domingo, 1 de diciembre de 2024

Vergüenza

 

Mapa de las zonas más afectadas (LEVANTE-EMV).

Llevo unos días pensando de qué escribir hoy. Y mira que hay asuntos de los que tratar. La Riada de Valencia, por ejemplo. Solo cuando hacen falta se da uno cuenta de lo difícil que resulta que los recursos públicos lleguen a los afectados por las catástrofes naturales. Vivimos en un país de administración manifiestamente mejorable. Los ciudadanos de a pie son generosos, ayudan. Pero los políticos, no. Han fallado estrepitosamente. Sé que puede sonar a reaccionario, pero me da igual: el estado de las autonomías posee grandes carencias que se ponen al descubierto en ocasiones como esta. Los servicios de alertas, socorro y ayuda deben estar completamente centralizados y gestionados por técnicos directamente comunicados con un mando único dedicado a ellos. La administración central posee más presupuesto, más medios. Estar pendiente de competencias y jurisdicciones ralentiza todos los procesos y perjudica a la calidad de los servicios prestados. Un mes después, escribo el día 29 de noviembre, a las localidades afectadas solo ha llegado el 0’64% del dinero prometido por el gobierno central y el 15% del anunciado por la Comunidad Valenciana, aunque la cantidad prometida en el primero es sustancialmente mayor. Los políticos, responsables de las grandes decisiones, están enfrascados en luchas partidistas, buscando solo ocupar o defender el sillón, la poltrona, y mientras más elevada sea esta se lucha por ella con mayor encono. A veces, de verdad, los políticos parecen una plaga, el problema, no la solución. Mientras quedan todavía garajes subterráneos a los que no se ha podido entrar, llenos de agua, e infinidad de casas destruidas, niños sin colegios, sin parques infantiles, ellos, en el parlamento, consultan en su iPhone sus cuentas bancarias, lindamente engrosadas cada mes con sueldos vergonzantes. Y no arreglan la situación.

El número de políticos profesionales debe ser disminuido a todas luces. Solamente sumando los miembros del Congreso (350), el Senado (266) y los parlamentos autonómicos (1.261) se alcanza la cifra de 1.877. No entro en diputaciones provinciales para no echarme a llorar. Todas esas personas, a las que hay que añadir asesores personales de libre designación, secretarios, subsecretarios, ministros, consejeros de todo tipo, etc., díganme de qué sirven, si en los pueblos afectados por la DANA la situación está al borde de la catástrofe humanitaria y la emergencia sanitaria un mes después de los hechos. Hagan más, por favor, por esas personas, familias de gente trabajadora que han perdido todo lo que tenían: su casa, su coche, sus recuerdos, seres queridos en muchos casos.

            Los recursos del Estado están tan mal administrados que la situación clama al cielo. ¿Qué dinero hay, por ejemplo, para la investigación de fármacos y terapias médicas imprescindibles? Hace unos días los medios de comunicación anunciaban a bombo y platillo que un joven investigador español había recibido un premio por los descubrimientos que había hecho sobre la metástasis de cierto tipo de cáncer. ¿Saben a cuánto ascendió el premio? No, menos todavía: 10.000 mil raquíticos euros. ¿Saben a cuánto ascendieron los últimos Presupuestos Generales del Estado? A 583.543 millones de euros. No sé qué corporación, pública o privada, concedió el premio, pero todas las grandes manejan cifras exorbitantes, en las cuales la cantidad de la recompensa mencionada supone menos que nada. Creo que no hacen falta más comentarios. Ojalá no se les ponga enfermo de cáncer ni sufra una riada ningún familiar de los políticos que tan felices están en los gobiernos —autonómico o central— con la barriga llena. Y mientras, las obras que pueden arreglar definitivamente la cuestión de las riadas en el barranco del Poyo, cuya peligrosidad se conoce y se ha venido estudiando al menos desde el siglo XVIII —lean el conocido texto de Antonio José Cavanilles (1745-1804)—, se encuentran paralizadas por las distintas administraciones, que solo se ponen de acuerdo para luchar entre ellas, quítate tú, que me ponga yo, que ya me toca. Qué vergüenza, de verdad.

 

Víctor Espuny

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