Establecimiento de la Malvarrosa (Las Provincias)
Novela de muy fácil lectura, corta y
amena. Cuenta los años del despertar a la vida sexual práctica de un jovencito
de Villavieja, Castellón, que va estudiar a Tortosa y Valencia. Parece una
autobiografía disfrazada de novela o, más bien, una autobiografía novelada, y
seguramente lo sea. Está narrada en primera persona. La acción transcurre en los
años cincuenta.
El protagonista tiene un padre
severo, de los de ordeno y mando, que crea en el muchacho una obligación de
hacer lo que le pide. Y el padre, agricultor —naranjero— acomodado, quiere,
desea, como una culminación de sus aspiraciones sociales, que su hijo sea
sacerdote. Es por él que el hijo se engaña e intenta seguir un camino para el
que no está llamado, pues sus pulsiones sexuales y su afán de ser independiente
y vivir y conocer mundo son incompatibles con la vida célibe, recluida y
obediente que llevan los sacerdotes. El paso por el seminario de Tortosa está
contado muy a la ligera, como si quisiera ver solo por encima una época de su
vida de molesto recuerdo. La misma sensibilidad del protagonista, sin duda
superior a lo normal, le impide vivir la vida con la despreocupación y la
materialidad de sus conocidos, que se entregan al comercio carnal en los prostíbulos sin atisbo alguno de remordimiento o repelús. Estas casas de putas, de
frecuentación tan habitual para los varones de la época, están muy bien
descritas, como también lo están el carácter y los impulsos de aquellas
mujeres, obligadas a mercadear con su cuerpo para sobrevivir. Muy relacionada
con estas visitas a las casas de lenocinio está en la novela la figura de
Vicentico Bola, una especie de embaucador simpático, sin maldad, en el fondo
noble y generoso, que disfruta haciendo creer a aquellas pobres mujeres que es
una persona muy influyente y repartiendo con ellas, y sin tasa, su dinero. Es un
hombre de físico extraordinario, una especie de armario ropero de ciento
treinta kilos, con el que el lector pasa momentos realmente divertidos, sobre
todo en aquella aventura de cambiar de alcalde un pueblecito del maestrazgo
solo con su presencia y su fingida autoridad. Alrededor de su figura transcurre
casi toda la novela, se abre y casi se cierra. Y digo casi porque el final está
dedicado al momento culminante de la narración, el de la unión sexual del
protagonista con alguien a quien realmente desea, momento lleno de simbolismo,
pues la unión tiene lugar en la casa, entonces abandonada y vandalizada, de Blasco
Ibáñez en la Malvarrosa y en un lecho conformado con publicaciones de Falange,
revistas como Jerarquía y periódicos como El Español y Arriba,
creando así una síntesis casi perfecta entre su mundo nuevo y su mundo antiguo,
al que da el portazo definitivo con esta relación sexual y la rabia por los
abusos sufridos de la mano del capitán general de Valencia en aquellos años, el
tristemente célebre Joaquín Ríos Capapé.
A destacar en esta novela, como en
otros textos de Manuel Vicent, su plasticidad, la gran capacidad que posee para
hacer sentir al lector lo que tiene delante, lo que ve, huele, escucha o toca
en la narración, lo que han de percibir sus sentidos. Llama mucho la atención el
uso frecuente del adjetivo empastado, propio de la crítica de pintura, cuando
el autor se refiere a los atardeceres u otros espectáculos del firmamento.
Una novela que usted seguramente ya
habrá leído, pues fue un best seller en su época y adaptada al cine con
el mismo título. Y si no la ha leído, ya tiene una novela nueva para su lista,
que la vida es corta y conviene elegir bien qué leer.
Manuel
Vicent, Tranvía a la Malvarrosa, Madrid, Santillana, 1994.
Víctor
Espuny.
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