Molledo (turicantabria.com)
Miguel Delibes escribió está emocionante y entrañable novela de formación y crecimiento alrededor de 1950, cuando aún tenía treinta años. No sé si será determinante la edad que uno tiene para escribir sobre la infancia. Puede pensarse que la edad mejor para ello sea la vejez, por aquello de que uno, cuando se hace mayor, recuerda con más claridad las vivencias antiguas que las recientes. De cualquier modo, en este caso claramente no es así.
Esta novela se lee casi de un tirón
por la amenidad de sus episodios, repartidos en capítulos que pueden leerse de
manera independiente. Un narrador en tercera persona que usa de manera casi
exclusiva el punto de vista del protagonista, Daniel, el Mochuelo, cuenta los
recuerdos que le vienen a la memoria a un niño de once años, el mismo Daniel,
cuando está a punto de abandonar el valle y la aldea donde se ha criado para ir
a la ciudad, obedeciendo las disposiciones paternas. El título de la novela
viene de una homilía pronunciada por don José, el párroco, en el que este santo
varón habla del camino que Dios ha dispuesto para nosotros y debemos seguir
para cumplir con lo que se espera de nosotros. Pero Daniel, hombre pensante y
muy voluntarioso, es consciente de que el camino trazado por el padre para él
no es el que él hubiera elegido, y uno acaba la novela con la seguridad casi absoluta
de que finalmente seguirá uno propio. Sin duda, Delibes nos está hablando aquí
de la vocación, entendida esta como la asunción de un camino propio y, a menudo,
inesperado para los que nos rodean. También, y esta sigue siendo una apreciación
mía muy personal y discutible, en esa alusión tan poco velada del párroco a la
predestinación puede leerse una inclinación del autor hacia pensamientos de
índole calvinista, algo, ya digo, que solo puede afirmarse de manera muy arriesgada,
pues los censores de novelas en la España de los años cincuenta debían ser
personas con abundantes lecturas. En cualquier caso, ya conocemos la inclinación
de Delibes por las personas que sacaban los pies del tiesto, y ahí se encuentran
los considerados herejes.
Escrita en un castellano terso y
sencillo, rico, eso sí, en palabras de la zona de Molledo (Cantabria), Delibes
se recrea en la naturaleza y en los recuerdos de sus veraneos de la infancia
para gestar una infinidad de personajes, entrañables, unos, detestables, otros,
pero todos muy reales. El trío formado por Daniel, el Mochuelo; Germán, el Tiñoso;
y Roque, el Moñigo queda grabado en la imaginación del lector por muchos años,
así como la presencia de otros personajes, muchos de ellos, seguramente,
tomados de la realidad. Siendo una novela de Delibes, hubiera resultado extraño
que faltaran acciones cinegéticas, escenas de caza, que hoy un lector
presentista censurará llevado por su ignorancia de la historia de los pueblos.
Si quiere pasar buenos ratos, si quiere
emocionarse y reír a carcajadas, lea El camino, y vuelva a ser, por unas
horas, el niño que fue.
Miguel
Delibes, El camino, Barcelona, Destino, 1988. (Ejemplar desechado por
una biblioteca pública alicantina e incorporado con presteza a mi biblioteca,
llena de lamentables lagunas).
Víctor Espuny.
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