Cubierta
de un número de 1935 de Black Mask
(captainahabsrarebooks.com).
Si uno decide donar sus libros a una biblioteca pública, ha de saber algunas cosas. La primera y
principal: esas bibliotecas, al menos las españolas, cuentan con el
personal imprescindible para funcionar. Este se ve obligado a trabajar más o
menos a contrarreloj para cumplir sus deberes. Y entre estos no se encuentra el
catalogar y dar su sitio, en unos anaqueles que no son elásticos ni de número
infinito, a los libros que se les donan, muchos de ellos existentes ya en
los fondos de la biblioteca en cuestión o mal conservados, con hojas sueltas o
a punto de perderlas. ¿Qué suelen hacer con ellos, pues, los responsables de
las bibliotecas? Donarlos a los lectores. Los ponen en un sitio visible y estos
se los llevan gratis. Esto ocurre, al menos, en muchas bibliotecas de barrio o
localidades pequeñas. Basta con pensar en algunos títulos de Juan Ramón
Jiménez, García Lorca, Isabel Allende, García Márquez, Javier Marías, Eduardo
Mendoza, Torrente Ballester, Camilo José Cela, Juan Goytisolo, Milan Kundera, Günter Grass,
Hermann Hesse o Albert Camus que están en todas las bibliotecas de lectores de
cierta edad. De esa forma, rara es la semana que no me llevo un libro nuevo a
mi casa, que amenaza con transformarse en una librería donde vive gente.
Hace un par de días le tocó el turno a Tristezas
de Bay City —Bay City Blues (1938)—, del norteamericano Raymond
Chandler (1888-1959). La gran mayoría conoce a Chandler. Es uno de los autores
clásicos de novela negra. Muchos lo han leído ya y todos han contemplado las
adaptaciones de sus novelas al cine, donde sus detectives mujeriegos, grandes
bebedores y en cierta forma honestos han sido interpretados por Humphrey Bogart
y Robert Mitchum. Tristezas de Bay City, que he leído en la traducción
de Horacio González Trejo, fue publicada justo el año antes de ver la luz El
sueño eterno, su primera novela, género al que Chandler no llegó hasta
haber cumplido la cincuentena. Antes, además de trabajar en una empresa
petrolífera, se dedicó a querer a una mujer, beber más de la cuenta y escribir
novelas cortas, que aparecían en revistas especializadas como Black Mask
y Dime Detective. En Tristezas de Bay City no aparece todavía
Philip Marlowe, pero sí John Dalmas, lo que algunos críticos han llamado el
«pre-héroe» de Marlowe. Así, según leemos en thrillingdetective.com,
«“Before Raymond Chandler invented Philip Marlowe, he had first to create his pre-hero, John
Dalmas,” according to Barry Fantoni in his excellent tribute in Maxim
Jakubowski’s 100 Great Detectives. Dalmas is more or less the same
character as the later, greater Marlowe, save for the name. He appeared in
several short stories in Dime Detective.
The story is that when Dime Detective
tried to woo Chandler (and several other writers) away from Black Mask,
they asked him to create a new series character who would appear exclusively in
their magazine. Chandler didn’t go that far. He just changed the name of
Carmady, who had already appeared in several stories in Black Mask, to
John Dalmas and began publishing his stories in a new venue.
Dalmas made his debut in “Mandarin’s Jade”
in the November 1937 issue of Dime Detective, and returned in “Red Wind”,
“Bay City Blues”, “The Lady in the Lake” and “Trouble Is My Business”. Two of
the Dalmas stories were reprinted as Marlowe stories in The Simple Art of
Murder collection, and the rest were, like the uncollected Carmody yarns,
“cannibilized” into Marlowe novels».
Esta larga cita resulta muy ilustrativa
para entender el proceso creativo de Chandler, la evolución de su personaje
protagónico. Philip Marlowe existía en la mente del escritor, y en sus
ficciones, mucho antes de llamarse así. Ese hombre de aire melancólico y
descreído, ese detective irónico, inteligente, generoso y valiente hasta rozar
la autodestrucción, vivía con Chandler, a quien le hubiera gustado, sin duda,
ser él.
Tristezas de Bay City es, con toda seguridad, una buena elección.
Víctor
Espuny.
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