Película que ha podido pasar
desapercibida, Fortuna cuenta los sufrimientos
de una adolecente etíope llegada a Europa en patera y acogida, junto con otros inmigrantes, en un monasterio católico situado junto al Gran Simplón. Rodada en blanco y negro, contiene planos de una
estremecedora belleza en los que se juega con la luz y con los volúmenes para
evocar una atmósfera en la que lo material no tiene cabida. Fortuna avanza tan
cabizbaja como su burrita amiga, inmersas ambas en una existencia que solo les
plantea dificultades. Fortuna está seria y muda, tiene un secreto que no se
atreve a confesar. Cuando lo haga habrá personas que se pongan de su lado, la
gran mayoría, todos salvo la persona que más le importa.
En el monasterio la paz se ve
una noche alterada de una forma que rompe de manera definitiva y traumática el
tranquilo existir de sus monjes, entregados a la meditación y a la creación
artística antes de la llegada de los inmigrantes. Algún monje protesta. El prior,
encarnado por un Bruno Granz de impactante actuación —dota a su personaje de
una fuerza moral incontestable—, lo calla con un discurso que debe ser escuchado
por todos los que viven insensibilizados ya ante el drama de los cientos de
personas que llegan a Europa a diario con solo lo puesto. Entre ellos hay
muchos menores no acompañados que sufren dramas terribles. Ojalá todos
encontrasen en la realidad la protección que halla Fortuna en esta emocionante
película.
Fortuna, Suiza, 2018. Dirección
y guión de Germinal Roaux.
No hay comentarios:
Publicar un comentario