Obra clásica de la
historiografía española, Los afrancesados
ha iluminado unas cuantas horas de mi tiempo durante la última semana. Se trata
de una versión simplificada y hasta cierto punto modernizada de la tesis
doctoral de don Miguel Artola (1923-2020), publicada por primera vez en los
años cincuenta. Llama la atención la longevidad del autor, característica común
en muchos historiadores y, en general, en personas que han llevado una vida
ordenada y dedicada al cultivo de las letras. Ahora recuerdo, como ejemplos
cercanos, al eslavista Juan Eduardo Zúñiga (101 años), al cervantista Francisco
Rodríguez Marín (87), al antropólogo José Miguel de Barandiarán (102), al
medievalista Ramón Menéndez Pidal (99) o al historiador Manuel Gómez-Moreno (100)
—esas etiquetas son muy simplificadoras—, de vidas llenas, intensas y
rejuvenecedoras gracias al amor a las artes y a las letras. A la vista del
contenido de Los afrancesados, también
llama la atención su publicación en la madrileña Sociedad de Estudios y
Publicaciones y en fecha tan temprana como 1953, pues su punto de vista es muy
progresista para la España de aquellos años.
Los afrancesados cuenta cómo fue el
proceso de formación de mentalidades que hizo posible la existencia de un grupo
de miles de españoles que apoyaron el gobierno de José Napoleón en España.
Huyendo de, o mejor dicho, desoyendo la consigna tan manida y conservadora que
alienta —todavía hoy— a ver a esos españoles como traidores, Artola indaga en
sus razones y, sobre todo, en su educación ilustrada, producto de la extensión
de las ideas francesas. Los afrancesados, no los simples juramentados —aquellos
funcionarios que juraron obediencia al nuevo monarca por cuestión de supervivencia,
porque había que comer—, son monárquicos pero apoyan la implantación de otra
dinastía en España, pues la borbónica había dado, desde la muerte de Carlos III,
suficientes pruebas de su ineptitud para reinar. Defensores de los beneficios
de la laicidad al estilo francés para la formación de las personas, se pondrán
sin dudarlo, aun arriesgando vidas y haciendas, al lado del rey José. Este,
desafortunadamente, nunca tendrá las manos libres para reinar por las continuas
intromisiones de su hermano el Emperador, que solo verá España como el
escenario de una guerra inútil y agotadora, generadora solo de males para su
imperio. José, procedente de Nápoles, llega a Madrid días antes de la Batalla
de Bailén, cuyo resultado obligará al desalojo de Madrid por su corte, donde
sirven los principales afrancesados, y a la intromisión definitiva de su
hermano en el gobierno español, donde José nunca tendrá las manos libres para
emprender las deseadas reformas. Víctima de una crónica carencia de fondos para
mantener la administración —de hecho los afrancesados tendrán que añadir a
todos sus males la ausencia del pago de sus sueldos— y de la división del país,
permitida y alentada por el Emperador, en feudos gobernados por mariscales
franceses —los cuales ningunearán el rey José de igual forma que lo hacía su
hermano—, José solo gobernará de manera real en Madrid durante la mayoría de su
reinado. Durante todos estos años, el rey José no cesará de escribir largas y
sentidas cartas —algunas, acompañadas de una sabrosa introducción, publicadas y
comentadas por el historiador ursaonense Francisco Luis Díaz Torrejón (Cartas Josefinas: epistolario de José
Bonaparte al conde de Cabarrús (1808-1810), Sevilla, Falcata, 2003)— de las
que se desprende su deseo de ganar el amor del pueblo español y la extrema
debilidad económica en la que se vivió su reinado. Finalmente, Artola pasa
revista a las penurias pasadas por los afrancesados tanto en suelo español como
francés una vez acabado el reinado josefino y a la integración más o menos
afortunada de muchos de ellos en la vida política y administrativa española,
sobre todo durante el Trienio Liberal y tras la muerte de Fernando VII. Artola destaca
las figuras de Alberto Lista, Sebastián de Miñano y Javier de Burgos e invita a
interesarse en los contenidos de El
Censor (1820-1822), la publicación de alto nivel intelectual promovida por los
afrancesados que vio la luz en el Madrid liberal.
Miguel Artola, Los afrancesados, Madrid, Alianza Editorial, 2008.
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