Hipódromo de L.A. (F. de Harry How/Getty Images)
Se trata de un libro de relatos. Contiene exactamente
treinta y seis, ninguno de más de diez páginas. Todos están protagonizados por hombres
muy parecidos: perdedores, autodestructivos, alcohólicos y ludópatas. La acción
de las narraciones trascurre en Los Ángeles en el siglo XX. La mayoría de ellos
están contados en tercera persona pero también los hay en primera. De estos,
más o menos la mitad están protagonizados por Henry Chinaski, alter ego de Bukowski, el autor.
Charles Bukowski (Ardernach,
Alemania, 1920 - Los Ángeles, 1994) es un escritor muy popular en Europa, donde
se le tiene por una especie de semidiós de los excesos. Nacido en Alemania,
emigró pronto con sus padres a Estados Unidos, donde tuvo una infancia
caracterizada por los abusos y las continuas palizas propinadas por el padre
con la aquiescencia de la madre. Como resultado de ello vivió durante años en
una continua infelicidad que solo pudo paliar con la escritura y el abuso del alcohol.
A partir de 1949 y hasta su muerte escribió de forma obsesiva, con esa
constancia dictada por la necesidad vital de los grandes escritores. Vale como
muestra de su personalidad y su forma de entender el oficio su
conocido poema Así que quieres ser
escritor, ¿eh?, un texto dictado con las mismas buenas intenciones y el
mismo afán didáctico y a un tiempo disuasorio de los también célebres de Rilke (Cartas a un joven poeta), Vargas Llosa (Cartas a un joven novelista) y otros
muchos, todos inspirados, según creo, en la obra de Rilke. El texto de Bukowski
tiene la virtud de decir mucho, todo lo más importante, en solo unas líneas.
Copio la traducción de Eduardo Iriarte Goñí incluida en Escrutaba la locura en busca de la palabra, el verso, la ruta (Madrid,
Visor, 2016), poemario póstumo de Bukowski. Léase sin prisas.
Así que quieres ser escritor, ¿eh?
si no
brota de ti a borbotones
a
pesar de todo,
ni lo
intentes.
a
menos que te salga por voluntad propia
del
corazón y la mente y la boca
y las
entrañas,
ni lo
intentes.
si
tienes que permanecer horas sentado
mirando
la pantalla del ordenador
o
encorvado sobre la
máquina
de escribir
en
busca de palabras,
ni lo
intentes.
si lo
haces por el dinero o
la
fama,
ni lo
intentes.
si lo
haces porque quieres
mujeres
en la cama
ni lo
intentes.
si
tienes que sentarte y
rehacerlo
una y otra vez,
ni lo
intentes.
si
sólo pensar en ello ya te cuesta trabajo,
ni lo
intentes.
si
quieres escribir como algún
otro,
olvídalo.
si
tienes que esperar a que salga de ti
con
un rugido,
entonces
espera tranquilo.
si no
llega a salir de ti con un rugido,
dedícate
a otra cosa.
si
primero se lo tienes que leer a tu esposa
o a
tu novia o tu novio
a tus
padres o quienquiera que sea,
no
estás preparado.
no
seas como tantos otros escritores,
no
seas como tantos miles de
personas
que se llaman escritores,
no
seas soso, aburrido y
pretencioso,
no te dejes consumir por el
narcisismo.
las
bibliotecas del mundo
se
han dormido de
aburrimiento
con
los de tu calaña.
no lo
empeores.
ni lo
intentes.
a
menos que te salga
del
alma como un cohete,
a
menos que creas que la inactividad
te
llevaría a la locura o
al
suicidio o al asesinato,
ni lo
intentes.
a
menos que el sol en tu interior te
abrase
las entrañas,
ni lo
intentes.
cuando
de veras sea la hora,
y si
estás entre los escogidos,
cobrará
vida por
sí
mismo y seguirá cobrándola
hasta
que mueras o muera
en
ti.
no
hay otra manera.
ni la
hubo nunca.
Charles Bukowski.
A pesar de la presunta marginalidad,
del malditismo, de Bukowski, el poema resucita la vieja idea de la inspiración
como algo ajeno al autor, una especie de fuerza externa que puede o no elegir a
alguien y hacer o no inmortal su obra. La de Bukowski va a pervivir. Y va a
hacerlo a pesar de, o precisamente por, ser soez, obscena, mal hablada, coprofílica
y profundamente machista. Bukowski ilumina y, en el fondo, dignifica, la vida
de los dipsómanos, los ludópatas, los que beben hasta perder el conocimiento y
cuando se levantan lo primero que buscan es una cerveza, los que pasan las horas
del día en bares donde siempre es de noche, donde no existen medidas
alcohólicas estándar para los combinados de bebidas espirituosas, los que fuman
hasta tener los dedos, los dientes, los bigotes amarillos, los que amanecen con
un ojo hinchado y no recuerdan cómo puñetas fue la pelea aquella, los que se
acuestan con la primera que encuentran y se deja, porque tampoco ella ama su
persona y entrega su cuerpo a cualquiera por cualquier cosa. En todo ese mundo,
tan desagradable, también puede existir poesía y sentido del humor, y Bukowski
sabía verlos.
De los treinta y seis relatos del
libro destaco estos diez: Una dama
salvaje, 360 kilos, Golpes en el vacío, Una jornada de trabajo, La
cabeza, Mañana decisiva, Cómo conseguir que te publiquen, El pájaro que se remonta, Mercancías rotas y Poniendo cuernos a Marie. El relato titulado El pájaro que se remonta es el único del todo el libro donde los
diálogos, muy importantes en todas estas narraciones, no están llenos de
exabruptos de algún tipo. La sordidez de los ambientes y las situaciones acaba
cansando.
Charles
Bukowski, Música de cañerías,
Barcelona, Anagrama, 2018 (18ª ed., la 1ª es de 1987). [Hot Water Music, Black Sparrow Press, Santa Bárbara, 1983].
Traducción de J. M. Álvarez Flórez y Ángela Pérez.
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