Alejandro Morellón (Madrid,
1985) es uno de los escritores más interesantes del panorama actual. Su primera
novela es una nouvelle, ochenta y
siete páginas, compuesta por cinco monólogos, o reflexiones habladas, de dos
personas distintas, Rosa y Alan, madre e hijo. Las intervenciones de ambos se
alternan añadiendo cada una un poco más de información para la comprensión de
la historia, que consiste en la determinación de las causas que llevaron a una
familia feliz a la separación y el dolor. No es una novela
insustancial, de esas que lees y puedes olvidar antes de haberla acabado. Es de
esas pertenecientes a lo que algunos comentaristas llaman literatura enferma, esto
es, aquella cuyos protagonistas están tocados por la locura o, al menos, el
desvarío. Ahí pueden incluirse muchas de las obras más célebres: Crimen y castigo, Tiempo de silencio, El
obsceno pájaro de la noche, La
familia de Pascual Duarte, Los cantos
de Maldoror, Ulises, Justine o los infortunios de la virtud, Las partículas elementales, La modificación, El ruido y la furia y un largo etcétera que dependerá mucho de las
apreciaciones del lector. Ninguna de estas obras resulta fácil de leer por el
dolor que contienen, por la amargura que se adivina detrás de la historia que
se está relatando de forma atormentada. En alguno de los casos, José Donoso, por ejemplo, se tiene
constancia de la situación personal por la que pasaba el autor cuando escribió
su célebre novela, pero de otros, como Cela, se conocen pocas desgracias o
desvaríos. ¿Qué quiero decir con esto? Intento decir que no parece conveniente
buscar un correlato real en la vida del autor de las historias que escribe, pensar
que Dostoievski se dedicaba a ir por ahí asesinando ancianos, por ejemplo. Es
solo arte.
Uno
de los rasgos principales de Caballo sea
la noche es la forma. Cada una de las intervenciones citadas, cinco en total,
están escritas sin puntos, de manera que puede considerarse una sola frase de
decenas de páginas. Esta es una de las características de aquellas primeras
novelas de Saramago que tanto nos deslumbraban, la manera que existe, y solo
está al alcance de muy pocos, de crear un ritmo perfecto en la prosa sin
necesidad de pausas, sin puntos, puntos y comas o dos puntos. En el caso de Caballo sea la noche este rasgo formal
va acompañado de la creación de bellas imágenes literarias, muchas de ellas
oníricas, capaces de estimular una lectura que en principio parece muy cuesta
arriba. La del caballo, que abre y cierra la novela, está inspirada según
palabras del autor en un breve poema de Roy Sigüenza —Iré qué importa / Caballo
sea la / noche— que emplea uno de los más importantes símbolos eróticos de
todos los tiempos, el caballo, recurrente en el arte surrealista.
Las primeras páginas de la
novela, la primera intervención de Alan, son de una gran complicación formal y
alusiva. Los hallazgos visuales y expresivos se suceden: «un caballo blanco,
descomunal, como un rey pálido bajo la tormenta» (pág. 9), «quise dormirme
hasta el final de las cosas» (p. 9), «lloraba incluso dormido» (p. 10), «aprendí
que los cuerpos sienten nostalgia» (p. 21), etc. En algunos momentos el lector puede
encontrarse perdido, incluso angustiado, como si estuviese cruzando a pulmón
libre una gruta sumergida de la que desconoce la longitud y en la que ya ha pasado el
punto de no retorno. Las intervenciones de Rosa, basadas en el clásico recurso
del álbum de fotos, sobre todo la primera, son más llevaderas y contienen una
ternura que ilumina y da calor al mundo oscuro y claustrofóbico del piso en el
que se mueven los personajes. En ellas Morellón juega con el relato en segunda
persona, tan poco empleado y tan eficaz para implicar al lector. El personaje de
Alan, narrador y protagonista, resulta atractivo y enigmático. Es sexualmente ambiguo,
se le supone hombre pero a veces lleva bragas y se maquilla, y posee la
candorosa inocencia que puede llevar a los niños a creer en los ángeles o a ver
como juego o demostración de cariño actos de vampirismo sexual practicados
con ellos por los mayores. Esta vertiente de la novela para mí es esencial y
constituye uno de sus principales fortalezas: la descripción artística, sin
valoraciones morales, tamizada por la ingenuidad infantil, de actos desestabilizadores del mundo emocional de los niños, acciones objetivamente muy reprobables . Otros son el hallazgo final de la luz bajo tanta oscuridad
y el enaltecimiento, tan necesario, de la figura de la madre.
Lectura apta solo para lectores exigentes.
Alejandro Morellón, Caballo sea la noche, Barcelona, Candaya, 2019.
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