viernes, 25 de octubre de 2019

La importancia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde


Wilde en Nueva York (N. Sarony, 1882)

Leer obras de teatro aporta como una de sus recompensas inmediatas el poder disfrutar del relato dramático durante un tiempo real equivalente a su representación. Esto, que puede parecer algo insustancial, se vuelve realmente valioso si uno piensa en lo que le gustaría asistir a la representación de la obra que está leyendo. Sin embargo, como uno sabe que eso es imposible —al menos lo era en mi caso durante la lectura de la obra ayer mismo—, se imagina saliendo de su casa y acudiendo a un teatro donde se representa, en esta ocasión, La importancia de llamarse Ernesto (1895). Se ve tomando asiento, a ser posible cerca del escenario —también puede verse tomándolo alejado del escenario si acude al teatro con ánimo de ver representado también el teatro nuestro de cada día, de cotillear sobre quién ha venido y quién no, con quién va ahora fulanita o fulanito y esas cosas que siguen siendo para muchos la sal de la vida en sociedad—, y viendo en acción al mesurado John Worthing y al juerguista, irónico y genial Algernon Moncrieff, que en el segundo acto mantiene con la joven Cecily Cardew un diálogo sobre su posible compromiso que seguro está entre los más creativos y absurdos del teatro convencional. Resulta difícil no ver en él precedentes del teatro del absurdo de Eugène Ionesco o similitudes con algunos de los pasajes de Alicia en el país de las maravillas (1865), esta última, sin duda, una obra ideal para público adulto que sepa leer entre líneas y ver más allá.
Leer obras de teatro posee también la enorme ventaja de estimular la imaginación del lector, que se ve obligado a visualizar todo: el telón, los decorados, la fisonomía de los actores, el timbre de sus voces, la ropa que llevan puesta, su forma de moverse, todo, todo menos los diálogos. Las acotaciones nos ayudan a imaginar pero la creatividad del lector tiene que poner el resto. Esta genial obra de teatro de Oscar Wilde (1854-1900) podría considerarse una comedia de costumbres perfectamente adaptable a otro tiempo y lugar. Podría, por ejemplo, trasplantarse a la Andalucía de inicios del siglo XX y darle un sesgo a lo Hermanos Quintero, con un Argy sevillano y un Jack que viviese en un cortijo de su propiedad cerca de Utrera y se hubiese inventado un hermano disoluto que viviese en Sevilla al que tuviera que sacar de apuros de vez en cuando, un inexistente hermano que podría llamarse Honorato para seguir con el juego de palabras creado por Wilde: Ernest es a earnest, ‘formal, cumplidor’, como Honorato es a honrado. Habría que hacer un buen esfuerzo para buscar equivalentes de los chispeantes diálogos de la comedia de Wilde pero estoy seguro de que alguien con talento, ganas y tiempo puede hacerlo.
Leer obras de teatro es, con mucho, la mejor forma de pasar una fría tarde de otoño. Y más si se trata de La importancia de llamarse Ernesto, donde encontramos críticas chispeantes a instituciones tan sagradas entonces como el matrimonio o referencias al movimiento de igualdad entre hombres y mujeres, pujante ya en la Inglaterra de finales del siglo XIX. Bien está saber de dónde venimos. También encontramos en esta poliédrica obra claras muestras de influencia cervantina, presente en referencias quijotescas y en el uso de la anagnórisis para la resolución del conflicto, técnica heredada a su vez por Cervantes de la novela bizantina. A todo esto habría que sumar la arrolladora personalidad del autor, víctima en sus últimos años de una persecución inhumana, hoy día impensable en una sociedad civilizada.
Ya ven si hay razones para leer teatro, para leer a Wilde. Seguiremos visitando a Bunbury.

Oscar Wilde, The importance of being Earnest. A Trivial Comedy for Serious People / La importancia de llamarse Ernesto. Comedia trivial para gente seria. Ed. bilingüe. Traducción de Benito Montuenga. Anglodidáctica editores, Madrid, 2011.   


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