La piel de zapa (1831) fue la primera novela
del recomendable escritor francés Honoré de Balzac (1799-1850). Escrita en un
país y en un momento cruciales en la historia, la narración de la desgraciada y
desmedida vida de Raphaël de Valentin posee indudables atractivos literarios y
humanos. De entrada, llama la atención la aparente influencia que la obra posee de Vida y opiniones del caballero
Tristram Shandy (1759), la divertidísima e ingeniosa novela del irlandés
Laurence Sterne (1713-1768), que aparece expresamente citada en la página 10 e
indirectamente, por el apellido del autor, en las páginas 21, 33 y 261.
También, y esto resulta otra obviedad, llama la atención su inclusión en la
estela de narraciones en las que el protagonista pacta con el diablo o posee
unos poderes especiales representados por un objeto-talisman, tales como Fausto (1808), de Goethe (1749-1832) —cuya
primera parte, la principal, había sido revisada y reeditada precisamente en
1829— y la posterior, y seguramente deudora de Balzac, El retrato de Dorian Gray (1890), obra de Oscar Wilde (1854-1900), otro
irlandés genial e imprescindible en el menú de un lector interesado en la
literatura. Todos estos aspectos de la obra de Balzac habrán sido sobradamente considerados
por estudiosos y comentadores más lúcidos que yo, simple lector amante de la
escritura.
La
razón para abrir este libro y mantenerlo con firmeza «a pesar» de la riqueza
del lenguaje de Balzac y de su amor por las descripciones pormenorizadas de lugares,
personas, objetos y sentimientos —características que alejan el texto de
aquellos a los que estamos acostumbrados si solo leemos autores actuales— está
en su recompensa. El esfuerzo inicial, en este caso, como en el de otros
autores franceses del XIX y el XX —habría que incluir a Proust, deudor
indudable del autor turonense—, ímprobo, considerable, se ve premiado cuando
nos acostumbramos a su universo, nos olvidamos de sus peculiaridades
sintácticas o léxicas y nos dejamos llevar por la humanidad de la historia para
sumergirnos, tan a gusto, en el París de la época, donde se vivía un
interesante adelanto de lo que vendría en el siglo XX en España y otros países
atrasados: el triunfo de la ciencia y de las inquietudes de una dinámica
burguesía, conservadora en las ideas pero muy emprendedora, creadora, por
ejemplo, de los grandes periódicos, que en la narración ocupan un lugar
importante. Otra de las facetas llamativas de la historia de Raphaël de
Valentin está en el parecido de sus primeras décadas de vida con la del mismo
Balzac, quien debió volcar mucha de su amargura en la configuración del personaje,
producto, en mi opinión, de esa necesidad de hablar de uno mismo que todo
novelista tiene y sabe disfrazar con oportunas creaciones literarias.
Honoré de Balzac, La piel de zapa, Madrid, Siruela, 1989. Traducción de Violeta Pérez
Gil.
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