domingo, 20 de septiembre de 2020

Los afrancesados, de Miguel Artola


(cervantesvirtual.com)

Obra clásica de la historiografía española, Los afrancesados ha iluminado unas cuantas horas de mi tiempo durante la última semana. Se trata de una versión simplificada y hasta cierto punto modernizada de la tesis doctoral de don Miguel Artola (1923-2020), publicada por primera vez en los años cincuenta. Llama la atención la longevidad del autor, característica común en muchos historiadores y, en general, en personas que han llevado una vida ordenada y dedicada al cultivo de las letras. Ahora recuerdo, como ejemplos cercanos, al eslavista Juan Eduardo Zúñiga (101 años), al cervantista Francisco Rodríguez Marín (87), al antropólogo José Miguel de Barandiarán (102), al medievalista Ramón Menéndez Pidal (99) o al historiador Manuel Gómez-Moreno (100) —esas etiquetas son muy simplificadoras—, de vidas llenas, intensas y rejuvenecedoras gracias al amor a las artes y a las letras. A la vista del contenido de Los afrancesados, también llama la atención su publicación en la madrileña Sociedad de Estudios y Publicaciones y en fecha tan temprana como 1953, pues su punto de vista es muy progresista para la España de aquellos años.

            Los afrancesados cuenta cómo fue el proceso de formación de mentalidades que hizo posible la existencia de un grupo de miles de españoles que apoyaron el gobierno de José Napoleón en España. Huyendo de, o mejor dicho, desoyendo la consigna tan manida y conservadora que alienta —todavía hoy— a ver a esos españoles como traidores, Artola indaga en sus razones y, sobre todo, en su educación ilustrada, producto de la extensión de las ideas francesas. Los afrancesados, no los simples juramentados —aquellos funcionarios que juraron obediencia al nuevo monarca por cuestión de supervivencia, porque había que comer—, son monárquicos pero apoyan la implantación de otra dinastía en España, pues la borbónica había dado, desde la muerte de Carlos III, suficientes pruebas de su ineptitud para reinar. Defensores de los beneficios de la laicidad al estilo francés para la formación de las personas, se pondrán sin dudarlo, aun arriesgando vidas y haciendas, al lado del rey José. Este, desafortunadamente, nunca tendrá las manos libres para reinar por las continuas intromisiones de su hermano el Emperador, que solo verá España como el escenario de una guerra inútil y agotadora, generadora solo de males para su imperio. José, procedente de Nápoles, llega a Madrid días antes de la Batalla de Bailén, cuyo resultado obligará al desalojo de Madrid por su corte, donde sirven los principales afrancesados, y a la intromisión definitiva de su hermano en el gobierno español, donde José nunca tendrá las manos libres para emprender las deseadas reformas. Víctima de una crónica carencia de fondos para mantener la administración —de hecho los afrancesados tendrán que añadir a todos sus males la ausencia del pago de sus sueldos— y de la división del país, permitida y alentada por el Emperador, en feudos gobernados por mariscales franceses —los cuales ningunearán el rey José de igual forma que lo hacía su hermano—, José solo gobernará de manera real en Madrid durante la mayoría de su reinado. Durante todos estos años, el rey José no cesará de escribir largas y sentidas cartas —algunas, acompañadas de una sabrosa introducción, publicadas y comentadas por el historiador ursaonense Francisco Luis Díaz Torrejón (Cartas Josefinas: epistolario de José Bonaparte al conde de Cabarrús (1808-1810), Sevilla, Falcata, 2003)— de las que se desprende su deseo de ganar el amor del pueblo español y la extrema debilidad económica en la que se vivió su reinado. Finalmente, Artola pasa revista a las penurias pasadas por los afrancesados tanto en suelo español como francés una vez acabado el reinado josefino y a la integración más o menos afortunada de muchos de ellos en la vida política y administrativa española, sobre todo durante el Trienio Liberal y tras la muerte de Fernando VII. Artola destaca las figuras de Alberto Lista, Sebastián de Miñano y Javier de Burgos e invita a interesarse en los contenidos de El Censor (1820-1822), la publicación de alto nivel intelectual promovida por los afrancesados que vio la luz en el Madrid liberal.

 

Miguel Artola, Los afrancesados, Madrid, Alianza Editorial, 2008.    

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