domingo, 13 de octubre de 2019

Día de lluvia en Nueva York



            Llega el viernes, uno olvida el resto de opciones y va al cine. Se sitúa ante la pantalla grande, sigue una costumbre iniciada en la infancia, cuando ir al cine era un verdadero acontecimiento. Uno asistía a milagros en aquellas enormes salas, donde olvidaba el dolor, la soledad y el frío y vivía una historia de manera tan intensa como la vive Cecilia, la protagonista de La rosa púrpura del Cairo (1985), una de las numerosas obras maestras Woody Allen. The Purple Rose of Cairo, por cierto, tiene que ver con Seis personajes en busca de autor (Luigi Pirandello, 1921) y Niebla (1914), de nuestro inmortal y tan querido don Miguel de Unamuno, venerado, y admirablemente encarnado por un impresionante Karra Elejalde, en la última película de Alejandro Amenábar, obra que vi cuando se estrenó pero de la que no pienso escribir por no estar la discusión sobre política entre mis placeres. El cine sí.
            Día de lluvia en Nueva York es la última película de Allen estrenada en España. Aquí, en San Sebastián, tuvo lugar su último rodaje, último que yo sepa, realizado durante el pasado mes de julio. A Rainy Day in New York es una de sus películas cómicas, no especialmente trascendentales —como puedan ser Otra mujer (1988) o Delitos y faltas (1989)— pero muy entretenidas. Esta, además, resulta ejemplar como trabajo encomiable de ese popular subgénero llamado comedia romántica, a menudo aquejado de una decepcionante superficialidad. El guión de Día de lluvia en Nueva York parece tan ingenioso y movido como el de una película de Billy Wilder, en cuya producción puede señalarse Bésame, tonto (1964) como un antecedente claro de esta de Allen. En A Rainy Day in New York, además, la narración se basa en un transcurso paralelo de acciones, separadas pero unidas en distintas ocasiones por llamadas telefónicas, que busca la expresión de la simultaneidad tan perseguida desde principios del siglo XX en la literatura y después en el cine. La película, esencialmente, trata de la búsqueda del lugar de uno en el mundo y del logro, a veces muy complicado, de la aceptación por parte de ese individuo de su propia identidad, de la obtención del equilibrio tan necesario para vivir que llamamos madurez. Timothée Chalamet, tan delgado, con ese aire descuidado y su romántica melena, parece perfecto para encarnar a un adolescente atormentado que no acaba de encontrarse. La actriz necesaria para personificar a una ingenua y al tiempo ambiciosa muchacha de pueblo deslumbrada por los directores y actores famosos es precisamente Elle Fanning, cuesta trabajo imaginar a otra en ese papel. Jude Law, como siempre, está magnífico, y Selena Gómez, a quien la cámara parece querer, funciona perfectamente como esa luciérnaga que enciende su faro para guiar al pobre marinero desorientado en la noche. Y todo esto iluminado por el irrepetible artista de la luz llamado Vittorio Storaro, que a sus ochenta años continúa en plenitud de facultades creativas, como el propio Allen.
Hay momentos perfectos para que empiece a llover.
           
A Rainy Day in New York, EE UU, 2019. Guión y dirección de Woody Allen.

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