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Esa muchedumbre de personas que se ofrecen
a ayudar en los pueblos afectados por la gota fría, individuos que dan el paso adelante solo por ayudar a completos
desconocidos, es una luz de esperanza. Esta mañana se han presentado diez mil
ciudadanos. La bondad existe. No podemos demonizar a todo el mundo, y esta es una
gran evidencia de ello. Hoy, sábado dos de noviembre, les han puesto autobuses,
pero ayer fueron caminando desde Valencia hasta Paiporta, por ejemplo,
población devastada por el agua situada a ocho kilómetros de la ciudad del
Turia. Estos voluntarios —qué palabra más valiosa, cuánta generosidad contiene—
tuvieron que caminar durante dos horas antes de ponerse a trabajar y pasar todo
el día realizando un esfuerzo de una intensidad que no esperaban, para luego
volver a casa caminando otras dos horas hasta caer derrengados. A pesar
de ello, muchos han vuelto a levantarse hoy bien temprano para volver.
Ellos ya conocen lo que las imágenes de los medios no comunican, no pueden
transmitir: el dolor del alma. Esa imagen de personas anónimas caminando entre
poblaciones y provistas de útiles de limpieza, alimentos y agua —hay
comerciantes en algunas de esas poblaciones que están vendiendo botellitas de
medio litro a cinco euros, mi pensamiento no está con ellos— es muy potente,
tanto que debía preocupar a los responsables políticos.
El desengaño ha sido descomunal. ¿En manos de quién estamos? El país necesita replantearse la forma de su administración. No puede ser que entre la emisión de la alerta máxima emitida por la Aemet y el lanzamiento de un mensaje a los móviles de los ciudadanos pasen cerca de doce horas. Todo es por la naturaleza de nuestra administración, donde la burocracia ha parido un monstruo capaz de tragarse recursos ingentes y hacer interminable el conducto por el que deben trasladarse las órdenes. Entre Aemet o Salvamento Marítimo y las personas que toman decisiones de calado, determinantes para los ciudadanos, existen seis o siete llamadas de teléfono, y entre ellas se consume un tiempo precioso. La comunicación tenía que ser directa, no dependiente de la voluntad de subsecretarios, secretarios, consejeros etc., que antes de pasar la orden van a sopesar cuestiones que nada tienen que ver con el salvamento de propiedades y personas. Es cierto que esta DANA ha sido de una intensidad desconocida, que nadie calculaba nada parecido, pero por ello la experiencia debe hacernos reflexionar. Este no va a ser un hecho aislado. Las gotas frías, o DANAS, han existido siempre en el levante español, pero nunca han sido tan graves. El cambio climático va a traer más terribles eventos así y hay que estar preparados. Las decisiones deben tomarse con mucha más agilidad. Faltan técnicos y sobran políticos, charlatanes de profesión. Hay que actuar. Esas columnas de ciudadanos provistos de útiles para ayudar a los damnificados son el alma de nuestro país, nos hacen grandes a pesar de nuestros dirigentes políticos.
Víctor
Espuny.
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