Llega
el viernes, uno olvida el resto de opciones y va al cine. Se sitúa ante la
pantalla grande, sigue una costumbre iniciada en la infancia, cuando ir al cine
era un verdadero acontecimiento. Uno asistía a milagros en aquellas enormes salas,
donde olvidaba el dolor, la soledad y el frío y vivía una historia de manera
tan intensa como la vive Cecilia, la protagonista de La rosa púrpura del Cairo (1985), una de las numerosas obras
maestras Woody Allen. The Purple Rose of
Cairo, por cierto, tiene que ver con Seis
personajes en busca de autor (Luigi Pirandello, 1921) y Niebla (1914), de nuestro inmortal y tan
querido don Miguel de Unamuno, venerado, y admirablemente encarnado por un
impresionante Karra Elejalde, en la última película de Alejandro Amenábar, obra
que vi cuando se estrenó pero de la que no pienso escribir por no estar la
discusión sobre política entre mis placeres. El cine sí.
Día de lluvia en Nueva York es la última
película de Allen estrenada en España. Aquí, en San Sebastián, tuvo lugar su
último rodaje, último que yo sepa, realizado durante el pasado mes de julio. A Rainy Day in New York es una de sus
películas cómicas, no especialmente trascendentales —como puedan ser Otra mujer (1988) o Delitos y faltas (1989)— pero muy entretenidas. Esta, además,
resulta ejemplar como trabajo encomiable de ese popular subgénero llamado comedia
romántica, a menudo aquejado de una decepcionante superficialidad. El guión de Día de lluvia en Nueva York parece tan
ingenioso y movido como el de una película de Billy Wilder, en cuya producción
puede señalarse Bésame, tonto (1964)
como un antecedente claro de esta de Allen. En A Rainy Day in New York, además, la narración se basa en un
transcurso paralelo de acciones, separadas pero unidas en distintas ocasiones
por llamadas telefónicas, que busca la expresión de la simultaneidad tan
perseguida desde principios del siglo XX en la literatura y después en el cine.
La película, esencialmente, trata de la búsqueda del lugar de uno en el mundo y
del logro, a veces muy complicado, de la aceptación por parte de ese individuo
de su propia identidad, de la obtención del equilibrio tan necesario para vivir
que llamamos madurez. Timothée Chalamet, tan delgado, con ese aire descuidado y
su romántica melena, parece perfecto para encarnar a un adolescente atormentado
que no acaba de encontrarse. La actriz necesaria para personificar a una ingenua
y al tiempo ambiciosa muchacha de pueblo deslumbrada por los directores y actores
famosos es precisamente Elle Fanning, cuesta trabajo imaginar a otra en ese
papel. Jude Law, como siempre, está magnífico, y Selena Gómez, a quien la
cámara parece querer, funciona perfectamente como esa luciérnaga que enciende
su faro para guiar al pobre marinero desorientado en la noche. Y todo esto
iluminado por el irrepetible artista de la luz llamado Vittorio Storaro, que a sus
ochenta años continúa en plenitud de facultades creativas, como el propio
Allen.
Hay momentos perfectos para
que empiece a llover.
A
Rainy Day in New York, EE UU, 2019. Guión y dirección de Woody
Allen.
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