 2024. (El relato
original fue publicado por entregas en El País en 1994. Ha conocido
otras ediciones anteriores).
Víctor
Espuny.
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