domingo, 8 de diciembre de 2024

Tristezas de Bay City, de Raymond Chandler

 

Cubierta de un número de 1935 de Black Mask

(captainahabsrarebooks.com).


Si uno decide donar sus libros a una biblioteca pública, ha de saber algunas cosas. La primera y principal: esas bibliotecas, al menos las españolas, cuentan con el personal imprescindible para funcionar. Este se ve obligado a trabajar más o menos a contrarreloj para cumplir sus deberes. Y entre estos no se encuentra el catalogar y dar su sitio, en unos anaqueles que no son elásticos ni de número infinito, a los libros que se les donan, muchos de ellos existentes ya en los fondos de la biblioteca en cuestión o mal conservados, con hojas sueltas o a punto de perderlas. ¿Qué suelen hacer con ellos, pues, los responsables de las bibliotecas? Donarlos a los lectores. Los ponen en un sitio visible y estos se los llevan gratis. Esto ocurre, al menos, en muchas bibliotecas de barrio o localidades pequeñas. Basta con pensar en algunos títulos de Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Isabel Allende, García Márquez, Javier Marías, Eduardo Mendoza, Torrente Ballester, Camilo José Cela, Juan Goytisolo, Milan Kundera, Günter Grass, Hermann Hesse o Albert Camus que están en todas las bibliotecas de lectores de cierta edad. De esa forma, rara es la semana que no me llevo un libro nuevo a mi casa, que amenaza con transformarse en una librería donde vive gente.

Hace un par de días le tocó el turno a Tristezas de Bay CityBay City Blues (1938)—, del norteamericano Raymond Chandler (1888-1959). La gran mayoría conoce a Chandler. Es uno de los autores clásicos de novela negra. Muchos lo han leído ya y todos han contemplado las adaptaciones de sus novelas al cine, donde sus detectives mujeriegos, grandes bebedores y en cierta forma honestos han sido interpretados por Humphrey Bogart y Robert Mitchum. Tristezas de Bay City, que he leído en la traducción de Horacio González Trejo, fue publicada justo el año antes de ver la luz El sueño eterno, su primera novela, género al que Chandler no llegó hasta haber cumplido la cincuentena. Antes, además de trabajar en una empresa petrolífera, se dedicó a querer a una mujer, beber más de la cuenta y escribir novelas cortas, que aparecían en revistas especializadas como Black Mask y Dime Detective. En Tristezas de Bay City no aparece todavía Philip Marlowe, pero sí John Dalmas, lo que algunos críticos han llamado el «pre-héroe» de Marlowe. Así, según leemos en thrillingdetective.com,

«“Before Raymond Chandler invented Philip Marlowe, he had first to create his pre-hero, John Dalmas,” according to Barry Fantoni in his excellent tribute in Maxim Jakubowski’s 100 Great Detectives. Dalmas is more or less the same character as the later, greater Marlowe, save for the name. He appeared in several short stories in Dime Detective.

The story is that when Dime Detective tried to woo Chandler (and several other writers) away from Black Mask, they asked him to create a new series character who would appear exclusively in their magazine. Chandler didn’t go that far. He just changed the name of Carmady, who had already appeared in several stories in Black Mask, to John Dalmas and began publishing his stories in a new venue.

Dalmas made his debut in “Mandarin’s Jade” in the November 1937 issue of Dime Detective, and returned in “Red Wind”, “Bay City Blues”, “The Lady in the Lake” and “Trouble Is My Business”. Two of the Dalmas stories were reprinted as Marlowe stories in The Simple Art of Murder collection, and the rest were, like the uncollected Carmody yarns, “cannibilized” into Marlowe novels».

Esta larga cita resulta muy ilustrativa para entender el proceso creativo de Chandler, la evolución de su personaje protagónico. Philip Marlowe existía en la mente del escritor, y en sus ficciones, mucho antes de llamarse así. Ese hombre de aire melancólico y descreído, ese detective irónico, inteligente, generoso y valiente hasta rozar la autodestrucción, vivía con Chandler, a quien le hubiera gustado, sin duda, ser él.

Tristezas de Bay City es, con toda seguridad, una buena elección.

 

Víctor Espuny.

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