Petirrojo europeo (blogdeaves.com)
Si uno estuviera atento solo a
ficciones comerciales, redes sociales, periódicos y televisiones podría
pensar que la ternura no existe. Según estos únicamente ocurren actos violentos
y hechos desgraciados, manifestantes o policías heridos, agresiones, mujeres
violadas, mujeres asesinadas, hombres asesinados, niños abusados sexualmente.
Pero el mundo, por suerte, es mucho más que eso.
Sara Mesa (Madrid, 1976) nos cuenta
en Cara de pan la historia de la
amistad entablada entre personas muy distintas, tanto que esa relación de
amistad puede ser malinterpretada por los adultos, incapaces, por esa
percepción deformada —siempre negativa— de la realidad, de verla de forma
sana. Mesa logra en la novela la
creación de dos personajes que pueden resultar inolvidables para el lector: Casi,
una preadolescente que busca en la soledad de los parques, y más concretamente
de un escondido rincón —circunstancia que la acerca, casualmente o no, a la protagonista
del absorbente relato de Andrés Barba titulado Debilitamiento—, un espacio propio donde no ser herida, y Viejo, un
cincuentón que ha pasado su vida, tan distinta a lo moralmente establecido como
bueno, intentando huir de policías y siquiatras y busca también refugio. Los dos
son ejemplos de personajes frágiles, necesitados de protección, pero sobre todo
Viejo resulta de un especial atractivo por el lirismo con el que ha sido
concebido y por la delicadeza y la madurez que demuestra frente a la
impulsividad de Casi, cuya personalidad, y capacidad de empatía, están aún en
proceso de formación. Viejo ama todo lo espiritual, lo etéreo, los pájaros que
vuelan eternamente, el canto del petirrojo, las canciones y la biografía de
Nina Simone, tan perseguida e incomprendida como lo es él mismo. A partir de un
primer encuentro fortuito, entre los dos van formando un espacio en el que no
cabe nadie más pero que el lector sabe amenazado desde su nacimiento. Y, en una Sevilla otoñal, asiste impotente al desarrollo de una historia en la
que estaría encantado de participar. Imposibilitado de hacer nada por la misma
naturaleza de su posición, alejada del texto y su proceso creativo, se bebe el
texto a grandes buches, con el corazón en vilo, deseando y temiendo llegar al
final. Y una vez acabada la lectura desea no haber leído Cara de pan para leerla de nuevo por vez primera.
Sara Mesa, Cara
de pan, Barcelona, Anagrama, 2018.
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