Mi
amigo Andrés, que me escribe desde Málaga, se queja del trato que recibe desde
hace años la preciosa estatua del cenachero que ejecutó allá por los años
sesenta Jaime Fernández Pimentel y me pide que escriba algo sobre el asunto.
Conozco a Andrés, sé de su sensibilidad y de su interés por la Málaga antigua y
sus personajes populares, así que no he dudado en complacerle. Partimos de una
posición muy endeble, ya se lo he dicho por carta, porque este artículo se
perderá entre los millones de ellos que se publican cada día en Internet. Va
aquedar ahí para quien quiero leerlo, eso sí. Yo lo compartiré en redes
sociales, Andrés lo hará también y el lector, si lo desea, también puede
hacerlo, de manera que entre todos podemos conseguir que los munícipes malagueños
le busquen a la estatua un lugar más visible y honroso.
Andrés, según me cuenta en su
carta, se crio en Málaga, muy cerca de la Plaza de la Marina. Desde su ventana
veía a los barcos atracar en el puerto y corría con otros niños a ver descender
a aquellos viajeros que pisaban tierra trajeados, sus corbatas mecidas por el
viento, mientras ayudaban a la mujer con el abultado equipaje. Andrés se paraba
en las calles excusadas cercanas al puerto junto a los puestos donde se vendía
el contrabando, donde los mayores compraban productos exóticos y el mejor
tabaco a mujeres entradas en carnes y jubiladas sin remedio de una vida que
llaman alegre pero a menudo solo deja en ellas un poso de melancolía. Y Andrés
veía desde una ventana, en pleno centro de la Plaza de la Marina y subida a un
alto pedestal, la estatua del cenachero, que recortaba contra el parque su
perfil marinero. Eran los años sesenta. Luego fueron los setenta y el cenachero
siguió allí.
Pero vinieron los ochenta, con unas necesidades de aparcamiento ya apremiantes, y Manolo «El
Petaca», vendedor de pescado inmortalizado por Fernández Pimentel con un
cenacho colgado de cada uno de sus brazos, fue mandado nada menos que al Paseo
de la Farola, poniendo entre Andrés y El Petaca toda la extensión del parque. Acabada
la reforma de la Plaza de la Marina, y cuando Andrés era ya un cuarentón
refugiado de la vida en la lectura, la estatua del cenachero volvió a la
Marina, aunque en vez de ser colocada en un lugar destacado, donde debía estar
siempre por su carácter popular y el justo contrapunto que ejercía a la
aristocrática estatua del marqués de Larios, fue situada tras la oficina de
Turismo y casi a ras de suelo, su pedestal rocoso reducido a la mitad, en un
lugar donde pasa desapercibida.
Además, la inscripción en
piedra de unos versos de Salvador Rueda que la acompañan se pierde de la vista
del más agudo observador por su situación y la naturaleza de la piedra misma,
un material salpicado de poros y manchas que complican mucho su lectura. Andrés
me los ha mandado para que los copie. El poema se titula El cenachero:
Allá van sus pescadores
con los oscuros bombachos
Columpiando los cenachos
con los brazos cimbradores.
Del pregón a los clamores
hinchan las venas del cuello:
Y en cada pescado bello
se ve una escama distinta,
en cada escama una tinta
y en cada tinta un destello.
Desde
estas páginas, modestas pero firmes, en nombre de Andrés y de muchos malagueños, ruego a quien tenga potestad para ello
proceda a iniciar los trámites que estime necesarios y logre que el cenachero,
representante de una Málaga capaz de sobrevivir con su andar pausado y su
imaginativo pregón, sea recolocado en un lugar más digno y visible. Málaga,
donde no anida la soberbia, estará satisfecha de devolver su relevancia al
humilde cenachero.
(Todas las imágenes antiguas del artículo
provienen de laopiniondemalaga.es).
No hay comentarios:
Publicar un comentario