miércoles, 29 de enero de 2020

Caballo sea la noche, de Alejandro Morellón



Alejandro Morellón (Madrid, 1985) es uno de los escritores más interesantes del panorama actual. Su primera novela es una nouvelle, ochenta y siete páginas, compuesta por cinco monólogos, o reflexiones habladas, de dos personas distintas, Rosa y Alan, madre e hijo. Las intervenciones de ambos se alternan añadiendo cada una un poco más de información para la comprensión de la historia, que consiste en la determinación de las causas que llevaron a una familia feliz a la separación y el dolor. No es una novela insustancial, de esas que lees y puedes olvidar antes de haberla acabado. Es de esas pertenecientes a lo que algunos comentaristas llaman literatura enferma, esto es, aquella cuyos protagonistas están tocados por la locura o, al menos, el desvarío. Ahí pueden incluirse muchas de las obras más célebres: Crimen y castigo, Tiempo de silencio, El obsceno pájaro de la noche, La familia de Pascual Duarte, Los cantos de Maldoror, Ulises, Justine o los infortunios de la virtud, Las partículas elementales, La modificación, El ruido y la furia y un largo etcétera que dependerá mucho de las apreciaciones del lector. Ninguna de estas obras resulta fácil de leer por el dolor que contienen, por la amargura que se adivina detrás de la historia que se está relatando de forma atormentada. En alguno de los casos, José Donoso, por ejemplo, se tiene constancia de la situación personal por la que pasaba el autor cuando escribió su célebre novela, pero de otros, como Cela, se conocen pocas desgracias o desvaríos. ¿Qué quiero decir con esto? Intento decir que no parece conveniente buscar un correlato real en la vida del autor de las historias que escribe, pensar que Dostoievski se dedicaba a ir por ahí asesinando ancianos, por ejemplo. Es solo arte.
            Uno de los rasgos principales de Caballo sea la noche es la forma. Cada una de las intervenciones citadas, cinco en total, están escritas sin puntos, de manera que puede considerarse una sola frase de decenas de páginas. Esta es una de las características de aquellas primeras novelas de Saramago que tanto nos deslumbraban, la manera que existe, y solo está al alcance de muy pocos, de crear un ritmo perfecto en la prosa sin necesidad de pausas, sin puntos, puntos y comas o dos puntos. En el caso de Caballo sea la noche este rasgo formal va acompañado de la creación de bellas imágenes literarias, muchas de ellas oníricas, capaces de estimular una lectura que en principio parece muy cuesta arriba. La del caballo, que abre y cierra la novela, está inspirada según palabras del autor en un breve poema de Roy Sigüenza —Iré qué importa / Caballo sea la / noche— que emplea uno de los más importantes símbolos eróticos de todos los tiempos, el caballo, recurrente en el arte surrealista.
Las primeras páginas de la novela, la primera intervención de Alan, son de una gran complicación formal y alusiva. Los hallazgos visuales y expresivos se suceden: «un caballo blanco, descomunal, como un rey pálido bajo la tormenta» (pág. 9), «quise dormirme hasta el final de las cosas» (p. 9), «lloraba incluso dormido» (p. 10), «aprendí que los cuerpos sienten nostalgia» (p. 21), etc. En algunos momentos el lector puede encontrarse perdido, incluso angustiado, como si estuviese cruzando a pulmón libre una gruta sumergida de la que desconoce la longitud y en la que ya ha pasado el punto de no retorno. Las intervenciones de Rosa, basadas en el clásico recurso del álbum de fotos, sobre todo la primera, son más llevaderas y contienen una ternura que ilumina y da calor al mundo oscuro y claustrofóbico del piso en el que se mueven los personajes. En ellas Morellón juega con el relato en segunda persona, tan poco empleado y tan eficaz para implicar al lector. El personaje de Alan, narrador y protagonista, resulta atractivo y enigmático. Es sexualmente ambiguo, se le supone hombre pero a veces lleva bragas y se maquilla, y posee la candorosa inocencia que puede llevar a los niños a creer en los ángeles o a ver como juego o demostración de cariño actos de vampirismo sexual practicados con ellos por los mayores. Esta vertiente de la novela para mí es esencial y constituye uno de sus principales fortalezas: la descripción artística, sin valoraciones morales, tamizada por la ingenuidad infantil, de actos desestabilizadores del mundo emocional de los niños, acciones objetivamente muy reprobables . Otros son el hallazgo final de la luz bajo tanta oscuridad y el enaltecimiento, tan necesario, de la figura de la madre.
            Lectura apta solo para lectores exigentes.

Alejandro Morellón, Caballo sea la noche, Barcelona, Candaya, 2019.



No hay comentarios:

Publicar un comentario